viernes, 1 de febrero de 2013

Memorias de Agripina "Libro IV": Mi tío Claudio, Pierre Grimal

A Claudio le faltó tiempo para sacarnos del exilio. La orden de regreso fue uno de los primeros actos de su reinado. Como hiciera Cayo al comienzo del suyo, quiso rendir homenaje a su familia. Al mismo tiempo que ponía fin a nuestro suplicio, instituía Juegos solemnes en honor de su padre, Druso, y de su madre. Proclamó la divinidad de Livia y, lo que era por su parte un retorno a las más viejas costumbres, estableció carreras de caballos consagradas a su memoria. Más que nunca pretendía poner de manifiesto la predestinación de nuestra familia. Lo que indudablemente me complacía y confirmaba mis esperanzas. Por eso, para mostrarle nuestro agradecimiento, antes incluso de regresar cada una a nuestra casa, Livila con su marido y yo a la mansión, ahora vacía, del Palatino, nos fuimos directamente a palacio. Claudio nos recibió con la mayor cordialidad, a mí sobre todo, que había sido siempre su preferida, pero también tuvo palabras amables para Livila, asegurándose que era muy feliz de volverla a entregar "a su excelente amigo Vinicio". Añadió, trabucándose un poco, lo que en él era señal de emoción, que los dioses le habían llamado a la dignidad que ahora poseía  para reparar el mal causado por Cayo.


Pierre Grimal, Memorias de Agripina "Libro IV": Mi tío Claudio, edit. El País. Seleccionado por Sara Isabel Miranda Hernández, segundo de Bachillerato, curso 2012/2013.

Las alegres comadres de Windsor, Escena I, William Shakespeare

     POCOFONDO.- No tratéis de disuadirme, sir Hugh. Llevaré este asunto a la alta corte de justicia para lo criminal. Así valiera Juan Falstaff veinte como él, no ofendería a Roberto Pocofondo, escudero.

     SLENDER.- En el condado de Glocester, juez de paz y coram.

     POCOFONDO.- Sí, primo Slender, y cust-alorum.

     SLENDER.- Sí, y también rato-loum, gentilhombre de nacimientos, señor cura, que se firma armígero en todos los actos, notas, recibos, mandatos y obligaciones: armígero.

     POCOFONDO.- Sí, que lo hacemos y lo hemos hecho invariablemente en estos últimos trescientos años.

     SLENDER.- Todos sus sucesores que han vivido antes que él lo han hecho, y todos sus antepasados que han de venir después  de él podrán hacerlo. podrán exhibir los doce lucios en su casaca.

     POCOFONDO.- Es una antigua casaca.

     EVANS.- Piensa muy bien a una casaca antigua una docena de lucios. lo uno se aviene muy bien con lo otro. Es un animal familiar al hombre; un emblema de amor.

     POCOFONDO.- El lucio es pescado fresco; la casaca antigua es pescado salado.

     SLENDER.- ¿Puedo hacer tercio, primo?

     POCOFONDO.- Sin duda alguna si os casáis.

     EVANS.- Pues si entra en tercio, de seguro que no  podrá hacer sino mal tercio.

     POCOFONDO.- De ninguna manera.



  Shakespeare, Las alegres comadres del señor Windsor págs 121 y 122. Seleccionado por Natalia Sánchez Martín, segundo de Bachillerato. Curso 2012/2013

El viejo y el mar, Ernest Hemingway

Era un viejo que pescaba solo en un bote en el Gulf Stream y hacía ochenta y cuatro días que no cogía un  pez. En los primeros cuarenta días había tenido consigo a un muchacho. Pero después de cuarenta días sin haber pescado, los padres del muchacho le habían dicho que el viejo estaba definitiva y rematadamente salao, lo cual era la peor forma de la mala suerte, y por orden de sus padres el muchacho había salido en otro bote que cogió tres buenos peces la primera semana. Entristecía al muchacho ver al viejo regresar todos los días con su bote vacío, y siempre bajaba a ayudarle a cargar los rollos de sedal o el bichero y el arpón y la vela arrollada al mástil. La vela estaba remendada con sacos de harina, y arrollada, parecía una bandera en permanente derrota.
El viejo era flaco y desgarbado, con arrugas profunda en la parte posterior al cuello. Las pardas manchas del benigno cáncer de la piel que el sol produce con sus reflejos en el mar tropical estaba en sus mejillas. Estas pecas corrían por los lados de su cara hasta bastante abajo y sus manos tenían las hondas cicatrices que causa la manipulación de las cuerdas cuando sujetan los grandes peces. Pero ninguna de estas cicatrices era reciente. Eran tan viejas como las erosiones de un árido desierto.


