Hueste inmensa de espíritus leales
»Está velando sin cesar, armada,
»Sobre los altos muros celestiales,
»Y hace toda sorpresa inasequible;
»A veces parte de ella, hasta en las puertas
»Del Infierno la vemos acampada,
» Y una gran multitud de sus despiertas
»Avanzadas penetran con desvelo
»Nuestro mismo horizonte, registrando
»Con negras alas todo este hondo suelo.
»Siendo, pues, imposible una sorpresa,
»¿Se podrá a fuerza abierta nuestra empresa
»Conseguir? Las tinieblas agregando
»Unas a otras, en este abismo horrendo,
»Envuelto todo nuestro innumerable
»Ejército en su lóbrega espesura,
»¿Podrá acercarse al Cielo, oscureciendo
»Con sombra prolongada y espantable
»Del éter intermedio la luz pura?
»¡Vano intento! Del trono inaccesible,
»De resplandor eterno circundado,
»Ese enemigo nuestro arrojaría
«Raudales de su luz incorruptible
»Que volviesen la noche en claro día,
»Que penetrando hasta este abismo odiado,
»Nuestros débiles ojos deslumbrasen
»Y aun más al fondo nos precipitasen.
»Ultraje sobre ultraje acumulemos,
»Dicen; así su cólera agotando,
»Su venganza quizás engañaremos,
»Y que nos haga perecer logrando,
»En la muerte hallaremos el remedio
»Unico del dolor que nos oprime.
»¿En la muerte decís? ¡Qué triste medio!
John Milton, El paraíso perdido, es.wikipedia.org/wiki/El_paraiso_perdido
Seleccionado por Beatriz Curiel Lumbreras, segundo de Bachillerato Humanidades, Curso 2009-2010.
Un lugar común de los estudiantes de Literatura Universal donde publicamos una antología de textos seleccionados por nosotros mismos con el fin de aprender a conocernos mejor a través de los más variados personajes que pueblan el universo literario.
viernes, 22 de enero de 2010
Sonetos para Helena, Ronsard
Cuando seas muy vieja, a la luz de una vela
y el amor de la lumbre, devanando e hilando
cantarás estos versos y dirás deslumbrada:
"me los hizo Ronsard cuando yo era más bella".
No habrá entonces sirvienta que al oír tus palabras,
aunque ya doblegada por el peso del sueño,
cuando suene mi nombre la cabeza no yerga
y bendiga tu nombre, inmortal por la gloria.
Yo seré bajo tierra descarnado fantasma
y a la sombra de mirtos tendré ya mi reposo,
para entonces serás una vieja encorvada
añorando mi amor, tus desdenes llorando.
Vive ahora, no aguardes a que llegue el mañana!
Coge hoy mismo las rosas que te ofrece la vida
Pierre de Ronsard, Sonetos para Helena, http://anaelenapena.blogspot.com/2008_06_01_archive.html)
Seleccionado por Beatriz Curiel Lumbreras, segundo de Bachillerato, curso 2009-2010.
y el amor de la lumbre, devanando e hilando
cantarás estos versos y dirás deslumbrada:
"me los hizo Ronsard cuando yo era más bella".
No habrá entonces sirvienta que al oír tus palabras,
aunque ya doblegada por el peso del sueño,
cuando suene mi nombre la cabeza no yerga
y bendiga tu nombre, inmortal por la gloria.
Yo seré bajo tierra descarnado fantasma
y a la sombra de mirtos tendré ya mi reposo,
para entonces serás una vieja encorvada
añorando mi amor, tus desdenes llorando.
Vive ahora, no aguardes a que llegue el mañana!
Coge hoy mismo las rosas que te ofrece la vida
Pierre de Ronsard, Sonetos para Helena, http://anaelenapena.blogspot.com/2008_06_01_archive.html)
Seleccionado por Beatriz Curiel Lumbreras, segundo de Bachillerato, curso 2009-2010.
El vaso reluciente y cristalino, Luis de Camoens.
