viernes, 15 de enero de 2016

Cuarteto de Alejandría, Lawrence Durrell

Aquella guerra había llegado hasta nosotros por el agua con tanto sigilo, gradualmente, como las nubes que llenan en silencio el horizonte de extremo a extremo. Pero no había estallado todavía. Sólo sus rumores oprimían el corazón con esperanzas y temores contradictorios. Al principio, se pensó que pronosticaba la caída del mundo civilizado; pero pronto se vio que esa esperanza era vana. No; sería, como siempre, el fin de la ternura, de la seguridad, de la temperancia; el fin de las esperanzas del artista, del desinterés, de la alegría. Fuera de eso, todos los demás rasgos de la condición humana se verían afirmados y acentuados. Tal vez, sin embargo, surgía ya, por detrás de las apariencias, alguna verdad, poraue la muerte eleva todas las tensiones y nos permite unas pocas semiverdades menos que aquellas de que vivimos en épocas normales. Eso era todo cuanto sabíamos hasta entonces de aquel dragón desconocido divas garras se habían clavado ya en el resto del mundo. ¿Todo? Sí, sin duda una vez o dos el alto cielo se había inflamado con el estigma de invisibles bombarderos, pero sus ruidos no habían podido ahogar el zumbido familiar de las abejas isleñas, pues no había casa que no poseyera algunas colmenas enjalbegadas. ¿Qué más? Una vez (esto tenía ya un carácter más real) un submarino asomó su periscopio en la bahía y vigiló la costa durante algunos minutos. Acaso nos vio mientras nos bañábamos en la punta. Saludamos con la mano. Pero un periscopio no tiene brazos para devolver el saludo. Tal vez en las playas norteñas se había descubierto algo más extraño: un viejo lobo marino dormitando al sol como un musulmán sobre su alfombra de oraciones. Pero también esto tenía poco que ver con la guerra.
 No obstante, todo comenzó a cobrar cierta realidad cuando el pequeño caique enviado por Nessim irrumpió aquella noche en el oscuro muelle, piloteado por tres marinos de as pecto hosco, armados con pistolas automáticas. No eran griegos, aunque hablaban la lengua con agresiva autoridad. Referían historias de ejércitos destrozados y de muertes por congelación; aunque en un sentido era ya demasiado tarde, pues el vino había obnubilado la conciencia de los viejos, y sus relatos, no encontrando eco, se disipaban rápidamente. Pero a mí me impresionaron aquellos tres especímenes de apergaminados rostros que venían de una civilización desconocida que se llamaba guerra. Parecían sentirse incómodos en tan buena compañía. La piel se veía tensa, como gastada, sobre los pómulos sin afeitar. Fumaban con avidez, arrojando el humo azul por la boca y la nariz como sibaritas. Cuando bostezaban, aquellos bostezos parecían 14 nacer en el mismo escroto. Nos confiamos con recelo a su cuidado, pues eran los primeros rostros hostiles que veíamos desde hacía mucho tiempo.

Lawrence Durrell, Cuarteto de Alejandría, file:///C:/Documents%20and%20Settings/alumno/Mis%20documentos/Downloads/durrell,_lawrence_-_el_cuarteto_de_alejandria_iv_-_clea.pdf. Seleccionado por Lidia Rodríguez Suárez, segundo de bachillerato, curso 2015-2016.

Alicia en el país de las maravillas, Lewis Carrol

     El grupo que se reunió en la orilla tenia un aspecto realmente extraño: los pájaros con las plumas sucias, los otros animales con el pelo pegado al cuerpo, y todos calados hasta los huesos, malhumorados e incómodos.
     Lo primero era, naturalmente, discurrir el modo de secarse: lo discutieron entre ellos, y a los pocos minutos a Alicia le parecía de lo más natural encontrarse en aquella reunión y hablar familiarmente con los animales, como si los conociera de toda la vida .Sostuvo incluso una larga discusión con el Loro, que terminó poniéndose muy tozudo y sin querer decir otra cosa que "soy más viejo que tú, y tengo que saberlo mejor". Y como Alicia se negó a darse por vencida sin saber antes la edad del Loro, y el Loro se negó rotundamente a confesar su edad, ahí acabó la conversación. 
    
