viernes, 27 de noviembre de 2015

la naranja mecánica, Anthony Burgess



Cuando salimos del Duque de Nueva York videamos al lado de la iluminada vidriera principal del ar un viejo y gorgoteante pianitso o borracho, aullando las sucias canciones de sus padre y eructando blerp blerp entre un trozo y otro, como si guardase en la tripa podrida y maloliente una hedionda y vieja orquesta. Esa es una vesche que nunca pude aguantar .Nunca pude soportar la vista de un cheloveco roñoso, tumbado, eructando y borracho.Fuera la que fuese su edad,pero muy especialmente cuando era de veras  starrio como éste.

Anthony Burgess, la naranja mecánica, https://drive.google.com/file/d/0B3biPk8dPbCxLTlScVdmNHVKY1U/edit
seleccionado por Paola Moreno Díaz, segundo de bchillerato. curso 2015-2016

Roman de la Rose, Guillaume de Lorris/ Jean de Meung

                                                                     La coquetería


De cualquier manera, de haberle hecho caso,
de ninguna forma se hubiesen casado,
pues el matrimonio es lazo muy malo.
¡Quiera San Julián liberarme de él,
el santo que ayuda a los que se pierden;
como san Leonardo, que rompe los hierros
a los prisioneros que se arrepintieron,
cuando con sus preces le piden perdón!
Hubiese ganado de haberme colgado
el día que tuve que tomar esposa,
ya que me llevé a una gran coqueta.
¡Casarse con éstas es como morir!
Porque, a ver, decidme, por Santa María,
¿para qué ,me sirven todos los adornos;
y qué ese vestido de tanto valor
que a quienes os ven deja boquiabiertos
y a mí malparado y desesperado;
qué su longitud y su larga cola,
que os hace que estéis tan llena de orgullo
y que a mí me pone tan fuera de mí?
¿Cuál es el provecho que hay en tal vestido?


Guillaume de Lorris/ Jean de Meun, Roman de la Rose, Madrid, Ediciones Cátedra , Letras Universales, 1987, pág. 280.
Seleccionado por Clara Fuentes Gómez. Segundo de Bachillerato. Curso 2015-2016.

El proceso, Franz Kafka

Aquí está. Escribe: «Hace tiempo que no veo a Josef, hace una semana estuve en el banco, pero Josef estaba tan ocupado que no me dejaron verle. Estuve esperando casi una hora, pero tuve que irme a casa porque tenía la lección de piano. Me hubiera gustado hablar con él, es posible que se presente otra oportunidad. Para mi cumpleaños me envió una gran caja de bombones de chocolate, fue muy atento y cariñoso. Se me olvidó escribíroslo, pero ahora que me preguntáis, lo recuerdo. Los bombones no duran mucho en la pensión, apenas tiene uno conciencia de que le han regalado bombones, cuando ya se han acabado. En lo que concierne a Josef os quería decir algo más. Como os he mencionado, en el banco no me dejaron entrar a verle porque en ese momento estaba tratando algo importante con un hombre. Después de esperar tranquilamente durante un buen rato, pregunté a un empleado si la reunión duraría mucho más. Él contestó que podría ser, pires probablemente tenía que ver con el proceso que se había incoado contra el gerente. Pregunté qué proceso y si no se equivocaba y me respondió que no se equivocaba, que era un proceso y, además, grave, pero que no sabía más. A él mismo le gustaría ayudar al gerente, pues le consideraba un hombre bueno y justo, pero que no sabría cómo empezar, sólo deseaba que personas influyentes lo apoyaran. Era muy probable que esto ocurriera, y todo terminaría bien, pero por ahora, como se, desprendía del mal humor del señor gerente, las cosas no iban nada bien. Por supuesto, no di mucha importancia a esta información, intenté tranquilizar al sencillo empleado, le aconsejé que no hablase de ello con otros y lo tuve todo por rumores infundados. Sin embargo, tal vez fuera conveniente que tú, querido padre, le visitaras la próxima vez que vinieras, a ti te será fácil averiguar algo y, si realmente fuera necesario, podrías intervenir con algunos de tus influyentes amigos. Y si no resulta necesario, que será lo más probable, al menos le darás a tu hija la oportunidad de abrazarte, lo que le alegrará mucho».

