jueves, 19 de enero de 2017



                                                      ZEUS Y HELIOS.

ZEUS.   ¿Qué es lo que has hecho, oh el peor de los Titanes? Has destruido todo lo que hay en la tierra al confiar tu carro a un muchacho irreflexivo, que ha abrasado una parte de ella para acercársele demasiado, mientras que a la otra la ha hecho morir del frío al alejar de ella demasiado el fuego, y, en una palabra, todo lo que ha confundido y trastornado, y si yo, al ver lo que ocurría, no lo hubiera derribado con mi rayo, no habría quedado ni rastro de los hombres. ¡Bonito auriga y cochero nos has enviado!
HELIOS.   He faltado, Zeus, pero no te enfades si he cedido a las insistentes súplicas de mi hijo. ¿Cómo iba yo a suponer que ocurriría tal desgracia?
ZEUS.      ¿Acaso no sabías la atención y cuidado que la cosa requiere y que, por poco que uno se desvíe del camino, se acabó todo? ¿Ignorabas acaso la fogosidad de tus caballos, y que es preciso tirar del freno con fuerza? Porque, en cuanto uno lo afloja, al instante se desenfrenan; que es lo que han hecho con él: se lo han llevado a la derecha y después a la izquierda, en dirección contraria a la ruta, arriba y abajo, en una palabra, donde han querido; y él no sabía qué hacer con ellos.
HELIOS.   Todo eso lo sabía, y por ello me he resistido largo tiempo y me negaba a confiarle la dirección del carro. Pero como insistía tanto con las lágrimas en los ojos, y su madre Clímene con él, lo hice montar al carro advirtiéndole cómo había que mantenerse en él, hasta qué punto debía aflojar las riendas en la subida y tirar de ellas en la bajada; que debía dominar las bridas y no ceder jamás al ímpetu de los caballos. Pero él - que no es más que un niño-, cuando hubo montado en aquel carro de fuego y vio el abismo que se abría a sus pies, como es lógico, se sobrecogió. Y los caballos, conociendo que no era yo quien había montado en él, despreciaron al muchacho y se desviaron de la ruta cometiendo todas esas atrocidades. En cuanto a él, abandonó las riendas, por temor a caerse, creo, y agarróse al borde delantero del carro. Pero ahora ha pagado ya su falta; y yo tengo ya bastante con mi pena, oh, Zeus.
ZEUS.     ¿Bastante dices, después de tu atrevimiento? Sin embargo, por esta vez te perdono; pero si en un futuro cometes una falta parecida o nos mandas un sustituto como éste, al instante sabrás cuánto más abrasador que el fuego es el rayo. Y ahora, que sus hermanas lo entierren a orillas del Erídamo, donde fue a parar al caerse del carro; que viertan ámbar en su llanto por él y que se conviertan ellas mismas en álamos en memoria de este suceso.


Luciano de Samósata, Diálogos, Barcelona, Editorial Planeta, S.A 1988, Primera edición en clásicos universales Planeta, Página 42.
Seleccionado por: Marta Talaván González, Primero de bachillerato, Curso 2016-2017.

Montesquieu, Del Espíritu de las Leyes


Sexta parte
Libro XXVIII
Del origen y cambios de las leyes civiles francesas
Capítulo III : Diferencia capital entre las leyes sálicas y las leyes de los visigodos y borgoñes.

   He dicho anteriormente que la ley de los borgoñones y la de los visigodos eran imparciales: no así la ley sálica, que estableció entre los francos y los romanos las distinciones más humillantes. El que había matado a un franco, a un bárbaro o a un hombre sujeto a la ley sálica, debía pagar a los parientes una composición de doscientos sueldos: pero sólo pagaban cien, si había matado a un romano propietario y cuarenta y cinco si había matado a un romano tributario: la composición por el por el asesinato de un franco vasallo del rey era de seiscientos sueldos, mientras que la del asesinato de un romano comensal del rey no era más que de trescientos.
   Había pues una diferencia cruel ente el señor franco y el señor romano, así como entre el franco y el romano de condición media.
    No es todo: si se reunía gente para asaltar a un franco en su casa y lo mataban, la ley sálica señalaba una composición de seiscientos sueldos, pero si el asaltado era un romano o un liberto no se pagaba más que la mitad de la composición. Según la misma ley, si un romano encadenaba a un franco, debía treinta sueldos de composición, pero si un franco encadenaba a un romano, sólo debía quince. Un franco despojado por un romano tenía sesenta y dos sueldos y medio de composición, mientras que un romano despojado por un franco no recibía más que treinta. Todo lo cual debía ser abrumador para los romanos.   


