jueves, 27 de octubre de 2016

Antígona, Eurípides

      Tiresas.- Si fuera por Eteocles, cerrando la boca me guardarían mis profecías. Pero a ti, ya que deseas conocerlas, te las voy a decir. Hace ya tiempo que esta tierra esta ya contaminada, Creonte, dese que engendró, hijos Layo a despecho de los dioses y dio el ser al desdichado Edipo, esposo de su madre. Las sanguinolentas desgarraduras de sus ojos son un testimonio de la sabiduría de los dioses y un ejemplo para Grecia. Al tratar de ocultarlo en el paso del tiempo los hijos de Edipo.
      -¡como si fuera entonces a escaparse a los dioses!- cometieron un necio error. Pues, a lo conceder a su padre los honores debidos y negarse la salida, enfurecieron al desventurado. Exhaló entonces contra ellos maldiciones tremendas, sufriendo por los dolores y ademas los ultrajes.¿Qué fue lo que yo no hize, que palabras no dije, para incurrir en el odio de los hijos de Edipo? 
      Cerca anda la muerte, por propia mano, de uno y otro, Creonte. Numerosos cadáveres caídos en montón sobre cadáveres, en la confusión de dardos argivos y cadmeos, procurarán amargos sollozos a la tierra tebana.Y tú ¡oh, infeliz ciudad! serás devastada, a no ser que alguien se deje persuadir por mis palabras. Es que aquello era primordial,desde luego: que de los hijos de Edipo ninguno fuera cuidadano ni rey del país, porque un demon los posee y van a destruir la cuidad. Una vez que el mal se ha impuesto sobre el bien, hay un único recurso de salvación. Pero, puesto que decirlo es peligroso para mí y es cruel para quienes el destino ha designado para ofrecer a la ciudad el remedio de salvación, me voy.¡Adiós! Que como uno entre mucho lo que suceda, si es preciso, lo soportaré. ¿Cuál será mi dolor? 


Eurípides, Antígona. Tragedias III, Madrid, Editorial Gredos, ed. 22, págs. 135-136.
Seleccionado por Andrea Martín Bonifacio, primero de bachillerato, curso 2016-2017

El mercader de Venecia, William Shakespeare

ACTO PRIMERO

ESCENA PRIMERA

Venecia. Una calle.

ANTONIO, SALARINO y SALANIO 

      ANTONIO.- No entiendo la causa de mi tristeza. A vosotros y a mí igualmente nos fatiga, pero no sé cuándo ni dónde ni de qué manera la adquirí, ni de qué origen mana. Tanto se ha apoderado de mis sentidos las tristeza, que ni aun acierto a conocerme a mí mismo.
       SALARINO.- Tu mente vuela sobre el océano, donde tus naves, con las velas hinchadas, cual señoras o ricas ciudadanas de las olas, dominan a los pequeños traficantes, que cortésmente las saludan cuando las encuentran en su rápida marcha.
       SALANIO.- Créeme, señor: si yo tuviese confiada tanta parte de mi fortuna al mar, nunca se alejaría de él mi pensamiento. Pasaría las horas en arrancar el césped para conocer de dónde sopla el viento; buscaría continuamente en el mapa los puertos, los muelles y los escollos, y todo objeto que pudiera traerme desventura me sería pesado y enojoso.
       SALARINO.- Al soplar en el caldo, sentiría dolores de fiebre intermitente, pensando que al soplo del viento puede embestir mi bajel, Cuando viera bajar la arena en el reloj, pensaría en los bancos de arena en que mi nave puede encalarse desde el tope a la quilla, como besando su propia sepultura. Al ir a misa, los arcos de la iglesia me harían pensar en los escollos donde puede dar de través mi pobre barco y perderse todo su cargamento, sirviendo las especias orientales para endulzar las olas y mis sedas para engalanarlas. Creería que en un momento iba a desvanecerse mi fortuna. Sólo el pensamiento de que esto pudiera suceder me pone triste. ¿No ha de estarlo Antonio?
       ANTONIO.- No, porque gracias a Dios, no va en esa nave toda mi fortuna, ni depende mi esperanza de un solo puerto, ni mi hacienda de la fortuna de este año, no nace del peligro de mis mercaderías mi cuidado.
       SALANIO.- Luego, estás enamorado.
       ANTONIO.- ¡Calla, calla!


       William Shakespeare, El mercader de Venecia. Madrid, EDAF Madrid. Biblioteca Edaf 197, primera edición, 1993. Páginas 43-44.
       Seleccionado por Andrea Alejo Sánchez. Primero de bachillerato, curso 2016-2017.