        Lewis Carrol, Alicia en el pais de las maravillas, https://www.ucm.es/data/cont/docs/119-2014-02-19-Carroll.AliciaEnElPaisDeLasMaravillas.pdf.
        Seleccionado por Julia Mateos Gutiérrez. Segundo de Bachillerato. Curso 2016-2017

Las olas, Virginia Woolf


«La marea comienza a descender. Los árboles afirman nuevamente sus raíces en la tierra. Las olas de sangre que golpeaban mis costados se apaciguan y mi corazón echa anclas, semejante a un barco cuyas velas se deslizan, cayendo suavemente sobre el puente inmaculado. El juego ha concluido. Es hora de ir a tomar el té».

La pandilla de jactanciosos se ha marchado finalmente a jugar cricket —dijo Luis—. Se han marchado en el gran break cantando en coro. Todos vuelven la cabeza simultáneamente en el instante en que van a desaparecer detrás del bosquecillo de laureles. Sin duda, se habrán puesto a jactarse de nuevo: el hermano de Larpent jugó fútbol con el equipo de Oxford: el padre de Smith completó cien puntos en el match de Lord. Archie y Hugo: Parker y Dalton: Larpent y Smith. Luego, los mismos nombres se repiten nuevamente: Archie y Hugo, Parker y Dalton: Larpent y Smith: los nombres son siempre los mismos. Ellos son scouts, juegan cricket: son miembros de la Sociedad de Historia Natural. Andan siempre en bandas y desfilan de a cuatro, llevando insignias en sus gorras y haciendo un saludo simultáneo al pasar junto al retrato de su jefe. ¡Cuán majestuoso es su orden, cuán hermosa su obediencia! Si yo pudiera seguirles, si pudiera estar entre ellos, sacrificaría con gusto todo lo que sé. Pero ellos maltratan a las mariposas, les arrancan las alas y arrojan a los rincones pañuelos sucios y manchados de sangre. Ellos hacen llorar a los niños pequeños en los corredores oscuros. Tienen grandes orejas rojas que sobresalen bajo sus gorras. Sin embargo, Nerine y yo querríamos parecernos a ellos… Yo les miro pasar con envidia. Escondido detrás de alguna cortina, observo con deleite la simultaneidad de sus movimientos. Si sus piernas reforzaran las mías ¡cómo correría yo con ellos! Si yo anduviera en su compañía si hubiera ganado partidas de cricket con ellos y hubiera remado eh las grandes regatas y hubiera galopado con ellos el día entero, ¡cómo cantaría canciones a voz en cuello por las noches! ¡Qué torrente de palabras brotaría entonces de mi garganta!

—Percival se ha marchado —dijo Neville—. No piensa en otra cosa que en el match. Ni siquiera nos hizo un saludo con la mano cuando el break desapareció detrás del arbusto de laureles. Me desprecia porque soy demasiado débil para tomar parte en el juego (a pesar de que se muestra siempre bondadoso ante mi debilidad). Me desprecia por que no me inquieto por saber si van a ganar o a perder, excepto en la medida en que él mismo se inquieta. El acepta mi devoción temblorosa y servil, acepta la oferta que le hago de mí mismo, yo que le desprecio por su inferioridad mental. Porque ni siquiera es capaz de leer. Sin embargo, cuando leo a Shakespeare o a Catulo tendido sobre el césped, él comprende mejor que Luis. No entiende el sentido de las palabras… pero, ¿qué son las palabras? ¿Acaso no se yo rimar, acaso no puedo imitar a Pope, a Dryden e incluso a Shakespeare? Pero soy incapaz de permanecer todo el día a pleno sol, con los ojos fijos en la pelota; soy incapaz de sentir pasar la pelota junto a mi cuerpo y no pensar en otra cosa que en ella. Toda mi vida permaneceré aferrado a los bordes de las palabras… Sin embargo, me sería imposible vivir con Percival y soportar su estupidez. Sin duda, debe ser grosero y debe roncar al dormir. Se casará y hará escenas de ternura por la mañana, a la hora del desayuno. Pero ahora es joven y nada, ni siquiera una hebra de hilo, ni una hola de papel, se interpone entre él y el sol, entre él y la lluvia, entre la luna y él cuando yace desnudo, ardoroso, hecho un ovillo en su lecho. En este momento, mientras el break se desliza sobre el camino, su rostro se mancha de rojo y amarillo. En breve se quitará el vestón, se pondrá de pie con las piernas separadas, las manos listas, vigilando la barrera. Y en su interior rezará: «¡Dios mío, permitid que ganemos!…» La victoria de su equipo será su único pensamiento.

