viernes, 27 de noviembre de 2009

Las mil y una noches, "Simbad el marino".

Al levantarme no encontré a nadie. El buque había zarpado, sin que nadie de los pasajeros o tripulantes se acordase de mí; me habían abandonado en la isla. Me volví a derecha e izquierda pero no vi a nadie más. Me entró un terror profundo, hasta el punto de que por poco me estalla el corazón de pena y tristeza. Me había quedado sin ninguna de las ventajas del mundo y no tenía qué comer o beber; además, estaba solo. Desesperé de la vida y dije: “Tanto va el cántaro a la fuente, que al fin se rompe. ”Si la primera vez me salvé y encontré quien me llevase consigo desde aquella isla hasta la civilización, esta vez no creo que vuelva a tener la misma suerte.» Empecé a llorar y a lamentarme, y me entró tal rabia, que me maldije a mí mismo por lo que había hecho: volver a viajar y fatigarme, después de haberme instalado cómodamente en mi casa y en mi país, en donde vivía satisfecho y tenía a mi disposición comidas, bebidas y vestidos magníficos, sin necesitar dinero ni mercancías.
Me volví casi loco. Me puse de pie rabiosamente y empecé a recorrer la isla en todas direcciones, sin poder detenerme en ningún sitio: Después me subí a un árbol altísimo y extendí la mirada en derredor, sin ver más que agua, árboles, pájaros, islas y arenas. Al mirar más atentamente distinguí algo blanco y muy grande que había en la isla. Bajé del árbol, me dispuse a ver de qué se trataba y marché en aquella dirección. Era una gran cúpula blanca, muy elevada y de gran circunferencia. Me acerqué, di la vuelta en torno a ella y no encontré ninguna puerta ni tuve fuerza ni agilidad suficientes, dado lo lisa que era, para trepar por ella.
Señalé el sitio en que me encontraba y medí su circunferencia: tenía cincuenta pasos justos. Empecé a pensar qué hacer para conseguir entrar, pues se acercaba la noche. De repente se ocultó el sol.
Pensé que tal vez había sido tapado por una nube, pero como estábamos en verano me extrañó. Levanté la cabeza y vi un pájaro enorme, de gigantesco cuerpo y descomunal envergadura de alas, que surcaba el aire.
Había tapado el sol a su paso. Me admiré muchísimo y recordé una historia...
Schehrezade se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche quinientas cuarenta y cuatro, refirió:
-Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que Simbad prosiguió: Recordé una historia que había oído hacía tiempo a los viajeros y caminantes: En una isla vivia un pájaro enorme, llamado ruj, que alimentaba a sus polluelos con elefantes. Entonces me convencí de que la cúpula que estaba viendo era un huevo de ruj, y me admiré de la creación de Dios (¡ensalzado sea!). Mientras me encontraba en esta situación, el pájaro descendió sobre la cúpula, empezó a incubarla con las alas, y apoyando las patas en el suelo por detrás, se durmió encima. ¡Gloria a Aquel que no duerme! Entonces deshice el turbante que llevaba en la cabeza, lo doblé y lo trencé hasta que quedó transformado en una cuerda; me ceñí la cintura con él y me até al pie de aquel pájaro lo más fuertemente que pude. Me dije: «Éste tal vez me conduzca a los países habitados y civilizados.»
Pasé aquella noche en vela, temeroso de dormirme y de que el pájaro arrancase a volar estando yo inconsciente.
Al hacerse de día el ave se levantó del huevo, dio un grito fortísimo y se elevó conmigo por los aires. Creí que había llegado a las nubes. Luego descendió hasta posarse en el suelo en un lugar elevado. En cuanto toqué tierra me apresuré a desatarme, pues temía que el bicho advirtiese mi presencia; pero no notó nada. El ruj cogió algo entre sus garras y se echó a volar de nuevo. Me fijé en lo que llevaba: era una serpiente enorme, que transportaba en dirección al mar. Me encontraba en un altozano a cuyo pie corría un río profundo y ancho, encajonado entre montañas elevadísimas, cuyas cimas no alcanzaba a distinguir; nadie tiene fuerzas suficientes para escalarlas. Al ver aquello me dije: «¡Ojalá me hubiese quedado en la isla, que era más hermosa que este lugar desértico! Por lo menos allí había variadas clases de fruta para comer, y riachuelos en los que beber. En cambio aquí no hay ni árboles, ni frutos, ni ríos. ¡No hay fuerza ni poder sino en Dios, el Altísimo, el Grande! ¡Escapo de una calamidad para caer en otra mayor y más peligrosa!»
Me puse en pie, traté de animarme y empecé a recorrer el valle. Todo su suelo estaba cubierto de diamantes; los metales preciosos y las gemas afloraban por doquier; había porcelana y ónice. Todo el valle estaba lleno de serpientes y víboras, cada una de las cuales tenía el tamaño de una palmera; eran tan enormes que podían muy bien tragarse un elefante. Aparecían por la noche y se ocultaban durante el día, dado el temor que les infundían el pájaro ruj y las águilas, que, no sé por qué razón, las cogen para despedazarlas. Me arrepentí de lo que había hecho, mientras exclamaba: «Por Dios he precipitado mi muerte.»

