jueves, 18 de mayo de 2017

Obras II, Luciano de Samosata

Contra un ignorante
       Cuentan que Dionisio compuso una tragedia muy floja y muy ridícula, hasta el punto de que, debido a ella, Filóxeno en muchas ocasiones fue a parar a las mazmorras por no poder contener la risa. Cuando se enteró de que se reían de él, adquiriendo la tablilla de cera de Esquilo sobre la que él solía escribir con soltura, creía que de la tablilla le vendría la inspiración y el estado de posesión;. Pero, sin embargo, escribió en ella algo con diferencia más ridículo, como por ejemplo:
                    murió Dónide la mujer de Dionisio.
Y aún más:
             Ay de mí, que perdí a una mujer excelente.
También eso le vino de la tablilla, y esto:
      De los hombres los necios de sí mismos se burlan.
       Esto último te lo podría haber dicho estupendamente a ti Dionisio, y por ello deberías haberle sacado brillo a la tablilla. ¿Qué esperanza tienes puesta en los libros, que estás constantemente enrollándolos, pegándolos, arreglándolos y borrándolos con azafrán y cedro, recubriéndolos con pastas, poniéndoles ribetes, como si estuvieses gozando, en cierto modo, de ellos? Al menos, con su compra ya has mejorado, cuando hablas de ese modo -eres más mudo que los peces-, y vives de una forma que no es decoroso explicar, y de parte de todos tienes un odio feroz por tu desvergüenza. Porque si los libros llevan a la producción de semejantes sujetos, hay que alejarse lo más lejos posible de ellos. Dos son las cosas que uno podría adquirir de los antepasados. el poder decir y el poder hacer las cosas como Dios manda, emulando a los mejores y rechazando a los peores. Pero, cuando se ve que uno no saca partido ni de un lado, ni del otro, ¿qué otra cosa hace sino comprar cepos para los ratones y habitáculos para los gusanos y golpes para los esclavos por si fueran negligentes?



       Luciano de Samosata,Obras II,Editorial Gredos S.A. Madrid 2002, páginas 111 y 112.
       Seleccionado por Andrea Sánchez Clemente. Primero de bachillerato. Curso 2016/2017

Ricardo III, Shakespeare

ACTO TERCERO

Escena Primera
Londres. Una calle
Clarines. Entran El Principe de Gales, Glóster, Buckingham, El Cardenal Buquiero, Catesbio y acompañamiento.

Buckingham.--
     Bien venido seáis a vuestra casa;
     A Londres, tierno príncipe.
Glóster.--
     Sobrino,
     Bien llegado. Ya rey te considero.
     ¿Te entristeció lo largo del viaje?
Príncipe.--
     No, tío. Más cansado, largo y triste
     Hicieron nuestras cuitas el camino.
     Más tíos saludarme deberían.
Glóster.--
     De tu edad la pureza inmaculada
     No buceó del mundo los engaños.
     Al hombre juzgas sólo por su aspecto,
     Que el corazón refleja raras veces.
     Falaces eran tus ausentes tíos;
     A sus frases de almíbar atendías
     Sin ver ses corazones ponzoñosos:
     De ellos y amigos falsos Dios te libre.
Príncipe.--
     De amigos falsos sí, mas no de ellos.
Glóster.--
     Aquí el alcalde a saludarte llega
                                                      (Entran el alcalde de Londres y su séquito.)
Alcalde.--
     Dé a vuestras alteza Dios salud y dicha.
Príncipe.--
     Gracias os doy, señor. Gracias a todos
                                                  (El alcalde y su séquito se retiran.)
     Creía que mi madre y York, mi hermano,
     Antes venido hubieran a abrazarme.
     ¡Y, el perezoso Hastines que no llega
     A decirme si vienen o no vienen!
Buckingham.--
     Aquí se acerca y de sudor cubierto.
                                                    (Entra Hastines.)
Príncipe.--
     Bien venido seáis. ¿Vendrá mi madre?
Hastines.--
     Dios sabrá, que yo no, por qué la reina,
     Vuestra madre, se acoge a santuario
     Con vuestro hermano York. El inocente
     Venido hubiera a ver a vuestra alteza,
     Mas su madre a la fuerza lo retuvo.
Buckinham.--
     ¡Cuán torpe y cuán pueril camino toma!
     A la reina que mande a York, su hijo,
     Para encontrar al príncipe, su hermano,
     Decirle, cardenal. Si se negare...,
     Hastines, id con él, y a viva fuerza
     De sus celosos brazos arrancadlo.
Cardenal.--
     Si separar con mi oratoria escasa
     Puedo a York de los brazos de su madre,
     Pronto aquí lo tendréis. Mas, si no cede
...