V.Woolf, Las olas, biblio3.url.edu.gt/Libros/2011/las_olas.pdf
Seleccionado por Clara Fuentes Gómez, Segundo de Bachillerato. Curso 2015-2016.

El barón rampante, Italo Calvino

El modo en que los caracoles excitaban la macabra fantasía de nuestra hermana, nos empujó, a mi hermano y a mí, a una rebelión, que era, al mismo tiempo, de solidaridad con los pobres animales atormentados, de desagrado por el sabor de los caracoles cocidos y de exasperación por todos y todo, hasta el punto que no hay que sorprenderse que a partir de ese momento madurase Cósimo su gesto y todo lo que le siguió. Habíamos urdido un plan. Cuando el caballero abogado traía a casa un cesto lleno de caracoles comestibles, los metían en un tonel de la bodega, para que ayunaran, y comiendo sólo salvado se purgasen. Al desplazar la tapa de tablas de este tonel aparecía una especie de infierno, en el que los caracoles subían por las duelas con una lentitud que ya era un presagio de agonía, entre restos de salvado, estrías de opaca baba agrumada y coloreados excrementos, recuerdo de los buenos tiempos de las hierbas al aire libre. Algunos estaban fuera del caparazón, con la cabeza extendida y los cuernos separados, otros encogidos, dejando asomar solamente desconfiadas antenas, otros de tertulia como comadres, otros adormecidos y encerrados, otros muertos, vueltos al revés. Para salvarlos del encuentro con aquella siniestra cocinera, y para salvarnos a nosotros de sus opíparas comidas, practicamos un agujero en el fondo del tonel, y desde allí trazamos con briznas de hierba picada y miel, un camino lo más escondido posible, detrás de barriles y aparejos de la bodega, para incitar a los caracoles a la fuga, hasta un ventanuco que daba a un bancal inculto y lleno de maleza.

Calvino, El barón rampante, http://hermanotemblon.com/biblioteca/Literatura%20en%20General%20/Nabokov,%20Vladimir-Lolita.pdf. Seleccionado por Lidia Rodríguez Suárez, segundo de bachillerato, curso 2015-2016.

La señorita Julia, August Strindberg



LA SEÑORITA: ¡Antes béseme la mano!
JUAN: ¡ Escúcheme!
LA SEÑORITA: ¡Antes béseme la mano!
JUAN: ¡Bien, pero la culpa será suya!
LA SEÑORITA: La culpa, ¿de qué?
JUAN: ¿De qué? ¿Sigue siendo tan niña a los veinticinco años? ¿No sabe que es
peligroso jugar con fuego?
LA SEÑORITA: Para mí, no. ¡Estoy asegurada!
JUAN (con audacia).-¡No, no lo está! ¡Y aunque lo estuviese! ¡Piense que hay materia
inflamable a su lado!
LA SEÑORITA: ¿Se refiere a... usted?
JUAN: ¡Sí! No porque sea yo, sino porque soy un hombre joven...
LA SEÑORITA: De buena presencia... ¡Qué vanidad tan increíble! Tal vez... ¿un Don
Juan? ¿O un casto José? ¡Sí, eso es, estoy segura de que es un José!
JUAN: ¿Usted cree?
LA SEÑORITA: ¡Me lo estoy temiendo!
(JUAN se acerca, con gran atrevimiento, tratando de cogerla por la cintura para besarla.)
LA SEÑORITA: (dándole una bofetada).-¡Sinvergüenza! ¡A tu sitio!
JUAN: ¿Es en serio o en broma?
LA SEÑORITA: ¡En serio!
JUAN: ¡Entonces lo de antes también era en serio! ¡Usted juega demasiado en serio y
eso es lo peligroso! Yo ahora ya estoy cansado de juegos y le suplico que me permita
volver a mis ocupaciones. Las botas del señor conde tienen que estar listas a tiempo y
ya es bastante más de medianoche.
LA SEÑORITA: ¡Olvídate de las botas!
JUAN: ¡No! Ese es mi trabajo y tengo que hacerlo. Pero entre mis obligaciones no está
la de ser se juguete. Y no lo seré nunca. Valgo demasiado para eso.
LA SEÑORITA: ¡Es usted muy orgulloso!
JUAN: Para unas cosas, sí; para otras, no.
LA SEÑORITA: ¿Has amado alguna vez?
JUAN: Nosotros no empleamos esa palabra, pero sí, me han gustado muchas chicas. ¡Y
una vez llegué a enfermar al no poder conseguir la que quería! ¡Pero enfermo como los
príncipes de Las mil y una noches que no podían comer ni beber de puro amor!