Anónimo, Las mil y una noches.

El Cantar de los Nibelungos ''El asesinato de Sigfrido y la venganza de Brunilda'', Anónimo.

El destino le tendió a Sigfrido una trampa
lo engañaron y bebió la pócima mágica del olvido,
con sinsabores amargos de hiel exiguo
su amada Brunilda lo esperó durante días
aletargada en su inmensa agonía.

El caballero galopó por los senderos
llegó a la gruta del oro y de los sueños,
mató al dragón guardián celoso eterno
y se bañó en su sangre glorioso
para protegerse del infierno.

Mas Brunilda lo esperaba con anhelo
y él en brazos de otra encontró consuelo,
con el tesoro que le robó a los nibelungos
le llegó la maldición a su destino sin rumbo.

Él se casó con una hermosa princesa
y en el banquete su memoria regresa,
corre Sigfrido a buscar a su amada
pero la muerte lo espera lo engalana.

Brunilda derrama lágrimas de muerte
es tanto el dolor que su alma se pierde,
desconsolada se arroja al fuego
donde su amado es cremado con esmero.

Se fusionan las cenizas de ambos amantes
viajaran por el cosmos con sueños alucinantes,
ésta es la leyenda de Brunilda y Sigfrido
de un amor tan grande marcado por el destino.

Anónimo, Cantar de los Nibelungos, http://www.mundopoesia.com/foros/poemas-fantasticos-ciencias-ocultas-miticos-y-tecnologicos/6683-el-cantar-de-los-nibelungos.html. Seleccionado por Beatriz Curiel Lumbreras, segundo de Bachillerato, curso 2009-2010.


Fábulas "El águila y el escarabajo", Esopo

Estaba una liebre siendo perseguida por un águila, y viéndose perdida pidió ayuda a un escarabajo, suplicándole que la salvara.

Le pidió el escarabajo al águila que perdonara a su amiga. Pero el águila, despreciando la insignificancia del escarabajo, devoró a la liebre en su presencia.

Desde entonces, buscando vengarse, el escarabajo observaba los lugares donde el águila ponía sus huevos, y haciéndolos rodar, los tiraba a tierra. Viéndose el águila echada del lugar a donde quiera que fuera, recurrió a Zeus pidiéndole un lugar seguro para depositar sus futuros pequeñuelos.

Le ofreció Zeus colocarlos en su regazo, pero el escarabajo, viendo la táctica escapatoria, hizo una bolita de barro, voló y la dejó caer sobre el regazo de Zeus. Se levantó entonces Zeus para sacudirse aquella suciedad, y tiró por tierra los huevos sin darse cuenta. Por eso, desde entonces, las águilas no ponen huevos en la época en que salen a volar los escarabajos.