Franz Kafka, El proceso,  http://www.edu.mec.gub.uy/biblioteca_digital/libros/K/Kafka,%20Franz%20-%20El%20Proceso.pdf. Seleccionado por Lidia Rodríguez Suárez. Segundo de bachillerato. Curso 2015-2016.

Ensayo sobre la ceguera, José Saramago



     Aquí no hay mas que mierda, pensó, usando una palabra que no formaba parte de su léxico habitual, demostrando una vez que la fuerza de las circunstancias y su naturaleza influyen mucho en léxico pensemos si no en aquel militar que también dijo mierda cuando le pidieron que se rindieran, absolviendo así el delito de mala educación futuros desahogos en situaciones menos peligrosas. Aquí no hay mas que mierda volvió a pensar y se disponía a salir cuando otro pensamiento le acudió como una providencia. Un estasblecimiento como este debe tener un almacén, no digo un almacén grande, que ese estará en otro sitio, probablemente lejos sino, una reserva de los productos de mas consumo. Excitada por la idea se lanzo a la búsqueda de una ida  se lanzo a la busqueda de una puerta cerrada que le condujera a la cueva de los tesoros, pero tdas estan abiertad, y dentro reinaba la misma devastacion, los mimos ciegos rebuscando en la misma basura. Al fin en un pasillo oscuro donde apenas  llegaba luz del sol, vio lo que parecía un montacargas. Las puertas metálicas estaban, cerradas y lado había otra puerta lisa, de las se deslizan sobre carriles.El sótano, pensó, los ciegos que llegaron aquí encontraron el camino cerrado, sin duda se dieron cuenta que se trataba de un ascensor, pero a nadia se le ocurrio que lo normal es que halla tambien una escalera para cuando falle, la energía eléctrica, por ejemplo, como es el caso.


José Saramago, Ensayo sobre la ceguera, punto de lectura,1995
Seleccionado por María Alegre Trujillo. Segundo de bachillerato. Curso 2015-2016

El nombre de la rosa, Umberto Eco

Sexto día, Prima
 Mientras nos mostraba aquellas cosas, el rostro y los gestos de Nicola resplandecían de orgullo. Guillermo elogió lo que acababa de ver , y después preguntó a Nicola qué clase de persona había sido Malaquías.
-Extraña pregunta-dijo Nicola-,también tú lo conocías .
-Sí,pero no lo suficiente. Nunca comprendí qué tipo de pensamientos ocultaba... ni...-vaciló en emitir un juicio sobre alguien que acababa de morir-...si los tenía.
 Nicola se humedeció un dedo,lo pasó sobre una superficie de cristal cuya limpieza no era perfecta, y respondió sonriendo ligeramente y evitando la mirada Guilliermo:
-Ya ves que no necesitas preguntar... Es cierto, muchos consideraban que, tras su apariencia reflexiva, Malaquías era era un hombre muy simple. Según Alinardo, era un tonto.
-Alinardo todavía abriga rencor contra alguien por un acontecimiento que sucedió hace hace mucho tiempo,cuando le fue negada la dignidad de ser bibliotecario.

Eco Umberto, El nombre de la rosa, Ediciones Lumen,colección Palabras en el tiempo, pág. 541. Seleccionado por Daniel Carrasco Carril. Segundo de Bachillerato, Curso 2015-2016.