August Strindberg, La señorita Julia,  http://www.ddooss.org/libros/August_Strindberg.pdf
Seleccionado por Laura Agustín Críspulo, Segundo de Bachillerato, curso 2015-2016.

La cantante calva, Eugene Ionesco


SRA. SMITH:
– ¡Vaya, son las nueve! Hemos comido sopa, pescado, patatas con tocino, y ensalada inglesa. Los niños han bebido agua inglesa. Hemos comido bien esta noche. Eso es porque vivimos en los suburbios de Londres y nos apellidamos Smith.

SR. SMITH: (continuando su lectura, chasquea la lengua).

SRA. SMITH:
– Las patatas están muy bien con tocino, y el aceite de la ensalada no estaba rancio. El aceite del almacenero de la esquina es de mucho mejor calidad que el aceite del almacenero de enfrente, y también mejor que el aceite del almacenero del final de la cuesta. Pero con ello no quiero decir que el aceite de aquéllos sea malo.

SR. SMITH: (continuando su lectura, chasquea la lengua).

SRA. SMITH:
– Sin embargo, el aceite del almacenero de la esquina sigue siendo el mejor.

SR. SMITH: (continuando su lectura, chasquea la lengua).

SRA. SMITH:
– Esta vez Mary ha cocido bien las patatas. La vez anterior no las había cocido bien. A mí no me gustan sino cuando están bien cocidas.

SR. SMITH: (continuando su lectura, chasquea la lengua).

SRA. SMITH:
– El pescado era fresco. Me he chupado los dedos. Lo he repetido dos veces. No, tres veces. Eso me hace ir al retrete. Tú también has comido tresraciones. Sin embargo, la tercera vez has tomado menos que las dos primeras, en tanto que yo he tomado mucho más. Esta noche he comido mejor que tú. ¿Cómo es eso? Ordinariamente eres tú quien come más. No es el apetito lo que te falta.

SR. SMITH: (continuando su lectura, chasquea la lengua).

SRA. SMITH:
– No obstante, la sopa estaba quizás un poco demasiado salada. Tenía más sal que tú. ¡Ja, ja! Tenía también demasiados puerros y no las cebollas suficientes. Lamento no haberle aconsejado a Mary que le añadiera un poco de anís estrellado. La próxima vez me ocuparé de ello.

SR. SMITH: (continuando su lectura, chasquea la lengua).

SRA. SMITH:
– Nuestro rapazuelo habría querido beber cerveza, le gustaría beberla a grandes tragos, pues se te parece. ¿Has visto cómo en la mesa tenía la vista fija en la botella? Pero yo vertí en su vaso agua de la garrafa. Tenía sed y la bebió. Elena se parece a mí: es buena mujer de su casa, económica, y toca el piano. Nunca pide de beber cerveza inglesa. Es como nuestra hijita, que sólo bebe leche y no come más que gachas. Se ve que sólo tiene dos años. Se llama Peggy. La tarta de membrillo y de fríjoles estaba formidable. Tal vez habría estado bien beber, en el postre, un vasito de vino de Borgoña australiano, pero no he llevado el vino a la mesa para no dar a los niños un mal ejemplo de gula. Hay que enseñarles a ser sobrios y mesurados en la
vida


Eugene Ionesco. La cantante calva. centros.edu.xunta.es
Seleccionado por Maria Alegre Trujillo, Segundo de bachillerato,curso 2015-2016.