El vaso reluciente y cristalino,
de ángeles agua clara y olorosa,
de blanca seda ornado y fresca rosa,
ligado con cabellos de oro fino,
bien claro parecía el don divino
labrado por la mano artificiosa
de aquella blanca ninfa, graciosa
más que el rubio lucero matutino.
Luis de Camoens, El vaso reluciente y cristalino, http://www.poemasde.net/el-vaso-reluciente-y-cristalino-luis-de-camoens/. Seleccionado por Beatriz Curiel Lumbreras, segundo de Bachillerato, curso 2009-2010.
de ángeles agua clara y olorosa,
de blanca seda ornado y fresca rosa,
ligado con cabellos de oro fino,
bien claro parecía el don divino
labrado por la mano artificiosa
de aquella blanca ninfa, graciosa
más que el rubio lucero matutino.
Luis de Camoens, El vaso reluciente y cristalino, http://www.poemasde.net/el-vaso-reluciente-y-cristalino-luis-de-camoens/. Seleccionado por Beatriz Curiel Lumbreras, segundo de Bachillerato, curso 2009-2010.
La muerte del Rey Arturo, Anónimo
se relata la guerra que Uther Pendragon, a la postre padre de Arturo, sostenía con el Duque de Tintagel en Cornualles. La fecha de los eventos no se menciona con precisión, simplemente se menciona que la acción transcurrió "en los días del rey Uther Pendragon, cuando este era rey de toda Inglaterra". En el transcurso de la guerra, ambos personajes se entrevistaron un día, y Uther se enamoró de Igraine, la esposa del Duque de Tintagel. La pareja, al enterarse, decidió huir de la corte de Uther y refugiarse en el castillo de Tintagel. Uther Pendragon los siguió hasta allí, y, a través de Sir Ulfius, un caballero de su corte, buscó la ayuda de Merlín[20] para "yacer con la duquesa".[21] Merlín accedió a ayudar a Uther, con la condición de recibir a la criatura que sería engendrada de la unión entre Uther Pendragon y la Duquesa de Tintagel. Entonces, Merlín profirió un encanto que transformó la apariencia de Uther Pendragon en el Duque de Tintagel; y la apariencia del mismo Merlín y de Sir Ulfius en dos caballeros cortesanos de Tintagel. Los tres personajes disfrazados cabalgaron diez millas hasta el castillo donde se encontraba la Duquesa. Mientras llegaban a su destino, el verdadero Duque de Tintagel murió en una batalla al salir de su castillo, y tres horas después Uther Pendragon consiguió su objetivo, engendrando a Arturo. Cuando Igraine supo de la muerte de su marido, se preguntó quien había podido tomar su lugar esa noche. Uther le confesó la verdad y la llevó a su corte. Igraine fue de este modo reina de Inglaterra.[22] Cuando Arturo nació, fue entregado a Merlín, quien a su vez lo entregó a Sir Héctor y su esposa para que lo criaran.
Tras la muerte de Pendragon, la incertidumbre dominó al país al estar vacío el trono. A través del Arzobispo de Canterbury, Merlín convocó a todos los Señores y Caballeros del reino, a que acudieran a Londres en navidad, cuando se les revelaría un milagro divino que señalaría al justo heredero del trono. En la iglesia más grande de la ciudad[23] apareció entonces la mítica espada en la piedra que solamente podía ser extraída de su base por aquél destinado a ser el rey de Inglaterra. Arturo fue quien consiguió extraer la espada, casi casualmente, en el día de año nuevo, cuando se realizaba un torneo en las cercanías donde participaba Sir Kay, hermanastro de Arturo.
http://es.wikipedia.org/wiki/La_muerte_de_Arturo#Enlaces_externos
Seleccionado por Beatriz Curiel Lumbreras, segundo de Bachillerato Humanidades, curso 2009-2010.