Ernest Hemingway, El viejo y el mar, editorial booket, pág 7-8 , seleccionado por Beatriz Iglesias, segundo de Bachillerato, curso 2012/2013.

Cancionero I "soneto III", Francesco Petrarca

Era el día en que al sol se le nublaron
por la piedad de su hacedor los rayos,
cuando fui prisionero sin guardarme,
pues me ataron, señora, vuestros ojos.
No creí fuera tiempo de reparos
contra golpes de Amor, por ello andaba
seguro y sin sospecha; así mis penas
en el dolor común se originaron.
Hallóme Amor del todo desarmado,
con vía libre al pecho por los ojos,
que de llorar se han vuelto puerta y paso;
pero, a mi parecer, no puede honrare
herirme en ese estado con el dardo,
y a vos armada el arco ni mostraros.

Francesco Petrarca, Cancionero I. Seleccionado por Esther Hernández Calvo, segundo de Bachillerato. Curso 2012/2013

Eugenia Grandet, Honoré de Balzac

     En cualquier situación, la mujer tiene más motivos de dolor que el hombre y sufre más que él. El hombree posee su fuerza y el ejercicio de su potencia : actúa, va, viene, se ocupa, piensa, abraza el porvenir y en ello encuentra consuelo. Así hacía Charles. Pero la mujer permanece; queda frente a frente con su pena, de la que nada la distrae, desciende hasta el fondo del abismo que ha abierto, lo mide, y muy a menudo lo colma con sus votos y sus lágrimas. Así hacía Eugénie. Se iniciaba a su destino. Sentir, amar, sufrir, sacrificarse, será siempre la historia de la vida de las  mujeres. Eugénie debía ser toda la mujer, menos en aquello que la consuela. Su felicidad, amasada como los clavos sembrados en el muro, según la sublime expresión de Bossuet, no iba a llenarle un sólo día el hueco de la mano. Las penas no se hacen esperar nunca, y para ella llegaron bien pronto.
     El día siguiente a la marcha de Charles, el hogar de los Grandet volvió a adquirir su fisonomía de siempre, para todos menos para Eugénie, a quien de repente se le antojó muy vacío. A escondidas de su padre, quiso que la habitación de Charles siguiera en el mismo estado en que él la había dejado. La señora Grandet y Nanon fueron voluntarias cómplices de ese statu quo.


Honoré de Balzac, Eugenia Grandet, editorial Planeta, pág 142,seleccionado por Beatriz Iglesias, segundo de Bachillerato, curso 2012/2013

El sobrino de Rameau o Sátira segunda, Denis Diderot

     Tanto si hace bueno como si malo, suelo pasear hacia las cinco de la tarde por el Palais-Royal. Se me puede ver, siempre solo, meditando en el banco de Argenson. Hablo conmigo mismo de política, amor, arte o filosofía. Abandono mi espíritu a su pleno libertinaje. Le dejo seguir la primera idea sabia o loca que se le presenta, del mismo modo que vemos en la alameda de Foy a nuestros jóvenes disolutos seguir los pasos de una cortesana alocada, de rostro sonriente, mirada brillante, nariz respingona, abandonarla luego por otra atacándolas a todas sin atarse a ninguna. Mis ideas son mis rameras. Si hace demasiado frío o llueve mucho, me refugio en el café de la Règence; allí me divierto viendo jugar al ajedrez. París es el lugar del mundo, y el café de la Régence es el lugar de París donde se juega mejor a ese juego. En el café del Rey rivalizan el profundo Légal, el sutil Philidor y el sólido Mayot. Allí pueden verse las jugadas más sorprendentes y los peores comentarios; pues si se puede ser un hombre inteligente y un gran jugador de ajedrez como Légal,  se puede ser también un gran jugador de ajedrez y un necio como Foubert y Mayot.