       William Shakespeare, Ricardo III. Madrid. Biblioteca Edaf, Edicion: 1997. Pag 102.
       Seleccionado por Javier Arjona Piñol. Primero de bachillerato, curso 2016-2017.

Argonaúticas, Apolonio de Rodas

                                                               Canto III
 
      Hijos de mi hija y de Frixo, al que sobre todo los huéspedes honré en mi palacio, ¿cómo venís de Ea de regreso? ¿Acaso alguna desgracia ha truncado por medio vuestro viaje? No me hicisteis caso cuando os advertí de la inmensa longitud de la ruta, Pues yo la conocía por haber dado la vuelta una vez en el carro de mi padre Helios, cuando llevaba a mi hermana Circe allá a la tierra occidental y arribamos a la costa de la región Tirrena, donde aun ahora habita, muy lejos de la Cólquide Ea. Mas ¿que provecho hay en las palabras? Lo que surgió ante vuestros pasos, decidlo claramente, y quiénes son estos hombres que os acompañan, y dónde habéis desembarcado de la cóncava nave.
     A tales preguntas, temeroso por la expedición del Esónida, respondió Argos dulcemente, adelantándose a sus hermanos, pues era el primogénito:
     Eetes, aquella nave pronto la destrozaron tempestades violentas, y a nosotros mismos, encogidos bajo un madero, nos arrojó el oleaje hasta el firme de la isla de Enialio bajo la tenebrosa noche. Algún dios no salvó. Pues aquellas aves de Ares que antes anidaban por la desierta isla, ni siquiera las encontramos ya; sino que estos hombres las habian expulsado, tras desembarcar de su nave en el dia anterior. Y los habia retenido, apiadándose de nosotros, la voluntad de Zeus o algún azar, ya que en seguida nos dieron en abudancia alimento y vestidos, al oír el nombre ilustre de Frixo y el tuyo propio.

Apolonio de Rodas, Argonáuticas, Madrid, 1995, Biblioteca básica Gredos. Pág 128-129.
Seleccionado por David Francisco Blanco, Primero de Bachillerato, Curso 2016/2017.
   










Los acarnienses, Aristófanes



LOS ACARNIENSES

DICÉOPOLIS
    ( Tras un silencio) ¡Cuántas veces me he reconcomido el corazón! Pocas, muy pocas, me he alegrado: cuatro. Mis pesares fueron tantos como las arenas de la playa. ¡Ea!, veamos, ¿qué satisfacción tuve digna de   `gocedumbre´. Yo sé lo que vi con regocijo de mi alma: los cinco talentos que vomitó Cleón. ¡Cómo me refocilé con eso! Por esa acción me caen bien los caballero. Fue, en verdad, benemérita para la Hélade. Pero, en cambio, sentí un dolor trágico, cuando esperaba boquiabierto a Esquilo y heraldo pregonó:"Teognis, saca el coro a escena" ¿Qué vuelco te crees que eso me dio al corazón? Sin embargo, tuve otra alegría cuando después de Mosco entró  Dexíteo a cantar una tonada beocia. En cambio, el año pasado estuve a pique de morir y de quedarme bizco cuando vi Queris asomar la cabeza para atacar el himno ortio. Pero nunca, desde que me lavo, me escoció tanto el jabón en las cejas como ahora: la asamblea ordinaria estaba convocada para el amanecer, y mirad (señalando a su alrededor),  la Pnix está desierta. Ellos, charla que te charla en el ágora, esquivan arriba y abajo la maroma almagrada. Los prítanes no llegan sino a deshora, y luego-imagínatelo- ¡cómo se empujan y precipitan los unos sobre los otros para disputarse el primer banco, abalanzándose todos a la vez! El que haya paz no les importa nada. ¡Oh! ciudad, ¡oh! ciudad. Yo, sin embargo, llego siempre antes que nadie a la asamblea y me siento. Luego, aburrido de estar solo, suspiro, bostezo, me estiro, me peo, no sé qué hacer, dibujo en el suelo, me arranco pelos, hago mis cuentas, con la mirada puesta en mi tierra, deseoso de paz, aborreciendo la ciudad, añorando mi pueblo, jamás pregonó "compra carbones", ni  "compra vinagre", ni "compra aceite", y ni siquiera conocía eso de "compra", pues por sí mismo producía de todo y no había allí quien te aserrara el oído gritando "compra". 
     Pero hoy vengo dispuesto sin más a dar voces, a interrumpir, a insultar a los oradores, si se habla de otra cosa que no no sea la paz. (Entra un grupo precipitadamente) ¡Tate! ya están aquí los prítanes, ¡a mediodía! ¿ No lo anunciaba yo? Ya está: lo que decía. Todo quisque se empuja hacia la presidencia.  