Opiniones de un payaso, Heinrich Böll

                Capitulo 2
   En Bonn las cosas sucedían siempre de modo muy distinto; allí nunca he salido a escena. allí vivo, y el taxi que tomaba nunca me llevaba a un hotel, sino a mi propio piso. Debí decir nos llevaba, a Marie y a mi. Ningún conserje en la casa, a quien pudiese yo confundir con un empleado del tren y, sin embargo. este piso, en el cual paso de tres a cuatro semanas cada año, es para mí más extraño que cualquier hotel. Tuve que contenerme para no tomar un taxi en la estación de Bonn: este gesto lo tengo tan bien ensayado que casi me pone en un apuro. Me quedaba un solo marco en el bolsillo. Permanecí en la escalinata y comprobé mis llaves: para la puerta de la casa, para la del piso, para mi escritorio; en el escritorio encontraría las llaves de la bicicleta. Hace tiempo que pienso en una pantomima con llaves: pienso en un manojo de llaves de hielo, que se van derritiendo mientras transcurre el número.
  Sin dinero para el taxi, y por primera vez en mi vida necesitaba uno urgentemente: mi rodilla estaba hinchada y a duras penas atravesé cojeando la plaza que hay delante de la estación, en dirección a la Poststrasse; dos minutos tan sólo desde la estación a nuestro piso, que me parecieron interminables. Me apoyé contra un automático de cigarrillos y lancé una mirada a la casa, de la cual mi abuelo me había regalado un piso; elegantes apartamentos imbricados uno en otro, con balcones revestidos de tonos discretos; cinco pisos, cinco tonalidades distintas para los balcones: en el quinto pisos, donde los balcones son de color orín, vivo yo.
   Heinrich Böll, Opiniones de un payaso, https://aullidosdelacalledotnet.files.wordpress.com/2014/08/heinrich-boll-opiniones-de-un-payaso.pdf. Seleccionado por Julia Mateos Gutiérrez, curso 2015-2016

A sangre fría, Truman Capote


          En el curso solitario, desolador, de sus recientes idas y venidas, Perry había considerado
una y otra vez aquella acusación y decidido que era injusta. Si que le importaba..., pero ¿a 
quién le importaba él? ¿A su padre? Sí, hasta cierto punto. Un par de chicas, pero aquello era 
«una historia larga de contar». A nadie, excepto Willie-Jay. Y sólo Willie-Jay había reconocido que valía, que tenía facultades,  sólo él había comprendido que Perry no era simplemente un paticorto y musculoso mestizo, sólo él, a pesar de todos sus sermones moralizadores, lo había visto como él mismo se veía: «excepcional», «raro», «artista». 
          En Willie-Jay su vanidad encontró apoyo, su sensibilidad refugio, y cuatro meses de distancia hacían aquella alta valoración más fascinante todavía,  más, aún, que todos los sueños de 
tesoros escondidos. De modo que cuando recibió la invitación de Dick y se dio cuenta de que 
la fecha que proponía coincidía más o menos con el día en que dejaban en libertad a WillieJay, supo qué debía hacer. Fue en coche a Las Vegas, vendió aquel carromato, empaquetó su colección de mapas, cartas, manuscritos y  libros y compró un billete de autobús. 
          Las consecuencias del viaje serían obra del destino; si «no se entendía con Willie-Jay», podría tomar en consideración «las proposiciones de Dick». Resultó que tenía que elegir entre Dick o nada, porque cuando su autobús llegó a Kansas City la tarde del 12 de noviembre, Willie-Jay, a quien no había podido advertir de su llegada, había salido ya de la ciudad, sólo cinco horas antes y por la misma estación terminal de autobuses a la que Perry llegara. Todo eso lo supo llamando al reverendo Post, que lo desanimó aún más al no querer revelar el destino exacto de su antiguo secretario.

          Truman Capote, A sangre fría, http://perio.unlp.edu.ar/catedras/system/files/a_sangre_fria- truman_capote_0.pdf
          Seleccionado por  Laura Agustín Críspulo. Segundo de Bachillerato, curso 2015-2016.

La náusea, Jean Paul Sartre

Es curioso: acabo de llenar diez páginas y no he dicho la verdad, por lo menos no toda la verdad. Cuando escribí, debajo de la fecha: “Nada nuevo”, tenía la conciencia intranquila por esto: en realidad una pequeña historia, que no es ni vergonzosa ni extraordinaria, se negaba a salir. “Nada nuevo”. Me admira cómo se puede mentir poniendo a la razón de parte de uno. Evidentemente, no se produjo nada nuevo, si se quiere: esta mañana, a las ocho y cuarto, cuando salí del hotel Printania para ir a la biblioteca, quise levantar un papel que había en el suelo y no pude. Esto es todo, y ni siquiera es un acontecimiento. Sí, pero para decir toda la verdad, me impresionó profundamente: pensé que ya no era libre. En la biblioteca traté de librarme de esta idea, sin conseguirlo. Quise huirle en el café Mably. Esperaba que se disiparía con las luces. Pero se quedó allí, en mi interior, pesada y dolorosa. Ella me dictó las páginas anteriores. 