Últimos poemas, W.B. Yeats


SANGRE Y LUNA
Bendito sea este lugar
Y aún más bendita esta torre;
Un poder sangriento y arrogante
Se levantó de la raza
Para expresarla, para dominarla,
Se alzó como los muros
De estas cabañas azotadas por la tormenta.
Como burla he construido
Un emblema poderoso
Y lo canto verso a verso,
Como burla de una época
Medio muerta en la cima.



W.B.Yeats, Últimos poemas
http://www.google.es/urlsa=t&rct=j&q=ultimos+poemas+yeats+pdf&source=web&cd=1&cad=rja&uact=8&ved=0ahUKEwj5waHPqqvKAhUIMBoKHYBQBAwQFggfMAA&url=http%3A%2F%2Ffiles.bibliotecadepoesiacontemporanea.webnode.es%2F200000162-5628756a65%2FWilliam%2520Butler%2520Yeats.pdf&usg=AFQjCNH4hvQ_K0J1zed9EziDXO2Tsmv6Cg&sig2=InVu6Od0uPrfJUDOGPIwvg&bvm=bv.112064104,d.d2s


Seleccionado por Clara Fuentes Gómez, Segundo de Bachillerato. Curso 2015-2016.

El cementerio marino, Paul Valéry

Calmo techo surcado de palomas, 
palpita entre los pinos y las tumbas; 

mediodía puntual arma sus fuegos 

¡El mar, el mar siempre recomenzado! 

¡Qué regalo después de un pensamiento 

ver moroso la calma de los dioses!


¡Qué obra pura consume de relámpagos 
vario diamante de invisible espuma, 

y cuánta paz parece concebirse!

Cuando sobre el abismo un sol reposa, 

trabajos puros de una eterna causa, 

el Tiempo riela y es Sueño la ciencia.


Tesoro estable, templo de Minerva, 
quietud masiva y visible reserva; 

agua parpadeante, Ojo que en ti guardas 

tanto sueño bajo un velo de llamas, 

¡silencio mío!... ¡Edificio en el alma, 

mas lleno de mil tejas de oro. Techo!



Paul Valéry, El cementerio marino,http://www.lamaquinadeltiempo.com/valery/cement02.htm, seleccionado por Daniel Carrasco Carril, segundo de bachillerato, curso 2015-2016

Lolita, Vladimir Nabokov

El hueco de mi mano estaba aún lleno con el marfil de Lolita, con la sensación de su espalda pre-adolescente –una sensación deslizante, con suavidad marfileña–, de su piel bajo la tela delgada que yo había restregado mientras la abrazaba. Me dirigí hacia su cuarto en desorden, abrí la puerta del ropero y me sumergí en un revoltijo de cosas que la habían tocado. Encontré una prenda rosada, liviana, rota... Envolví en ella el corazón henchido de Humbert. Un caos punzante bullía en mi interior; pero era necesario que dejara esas cosas y me recobrara cuanto antes, pues oí la voz aterciopelada de la criada que me llamaba desde las escaleras. Tenía un mensaje para mí, dijo; y retribuyendo mi automático «gracias» con un amable «de nada», la buena Louise depositó en mi mano trémula un sobre sin estampilla, curiosamente inmaculado. «Ésta es una confesión: te amo...» Así empezaba la carta, y durante un instante confundí sus garabatos histéricos con la mala letra de una colegiala.

                               Vladimir Nabokov, Lolita,                     http://hermanotemblon.com/biblioteca/Literatura%20en%20General%20/Nabokov,%20Vladimir-Lolita.pdf. 
       Seleccionado por Lidia Rodríguez Suárez, segundo de bachillerato, curso 2015-2016,

Opiniones de un payaso, Heinrich Böll


Capítulo 1.