Aristófanes, Comedias, editorial gredos S.A, publicada en Madrid 2000, obra: Los Acarnienses ,página:31,32,33.
Seleccionado por Lara Esteban González, primero bachillerato, curso 2016-2017.

Odas y fragmentos, Píndaro


NEMEA IV (473?)

A TIMASARCO DE EGINA,
VENCEDOR EN LA PALESTRA


por esposa logró a una de las Nereidas de tronos excelsos.
Y vio el lugar de hermoso  círculo trazado,
 en el que asentados los reyes del cielo y del mar
le mosraron sus dones y fuerzas a él destinada.
¡ No se puede llegar al oscuro poniente de Gades!¡ Vuelve 
de nuevo a la tierra de Europa los dela nave!
Porque me es imposible recorrer por entero
la historia de los hijos de Éaco.

Para los teándridas vine, resuelto heraldo
de los certamenes que avigoran los cuerpos
en Olimpia, en el Istmo y Nemea - como di mi palabra-.
Allí superando la prueba, no volvieron a casa
sin coronas cargadas de frutos gloriosos, donde oímos,
Timasarco, que tu propio linaje se pone al servicio
de las canciones (coros) victoriales. Y si me pides
aún que a tu tío materno, a Calicles,

una columna levante más blanca que el mármol de Paros, (escucha)
Como el oro hirviendo en crisol
todos sus rayos revela, así el himno sobre nobles
hazañas pone a un hombre en dicha pareja
a los reyes. ¡Aquél, que ahora habita el Aqueronte, pueda 
oír mi voz que le canta allí donde él en la fiesta 
del dios de Tridente, que el abismo sacude,
triunfante floreció con el apio corintio!



Píndaro, Odas y fragmentos, editorial Gredos S.A. Publicada en Madrid 2002. Obra : NEMEA IV, Página 165/166
Seleccionado por Andrea Martín Bonifacio, primero de bachillerato, curso 2016/2017.

Crimen y castigo, Dostoievski

                                                               SEXTA PARTE

                                                                          VI

Aquella noche, hasta las diez, anduvo vagando por diversas tabernas y cloacas, de una en otra. Encontró en una de ellas a Katia, la cual estaba cantando otra tonada lacayuna,alusiva a alguien ruin y tirano que

                                                          había osado besar a Katia.