Montesquieu, Del Espíritu de las Leyes, colección clásicos del pensamiento, 5º edición publicada en 2002, editorial Tecnos, pag 349, sexta parte, libro XXVIII.
Seleccionado por Lara Esteban González, primero de bachillerato, curso 2016-2017.

Dafnis y Cloe,Longo

     Comenzaba ya la primera y, al fundirse la nieve, se desnudaba la tierra y la hierba germinaba. Los otros zagales llevaban a los pastos sus ganados, y antes que ninguno Cloe y Dafnis, como que servían a un pastor más principal. Y al momento corrieron hacia las Ninfas y su cueva, después hacia Pan y su pino y luego hasta la encina, bajo la cual tomando asiento guardaban sus rebaños al par que se besaban, Buscaron también flores, con el deseo de poner guirnaldas a los dioses, pero aún apenas las había nutrido el Céfiro y las hacía brotar el sol con sus calores. Y sin embargo encontraron violetas y narcisos y pamplinas y cuantas nacen nada más empezar la primavera. Cloe y Dafnis, mientras coronaban las imágenes, derramaron en su honor la leche nuevade algunas cabras y ovejas. También les dedicaron primicias de su zampoña como en un melidioso desafío a los ruiseñores, que les fueron respondiendo en la espesura e iban poco a poco afinando su cántico a Itis, como si tras largo silencio recobraran la memoria de los trinos.


Longo, Dafnis y Cloe. Barcelona, ed. Gredos, S.A., col. Biblioteca Básica Gredos, pág. 64
Seleccionado por David Francisco Blanco, Primero de Bachillerato, Curso 2016-2017.

A sangre fría, Truman Capote


El Rincón

El juez Tate había muerto de pulmonía el noviembre pasado; coronas, rosas parduscas y cintas descoloridas por la lluvia, todavía cubrían la tierra desnuda. Junto a ella, pétalos de rosas recién esparcidos sobre un montón de tierra más reciente, la tumba de Bonnie Jean Ashida, hija mayor de los Ashida muerta en accidente de coche cuando se hallaba de visita en Garden City. Muertes, nacimientos, bodas... precisamente el otro día se había enterado que el novio de Nancy Clutter, Bobby Rupp, se había marchado y casado.
       Las tumbas de la familia Clutter, cuatro tumbas reunidas bajo una única piedra gris, se hallaban bajo una lejana esquina del cementerio, más allá de los árboles, a pleno sol, casi al borde luminoso del trigal.
       Al acercarse, Dewey vio que había junto a ellas otro visitante, una esbelta jovencita con guantes blancos, cascada de pelo castaño oscuro y largas y elegantes piernas. Vio quién le sonreía y él se preguntó quién podría ser.
       -¿Ya me ha olvidado, señor Dewey? Soy Susan Kidwell.
       Él se echó a reir. Ella se acercó.
       -¡Sue Kidwell, si eres tú, que me aspen!--no la había visto desde el proceso. Era entonces una niña.--. ¿Cómo estás? ¿Cómo está tu madre?
       -Muy bien, gracias. Sigue dando música en el colegio de Holcomb.
       -No he estado por allí últimamente. ¿Algo nuevo?
       -Oh, hablan de pavimentar las calles. Pero ya conoce Holcomb.
La verdad es que yo no estoy mucho allí. Es mi penúltimo año en la Universidad de Kansas. Sólo estoy en casa pasando unos días.
       -Eso es estupendo, Sue. ¿Qué estás estudiando?
       -De todo. Arte principalmente. Me encanta. Estoy muy contenta --miró a través de la pradera--. Nancy y yo habíamos planeado ir juntas a la universidad. Pensábamos compartir una habitación. A veces lo recuerdo. De pronto, cuando estoy muy feliz, pienso en todos los planes que habíamos hecho.
       Dewey miró la piedra gris que tenía grabados cuatro nombres y la fecha de su muerte, 15 de noviembre de 1959.
       -¿Vienes por aquí a menudo?
De vez en cuando. Caramba, el sol está fuerte --se protegió los ojos con las gafas ahumadas--. ¿Se acuerda de Bobby Rupp? Se ha casado con una chica guapísima.
       -Eso oí decir.
       -Con Colleen Whitehurst. Es de veras hermosa. Y muy simpática además.
       -Me alegro por Bobby --y en tono de broma, Dewey añadió--: ¿Y tú? Seguro que tienes montones de admiradores.
       -Bueno, nada serio. Pero eso me recuerda algo. ¿Tiene hora?
¡Oh!--exclamó al decirle que eran más de las cuatro--. ¡Tengo que irme corriendo. Pero me ha encantado volver a verle, señor Dewey.
       -Yo me he alegrado también, Sue. ¡Buena suerte! --le gritó mientras ella desaparecía sendero abajo, una graciosa jovencita apurada, con el pelo suelto flotando, brillante.
       Nancy hubiera podido ser una jovencita igual.
       Se fue hacia los árboles, de vuelta a casa, dejando tras de sí el ancho cielo, el susurro de las voces del viento en el trigo encorvado. 
      