Nunca desprecies lo que parece insignificante,
pues no hay ser tan débil que no pueda alcanzarte.

Esopo, El águila y el escarabajo, referencia: http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/euro/esopo/escaraba.htm. Fragmento seleccionado por Fabiola Muñoz

jueves, 26 de noviembre de 2009

Fábulas "Prometeo y los hombres", Esopo

Prometeo por orden de Zeus modeló a los hombres y a las fieras.

Zeus al ver que eran mucho más numerosos los animales irracionales le ordenó que deshaciendo algunas de las fieras las transformara en hombres.

Tras hacerse lo ordenado sucedió que los que los que habían sido modelados a partir de ellas tenían la forma de hombres pero sus almas de fieras.

En relación con un varón grosero y bestial esta fábula es oportuna.

Esopo, Prometeo y los hombres. Seleccionado por Cristina Martín, segundo de Bachillerato.

El lobo y la cabra, Fedro

Encontró un lobo a una cabra que pastaba a la orilla de un precipicio. Como no podía llegar a donde estaba ella le dijo:

-Oye amiga, mejor baja pues ahí te puedes caer. Además, mira este prado donde estoy yo, está bien verde y crecido.

Pero la cabra le dijo:

-Bien sé que no me invitas a comer a mí, sino a ti mismo, siendo yo tu plato.

Conoce siempre a los malvados, para que no te atrapen con sus engaños.

Fedro, Fábulas. Texto seleccionado por Cristina Martín, segundo de Bachillerato, curso 2009-2010.

Los perros hambrientos, Fedro

Vieron unos perros hambrientos en el fondo de un arroyo unas pieles que estaban puestas para limpiarlas; pero como debido al agua que se interponía no podían alcanzarlas decidieron beberse primero el agua para así llegar fácilmente a las pieles.

Pero sucedió que de tanto beber y beber, reventaron antes de llegar a las pieles.

Ten siempre cuidado con los caminos rápidos, pues no siempre son los más seguros.

Fedro, Fábulas. Seleccionado por Cristina Martín, segundo de Bachillerato, curso 2009-2010.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Odisea, Homero.