     Svidrigáilov dio de beber a Katia y al chico del organillo y a los cantores y lacayos y a dos escribientillos. Con estos escribientillos había trabado conversación especialmente porque tenían las narices de través: uno torcida hacia la derecha y el otro hacia la izquierda, lo cual hubo de chocarle a Svidrigáilov. Ellos le levaron, finalmente, a cierto jardín divertidísimo, donde él les pagó la entrada. En el referido jardín había, por junto, un abetito muy fino, de unos tres años, y tres arbustos. Había, además, un local titulado vauxhall, pero que, en realidad, era una taberna, donde también se podía tomar té, y había, además, unas cuantas mesitas y velitas pintados de verde. Un coro de cantadoras repulsivas y algún alemán de Munich beodo, por el estilo de un payaso, con la nariz colorada, pero sin saberse porqué sumamente triste, alegraban al público. Los escribientillos hubieron de enredarse en discusiones con otros escribientillos que por allí encontraron, y sobrevino la gresca. Svidrigáilov fue elegido por ellos como árbitro. Los juzgó en un cuarto de hora, pero ellos gritaban tanto, que no había medio alguno de sacar nada en limpio. A la cuenta, uno de ellos había robado algo y vendídoselo a un judío; pero después de haber vendido la cosa, no había querido partir su importe con su compañero. Resultó, finalmente, que el objeto vendido era una cucharilla de té que pertenecía a la casa. Habíala cogido allí, y el asunto empezaba a asumir enojosas proporciones. Svidrigáilov abonó el valor de la cucharilla, levantóse y se fue del jardín. Eran alrededor de las diez. No había bebido en todo aquel tiempo ni una gota de vino, y en el vauxhall tan sólo había tomado té, y más que nada por cumplir. Hacía una noche bochornosa y sombría. A las diez empezaron a levantarse por todas partes en el horizonte unas nubes terribles; retumbó el trueno y empezó a llover a raudales. Caía el agua no a goterones, sino en forma de verdaderos torrentes que se precipitaban sobre la tierra. El relámpago refulgía a cada instante, y se podía contar hasta cinco en el tiempo que duraba cada fogonazo. Calado hasta los huesos, encaminóse a su casa, entró, cerró la puerta, abrió su bureau, sacó de allí todo su dinero y rasgó dos o tres papeles. Luego, metiéndose el dinero en los bolsillos, dispúsose a cambiarse de ropa, pero habiendo mirado por la ventana y oído la tormenta y la lluvia, dejó caer las manos, cogió el sombrero y se fue, sin cerrar la puerta. Encaminóse directamente al cuarto de Sonia. Ésta se hallaba en casa.
     No estaba sola; en torno a ella estaban los cuatro hijitos de la Kapernaúmova. Sofía Semíonovna les había convidado a té. En silencio y respetuosamente vio entrar a Svidrigáilov; fijóse con asombro en su empapado traje, pero no dijo una palabra. Todos los chicos echaron a correr, poseídos de indescriptible espanto.


     Fiodor Mijailovski Dostoievski, Crimen y castigo, RBA Editores, 1994, Historia de la Literatura, páginas 459-460.
     Seleccionado por Rodrigo Perdigón Sánchez, primero de bachillerato. Curso 2016-2017.

La madre, Máximo Gorki

SEGUNDA PARTE

1

       El resto del día flotó en una niebla coloreada de recuerdos, en un cansancio sumo que oprimía cuerpo y alma. Ante los ojos de la madre salía danzando el oficialete, como una mancha gris; el rostro bronceado de Pavel, los ojos sonrientes de Andrés relucían en un torbellino negro y rápido...
       Iba y venía la madre por la habitación, sentábase a la ventana, miraba a la calle, volvía a levantarse y fruncía el ceño; se estremecía y miraba en derredor; buscaba con la cabeza hueca, sin saber ella misma lo que deseaba... Bebió agua sin apagar la sed, sin extinguir en el pecho el brasero ardiente de angustia y humillación que le consumía. Se había cortado el día en dos, llena una parte de sentido y sustancia, como evaporada la otra, en un vacío absoluto. Pelagia no hallaba contestación a la pregunta llena de perplejidad que se planteaba:
       - Y ahora... ¿qué hacer?
       Llegó María Korsunova. Hizo muchos ademanes, gritó, lloró, pataleó, propuso y prometió quién sabe qué, amenazando quién sabe a quién. Pero nada de aquello conmovió a la madre.
       - ¡Ah! -decía la voz chillona de María-. Sea como sea, el pueblo ha llegado a enterarse... ¡La fábrica se ha levantado, se ha levantado, toda entera!


       Máximo Gorki, La madre. Madrid, Edaf. Biblioteca Edaf, primera edición, 1982. Página 201.
       Seleccionado por Andrea Alejo Sánchez. Primero de bachillerato, curso 2016-2017.