Tras la muerte de Pendragon, la incertidumbre dominó al país al estar vacío el trono. A través del Arzobispo de Canterbury, Merlín convocó a todos los Señores y Caballeros del reino, a que acudieran a Londres en navidad, cuando se les revelaría un milagro divino que señalaría al justo heredero del trono. En la iglesia más grande de la ciudad[23] apareció entonces la mítica espada en la piedra que solamente podía ser extraída de su base por aquél destinado a ser el rey de Inglaterra. Arturo fue quien consiguió extraer la espada, casi casualmente, en el día de año nuevo, cuando se realizaba un torneo en las cercanías donde participaba Sir Kay, hermanastro de Arturo.
http://es.wikipedia.org/wiki/La_muerte_de_Arturo#Enlaces_externos
Seleccionado por Beatriz Curiel Lumbreras, segundo de Bachillerato Humanidades, curso 2009-2010.
El ciclo artúrico
se relata la guerra que Uther Pendragon, a la postre padre de Arturo, sostenía con el Duque de Tintagel en Cornualles. La fecha de los eventos no se menciona con precisión, simplemente se menciona que la acción transcurrió "en los días del rey Uther Pendragon, cuando este era rey de toda Inglaterra". En el transcurso de la guerra, ambos personajes se entrevistaron un día, y Uther se enamoró de Igraine, la esposa del Duque de Tintagel. La pareja, al enterarse, decidió huir de la corte de Uther y refugiarse en el castillo de Tintagel. Uther Pendragon los siguió hasta allí, y, a través de Sir Ulfius, un caballero de su corte, buscó la ayuda de Merlín[20] para "yacer con la duquesa".[21] Merlín accedió a ayudar a Uther, con la condición de recibir a la criatura que sería engendrada de la unión entre Uther Pendragon y la Duquesa de Tintagel. Entonces, Merlín profirió un encanto que transformó la apariencia de Uther Pendragon en el Duque de Tintagel; y la apariencia del mismo Merlín y de Sir Ulfius en dos caballeros cortesanos de Tintagel. Los tres personajes disfrazados cabalgaron diez millas hasta el castillo donde se encontraba la Duquesa. Mientras llegaban a su destino, el verdadero Duque de Tintagel murió en una batalla al salir de su castillo, y tres horas después Uther Pendragon consiguió su objetivo, engendrando a Arturo. Cuando Igraine supo de la muerte de su marido, se preguntó quien había podido tomar su lugar esa noche. Uther le confesó la verdad y la llevó a su corte. Igraine fue de este modo reina de Inglaterra.[22] Cuando Arturo nació, fue entregado a Merlín, quien a su vez lo entregó a Sir Héctor y su esposa para que lo criaran.
Tras la muerte de Pendragon, la incertidumbre dominó al país al estar vacío el trono. A través del Arzobispo de Canterbury, Merlín convocó a todos los Señores y Caballeros del reino, a que acudieran a Londres en navidad, cuando se les revelaría un milagro divino que señalaría al justo heredero del trono. En la iglesia más grande de la ciudad[23] apareció entonces la mítica espada en la piedra que solamente podía ser extraída de su base por aquél destinado a ser el rey de Inglaterra. Arturo fue quien consiguió extraer la espada, casi casualmente, en el día de año nuevo, cuando se realizaba un torneo en las cercanías donde participaba Sir Kay, hermanastro de Arturo.
Seleccionado por Beatriz Curiel Lumbreras, segundo de Bachillerato Humanidades, Curso 2009-2010
Tras la muerte de Pendragon, la incertidumbre dominó al país al estar vacío el trono. A través del Arzobispo de Canterbury, Merlín convocó a todos los Señores y Caballeros del reino, a que acudieran a Londres en navidad, cuando se les revelaría un milagro divino que señalaría al justo heredero del trono. En la iglesia más grande de la ciudad[23] apareció entonces la mítica espada en la piedra que solamente podía ser extraída de su base por aquél destinado a ser el rey de Inglaterra. Arturo fue quien consiguió extraer la espada, casi casualmente, en el día de año nuevo, cuando se realizaba un torneo en las cercanías donde participaba Sir Kay, hermanastro de Arturo.
Seleccionado por Beatriz Curiel Lumbreras, segundo de Bachillerato Humanidades, Curso 2009-2010
Etiquetas:
El ciclo artúrico,
Literatura de la Edad Media
William Shakespeare, Antonio y Cleopatra "Escena III"
ALEJAS
Noble Alteza, Herodes de Judea no osa miraros más que cuando estáis de buen humor.