[…] Entonces me dijo la soberana Circe:
« […] Escucha ahora tú lo que voy a decirte y lo recordará después el dios mismo.
«"Primero llegarás a las Sirenas, las que hechizan a todos los hombres que se acercan a ellas. Quien acerca su nave sin saberlo y escucha la voz de las Sirenas ya nunca se verá rodeado de su esposa y tiernos hijos, llenos de alegría porque ha vuelto a casa; antes bien, lo hechizan éstas con su sonoro canto sentadas en un prado donde las rodea un gran montón de huesos humanos putrefactos, cubiertos de piel seca. Haz pasar de largo a la nave y, derritiendo cera agradable como la miel, unta los oídos de tus compañeros para que ninguno de ellos las escuche. En cambio, tú, si quieres oírlas, haz que te amarren de pies y manos, firme junto al mástil que sujeten a éste las amarras , para que escuches complacido, la voz de las dos Sirenas; y si suplicas a tus compañeros o los ordenas que te desaten, que ellos te sujeten todavía con más cuerdas.
«"Cuando tus compañeros las hayan pasado de largo, ya no te diré cuál de dos caminos será el tuyo; decídelo tú mismo en el ánimo. Pero te voy a decir los dos: a un lado hay unas rocas altísimas, contra las que se estrella el oleaje de la oscura Anfitrite. Los dioses felices las llaman Rocas Errantes. No se les acerca ningún ave, ni siquiera las temblorosas palomas que llevan ambrosía al padre Zeus; que, incluso de éstas, siempre arrebata alguna la lisa piedra, aunque el Padre (Zeus) envía otra para que el número sea completo. Nunca las ha conseguido evitar nave alguna de hombres que haya llegado allí, sino que el oleaje del mar, junto con huracanes de funesto fuego, arrastra maderos de naves y cuerpos de hombres. Sólo consiguió pasar de largo por allí una nave surcadora del ponto, la célebre Argo, cuando navegaba desde el país de Eetes. Incluso entonces la habría arrojado el oleaje contra las gigantescas piedras, pero la hizo pasar de largo Hera, pues Jasón le era querido.
«"En cuanto a los dos escollos, uno llega al vasto cielo con su aguda cresta y le rodea oscura nube. Ésta nunca le abandona, y jamás, ni en invierno ni en verano, rodea su cresta un cielo despejado. No podría escalarlo mortal alguno, ni ponerse sobre él, aunque tuviera veinte manos y veinte pies, pues es piedra lisa, igual que la pulimentada. En medio del escollo hay una oscura gruta vuelta hacia Poniente, que llega hasta el Erebo, por donde vosotros podéis hacer pasar la cóncava nave, ilustre Odiseo. Ni un hombre vigoroso, disparando su flecha desde la cóncava nave, podría alcanzar la hueca gruta. Allí habita Escila, que aulla que da miedo: su voz es en verdad tan aguda como la de un cachorro recién nacido, y es un monstruo maligno. Nadie se alegraría de verla, ni un dios que le diera cara. Doce son sus pies, todos deformes, y seis sus largos cuellos; en cada uno hay una espantosa cabeza y en ella tres filas de dientes apiñados y espesos, llenos de negra muerte. De la mitad para abajo está escondida en la hueca gruta, pero tiene sus cabezas sobresaliendo fuera del terrible abismo, y allí pesca explorándolo todo alrededor del escollo , por si consigue apresar delfines o perros marinos, o incluso algún monstruo mayor de los que cría a miles la gemidora Anfitrite. Nunca se precian los marineros de haberlo pasado de largo incólumes con la nave, pues arrebata con cada cabeza a un hombre de la nave de oscura proa y se lo lleva.
«"También verás, Odiseo, otro escollo más llano cerca uno de otro. Harías bien en pasar por él como una flecha. En éste hay un gran cabrahigo cubierto de follaje y debajo de él la divina Caribdis sorbe ruidosamente la negra agua. Tres veces durante el día la suelta y otras tres vuelve a sorberla que da miedo. ¡Ojalá no te encuentres allí cuando la está sorbiendo, pues no te libraría de la muerte ni el que sacude la tierra! Conque acércate, más bien, con rapidez al escollo de Escila y haz pasar de largo la nave, porque mejor es echar en falta a seis compañeros que no a todos juntos."
«Así dijo, y yo le contesté y dije:
«"Diosa, vamos, dime con verdad si podré escapar de la funesta Caribdis y rechazar también a Escila cuando trate de dañar a mis compañeros."
«Así dije, y ella al punto me contestó, la divina entre las diosas:
«"Desdichado, en verdad te placen las obras de la guerra y el esfuerzo. ¿Es que no quieres ceder ni siquiera a los dioses inmortales? Porque ella no es mortal, sino un azote inmortal, terrible, doloroso, salvaje e invencible. Y no hay defensa alguna, lo mejor es huir de ella, porque si te entretienes junto a la piedra y vistes tus armas contra ella, mucho me temo que se lance por segunda vez y te arrebate tantos compañeros como cabezas tiene. Conque conduce tu nave con fuerza e invoca a gritos a Cratais, madre de Escila, que la parió para daño de los mortales. Ésta la impedirá que se lance de nuevo.


Homero, Odisea, seleccionado por Cristina Perianes Calle, segundo de Bachillerato.

martes, 24 de noviembre de 2009

Fábulas "El pescador y el boquerón" Esopo

Un pescador al echar la red sacó un boquerón. Y éste le suplicaba que por el momento lo soltara, pues era pequeño, luego, cuando creciera, podría cogerlo por ser de más utilidad. El pescador dijo: “Muy tonto sería si, dejando marchar la ganancia que tengo en las manos, persiguiera una esperanza incierta.”
La fábula muestra que es preferible tomar la ganancia presente, aunque sea pequeña, que la que se espera, aunque sea grande.

