CORO:
¡Ah dolor, terrible de contemplar para los hombres!
El más duro de todos cuantos yo he encontrado.
¿Qué locura, triste de ti, te entró?
No puedo mirarte.
Tal es el miedo que me causas.
Y no es extraño que en mitad de estos infortunios un doble duelo llores y una doble pena arrastres.
Hiciste algo terrible.
¿Como te atreviste así a arrasar tus ojos?
EDIPO: Apolo fue. Fue Apolo, amigos míos, Apolo el que todos mis males trajo. Si hubiera muerto entonces no habría sido asesino de mi padre, ni esposo de mi madre. Ahora soy un maldito de los dioses.
¡Oh, Citerón!
¿Por qué no me mataste aquel día infausto? ¡Oh, cruce de caminos, valle oculto, encinar, angostura del camino que bebisteis la sangre de mi padre, ¡la mía!, de mis manos! ¡Oh, madre, madre me diste el ser y luego me diste hijos a mí y diste a luz, padres, hermanos, hijos, todos juntos en sangre! Llevadme fuera, por los dioses y escondedme o matadme o arrojadme a la mar, allí donde no volváis a verme.
CORIFEO: Aquí llega Creonte para obrar y resolver, pues él solo ha quedado como guía de este país.
(Llega Creonte)
CREONTE: Edipo, no he venido para burlarme, ni vengo para reprocharte nada de lo ya pasado. Acompañadlo a casa, pues sólo la familia puede, sin faltar a la piedad, ver sin horror y escuchar los males de los suyos.
EDIPO: Por los dioses, tú el más noble concédeme una gracia.
CREONTE: ¿Qué quieres obtener de mí?
EDIPO: Échame pronto del país, donde no pueda hablarme ninguno de los hombres.
CREONTE: Así se dijo; sin embargo, en esta situación, es preferible preguntar a los dioses qué hay que hacer.
EDIPO: Deja que viva en las montañas, donde está el Citerón que llaman mío, el que mi padre y mi madre me destinaron como tumba, para que muera según ellos lo quisieron. De mis hijos varones no te cuides, Creonte; hombres son y, donde quiera que estén, no carecerán de recursos de vida. Cuídame, en cambio, a mis pobres niñas, prendas desgraciadas, jamás mi mesa ha estado sin ellas; en todo lo mío ellas tenían siempre parte. Déjame que las toque con mis manos y llore mi desdicha. Mi llanto es por vosotras -no puedo veros-; pienso en el resto de vuestra vida amarga.
CREONTE: Basta ya de lágrimas.
EDIPO: Llévame de aquí ya.
CREONTE: ¡Vete!
EDIPO: ¡Hijas! ¿Dónde estáis?
CREONTE: No quieras tener poder en todo, que aún aquellas cosas que tuviste no te han seguido a lo largo de la vida.
Sófocles, Edipo rey, adaptación de Miguel Lumera Guerrero de las traducciones de Assela Alamillo, Agustín García Calvo y Francisco Rodríguez Adrados.
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