CLEOPATRA
Tendré la cabeza de ese Herodes. Pero ¿cómo tenerla, ahora que ha partido Antonio, que hubiera podido dar la orden de traérmela? Aproxímate.
MENSAJERO
¡Muy graciosa Majestad!
CLEOPATRA
¿Has visto a Octavia?
MENSAJERO
Sí, temida reina.
CLEOPATRA
¿Dónde?
MENSAJERO
Señora, en Roma. La he contemplado de frente, y la he visto conducida entre su hermano y Marco Antonio.
CLEOPATRA
¿Es tan alta como yo?
MENSAJERO
No, señora.
CLEOPATRA
¿La has oído hablar? ¿Tiene la voz aguda o grave?
MENSAJERO
Señora, la he oído hablar; tiene la Voz grave.
CLEOPATRA
Tanto mejor. No la amará mucho tiempo.
CARMIANA
¡Amada! ¡Oh, Isis, eso es imposible!
CLEOPATRA
Lo creo, Carmiana. ¡Bajita y la voz gruesa! ¿Tiene majestuosidad en la figura? Acuérdate, si has contemplado algunas veces la majestad.
MENSAJERO
Va a rastras. Ya esté inmóvil o ya marche, siempre es la misma; tiene el aire de un cuerpo más bien que de un alma, de una ... estatua más que de una persona que respira.
CLEOPATRA
¿Es cierto?
MENSAJERO
Sí; o no tengo el don de la observación.
CARMIANA
No hay tres en Egipto que pudieran hacer mejor un informe.
CLEOPATRA
Es muy inteligente, me parece. Pues bien; no veo aún nada en ella. Este mozo está dotado de un buen criterio.
CARMIANA
Excelente.
CLEOPATRA
Infórmame sobre su edad, te lo ruego ...
MENSAJERO
Señora, era viuda.
CLEOPATRA
¡Viuda! ¿Oyes, Carmiana?
MENSAJERO
Y creo que tiene treinta años.
William Shakespeare, Antonio y Cleopatra "Escena III", http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/literatura/antonio/3.html
Seleccionado por Fabiola Muñoz, Segundo de Bachillerato.
Noble Alteza, Herodes de Judea no osa miraros más que cuando estáis de buen humor.
CLEOPATRA
Tendré la cabeza de ese Herodes. Pero ¿cómo tenerla, ahora que ha partido Antonio, que hubiera podido dar la orden de traérmela? Aproxímate.
MENSAJERO
¡Muy graciosa Majestad!
CLEOPATRA
¿Has visto a Octavia?
MENSAJERO
Sí, temida reina.
CLEOPATRA
¿Dónde?
MENSAJERO
Señora, en Roma. La he contemplado de frente, y la he visto conducida entre su hermano y Marco Antonio.
CLEOPATRA
¿Es tan alta como yo?
MENSAJERO
No, señora.
CLEOPATRA
¿La has oído hablar? ¿Tiene la voz aguda o grave?
MENSAJERO
Señora, la he oído hablar; tiene la Voz grave.
CLEOPATRA
Tanto mejor. No la amará mucho tiempo.
CARMIANA
¡Amada! ¡Oh, Isis, eso es imposible!
CLEOPATRA
Lo creo, Carmiana. ¡Bajita y la voz gruesa! ¿Tiene majestuosidad en la figura? Acuérdate, si has contemplado algunas veces la majestad.
MENSAJERO
Va a rastras. Ya esté inmóvil o ya marche, siempre es la misma; tiene el aire de un cuerpo más bien que de un alma, de una ... estatua más que de una persona que respira.
CLEOPATRA
¿Es cierto?
MENSAJERO
Sí; o no tengo el don de la observación.
CARMIANA
No hay tres en Egipto que pudieran hacer mejor un informe.
CLEOPATRA
Es muy inteligente, me parece. Pues bien; no veo aún nada en ella. Este mozo está dotado de un buen criterio.
CARMIANA
Excelente.
