viernes, 9 de noviembre de 2012

Rey Jesús "Capítulo XV: La mancha", Robert Graves

    Jesús volvió a Jerusalén con sus padres la Pascua siguiente. Esa vez José le permitió quedarse en la ciudad, después de la fiesta,para asistir a los debates y conferencias públicas.
   Después de despedirse de su familia fuera de las murallas, subió al templo. Un hombre de ojos húmedos que estaba sentado junto a la puerta de este lo reconoció y le dijo con una sonrisa destinada a ganar su buena voluntad:
   -Me alegra encontrarte, sabio Jesús de Nazaret. Esperaba verte hoy. Tengo una invitación para ti: que arbitres imparcialmente entre dos amigos que discuten un importante punto de la ley. Cada uno afirma que está en lo cierto, y han hecho una apuesta.
   -Es incorrecto hacer una apuesta acerca de la ley. Además, no soy un doctor.
   -No hay nada incorrecto en la discusión misma, y ya has iniciado el camino para ser doctor.
   -Gracias sean dadas a Dios-se apresuró a decir Jesús-.. ¿Quiénes son esas personas?
   -Maestros de una academia.
   -Entonces, que tomen por árbitro al jefe de la academia.
   -Me pidieron que esperara aquí a que vinieras; ellos insisten en que sólo tú puedes decidir ese punto.
   Jesús refrenó el impulso de enviar al anciano a ocuparse de sus propios asuntos; había algo maligno en su expresión. Pero recordó la paciencia que había demostrado siempre el sabio Hillel cuando se le pedía que resolviera problemas triviales; y al menos en una ocasión había habido una apuesta de por medio.
  -Haré lo que me pides-dijo de mala gana.
   El anciano lo condujo hasta una sombría habitación que daba al patio de los gentiles, y dijo a un levita alto y de aspecto estúpido que miraba por la ventana:
   -Retén aquí a este joven por un rato, amigo, mientras busco a las dos personas de quien te hablé.

Robert Graves, Rey Jesús  "Capítulo XV: La mancha".
Seleccionado por Sara Isabel Miranda Hernández, segundo de bachillerato. Curso 2012/2013.

Frankenstein, Shelley Mary, ''Relato del doctor Frankenstein'''

    Soy ginebrino de origen y nací en el seno de una de las familias más importantes del país. A lo largo de muchos años, mis antecesores fueron síndicos o consejeros y mi padre llevó a cabo con honra y consideración numerosos cargos oficiales. Todos quienes le conocían le respetaban a causa de su integridad y del incansable entusiasmo con que se dedicaba a la política pasó su juventud entregado por entero de los asuntos del país. Varios motivos le impidieron casarse a edad temprana y no pudo contraer matrimonio y convertirse en padre de familia hasta que su camino por la vida estaba ya muy avanzado.
   Como algunas circunstancias de su matrimonio aclaran su personalidad, no quiero seguir adelante sin citarlas. Su mejor amigo era un comerciante que, tras haber gozado de una desahogada situación, se vio en la miseria a causa de varios contratiempos económicos. Aquel hombre, llamado Beaufort, era de un carácter fuerte e intransigente. No fue capaz de soportar la vida de la miseria y verse olvidado por todos en la cuidad donde había destacado por su categoría y riqueza. Por ello, tras haber satisfecho honradamente sus deudas, se retiró a Lucerna acompañado por su hija y vivió, apartado de todos, casi en la más absoluta pobreza.    



