"Cuando al día siguiente partimos a mediodía, la multitud, de cuya presencia tras la cortina de árboles había sido agudamente consciente todo el tiempo, volvió a salir de la maleza, llenó el patio de la estación, cubrió el declive de la colina con una masa de cuerpos desnudos que respiraban, que se estremecían, bronceados. Remonté un poco el río, luego viré y navegué con la corriente. Dos mil ojos seguían las
evoluciones del demonio del río, que chapoteaba dando golpes impetuosos, azotando el agua con su cola terrible y esparciendo humo negro por el aire. Frente a la primera fila, a lo largo del río, tres hombres, cubiertos de un fango rojo brillante de los pies a la cabeza, se contoneaban impacientes. Cuando llegamos de nuevo frente a ellos, miraban al río, pateaban, movían sus cuerpos enrojecidos; sacudían hacia el feroz demonio del río un manojo de plumas negras, una piel repugnante con una cola colgante, algo que parecía una calabaza seca.Y a la vez gritaban periódicamente series extrañas de palabras que no se parecían a ningún sonido humano, y los profundos murmullos de la multitud interrumpidos de pronto eran como los responsos de alguna letanía satánica.
"Transportamos a Kurtz a la cabina del piloto: allí había más aire. Tendido sobre el lecho, miraba fijamente por los postigos abiertos. Hubo un remolino en la masa de cuerpos humanos, y la mujer de la cabeza en forma de yelmo y las mejillas teñidas corrió hasta la orilla misma de la corriente. Él tendió las manos, gritó algo, toda aquella multitud salvaje continuó el grito en un coro rugiente, articulado, rápido e incesante.
"'¿Entiende lo que dicen?', le pregunté.
"Él continuaba mirando hacia el exterior, más allá de mí, con ferocidad, con ojos ardientes, añorantes, con una expresión en que se mezclaban la avidez y el odio. No respondió. Pero vi una sonrisa, una sonrisa de indefinible significado, aparecer en sus labios descoloridos,que un momento después se crisparon convulsivamente. 'Por supuesto', dijo lentamente, en sílabas entrecortadas, como si las palabras se le hubieran escapado por obra y gracia de una fuerza sobrenatural.
"Tiré del cordón de la sirena, y lo hice porque vi a los peregrinos en la cubierta preparar sus rifles con el aire de quien se dispone a participar en una alegre francachela. Ante el súbito silbido, hubo un movimiento
de abyecto terror en aquella apiñada masa de cuerpos. 'No haga usted eso, no lo haga. ¿No ve que los ahuyenta usted?', gritó alguien desconsoladamente desde cubierta. Tiré de cuando en cuando del cordón. Se separaban y corrían, saltaban, se agachaban, se apartaban, se evadían del terror del sonido. Los tres tipos embadurnados de rojo se habían tirado boca abajo, en la orilla, como si hubieran sido fusilados.
Sólo aquella mujer bárbara y soberbia no vaciló siquiera, y extendió trágicamente hacia nosotros sus brazos desnudos, sobre la corriente oscura y brillante.
J. Conrad, El corazón de las tinieblas, mural.uv.es/deladel/El%20corazon%20de%20las%20tinieblas.pdf
Seleccionado por Clara Fuentes Gómez, Segundo de Bachillerato. Curso 2015-2016.
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