     Oscurecía ya cuando llegué a Bonn, y me forcé esta vez a no poner en marcha el piloto automático que en cinco años de viajar se ha formado en mi interior: bajar las escaleras del andén, subir las escaleras del andén, dejar maleta, sacar billete del bolsillo del abrigo, recoger maleta, entregar billete, al puesto de periódicos, comprar periódicos de la tarde, salir a la calle, llamar un taxi. Durante cinco años partí yo casi todos los días de algún punto y llegué a cualquier otro punto, por la mañana subía y bajaba las escaleras de la estación, por la tarde bajaba y subía la escaleras de la estación, tomaba taxis, buscaba dinero en el bolsillo de mi chaqueta para pagar al conductor, compré periódicos en el quiosco, y en algún rincón de mi conciencia disfruté la incuria minuciosamente estudiada de este piloto automático.Desde que Marie me ha abandonado para casarse con este católico, Züpner, el funcionamiento se ha hecho todavía más automático, sin perder su
incuria. Para el trayecto de la estación al hotel, del hotel a la estación, hay una unidad de medida: el taxímetro.

Heinrich Böll, Opiniones de un payaso, https://aullidosdelacalledotnet.files.wordpress.com/2014/08/heinrich-boll-opiniones-de-un-payaso.pdf
Seleccionado por Laura Agustín Críspulo, Segundo de Bachillerato, curso 2015-2016.

La letra escarlata, Nathaniel Hawthome


      

De esta intensa sensación y convencimiento de ser el objeto de las miradas severas y escudriñadoras de todo el mundo, salió al fin la mujer de la letra escarlata al percibir, en las últimas filas de la multitud, una figura que irresistiblemente embargó sus pensamientos. Allí estaba en pie un indio vestido con el traje de su tribu; pero los hombres de piel cobriza no eran visitas tan raras en las colonias inglesas, que la presencia de uno pudiera atraer la atención de Ester en aquellas circunstancias, y mucho menos distraerla de las ideas que preocupaban su espíritu. Al lado del indio, y evidentemente en compañía suya, había un hombre blanco, vestido con una extraña mezcla de traje semi civilizado y semi salvaje.

      Era de pequeña estatura, con semblante surcado por numerosas arrugas y que sin embargo no podía llamarse el de un anciano. En los rasgos de su fisonomía se revelaba una inteligencia notable, como la de quien hubiera cultivado de tal modo sus facultades mentales, que la parte física no podía menos que amoldarse a ellas y revelarse por rasgos inequívocos. Aunque merced a un aparente desarreglo de su heterogénea vestimenta había tratado de ocultar o disimular cierta peculiaridad de su figura, para Ester era evidente que uno de los hombros de este individuo era mas alto que el otro. No bien hubo percibido aquel rostro delgado y aquella ligera deformidad de la figura, estrechó a la niña contra el pecho, con tan convulsiva fuerza, que la pobre criaturita dio otro grito de dolor.Pero la madre no pareció oírlo.

      Desde que llegó a la plaza del mercado, y algún tiempo antes que ella le hubiera visto, aquel desconocido había fijado sus miradas en Ester. Al principio, de una manera descuidada, como hombre acostumbrado a dirigirlas principalmente dentro de sí mismo, y para quien las cosas externas son asunto de poca monta, a menos que no se relacionen con algo que preocupe su espíritu. Pronto, sin embargo, las miradas se volvieron fijas y penetrantes. Una especie de horror puede decirse que retorció visiblemente su fisonomía, como serpiente que se deslizara ligeramente sobre las facciones, haciendo una ligera pausa y verificando todas sus circunvoluciones a la luz del día. Su rostro se oscureció a impulsos de alguna poderosa emoción que pudo sin embargo dominar instantáneamente, merced a un esfuerzo de su voluntad, y de tal modo, que excepto un rápido instante, la expresión de su rostro habría parecido completamente tranquila. Después de un breve momento, la convulsión fue casi imperceptible, hasta que al fin se desvaneció totalmente. Cuando vio que las miradas de Ester se habían fijado en las suyas, y notó que parecía haberle reconocido, levantó lenta y tranquilamente el dedo, hizo con una señal con en el aire, y lo llevó sus labios.