Texto seleccionado por Laura Mahíllo, Segundo de bachillerato BHCS. Curso 2012-13

El sabueso de los Baskerville "Capítulo III: El problema", Arthur Conan Doyle

   Confieso que sentí un escalofrío al oír aquellas palabras. El estremecimiento en la voz del doctor mostraba que también a él le afectaba profundamente lo que acababa de contarnos. La emoción hizo que Holmes se inclinara hacia adelante y que apareciera en sus ojos el brillo duro e impasible que los iluminaba cuando algo le interesaba vivamente.
   -¿Las vio usted?
   -Tan claramente como estoy viéndolo a usted.
   -¿Y no dijo nada?
   -¿Para qué?
   -¿Cómo es que nadie más las vio?
   Las huellas estaban a unos veinte metros del cadáver y nadie se ocupó de ellas. Supongo que yo habría hecho lo mismo si no hubiera conocido la leyenda.
   ¿Hay muchos perros pastores en el páramo?
   Sin duda, pero en este caso no se trataba de un pastor.
   -¿Dice usted que era grande?
   -Enorme.
   -Pero,¿no se habría acercado al cadáver?
   -No.
   -¿Qué tiempo hacía aquella noche?
   -Húmedo y frío.
   -¿Pero no llovía?
   -No.
   -¿Cómo es el paseo?
   -Hay dos hileras de tejos muy antiguos que forman un seto impenetrable de cuatro metros de altura. El paseo tiene unos tres metros de ancho.
 
   Arthur Conan Doyle, El sabueso de los Baskerville "Capítulo III: El problema". Seleccionado por Sara Isabel Miranda Hernández, Segundo de Bachillerato. Curso 2012/2013.

Casandra, Christia Wolf.

Aquí fue. Ahí estaba. Esos leones de piedra, sin cabeza ahora, la miraron. Esa fortaleza, un día inexpugnable, ahora un montón de piedras, fue lo último que vio. Un enemigo hace tiempo olvidado y los siglos, sol, lluvia y viento la arrasaron. Inalterado el cielo, un bloque azul intenso, alto, dilatado.Cerca las murallas ciclópeamente ensambladas, hoy como ayer, que marcan su dirección al camino: hacia la puerta, bajo la cual no mana la sangre. Hacia lo tenebroso. Hacia el matadero. Y sola.
Con mi relato voy hacia la muerte.
Aquí termino, impotente, y nada, nada de lo que hubiera podido hacer o dejar de hacer, querer o pensar, que me hubiera conducido a otro objetivo. Más profundamente incluso que mi miedo, me empapa, corroe y envenena la indiferencia de los celestiales hacia nosotros los terrenos. Ha fracasado el intento de contraponer a su frialdad helada un poco de calor nuestro. Inútilmente intentamos sustraernos a sus actos de violencia, lo sé hace tiempo. Sin embargo, recientemente, de noche, durante la travesía, cuando las tormentas amenazaban destrozar nuestro barco desde todos los puntos cardinales, y no se sostenía nadie que no estuviera firmemente atado.

Christa Wolf, Casandra, pág 7,  seleccionado por Beatriz Iglesias , segundo de Bachilerato, curso 2012- 2013.

Fragmento del capítulo 33, El perfume, Patrick Süskind

  El marqués de la Taillade-Espinasse estuvo encantado con el nuevo perfume. Declaró que incluso para él, como descubridor del fluido letal, resultaba sorprendente ver la poderosa influencia que algo tan secundario y efímero como un perfume, ya procediera de orígenes cercanos o alejados de la tierra, podía ejercer sobre el estado general de un individuo. Grenouille, que pocas horas antes había yacido aquí pálido y sin conocimiento, tenía un aspecto fresco y saludable como cualquier hombre sano de su edad y, sí, casi podía decirse-teniendo en cuenta las limitaciones a las que estaba sujeto un hombre de su condición y escasa cultura-que había adquirido algo parecido a la personalidad. En todo caso, él, Taillade-Espinasse, informaría sobre el caso en el capítulo relativo a la dietética vital de su tratado inminente aparición sobre su teoría del fluido letal. Antes que nada, sin embargo, quería perfumarse también él con la nueva fragancia.

Texto seleccionado por Eduardo Montes, segundo de bachillerato curso 2012/2013. El perfume, Patrick Süskind.