Truman Capote, A sangre fría, Madrid, Anagrama S.A, Millenium, 1999, páginas 316-318
       Seleccionado por Rebeca Serradilla Martín. Primero de Bachillerato, Curso 2016/2017.

El Príncipe, Nicolás Maquiavelo

XIII. De los soldados auxiliares, mixtos y propios.

    Las tropas auxiliares, que constituyen la otra clase de tropas inútiles, son aquellas de las que se dispone cuando se llama a un poderoso para que con sus tropas venga a ayudarte y defenderte. Es lo que hizo hace poco el papa Julio cuando, tras pasar con ocasión de la empresa de Ferrara la triste experiencia de sus tropas mercenarias, recurrió a las auxiliares y llegó al acuerdo con Fernando, el rey de España, de que éste lo ayudaría con su gente y sus ejércitos. Estas tropas pueden ser útiles y buenas en sí mismas, pero para quien las llama resultan casi siempre perjudiciales, porque, si pierdes, te quedas deshecho, y, si vences, te conviertes en prisionero suyo. Y aunque  la historia antigua esté llena de ejemplos de este tipo, no deseo, sin embargo, apartarme del caso fresco y reciente del papa Julio, cuya decisión de ponerse completamente a merced de un extranjero por el deseo de conquistar Ferrana no pudo ser más irreflexiva. Sin embargo, su buena fortuna hizo nacer una tercera variante, a fin de que no saborease enteramente el fruto de su mala decisión, pues, cuando ya habían sido derrotadas sus tropas auxiliares en Rávena, aparecieron los suizos, que hicieron huir a los vencedores en contra de las previsiones tanto de él como de los demás; de esta forma no quedó prisionero de los enemigos, que habían sido rechazados, ni tampoco de las tropas auxiliares, pues había vencido con otras armas. Los florentinos, encontrándose completamente desarmados, trajeron diez mil franceses para que expugnaran Pisa, y esta decisión les hizo pasar más peligros que cualquier otra empresa suya anterior. El emperador de Constantinopla llevó a Grecia para que se enfrentaran a sus vecinos a diez mil turcos, los cuales, sin embargo, se resistieron a partir una vez terminada la guerra. Esta acción marcó el comienzo de la esclavización de Grecia por los infantes. Aquel, por tanto, que quiera no poder vencer, que se valga de estas tropas, porque son mucho más peligrosas que las mercenarias: con ellas el desastre está garantizado de antemano, pues constituyen un solo un solo cuerpo absolutamente dispuesto a obedecer a otro. Por el contrario, las tropas mercenarias, en el supuesto  de que hayan vencido, necesitan para hacerte daño más tiempo y una mejor oportunidad, ya que no forman un cuerpo único y además han sido formadas y están pagadas por ti. En estas tropas un tercero, a quien confíes el mando, no puede adquirir con la suficiente rapidez la autoridad necesaria para causarte daño. En suma, en las mercenarias es más peligrosa la desidia, en las auxiliares, la virtud.
       