La Cartuja de Parma, Stendhal


   Nada fue bastante a despertarle, ni los tiros de fusil disparados muy cerca del cochecillo, ni el trote del caballo hostigado por la cantinera a latigazos. El regimiento, atacado de improviso por oleadas de caballería prusiana, después de haber creído en la victoria durante todo el día, se batía en retirada, o más bien, huía en dirección a Francia.
    El coronel, un mozo apuesto y atildado que acababa de reemplazar a Macon, fue herido de un sablazo; el jefe de batallón que le sustituyó en el mando, un anciano con el pelo blanco, mandó hacer alto al regimiento.
    -¡J...!-increpó a los soldados-, en tiempo de la república, no echábamos a correr hasta que no nos obligaba el enemigo... ¡Defended hasta la última pulgada de terreno y dejaos matar! - vociferó jurando-; ¡ahora es ya el suelo de la patria lo que quieren invadir esos prusianos!
    El cochecillo se paró; Fabricio se despertó de pronto El sol se había puesto hacía ya rato; Fabricio se quedó muy sorprendido al ver que era ya casi de noche. Los soldados corrían de un lado para otro en confusión que chocó mucho a nuestro héroe; le pareció que tenían un aire muy desanimado.
    -¿Qué es lo que pasa?-preguntó a la cantinera.


 Stendhal, La Cartuja de Parma, Madrid, Alianza editorial, S.A., ed. Primera edición en :1978, pag: 86, capítulo 4.
Seleccionado por Lara Esteban González, primero bachillerato, curso 2016-2017.

La Pretura de Roma

     Dirás que también tus estatuas y cuadros han servido de ornamento a la ciudad y al foro del pueblo romano. Lo recuerdo. Vi, al mismo tiempo que el pueblo romano, el foro y el comicio adornados con boato brillante para la ostentación, amargo y lúgubre para el sentimiento y la reflexión. Vi que todo resplandecía con tus robos, el botín de las provincias, las expoliaciones de aliados y amigos.
   Sin duda en aquellos momentos, jueces, encontró ése la mayor esperanza de cometer también otros delitos, pues vio que los que pretendían ser llamados dueños de la administración judicial eran esclavos de la mismas ambiciones. Pero, en cambio, los aliados y las naciones extranjeras perdieron entonces por vez primera toda esperanza en su situación y fortuna, porque, a la sazón, hubo en Roma muchos embajadores de Asia y Acaya que veneraban en el foro imágenes de dioses arrancadas de sus templos y asimismo, cuando reconocían las demás representaciones y ornamentos, lloraban al ver cada una en un lugar. Oíamos entonces que las conversaciones de todos ellos coincidían en el sentido de que no había ningún motivo para que nadie pudiera dudar de la perdición de aliados y amigos, cuando en realidad veían que en el foro del pueblo romano, lugar en el que antes solían ser acusados y condenado quienes habían cometido injusticias contra los aliados, precisamente allí estaba expuesto a la vista de todos los que a los aliados se les había quitado y arrancado criminalmente.

Lisias, La pretura de Roma. Madrid, ed. Discursos I, col. Biblioteca Básica Gredos, pág 136-137.
Seleccionado por David Francisco Blanco. Primero de Bachillerato. Curso 2016-2017.



Odas de Ricardo Resi, Fernando Pessoa

                                                           30
        Sigue tu destino,
        riega tus plantas,
        ama tus rosas.
        El resto es la sombra
        de árboles ajenos.

        La realidad
        es siempre más o menos
        de lo que queremos.
        Sólo nosotros somos siempre
        iguales a nosotros mismos.

        Suave es vivir solo.
        Grande y noble es siempre
        vivir simplemente.
        Deja el dolor en aras
        como exvoto a los dioses.

        Ve de lejos la vida.
        No la interrogues nunca.
        Que ella nada puede
        decirte. La respuesta,
        más allá de los Dioses.

        Mas serenamente
        imita al Olimpo
        en tu corazón.
        Los dioses son dioses
        porque no se piensan.


         Fernando Pessoa, Odas de Ricardo Reis, Madrid, Unidad Editorial, S.A., EL MUNDO, 1999, página 62.
         Seleccionado por Andrea Sánchez Clemente. Primero de Bachillerato. Curso   2016/2017.
     

Odas de Ricardo Reis, Fernando Pessoa

                                                                    29
       A la patria, mi amor, prefiero rosas,
       y antes magnolias amo
       que fama y que virtud.

       Mientras la vida no me canse, dejo
       pasa por mí la vida
       si sigo siendo el mismo.

       ¿Qué importa aquel a quien ya nada importa
       que uno pierda y otro venza,
       si ha de amanecer siempre,

       si cada año con la primavera
       aparecen las hojas
       y en el otoño cesan?

       El resto, esas otras cosas que los humanos
       añaden a la vida
       ¿qué aumentan a mi alma?

       Nada, salvo sed de indiferencia
       y la blanda confianza
       en la hora fugitiva.

       Fernando Pessoa, Odas de Ricardo Reis, Madrid, Unidad Editorial, S.A., EL MUNDO, 1999, página 61.
     Seleccionado por Andrea Sánchez Clemente. Primero de Bachillerato. Curso   2016/2017.