La célebre taberna de La Pomme d'Ève se hallaba en la Universidad, en la esquina de la calle de la Rondelle con la del Bâtonnier. Era una sala situada en la planta baja, bastante grande y muy baja de techo, con una bóveda cuyo arranque central se apoyaba sobre un grueso pilar de madrera pintado de amarillo; había mesas por todas partes, relucientes jarros de estaño colgados de las paredes, siempre muchos bebedores, mozas en abundancia, una cristalera que daba a la calle, una parra en la puerta y sobre la puerta una llamativa placa de chapa metálica, en la que había pintadas una manzana y una mujer, enmohecida por la lluvia y que el viento hacía girar sobre el asta del hierro de la que colgaba. Esta especie de veleta inclinada hacia el suelo era el rótulo de la taberna.
Empezaba a anochecer. En la encrucijada reinaba la oscuridad. La taberna, llena de velas y candiles, brillaba a lo lejos como una fragua en la sombra. Se oía ruido de vasos, de camorras, de blasfemias, de diputas que llegaban a través de los vidrios rotos del escaparate. Por entre la neblina que el calor del local acumulaba ante los cristales se veía moverse cien figuras borrosas de entre las cuales brotaba de vez en cuando una estrepitosa carcajada. Los transeúntes que iban a sus asuntos pasaban de largo sin echar una ojeada a través de la ruidosa vidriera. Sólo, a intervalos, algún chiquillo harapiento se empinada sobre las puntas de los pies para alcanzar al reborde del escaparate y lanzar al interior de la taberna al tradicional grito con que se abucheaba por aquel entonces en París a los borrachos: "¡Aux Houls, saouls, saouls, saouls!".
Victor Hugo, Nuestra Señora de París, "Capítulo 7": El fantasma encapuchado, edit. Alianza.
Seleccionado por Sara Isabel Miranda Hernández, segundo de Bachillerato, curso 2012/2013.
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