El hueco de mi mano estaba aún lleno con el marfil de Lolita, con la
sensación de su espalda pre-adolescente –una sensación deslizante, con
suavidad marfileña–, de su piel bajo la tela delgada que yo había restregado
mientras la abrazaba. Me dirigí hacia su cuarto en desorden, abrí la puerta del
ropero y me sumergí en un revoltijo de cosas que la habían tocado. Encontré una
prenda rosada, liviana, rota... Envolví en ella el corazón henchido de Humbert.
Un caos punzante bullía en mi interior; pero era necesario que dejara esas cosas
y me recobrara cuanto antes, pues oí la voz aterciopelada de la criada que me
llamaba desde las escaleras. Tenía un mensaje para mí, dijo; y retribuyendo mi
automático «gracias» con un amable «de nada», la buena Louise depositó en mi
mano trémula un sobre sin estampilla, curiosamente inmaculado.
«Ésta es una confesión: te amo...»
Así empezaba la carta, y durante un instante confundí sus garabatos
histéricos con la mala letra de una colegiala.
Vladimir Nabokov, Lolita, http://hermanotemblon.com/biblioteca/Literatura%20en%20General%20/Nabokov,%20Vladimir-Lolita.pdf.
Seleccionado por Lidia Rodríguez Suárez, segundo de bachillerato, curso 2015-2016,
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