viernes, 25 de enero de 2013

Primeros relatos, Anton Chejov

   
     EL PENSADOR
 
     Tórrido mediodía. En el aire, ni sonidos ni movimientos... La naturaleza toda parece una finca muy grande olvidada de Dios y de los hombres. Bajo el follaje marchito de un viejo tilo que se levanta junto a la vivienda del celador de prisiones Yashkin, están sentados en torno a una pequeña mesa que tiene una pata rota, el propio Yashkin y su huésped, el inspector titular de la escuela del distrito, Pimfov. Van los dos sin levita; llevan los chalecos desabotonados; tienen las caras sudorosas, rojas, inmóviles; su capacidad para expresar alguna cosa está paralizada por el calor... A Pimfov, el rostro se le ha avinagrado por completo y se le ha cubierto de indolencia, los ojo se le han puesto turbios, el labio inferior le cuelga. En cambio, en los ojos y en la frente de Yashkin aún se percibe cierta actividad; por lo visto, Yashkin está pensando en alguna cosa... Los dos se miran uno a otro, callan y manifiestan sus tormentos resoplando y dando palmadas contra las moscas. Sobre la mesa, una botella de vodka, carne de vaca hervida, fibrosa, y una lata de sardinas con sal gris. Están bebidas ya la primera copita, la segunda, la tercera...


Anton Chèjov, 'El pensador'', Primeros relatos, Madrid, Clásicos universales Planeta. Texto seleccionado por Eduardo Montes Romero, segundo de Bachillerato, curso 2012/2013.

Werther, Goethe

24 de julio

Dado el interés que manifiestas en que no descuide el dibujo, casi preferiría callarme a decirte que desde hace mucho tiempo apenas me he ocupado de tal cosa. Jamás he sido tan feliz; jamás me ha impresionado la naturaleza tan profundamente: hasta una piedrecilla, un tallo de hierba..., y, sin embargo, no sé cómo expresarme ¡Mi imaginación está tan débil! Todo vaga y oscila ante mí de tal modo, que ni siquiera puedo captar un contorno. A pesar de ello, me figuro que, si tuviese barro o cera, modelaría perfectamente cuando concibo. Si esto dura, me entretendré con barro común, aunque no haga más que bolitas.
Tres veces he comenzado el retrato de Carlota, y las tres me ha salido mal. Esto me es tanto más sensible cuanto que hace poco tiempo tenía yo gran facilidad para sacar el parecido. Últimamente he hecho su retrato de perfil; preciso será que me contente con él

Johann Wolfgang von Goethe, Werther, Ed. Biblioteca Edaf. Texto seleccionado por Esther Hernández Calvo, segundo de Bachillerato, curso 2012/2013.

Cartas a Felice, Franz Kafka

Señorita Felice:
  Voy a hacerle un ruego que parece auténticamente demencial, yo mismo no lo juzgaría de otro modo si fuera yo quien recibiese la carta y la leyera. Pero es también la prueba más dura a que puede ser sometida la mejor de las personas. Helo aquí pues: escríbame solamente una vez a la semana, y de forma que reciba la carta el domingo. Es que no puedo soportar sus cartas diarias, no estoy en condiciones de soportarlas. Contesto, por ejemplo, a su carta y luego estoy en apariencia tan tranquilo en la cama, pero mi cuerpo entero se ve atravesado por palpitaciones y no tengo presente ninguna otra cosa excepto usted. Cómo te pertenezco, no hay, realmente ninguna otra posibilidad de expresarlo y esta es demasiado débil. Pero justo por eso no quiero saber cómo estás vestida, pues me altera de tal forma que no puedo vivir, y por eso no quiero saber que estás bien dispuesta hacia mí, pues entonces ¿por qué razón, loco de mí, sigo sentado en mi despacho, o aquí en casa, en lugar de meterme en el tren, con los ojos cerrados para no volverlos a abrir hasta encontrarme a tu lado?


Franz Kafka, Carta a Felice, editorial Alianza Tres, texto seleccionado por Laura Mahillo, segundo de Bachillerato, curso 2012/2013

La flecha negra, Robert Luis Stevenson.

Sir Daniel paseábase encolerizado ante la lumbre de la sala, en espera de la llegada de Dick. Nadie más había en el estancia, a excepción de sir Oliverio, y aun éste hallábase discretamente sentado de espaldas, hojeando su breviario y musitando.
-¿Me habéis mandado llamar, sir Daniel? -preguntó el joven Shelton.
-En efecto, te he mandado llamar -respondió el caballero-. Porque... ¿qué es lo que ha llegado a mis oídos? ¿Tan mal tutor he sido para ti, que te apresuras a difamarme? ¿O acaso porque me ves, por esta vez, algo derrotado, piensas abandonar mi partido? ¡Por la misa, que no era así tu padre! Si al lado de alguien estaba, allí permanecía contra viento y marea. Pero tú, Dick, paréceme que eres mi amigo de los días bonancibles solamente y bucas ahora el medio de desembarazarte de tu fidelidad.
-Permitidme, sir Daniel: eso no es cierto -repuso Dick con firmeza-. Soy agradecido y allí donde son debidas mi gratitud y fidelidad. Y antes de proseguir he de daros las gracias a vos y a sir Oliverio; los dos tenéis derechos sobre mí...; nadie con más derechos que vos, y sería un ser despreciable si lo olvidase.
-Bien está -dijo sir Daniel, y luego, montando en cólera, exclamó-: Pero gratitud y fidelidad no son más que palabras, Dick Shelton; yo quiero hechos.

Robert Luis Stevenson, La flecha negra, seleccionado por Esther Hernández Calvo, segundo de Bachillerato, curso 2012/2013.