jueves, 3 de noviembre de 2016

Las obras de arte, Lisias

     Todavía consideraba ése a su padre, si no como a un padre, sí como a un miembro del género humano. Aún no se había preparado suficientemente para el juicio: era su primer año en la provincia y no estaba entonces cargado de dinero como en el asunto de Estenio. Así pues, su perturbación quedó reprimida un poco, no por pudor, sino por miedo y temor. No se atreve a condenar a Diodoro en su ausencia; lo borra de la lista de acusados. Diodoro, entre tanto, no tuvo ni provincia ni patria durante casi un trienio, bajo la pretura de ése.
     No sólo los demás sicilianos, sino los ciudadanos romanos tenían por seguro que, puesto que ése llegaba tan lejos en su conciencia, nada había por lo que alguien pensase que podía salvar o conservar en casa lo que a ése le gustase tan solo un poco. Y cuando comprendieron que un hombre animoso, al que esperaba la provincia con enorme ansiedad, Quinto Arrio, no sustituiría a ése, dieron por descontado que nada podían tener tan encerrado ni tan escondido que no estuviera de lo más descubierto y a disposición de la codicia de ése.


Lisias, Las obras de arte, Madrid, Ed. Gredos, Col. Biblioteca Básica Gredos, Pag. 157, Seleccionado por Gustavo Velasco Yavita, Primero de bachillerato, Curso 2016-2017 

"El viejo y el mar", Ernest Hemingway

Al viejo le hubiera gustado mantener la mano en el agua salada por mas tiempo, pero temia otra subita sacudida del pez y se levanto y se afianzo y levanto la mano contra el sol. Era solo un roce del sedal lo que habia cortado su carne. Pero era en la parte con que tenia que trabajar.








Ernes Hemingway, El viejo y el mar. Barcelona, ed. Planeta, col. Discursos II, pág. 156.
     Seleccionado por Javier Arjona Piñol. Primero de bachillerato. Curso 2016-2017.

"El viejo y el mar", Ernest Hemingway

     Al viejo le hubiera gustado mantener la mano en el agua salada por mas tiempo, pero temía otra súbita sacudida del pez y se levanto y se afianzo y levanto la mano contra el sol. Era solo un roce del sedal lo que había cortado su carne. Pero era en la parte con que tenia que trabajar. El viejo sabia que antes de que esto terminara necesitaría sus manos, y no le gustara nada estar herido antes de empezar.
-Ahora- dijo cuando su mano se hubo secado- tengo que comer ese pequeño bonito. Puedo alcanzarlo con el bichero y comérmelo aquí tranquilamente.
Se arrodillo y hallo el bonito bajo la popa con el bichero y lo atrajo hacia si evitando que se enredara en los rollos de sedal nuevamente con el hombro izquierdo y apoyándose en el brazo izquierdo saco el bonito del garfio del bichero y puso de nuevo el bichero en su lugar. Plantó una rodilla sobre el pescado y arrancó tiras de carne oscura longitudinalmente desde la parte posterior de la cabeza hasta la cola.




Ernes Hemingway, El viejo y el mar. Barcelona, ed. Planeta, col. Booket, pág. 156.
     Seleccionado por Javier Arjona Piñol. Primero de bachillerato. Curso 2016-2017.