viernes, 15 de enero de 2016

Cuarteto de Alejandría, Lawrence Durrell

Aquella guerra había llegado hasta nosotros por el agua con tanto sigilo, gradualmente, como las nubes que llenan en silencio el horizonte de extremo a extremo. Pero no había estallado todavía. Sólo sus rumores oprimían el corazón con esperanzas y temores contradictorios. Al principio, se pensó que pronosticaba la caída del mundo civilizado; pero pronto se vio que esa esperanza era vana. No; sería, como siempre, el fin de la ternura, de la seguridad, de la temperancia; el fin de las esperanzas del artista, del desinterés, de la alegría. Fuera de eso, todos los demás rasgos de la condición humana se verían afirmados y acentuados. Tal vez, sin embargo, surgía ya, por detrás de las apariencias, alguna verdad, poraue la muerte eleva todas las tensiones y nos permite unas pocas semiverdades menos que aquellas de que vivimos en épocas normales. Eso era todo cuanto sabíamos hasta entonces de aquel dragón desconocido divas garras se habían clavado ya en el resto del mundo. ¿Todo? Sí, sin duda una vez o dos el alto cielo se había inflamado con el estigma de invisibles bombarderos, pero sus ruidos no habían podido ahogar el zumbido familiar de las abejas isleñas, pues no había casa que no poseyera algunas colmenas enjalbegadas. ¿Qué más? Una vez (esto tenía ya un carácter más real) un submarino asomó su periscopio en la bahía y vigiló la costa durante algunos minutos. Acaso nos vio mientras nos bañábamos en la punta. Saludamos con la mano. Pero un periscopio no tiene brazos para devolver el saludo. Tal vez en las playas norteñas se había descubierto algo más extraño: un viejo lobo marino dormitando al sol como un musulmán sobre su alfombra de oraciones. Pero también esto tenía poco que ver con la guerra.
 No obstante, todo comenzó a cobrar cierta realidad cuando el pequeño caique enviado por Nessim irrumpió aquella noche en el oscuro muelle, piloteado por tres marinos de as pecto hosco, armados con pistolas automáticas. No eran griegos, aunque hablaban la lengua con agresiva autoridad. Referían historias de ejércitos destrozados y de muertes por congelación; aunque en un sentido era ya demasiado tarde, pues el vino había obnubilado la conciencia de los viejos, y sus relatos, no encontrando eco, se disipaban rápidamente. Pero a mí me impresionaron aquellos tres especímenes de apergaminados rostros que venían de una civilización desconocida que se llamaba guerra. Parecían sentirse incómodos en tan buena compañía. La piel se veía tensa, como gastada, sobre los pómulos sin afeitar. Fumaban con avidez, arrojando el humo azul por la boca y la nariz como sibaritas. Cuando bostezaban, aquellos bostezos parecían 14 nacer en el mismo escroto. Nos confiamos con recelo a su cuidado, pues eran los primeros rostros hostiles que veíamos desde hacía mucho tiempo.

Lawrence Durrell, Cuarteto de Alejandría, file:///C:/Documents%20and%20Settings/alumno/Mis%20documentos/Downloads/durrell,_lawrence_-_el_cuarteto_de_alejandria_iv_-_clea.pdf. Seleccionado por Lidia Rodríguez Suárez, segundo de bachillerato, curso 2015-2016.

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