Esopo, El pescador y el boquerón. Seleccionado por Susana Sánchez Custodio, segundo de Bachillerato curso 2009-2010

sábado, 21 de noviembre de 2009

Edipo rey, Sófocles

CORO:
¡Ah dolor, terrible de contemplar para los hombres!
El más duro de todos cuantos yo he encontrado.
¿Qué locura, triste de ti, te entró?
No puedo mirarte.
Tal es el miedo que me causas.
Y no es extraño que en mitad de estos infortunios un doble duelo llores y una doble pena arrastres.
Hiciste algo terrible.
¿Como te atreviste así a arrasar tus ojos?

EDIPO: Apolo fue. Fue Apolo, amigos míos, Apolo el que todos mis males trajo. Si hubiera muerto entonces no habría sido asesino de mi padre, ni esposo de mi madre. Ahora soy un maldito de los dioses.
¡Oh, Citerón!
¿Por qué no me mataste aquel día infausto? ¡Oh, cruce de caminos, valle oculto, encinar, angostura del camino que bebisteis la sangre de mi padre, ¡la mía!, de mis manos! ¡Oh, madre, madre me diste el ser y luego me diste hijos a mí y diste a luz, padres, hermanos, hijos, todos juntos en sangre! Llevadme fuera, por los dioses y escondedme o matadme o arrojadme a la mar, allí donde no volváis a verme.

CORIFEO: Aquí llega Creonte para obrar y resolver, pues él solo ha quedado como guía de este país.

(Llega Creonte)
CREONTE: Edipo, no he venido para burlarme, ni vengo para reprocharte nada de lo ya pasado. Acompañadlo a casa, pues sólo la familia puede, sin faltar a la piedad, ver sin horror y escuchar los males de los suyos.

EDIPO: Por los dioses, tú el más noble concédeme una gracia.

CREONTE: ¿Qué quieres obtener de mí?

EDIPO: Échame pronto del país, donde no pueda hablarme ninguno de los hombres.

CREONTE: Así se dijo; sin embargo, en esta situación, es preferible preguntar a los dioses qué hay que hacer.

EDIPO: Deja que viva en las montañas, donde está el Citerón que llaman mío, el que mi padre y mi madre me destinaron como tumba, para que muera según ellos lo quisieron. De mis hijos varones no te cuides, Creonte; hombres son y, donde quiera que estén, no carecerán de recursos de vida. Cuídame, en cambio, a mis pobres niñas, prendas desgraciadas, jamás mi mesa ha estado sin ellas; en todo lo mío ellas tenían siempre parte. Déjame que las toque con mis manos y llore mi desdicha. Mi llanto es por vosotras -no puedo veros-; pienso en el resto de vuestra vida amarga.

CREONTE: Basta ya de lágrimas.

EDIPO: Llévame de aquí ya.

CREONTE: ¡Vete!

EDIPO: ¡Hijas! ¿Dónde estáis?

CREONTE: No quieras tener poder en todo, que aún aquellas cosas que tuviste no te han seguido a lo largo de la vida.

Sófocles, Edipo rey, adaptación de Miguel Lumera Guerrero de las traducciones de Assela Alamillo, Agustín García Calvo y Francisco Rodríguez Adrados.

Edipo rey, Sófocles

(Llega Tiresias)
EDIPO: Tiresias, tú que todo lo sabes, lo explicable y lo inexplicable, lo que pasa en el cielo y en la tierra, dinos qué enfermedad padece esta ciudad, pues tú aunque ciego, eres el único salvador que le encontramos.
No calles la respuesta de las aves ni otro camino de la adivinación. Sálvate, salva a la ciudad y sálvame. Aleja toda la impureza que nos rodea.
¡Que un hombre ayude a otros es la más noble de todas las acciones!

