viernes, 26 de febrero de 2016

El príncipe, Nicolás Maquiavelo.


     CAPÍTULO V 
 DE QUE MODO HAY QUE GOBERNAR LAS CIUDADES O PRINCIPADOS QUE, ANTES DE SER OCUPADOS, SE REGÍAN POR SUS PROPIAS LEYES 

    Hay tres modos de conservar un Estado que, antes de ser adquirido, estaba  acostumbrado  a  regirse  por  sus  propias  leyes  y  a  vivir  en  libertad:  primero, destruirlo;  después,  radicarse  en  él;  por  último,  dejarlo  regir  por  sus  leyes, obligarlo  a  pagar  un  tributo  y  establecer  un  gobierno  compuesto  por  un  corto número  de  personas,  para  que  se  encargue  de  velar  por  la  conquista.  Como  ese gobierno  sabe  que  nada  puede  sin  la  amistad  y  poder  del  príncipe,  no  ha  de reparar  en  medios  para  conservarle  el  Estado.  Porque  nada  hay  mejor  para conservar —si se la quiere conservar— una ciudad acostumbrada a vivir libre que hacerla gobernar por sus mismos ciudadanos. 
       Ahí  están  los  espartanos  y  romanos  como  ejemplo  de  ello.  Los  espartanos ocuparon a Atenas y Tebas, dejaron en ambas ciudades un gobierno oligárquico, y, sin  embargo,  las  perdieron.  Los  romanos,  para  conservar  a  Capua,  Cartago  y Numancia, las arrasaron, y no las perdieron. Quisieron conservar a Grecia como lo habían hecho los espartanos, dejándole sus leyes y su libertad, y no tuvieron éxito: de modo que se vieron obligados a destruir muchas ciudades de aquella provincia para  no  perderla.  Porque,  en  verdad,  el  único  medio  seguro  de  dominar  una ciudad  acostumbrada  a  vivir  libre  es  destruirla.  Quien  se  haga  dueño  de  una ciudad así y no la aplaste, espere a ser aplastado por ella. Sus rebeliones siempre tendrán  por  baluarte  el  nombre  de  libertad  y  sus  antiguos  estatutos,  cuyo  hábito nunca podrá hacerle perder el tiempo ni los beneficios. Por mucho que se haga y se prevea,  si  los  habitantes  no  se  separan  ni  se  dispersan,  nadie  se  olvida  de  aquel nombre  ni  de  aquellos  estatutos,  y  a  ellos  inmediatamente  recurren  en  cualquier contingencia, como hizo Pisa luego de estar un siglo bajo el yugo florentino. Pero cuando las ciudades o provincias están acostumbradas a vivir bajo un príncipe, y por la extinción de éste y su linaje queda vacante el gobierno, como por un lado los habitantes están habituados a obedecer y por otro no tienen a quién, y no se ponen de acuerdo para elegir a uno de entre ellos, ni saben vivir en libertad, y por último tampoco  se  deciden  a  tomar  las  armas  contra  el  invasor,  un  príncipe  puede fácilmente conquistarlas y retenerlas. En las repúblicas, en cambio, hay más vida, más  odio,  más  ansias  de  venganza.  El  recuerdo  de  su  antigua  libertad  no  les concede, no puede concederles un solo momento de reposo. Hasta tal punto que el mejor camino es destruirlas o radicarse en ellas. 

Nicolás Maquiavelo, El príncipehttp://www.ciudadoriental.com/elprincipe.pdf, texto seleccionado por Daniel Carrasco Carril, segundo de bachillerato, curso 2015-2016.

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