Denis Diderot, El sobrino de Rameau, Planeta. Texto seleccionado por Eduardo Montes Romero, segundo de Bachillerato, curso 2012/2013.

Nuestra Señora de París "Capítulo 7: El fantasma encapuchado", Victor Hugo.

La célebre taberna de La Pomme d'Ève se hallaba en la Universidad, en la esquina de la calle de la Rondelle con la del Bâtonnier. Era una sala situada en la planta baja, bastante grande y muy baja de techo, con una bóveda cuyo arranque central se apoyaba sobre un grueso pilar de madrera pintado de amarillo; había mesas por todas partes, relucientes jarros de estaño colgados de las paredes, siempre muchos bebedores, mozas en abundancia, una cristalera que daba a la calle, una parra en la puerta y sobre la puerta una llamativa placa de chapa metálica, en la que había pintadas una manzana y una mujer, enmohecida por la lluvia y que el viento hacía girar sobre el asta del hierro de la que colgaba. Esta especie de veleta inclinada hacia el suelo era el rótulo de la taberna.
Empezaba a anochecer. En la encrucijada reinaba la oscuridad. La taberna, llena de velas y candiles, brillaba a lo lejos como una fragua en la sombra. Se oía ruido de vasos, de camorras, de blasfemias, de diputas que llegaban a través de los vidrios rotos del escaparate. Por entre la neblina que el calor del local acumulaba ante los cristales se veía moverse cien figuras borrosas de entre las cuales brotaba de vez en cuando una estrepitosa carcajada. Los transeúntes que iban a sus asuntos pasaban de largo sin echar una ojeada a través de la ruidosa vidriera. Sólo, a intervalos, algún chiquillo harapiento se empinada sobre las puntas de los pies para alcanzar al reborde del escaparate y lanzar al interior de la taberna al tradicional grito con que se abucheaba por aquel entonces en París a los borrachos: "¡Aux Houls, saouls, saouls, saouls!".

Victor Hugo, Nuestra Señora de París, "Capítulo 7": El fantasma encapuchado, edit. Alianza.
Seleccionado por Sara Isabel Miranda Hernández, segundo de Bachillerato, curso 2012/2013.

Cancionero I "soneto XIII", Francisco Petrarca

Cuando de tanto en tanto entre las otras
se muestra Amor en el semblante de ella,
cuando menos le siguen en belleza
crece más el afán que me enamora.
Y bendigo el lugar como el instante
que mis ojos tan alto vislumbraron,
y digo: "Da las gracias, alma mía,
que llamada a tal honra fuiste entonces.
De ella te viene el dulce pensamiento,
que al seguirlo te lleva al bien supremo,
si en poco tienes lo que muchos quieren;
de ella te viene esa animosa gracia
que al cielo te conduce rectamente,
de modo que ya gozo en la esperanza."


Francesco Petrarca, Cancionero I. Seleccionado por Esther Hernández Calvo, segundo de Bachillerato. Curso 2012/2013 

El enfermo imaginario; escena II, Moliere.

CLIMENA.-(A Tirsis.) DAFNE. (A Dorilas.)
    Pastor: cesen tus ansias.
    Mira: Flora nos llama.
TIRSIS (A Climena.) y DORILAS (A Dafne.)-
    Dime, al menos, cruel belleza.
TIRSIS.-
    Si acogerás mis afanes con amistad.
DORILAS.-
    Si acogerás, sensible, mi fiel ardor.
CLIMENA Y DAFNE.-
    Mirad: Flora nos llama.
TIRSIS Y DORILAS.-
    Yo no deseo más que una palabra, una sola palabra.
TIRSIS.-
    ¿Agonizaré de por vida con mi pena mortal?
DORILAS.-
   ¿Puedo confiar en ese día que quieras hacerme feliz?
CLIMENA Y DAFNE.-
    Mirad: Flora nos llama.


 Jean-Baptiste Poquelin. Moliére, El enfermo imaginario, escena II.  Editorial: Cátedra, Madrid, 2004, páginas  181-182.
Seleccionado por: Natalia Sánchez Martín, curso segundo bachillerato