TIRESIAS: ¡Qué terrible es saber cuando no rinde provecho al que lo sabe!
Yo lo sé muy bien, pero lo había olvidado; si no, no hubiera venido hasta aquí.

EDIPO: ¿Qué te sucede? ¡Con mucho desánimo has llegado?

TIRESIAS: Déjame ir a mi casa; es así como mejor soportaremos nuestra vida, la tuya tú y la mía yo, si me haces caso.

EDIPO: Por los dioses, si lo sabes, no lo calles; te lo pedimos todos estos suplicantes.

TIRESIAS: Porque ninguno lo sabéis. Pero no hay cuidado de que yo revele mis desdichas... por no decir las tuyas.

EDIPO: ¿Cómo? ¿Sabiéndolo, no vas a hablar? ¿Piensas traicionarnos y arruinar tu ciudad?

TIRESIAS: Son cosas que vendrán aunque yo las envuelva en mi silencio.

EDIPO: Pues bien, si han de venir, debes decírmelas.

TIRESIAS: No diré una palabra más. Ante esto ya, si quieres, enfurécete con la cólera más fiera.

EDIPO: Sabe que me pareces haber tramado el crimen y haberlo ejecutado, y si pudieras ver, diría que el crimen fue obra tuya.

TIRESIAS: Te requiero a que cumplas la proclama que has lanzado: ¡desde este día no nos hables ni a éstos ni a mí, pues tú eres la maldición funesta que contamina este país!

EDIPO: ¿Dónde piensas huir de esto que has hecho?

TIRESIAS: Estoy ya a salvo: llevo en mí la verdad, ésta es mi fuerza.

EDIPO: ¿De quién la sabes?

TIRESIAS: De ti. Tú me forzaste a hablar mal de mi grado.

EDIPO: No te he entendido bien. Habla de nuevo.

TIRESIAS: Digo que eres el asesino al que buscas.

EDIPO: No dirás dos veces tan contento injurias tales.

TIRESIAS: ¿Qué más he de decir, para que más te encolerices? No advertiste que tenías un trato infame con los más queridos y no ves adónde puede llegar tu desgracia. Tú eres desgraciado por hacer reproches que ninguno de éstos dejará de hacerte muy en breve.

EDIPO: ¿Es cosa tuya o de Creonte esta maquinación?

TIRESIAS: No es Creonte ningún mal para ti; sino tú para ti mismo.

EDIPO: ¡Riqueza y poder y astucia, cómo os envidian! Creonte el fiel, el amigo de siempre me ataca y desea destronarme lanzándome este brujo, este tramposo, este embustero charlatán.
Penando pagaréis la culpa el que esto ha urdido y tú.

CORIFEO: Edipo, lo mismo sus palabras que las tuyas han sido dichas con ira.
No son estas palabras las que resultan necesarias, sino buscar cómo descifraremos mejor el oráculo del dios.

TIRESIAS: Aunque tú eres el rey, quiero contestarte, pues yo no vivo como esclavo tuyo, sino de Apolo; no voy a aliarme con Creonte como patrono.
Te digo, ya que tú como a ciego me injuriaste: teniendo vista, tú no ves a qué punto has llegado de desgracia, ni dónde moras, ni con quién vives.
La doble maldición de tu madre y tu padre ha de expulsarte un día de esta tierra, un día en el que tú, que ahora tienes vista, sólo verás las tinieblas.
¡Después de esto injuria a Creonte y a mí también cúbreme de insulto y lodo: que no habrá mortal ninguno que peor que tú se vea un día atormentado.

EDIPO: ¡Vete a los infiernos! ¡Da la vuelta y vete y marcha lejos de este palacio!

TIRESIAS: No habría venido aquí, si no me hubieras llamado.

EDIPO: Porque no sabía que tu boca iba a decir palabras insensatas.