Nicolás Maquiavelo, El Príncipe, Madrid, Alianza Editorial, páginas 87,88 y 89
 Seleccionado por Andrea Sánchez Clemente. Primero de Bachillerato. Curso 2016/2017

El banquete, Platón

       Tras decir esto Sócrates, me contó Aristodemo que los demás lo alabaron, pero que Aristófanes intentó decir algo, puesto que Sócrates, en sus palabras había hecho alusión a él apropósito de su discurso. Pero de repente golpearon la puerta del patio y se produjo un gran estruendo, como se juerguistas, y se oyó la voz de una flautista. Entonces Agatón dijo:
       - Esclavos, ¿es que no vais a mirar? Si fuera alguno de los amigos habituales, invitadle; t si no, decidle que no estamos bebiendo, sino que estamos descansando ya.
       Y no mucho después oyeron en el patio la voz de Alcibíades, que estaba muy borracho y daba grandes gritos preguntando dónde estaba Agatón y pidiendo que lo llevaran junto a él. Lo llevaron, pues, junto a nosotros y también a la flautista que lo sostenía y a algunos otros de sus acompañantes; mas él se detuvo en la puerta, coronado con una espesa corona de hiedra y de violetas y llevando en la cabeza cintas en gran número, y dijo:
       - Señores, salud. ¿Aceptáis como compañero de bebida a un hombre completamente borracho, o habremos de irnos en cuanto coronemos a Agatón, que es a lo que hemos venido? Pues yo es verdad que ayer -dijo- no pude venir, pero heme aquí ahora con las cintas sobre la cabeza, para que de mi cabeza pasen a ceñir la cabeza del hombre más sabio y más bello, proclamándolo así públicamente. ¿Os burláis de mí porque pensáis que estoy borracho? Pero yo, aunque vosotros os riais, sin embargo sé bien que digo la verdad. Mas decidme desde ahora, ¿entro con esas condiciones o no? ¿Vais a beber conmigo o no?


       Platón, El banquete. Madrid, Alianza. Clásicos de Grecia y Roma, octava edición, 2006. Páginas 124-125.
       Seleccionado por Andrea Alejo Sánchez. Primero de bachillerato, curso 2016-2017.

Apología Flórida, Apuleyo

     He tomado parte, en Grecia, en las iniciaciones de la mayor parte de los cultos mistéricos. Conservo aun, con sumo cariño, ciertos símbolos y recuerdos de tales cultos, que me fueron entregados por sus sacerdotes. No estoy diciendo nada insólitos ni desconocido. Por ejemplo, los iniciados en los misterios del dios Líber que os hallais aquí salchicha presentes sabéis que es lo que guardais oculto en vuestras casas y veneráis en silencio, lejos de todos los profanos.
Pues mi bien, yo tambien como he dicho, he conocido por mi amor a la verdad y mi piedad hacia los dioses, cultos de toda clase, ritos numerosos y ceremonias variadas. Y no estoy inventándome esta explicación, para acomodarme a las circunstancias, sino que hace unos tres años, pocos días después de haber llegado a Oea, al pronunciar una conferencia acerca de la majestad de Esculapio...



Apuleyo, Apología Flórida. Barcelona, ed. Gredos, S.A., col. Biblioteca Básica Gredos, pág. 238.
     Seleccionado por Javier Arjona Piñol. Primero de bachillerato. Curso 2016-2017.