      Entonces, tocando en el hombro a una de las personas que estaban a su lado, le dirigió la palabra con la mayor cortesía, diciéndole:
     
     —Le ruego a Ud., buen señor, se sirva decirme ¿quién es esa mujer, y por qué la
exponen de tal modo a la vergüenza pública?
    
  —Ud. tiene que ser un extranjero recién llegado, amigo, —le respondió el hombre, dirigiendo al mismo tiempo una mirada curiosa al que hizo la pregunta a el y a su salvaje compañero.


Nathaniel Hawthome, La letra escarlata, www.avempace.com
Seleccionado por MarÍa Alegre Trujillo, Segundo de bachillerato, curso 2015-2016.

El corazón de las tinieblas, Josph Conrad

 "Cuando  al día  siguiente partimos  a mediodía,  la multitud, de  cuya presencia tras  la cortina de árboles había sido agudamente consciente todo el tiempo, volvió a salir de la maleza, llenó el patio de la estación, cubrió el declive de  la  colina  con una masa de  cuerpos desnudos que respiraban, que  se  estremecían, bronceados. Remonté un poco  el  río, luego  viré  y  navegué  con  la  corriente.  Dos  mil  ojos  seguían  las
evoluciones  del  demonio  del  río,  que  chapoteaba  dando  golpes impetuosos, azotando el agua con su cola terrible y esparciendo humo negro  por  el  aire.  Frente  a  la  primera  fila,  a  lo  largo  del  río,  tres hombres, cubiertos de un fango rojo brillante de los pies a la cabeza, se contoneaban  impacientes.  Cuando  llegamos  de  nuevo  frente  a  ellos, miraban  al  río,  pateaban,  movían  sus  cuerpos  enrojecidos;  sacudían hacia  el  feroz demonio del  río un manojo de plumas negras, una piel repugnante con una cola colgante, algo que parecía una calabaza seca.Y a  la vez gritaban periódicamente series extrañas de palabras que no se parecían a ningún sonido humano, y los profundos murmullos de la multitud  interrumpidos de pronto eran  como  los  responsos de alguna letanía satánica.
    "Transportamos  a  Kurtz  a  la  cabina  del  piloto:  allí  había más  aire. Tendido  sobre  el  lecho,  miraba  fijamente  por  los  postigos  abiertos. Hubo  un  remolino  en  la masa  de  cuerpos  humanos,  y  la mujer  de  la cabeza  en  forma  de  yelmo  y  las mejillas  teñidas  corrió  hasta  la  orilla misma  de  la  corriente.  Él  tendió  las  manos,  gritó  algo,  toda  aquella multitud salvaje continuó el grito en un coro rugiente, articulado, rápido e incesante.  
   "'¿Entiende lo que dicen?', le pregunté.
    "Él  continuaba  mirando  hacia  el  exterior,  más  allá  de  mí,  con ferocidad, con ojos ardientes, añorantes, con una expresión en que se mezclaban  la avidez y el odio. No respondió. Pero vi una sonrisa, una sonrisa de  indefinible significado, aparecer en sus  labios descoloridos,que un momento después se crisparon convulsivamente. 'Por supuesto', dijo  lentamente,  en  sílabas  entrecortadas,  como  si  las  palabras  se  le hubieran escapado por obra y gracia de una fuerza sobrenatural.
   "Tiré del cordón de la sirena, y lo hice porque vi a los peregrinos en la cubierta preparar sus rifles con el aire de quien se dispone a participar en una alegre francachela. Ante el súbito silbido, hubo un movimiento
de abyecto terror en aquella apiñada masa de cuerpos. 'No haga usted eso,  no  lo  haga.  ¿No  ve  que  los  ahuyenta  usted?',  gritó  alguien desconsoladamente  desde  cubierta.  Tiré  de  cuando  en  cuando  del cordón. Se separaban y corrían, saltaban, se agachaban, se apartaban, se evadían del terror del sonido. Los tres tipos embadurnados de rojo se habían tirado boca abajo, en la orilla, como si hubieran sido fusilados.
Sólo  aquella  mujer  bárbara  y  soberbia  no  vaciló  siquiera,  y  extendió trágicamente  hacia  nosotros  sus  brazos  desnudos,  sobre  la  corriente oscura y brillante.


