Jesús volvió a Jerusalén con sus padres la Pascua siguiente. Esa vez José le permitió quedarse en la ciudad, después de la fiesta,para asistir a los debates y conferencias públicas.
Después de despedirse de su familia fuera de las murallas, subió al templo. Un hombre de ojos húmedos que estaba sentado junto a la puerta de este lo reconoció y le dijo con una sonrisa destinada a ganar su buena voluntad:
-Me alegra encontrarte, sabio Jesús de Nazaret. Esperaba verte hoy. Tengo una invitación para ti: que arbitres imparcialmente entre dos amigos que discuten un importante punto de la ley. Cada uno afirma que está en lo cierto, y han hecho una apuesta.
-Es incorrecto hacer una apuesta acerca de la ley. Además, no soy un doctor.
-No hay nada incorrecto en la discusión misma, y ya has iniciado el camino para ser doctor.
-Gracias sean dadas a Dios-se apresuró a decir Jesús-.. ¿Quiénes son esas personas?
-Maestros de una academia.
-Entonces, que tomen por árbitro al jefe de la academia.
-Me pidieron que esperara aquí a que vinieras; ellos insisten en que sólo tú puedes decidir ese punto.
Jesús refrenó el impulso de enviar al anciano a ocuparse de sus propios asuntos; había algo maligno en su expresión. Pero recordó la paciencia que había demostrado siempre el sabio Hillel cuando se le pedía que resolviera problemas triviales; y al menos en una ocasión había habido una apuesta de por medio.
-Haré lo que me pides-dijo de mala gana.
El anciano lo condujo hasta una sombría habitación que daba al patio de los gentiles, y dijo a un levita alto y de aspecto estúpido que miraba por la ventana:
-Retén aquí a este joven por un rato, amigo, mientras busco a las dos personas de quien te hablé.
Robert Graves, Rey Jesús "Capítulo XV: La mancha".
Seleccionado por Sara Isabel Miranda Hernández, segundo de bachillerato. Curso 2012/2013.
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