CLEOPATRA
Infórmame sobre su edad, te lo ruego ...
MENSAJERO
Señora, era viuda.
CLEOPATRA
¡Viuda! ¿Oyes, Carmiana?
MENSAJERO
Y creo que tiene treinta años.
William Shakespeare, Antonio y Cleopatra "Escena III", http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/literatura/antonio/3.html
Seleccionado por Fabiola Muñoz, Segundo de Bachillerato.
Francesco Petrarca, Cancionero "Soneto CLXII"
Hacía la sombra de las bellas frondas
yo corrí, huyendo de implacable luz
que me abrasaba desde el tercio cielo.
Ya libraba de nieve a los collados
la aura amorosa que renueva al tiemmpo,
y florecían ya hierbas y ramas.
No ha visto el mundo tan graciosas ramas,
ni el viento movió ya tan verdes frondas,
cual las que me mostró aquel primer tiempo:
tal que, temiendo yo la ardiente luz,
sombra no quise ya de los collados,
sino del árbol que es más grato el cielo.
Un laurel defenciéndome de aquel cielo,
por lo que, deseoso de sus ramas,
mucho he ido por las selvas y collados;
pero nunca encotré tronco ni frondas
que tanto honrase la suprema luz
que no cambiara su virtud el tiempo.
Más firme cada vez de tiempo en tiempo,
yendo hacia do sentí llamarme al cielo,
y guiado por suave y clara luz,
volví devoto a las primeras ramas
cuando al sol son verdes los collados.
Campos, ríos, selvas, piedras y collados,
cuanto es creado, vence y cambia de tiempo:
por lo que yo perdón pido a estas frondas
si, tras haber girado mucho el cielo,
quise evitar las enviscadas ramas
tan pronto como pude ver la luz.
Tanto al principio amé la dulce luz
que con gusto pasé grandes collados
para arrimarme a las amantes ramas:
ahora la vida breve, y sitio y tiempo,
muéstrame otro cambio de ir al cielo
y frutos dar, no sólo folr y forndas.
Otro amor, otras frondas y otra luz,
otro ir al cielo por los collados,
busco, porque ya es el tiempo, y otras ramas.
Francesco Petrarca, Cancionero "Soneto CLXII".
Seleccionado por Susana Sánchez Custodio, Segundo de Bachillerato, curso 2009-2010.
yo corrí, huyendo de implacable luz
que me abrasaba desde el tercio cielo.
Ya libraba de nieve a los collados
la aura amorosa que renueva al tiemmpo,
y florecían ya hierbas y ramas.
No ha visto el mundo tan graciosas ramas,
ni el viento movió ya tan verdes frondas,
cual las que me mostró aquel primer tiempo:
tal que, temiendo yo la ardiente luz,
sombra no quise ya de los collados,
sino del árbol que es más grato el cielo.
Un laurel defenciéndome de aquel cielo,
por lo que, deseoso de sus ramas,
mucho he ido por las selvas y collados;
pero nunca encotré tronco ni frondas
que tanto honrase la suprema luz
que no cambiara su virtud el tiempo.
Más firme cada vez de tiempo en tiempo,
yendo hacia do sentí llamarme al cielo,
y guiado por suave y clara luz,
volví devoto a las primeras ramas
cuando al sol son verdes los collados.
Campos, ríos, selvas, piedras y collados,
cuanto es creado, vence y cambia de tiempo:
por lo que yo perdón pido a estas frondas
si, tras haber girado mucho el cielo,
quise evitar las enviscadas ramas
tan pronto como pude ver la luz.
Tanto al principio amé la dulce luz
que con gusto pasé grandes collados
para arrimarme a las amantes ramas:
ahora la vida breve, y sitio y tiempo,
muéstrame otro cambio de ir al cielo
y frutos dar, no sólo folr y forndas.
Otro amor, otras frondas y otra luz,
otro ir al cielo por los collados,
busco, porque ya es el tiempo, y otras ramas.
Francesco Petrarca, Cancionero "Soneto CLXII".
Seleccionado por Susana Sánchez Custodio, Segundo de Bachillerato, curso 2009-2010.
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