Confieso que sentí un escalofrío al oír aquellas palabras. El estremecimiento en la voz del doctor mostraba que también a él le afectaba profundamente lo que acababa de contarnos. La emoción hizo que Holmes se inclinara hacia adelante y que apareciera en sus ojos el brillo duro e impasible que los iluminaba cuando algo le interesaba vivamente.
-¿Las vio usted?
-Tan claramente como estoy viéndolo a usted.
-¿Y no dijo nada?
-¿Para qué?
-¿Cómo es que nadie más las vio?
Las huellas estaban a unos veinte metros del cadáver y nadie se ocupó de ellas. Supongo que yo habría hecho lo mismo si no hubiera conocido la leyenda.
¿Hay muchos perros pastores en el páramo?
Sin duda, pero en este caso no se trataba de un pastor.
-¿Dice usted que era grande?
-Enorme.
-Pero,¿no se habría acercado al cadáver?
-No.
-¿Qué tiempo hacía aquella noche?
-Húmedo y frío.
-¿Pero no llovía?
-No.
-¿Cómo es el paseo?
-Hay dos hileras de tejos muy antiguos que forman un seto impenetrable de cuatro metros de altura. El paseo tiene unos tres metros de ancho.
Arthur Conan Doyle, El sabueso de los Baskerville "Capítulo III: El problema". Seleccionado por Sara Isabel Miranda Hernández, Segundo de Bachillerato. Curso 2012/2013.
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