viernes, 15 de enero de 2016

El corazón de las tinieblas, Josph Conrad

 "Cuando  al día  siguiente partimos  a mediodía,  la multitud, de  cuya presencia tras  la cortina de árboles había sido agudamente consciente todo el tiempo, volvió a salir de la maleza, llenó el patio de la estación, cubrió el declive de  la  colina  con una masa de  cuerpos desnudos que respiraban, que  se  estremecían, bronceados. Remonté un poco  el  río, luego  viré  y  navegué  con  la  corriente.  Dos  mil  ojos  seguían  las
evoluciones  del  demonio  del  río,  que  chapoteaba  dando  golpes impetuosos, azotando el agua con su cola terrible y esparciendo humo negro  por  el  aire.  Frente  a  la  primera  fila,  a  lo  largo  del  río,  tres hombres, cubiertos de un fango rojo brillante de los pies a la cabeza, se contoneaban  impacientes.  Cuando  llegamos  de  nuevo  frente  a  ellos, miraban  al  río,  pateaban,  movían  sus  cuerpos  enrojecidos;  sacudían hacia  el  feroz demonio del  río un manojo de plumas negras, una piel repugnante con una cola colgante, algo que parecía una calabaza seca.Y a  la vez gritaban periódicamente series extrañas de palabras que no se parecían a ningún sonido humano, y los profundos murmullos de la multitud  interrumpidos de pronto eran  como  los  responsos de alguna letanía satánica.
    "Transportamos  a  Kurtz  a  la  cabina  del  piloto:  allí  había más  aire. Tendido  sobre  el  lecho,  miraba  fijamente  por  los  postigos  abiertos. Hubo  un  remolino  en  la masa  de  cuerpos  humanos,  y  la mujer  de  la cabeza  en  forma  de  yelmo  y  las mejillas  teñidas  corrió  hasta  la  orilla misma  de  la  corriente.  Él  tendió  las  manos,  gritó  algo,  toda  aquella multitud salvaje continuó el grito en un coro rugiente, articulado, rápido e incesante.  
   "'¿Entiende lo que dicen?', le pregunté.
    "Él  continuaba  mirando  hacia  el  exterior,  más  allá  de  mí,  con ferocidad, con ojos ardientes, añorantes, con una expresión en que se mezclaban  la avidez y el odio. No respondió. Pero vi una sonrisa, una sonrisa de  indefinible significado, aparecer en sus  labios descoloridos,que un momento después se crisparon convulsivamente. 'Por supuesto', dijo  lentamente,  en  sílabas  entrecortadas,  como  si  las  palabras  se  le hubieran escapado por obra y gracia de una fuerza sobrenatural.
   "Tiré del cordón de la sirena, y lo hice porque vi a los peregrinos en la cubierta preparar sus rifles con el aire de quien se dispone a participar en una alegre francachela. Ante el súbito silbido, hubo un movimiento
de abyecto terror en aquella apiñada masa de cuerpos. 'No haga usted eso,  no  lo  haga.  ¿No  ve  que  los  ahuyenta  usted?',  gritó  alguien desconsoladamente  desde  cubierta.  Tiré  de  cuando  en  cuando  del cordón. Se separaban y corrían, saltaban, se agachaban, se apartaban, se evadían del terror del sonido. Los tres tipos embadurnados de rojo se habían tirado boca abajo, en la orilla, como si hubieran sido fusilados.
Sólo  aquella  mujer  bárbara  y  soberbia  no  vaciló  siquiera,  y  extendió trágicamente  hacia  nosotros  sus  brazos  desnudos,  sobre  la  corriente oscura y brillante.


J. Conrad, El corazón de las tinieblas, mural.uv.es/deladel/El%20corazon%20de%20las%20tinieblas.pdf
Seleccionado por Clara Fuentes Gómez, Segundo de Bachillerato. Curso 2015-2016.

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