J. Conrad, El corazón de las tinieblas, mural.uv.es/deladel/El%20corazon%20de%20las%20tinieblas.pdf
Seleccionado por Clara Fuentes Gómez, Segundo de Bachillerato. Curso 2015-2016.

Mientras agonizo, William Faulkner

Y comienza a proferir lamentos, inclinada sobre la cama, con las manos un poco levantadas, moviendo el abanico como lo ha hecho durante diez días. Su voz es sonora, juvenil, trémula y clara, arrobada en su propio timbre y volumen; y mueve el abanico enérgicamente, arriba y abajo, arrancando murmullos del aire inútil. Después se echa entre las rodillas de Addie Bundren y, agarrándola, la sacude con la furiosa energía de una persona joven, tendiéndose rápidamente entre el manojo de huesos carcomidos que Addie Bundren dejó, haciendo crujir la cama entera con el seco chirrido de las hojas del jergón; tiene los brazos extendidos, y el abanico, todavía en una de sus manos, se agita aún, casi sin aliento, sobre la alcoba. Desde detrás de la pierna de padre, Vardaman escudriña, boquiabierto, asomándosele a la boca todo el calor de su cara, como si, en cierto modo, se hubiese hincado los dientes en su propia carne, chupando. Poco a poco empieza a retirarse de la cama, redondos los ojos, pálida su cara, que se desvanece en las sombras como un trozo de papel pegado a una tapia ruinosa. Y así sale por la puerta.

William Faulkner, Mientras agonizo,http://www.ddooss.org/libros/William_Faulkner.pdf. Seleccionado por Lidia Rodríguez Suárez, segundo de bachillerato, curso 2015-2016.

El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde.Robert Louis Stevenson

No habían pasado quince días cuando por una casualidad que Utterson juzgó providencial, el doctor Jekyll reunió en una de sus agradables comidas a cinco o seis viejos compañeros, todos excelentes e inteligentes personas además de expertos en buenos vinos; y el notario aprovechó para quedarse una vez que los otros se fueron. No resultó extraño porque sucedía muy a menudo, ya que la compañía de Utterson era muy estimada, donde se le estimaba. Para quien le invitaba era un placer retener al taciturno notario, cuando los demás huéspedes, más locuaces e ingeniosos, ponían el pie en la puerta; era agradable quedarse todavía un rato con ese hombre discreto y tranquilo, casi para hacer práctica de soledad y fortalecer el espíritu de su rico silencio, después de la fatigosa tensión de la alegría. Y el doctor Jekyll no era una excepción a esta regla; y si lo mirábamos sentado con Utterson junto al fuego -un hombre alto y guapo, sobre los cincuenta, de rasgos finos y proporcionados que reflejaban quizás una cierta malicia, pero también una gran inteligencia y bondad de ánimo- se veía con claridad que sentía un afecto cálido y sincero por el notario. -¡Escucha, Jekyll, hace tiempo que quería hablar contigo! dijo Utterson—. ¿Recuerdas aquel testamento tuyo? El médico, como habría podido notar un observador atento, tenía pocas ganas de entrar en ese tema, pero supo salir con gran desenvoltura. -¡Mi pobre Utterson -dijo-, eres desafortunado al tenerme como cliente! ¡No he visto a nadie tan afligido como tú por ese testamento mío, si quitamos al insoportable pedante de Lanyon por ésas que él llama mis herejías científicas! Sí, ya sé que es una buena persona, no me mires de esa forma. Una buenísima persona. Pero es un insoportable pedante, un pedante ignorante y presuntuoso. Nadie me ha desilusionado tanto como Lanyon. 




Stevenson, Robert Louis, el extraño caso de doctor Jekyll y Mr. Hyde.http://www.cva.itesm.mx/biblioteca/Files/Robert_Louis_Stevenson_-_El_extrano_caso_del_Dr_Jekyll_y_Mr_Hyde.pdf
seleccionado por Paola Moreno Díaz , segundo de bachillerato, curso 2015-2016