El día siguiente aportó consigo muerte y juicios y con ellos el despertar
del alma de Stephen de su inerte desesperación. La vaga vislumbre
de miedo se convirtió ahora en espanto cuando la voz ronca del predicador
fue introduciendo la idea de la muerte en su alma. Sufrió todas
las miserias de la agonía. Sintió el escalofrío de la muerte que se apoderaba
de sus extremidades y se deslizaba hacia el corazón; el velo de la
muerte que le velaba los ojos; cómo se iban apagando cual lámparas los
centros animados de su cerebro; el postrer sudor que rezumaba de la
piel; la impotencia de los miembros moribundos; la palabra que se iba
haciendo torpe e indecisa, extinguiéndose poco a poco; el palpitar del
corazón, cada vez más tenue, más tenue, casi rendido ya, y el soplo, el
pobre soplo vital, el triste e inerte espíritu humano, sollozante y suspirante,
en un ronquido, en un estertor, allá en la garganta. ¡No hay salvación!
¡No hay salvación! El —él mismo— aquel cuerpo al cual se había
entregado en vida, era quien moría. ¡A la sepultura con él! ¡A clavetear
bien ese cadáver en una caja de madera! ¡A sacarlo de la casa a hombros
de mercenarios! ¡Que lo arrojen fuera de la vista de los hombres en un
hoyo largo, a pudrirse, a servir de pasto a una masa bullidora de gusanos,
a ser devorado por las ratas de remos ágiles y fofo bandullo!
James Joyce, Retrato de un adolescente, http://biblio3.url.edu.gt/Libros/joyce/retrato.pdf.
Seleccionado por Lidia Rodríguez Suárez. Segundo de bachillerato. Curso 2015-2016.
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