ABUSO DE LAS PALABRAS. Las conversaciones y los libros raras veces nos
proporcionan ideas precisas. Se suele leer en demasía y conversar inútilmente. Es, pues,
oportuno recordar lo que Locke recomienda: Definid los términos.
Una dama que come con exceso y no hace ejercicio cae enferma El médico le dice que
domina en ella un humor pecante, impurezas, obstrucciones y vapores, y le prescribe un
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medicamento que le purificará la sangre. ¿Qué idea exacta puede tener de todas esas
palabras? La paciente y la familia que las oyen no las comprenden; ni el médico tampoco.
Antiguamente, el facultativo recetaba buenamente una infusión de hierbas caliente o fría.
Un jurisconsulto, en el ejercicio de su profesión, anuncia que por la inobservancia de las
fiestas y los domingos se comete crimen de lesa majestad divina en la persona del Hijo,
esto es, el segundo jefe. La expresión majestad divina nos da la idea del más enorme de los
crímenes y, desde luego, del más horrendo de los castigos. Pero, ¿a propósito de qué la
pronunció el jurisconsulto? Por no haber observado las fiestas de guardar, lo que puede
suceder al hombre más honrado del mundo.
En todas las polémicas que se entablan acerca de la libertad, uno de los argumentadores
entiende casi siempre una cosa y su adversario otra. Luego surge un tercero en discordia,
que no entiende al primero ni al segundo, pero que tampoco lo entienden a él. En las
disputas sobre la libertad, uno posee la potencia de pensamiento de imaginar, otro la de
querer y el tercero el deseo de ejecutar; corren los tres, cada uno dentro de su círculo, y no
se encuentran nunca. Igual sucede en las quejas sobre la gracia. ¿Quién puede comprender
su naturaleza, sus operaciones, la suficiente que no basta y la eficaz a la que nos resistimos?
Hace dos mil años que se viene pronunciando la frase «forma sustancial» sin tener la menor
noción de ella; esta frase se ha sustituido ahora por la de «naturaleza plástica», sin ganar
nada en el cambio.
Se detiene un viajero ante un torrente y pregunta a un labriego que ve al otro lado por
dónde está el vado: «Id hacia la derecha», contesta el buen hombre. El viajero toma la
derecha y se ahoga. El labriego va corriendo hacia él y le grita: «No os dije que avanzarais
hacia vuestra mano derecha, sino hacia la mía». El mundo está lleno de estas
equivocaciones.
Al leer un noruego esta fórmula que usa el papa: servidor de los servidores de Dios, ¿cómo
ha de comprender que el que la dice es el obispo de los obispos y el rey de los reyes?
En la época en que los papeles fragmentarios de Petronio gozaban de fama en la literatura,
Meibomins, sabio de Lubeck, leyó en una carta que imprimió otro sabio de Bolonia lo
siguiente: «Aquí tenemos un Petronio completo, y lo he visto y lo he admirado». Ni corto
ni perezoso, Meibomins emprende viaje a Italia, se dirige a Bolonia, busca al bibliotecario
Capponi y le pregunta si es verdad que tiene allí el Petronio completo. Capponi le responde
que es público y notorio, y acto seguido le conduce a la iglesia donde descansa el cuerpo de
san Petronio. Meibomins toma la diligencia y huye.
Si el jesuíta Daniel tomó a un abad guerrero, martialem abbatem, por el abad Marcial, cien
historiadores han incurrido en mayores errores. El jesuita Dorleans, en su obra
Revoluciones de Inglaterra, habla indiferentemente de Northampton y de Southampton, no
equivocándose más que de Norte a Sur.
Frases metafóricas tomadas en un sentido propio han decidido muchas veces la opinión de
muchas naciones. Conocida es la metáfora de Isaías: «¿Cómo caíste del cielo, estrella
brillante que apareces al rayar el alba?» Supusieron que en esa imagen aludían al diablo, y
como la voz hebrea que corresponde a la estrella de Venus se tradujo en latín por la palabra
Lucifer, desde entonces se ha llamado siempre Lucifer al diablo.
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El ejemplo más singular del abuso de las palabras, de los equívocos voluntarios y de los
errores que han producido más trastornos, nos lo ofrece la voz Kin-Tien, de China. Varios
misioneros de Europa disputaron acaloradamente sobre la significación de esa palabra y
Roma envió un francés llamado Maigrot, nombrándolo obispo imaginario de una provincia
de China, para que decidiera el sentido de tal palabra. Maigrot desconocía por completo el
idioma chino. El emperador se dignó explicarle lo que en su lengua significaba Kin-Tien,
Maigrot no lo quiso creer y logró que Roma excomulgase al emperador de China.
No acabaríamos nunca si hubiéramos de referir todos los abusos de palabras que nos
acuden a la mente.
François-Marie Arouet, diccionario filosófico, http://biblio3.url.edu.gt/Libros/dic_fi.pdf, seleccionado por Paola Moreno Díaz, Segundo de bachillerato, curso 2015-2016.