Jean Paul Sartre, La náusea, http://www.infojur.ufsc.br/aires/arquivos/Jean%20Paul%20Sartre%20-%20La%20Nausea.pdf. Sleccionado por Lidia Rodríguez Suárez. Segundo de bachillerato. Curso 2015-2016.

El nombre de la rosa, Umberto Eco


Hay momentos mágicos, de gran fatiga física e intensa excitación motriz, en los que tenemos visiones de personas que hemos conocido en el pasado ( ¨en me retraçant ces details, j´en suis à me demander s´ils sont réels, ou bien si je le i rêvés¨). Como supe más tarde al leer el bello librito del Abbé de Bucquoy, también podemos tener visiones de libros aún no escritos.

Umberto Eco , el nombre de la rosa,https://drive.google.com/file/d/0B5ErbE8P5ZPpb21yc3BJNHl6eDQ/edit
seleccionado por Paola Moreno Díaz , segundo de bachillerato, curso 2015-2016


El señor de las moscas, William Golding

Se abrió camino remontando el desgarrón del bosque; pasó la gran roca que Ralph había escalado aquella primera mañana; después dobló a la derecha, entre los árboles. Caminaba con paso familiar a través de la zona de frutales, donde el menos activo podía encontrar un alimento accesible, si bien poco atractivo. Flores y frutas crecían juntas en el mismo árbol y por todas partes se percibía el olor a madurez y el zumbido de un millón de abejas libando. Allí le alcanzaron los chiquillos que habían corrido tras él. Hablaban, chillaban ininteligiblemente y le fueron empujando hacia los árboles. Entre el zumbido de las abejas al sol de la tarde, Simón les consiguió la fruta que no podían alcanzar; eligió lo mejor de cada rama y lo fue entregando a las interminables manos tendidas hacia él. Cuando les hubo saciado, descansó y miró en torno suyo. Los pequeños le observaban, sin expresión definible, por encima de las manos llenas de fruta madura.


William Golding, El señor de las moscas,  https://cidetac.files.wordpress.com/2015/08/golding-william-el-senor-de-las-moscas.pdf. Seleccionado por Lidia Rodríguez Suárez. Segundo de bachillerato. Curso 2015-2016.

El proceso, F. Kafka


EL TÍO 
LENI 
Una tarde, cuando K estaba ocupado abriendo la correspondencia, el tío de K, Karl, un pequeño terrateniente de la provincia, se abrió paso entre dos empleados que llevaban algunos escritos y entró en el despacho. K se asustó menos de la llegada del tío de lo que le había asustado la simple idea de su posible visita. El tío iba a venir, de eso estaba seguro desde hacía un mes. Ya al principio había creído verlo, cómo le alcanzaba la mano derecha sobre el escritorio, algo inclinado, con su  sombrero de jipijapa en la mano izquierda, mostrando una prisa desconsiderada y arrollando todo lo que se le ponía en su camino. El tío siempre tenía prisa, pues le perseguía el infeliz pensamiento de que en su estancia de un día en la ciudad tenía que tener tiempo para realizar todo lo que se había propuesto, sin perderse tampoco cualquier conversación, negocio o placer que ocasionalmente pudiera surgirle. En todo ello tenía que ayudarle K, pues había sido su tutor y estaba obligado; además le tenía que dejar dormir en su casa. K le solía llamar «el fantasma rural». 

Inmediatamente después de saludarse ––no tenía tiempo para seguir la invitación de K y sentarse en el sillón––, le pidió a K si podían conversar a solas. 

––Es necesario ––dijo, tragando con esfuerzo––, es necesario para mi tranquilidad. 

K hizo salir a los empleados del despacho  con instrucciones de que no dejaran pasar a nadie. 

––¿Qué ha llegado a mis oídos, Josef? ––exclamó el tío en cuanto se quedaron solos. A continuación, se sentó sobre la mesa y, sin verlos, puso varios papeles debajo para sentarse con más comodidad. 

K no respondió: sabía lo que vendría a continuación, pero, repentinamente relajado al dejar el fatigoso trabajo, se apoderó de él una agradable lasitud, por lo que se limitó a mirar por la ventana hacia la calle de enfrente, de la que desde su sitio sólo se podía ver una pequeña esquina, la pared desnuda de una casa entre dos escaparates de tiendas. 