TIRESIAS: Me voy pues ya he dicho aquello para lo que vine, no por miedo de tu persona; pues no puedes causarme mal alguno. Yo te digo: ese hombre al que buscas hace tiempo, amenazando y lanzando proclamas sobre la muerte del rey Layo, está aquí: pasa por extranjero aquí asentado, pero pronto se verá que ha nacido tebano y no se alegrará con el hallazgo: porque ciego habiendo visto y mendigo en vez de rico, recorrerá tierras extrañas.

TIRESIAS y CORO:
Verán todos que es al mismo tiempo
padre y hermano de los hijos con quien vive,
hijo y esposo de la mujer de que nació
y heredero del lecho y asesino de su padre.
Reflexiona sobre esto
y si descubres que he mentido,
di ya que de adivinación
no entiendo nada.
(Sale Tiresias)

Sófocles, Edipo rey, Adaptación de Miguel Lumera Guerrero de las traducciones de Assela Alamillo, Agustín García Calvo y Francisco Rodríguez Adrados.

Deucalión y Pirra.

Deucalión, hijo de Prometeo y de la oceánide Clímene, reinó en el territorio de Ftía y casó con Pirra, hija de Epimeteo y Pandora. Habiendo decidido Zeus destruir la raza humana sepultándola bajo las aguas, Prometeo aconsejó a su hijo que construyera una gran arca, la llenara de provisiones y se metiera en ella con su esposa.
Iniciado el diluvio, el arca navegó durante nueve días a la deriva, hasta que, al fin, se acercó al monte Parnaso, el único lugar que no había sido anegado.
Cuando cesaron las lluvias, Deucalión y Pirra desembarcaron y ofrecieron sacrificios a Zeus, dirigiéndose después al oráculo de Temis para preguntarle cómo podrían conseguir compañeros. La respuesta fue que arrojaran tras de sí los huesos de su madre, y ellos entendieron que se trataba de la Madre-Tierra, cuyos huesos debía ser las piedras; en efecto, de las piedras lanzadas por Deucalión iban naciendo hombres, y de las que arrojaba Pirra, mujeres.


Anónimo, Deucalión y Pirra, Mitología Griega. Seleccionado por Beatriz Curiel Lumbreras, segundo de bachillerato curso 2009-2010.

martes, 17 de noviembre de 2009

Génesis "Noé y el arca salvadora"





Esta es la historia de Noé.
Noé era un hombre justo y honrado entre sus contemporáneos, un hombre fiel a Dios.(...)Entonces dijo Dios a Noé:
-Tengo decidido el fin de todos los seres vivos, porque toda la tierra está llena de maldad a causa de los hombres; voy a exterminarlos a todos de la tierra. Tú hazte un arca de madera resinosa, dividida en compartimentos, y calafatéala con brea por dentro y por fuera. (...)Porque voy a desencadenar sobre la tierra un diluvio de agua para acabar con todos los seres vivos que hay en el cielo. Todo cuanto existe en la tierra perecerá.
Contigo, sin embargo, estableceré mi alianza. Entrarás en el arca tú con tus tres hijos, tu mujer y tus nueras. Toma una pareja de cada especie de animales, macho y hembra, y métela en el arca, para salvarlos contigo. (...)La tierra estuvo inundada durante ciento cincuenta días. (...)La tierra estaba completamente seca el día veintisiete del segundo mes.
Entonces habló Dios a Noé y le dijo:
-Sal del arca, tú, tu mujer, tus hijos y tus nueras. Haz que salgan también los animales de toda clase que están contigo: aves,ganados y reptiles; que llenen la tierra, crezcan y se multipliquen sobre ella.

(Seleccionado por Beatriz Curiel Lumbreras, segundo de bachillerato curso 2009-2010)
(ANÓNIMO:''Noé y el arca salvadora'', Libro del Génesis, Antiguo Testamento, La Biblia, Atenas-Madrid, La Casa de la Biblia, Edición popular, 1993, pág.18-19)