––¡Y te dedicas a mirar por la ventana! ––exclamó el tío alzando los brazos––. ¡Por amor al Cielo, Josef ¡Respóndeme! ¿Es verdad? ¿Puede ser verdad? 

––Querido tío ––dijo K, y salió de su ensimismamiento––, no sé qué quieres de mí. 

––Josef ––dijo el tío advirtiéndole––, siempre has dicho la verdad, por lo que sé. ¿Acaso tengo que tomar tus últimas palabras como un mal signo?

––Supongo lo que quieres ––dijo K sumiso––. Probablemente has oído hablar de mi proceso. 

––Así es ––respondió el tío, asintiendo con la cabeza lentamente––, he tenido noticia de tu proceso. 

––¿Quién te lo ha dicho? ––preguntó K. 

––Ema me lo ha escrito ––dijo el tío––. No tiene ningún trato contigo, por desgracia te preocupas mucho de ella, sin embargo se ha enterado. Hoy he recibido la carta y venido de inmediato. Por ningún otro motivo, pues me parece motivo suficiente. Te puedo leer la parte de la carta que se refiere a ti. 

Sacó la carta del bolsillo. 

––Aquí está. Escribe: «Hace tiempo que no veo  a Josef, hace una semana estuve en el banco, pero Josef estaba tan ocupado que no me dejaron verle. Estuve esperando casi una hora, pero tuve que irme a casa porque tenía la lección de piano. Me hubiera gustado hablar con él, es posible que se presente otra oportunidad. Para mi cumpleaños me envió una gran caja de bombones de chocolate, fue muy atento y cariñoso. Se me olvidó escribíroslo, pero ahora que me preguntáis, lo recuerdo. Los bombones no duran mucho en la pensión, apenas tiene uno conciencia de que le han regalado bombones, cuando ya se han acabado. En lo que concierne a Josef os quería decir algo más. Como os he mencionado, en el banco no me 
dejaron entrar a verle porque en ese momento estaba tratando algo importante con un hombre. Después de esperar tranquilamente durante un buen rato, pregunté a un empleado si la reunión duraría mucho más. Él contestó que podría ser, pires probablemente tenía que ver con el proceso que se había incoado contra el gerente. Pregunté qué proceso y si no se equivocaba y me respondió que no se equivocaba, que era un proceso y, además, grave, pero que no sabía más. A él mismo le gustaría ayudar al gerente, pues le consideraba un hombre bueno y justo, pero que no sabría cómo empezar, sólo deseaba que personas influyentes lo apoyaran. Era muy probable que esto ocurriera, y todo terminaría bien, pero por ahora, como se, desprendía del mal humor del señor  gerente, las cosas no iban nada bien. Por supuesto, no di mucha importancia a esta información, intenté tranquilizar al sencillo empleado, le aconsejé que no hablase de ello con otros y lo tuve todo por rumores infundados. Sin embargo, tal vez fuera conveniente que tú, querido padre, le visitaras la próxima vez que vinieras, a ti te será fácil averiguar algo y, si realmente fuera necesario, podrías intervenir con algunos de tus influyentes amigos. Y si no resulta necesario, que será lo más probable,al menos le darás a tu hija la oportunidad de abrazarte, lo que le alegrará mucho». 

––Una niña encantadora––dijo el tío al terminar de leer la carta y se secó algunas lágrimas que brotaban de sus ojos. 

K asintió. A causa de todos los problemas que había tenido en los últimos tiempos, había olvidado por completo a Ema, incluso se había olvidado de su cumpleaños y la historia de los bombones había sido sólo una fábula para protegerle frente a sus tíos. Era algoenternecedor, Y ni siquiera se lo podría pagar con las entradas para el teatro que, a partir de ahora, pensaba enviarle con regularidad, pero  no se sentía con berzas para visitarla en la pensión, ni tampoco para sostener una conversación con una niña de diecisiete años que aún acudía al instituto.

F. Kafka, El proceso, www.edu.mec.gub.uy/biblioteca_digital/libros/K/Kafka,%20Franz%20-%20El%20Proceso.pdf
Seleccionado por Clara Fuentes Gómez. Segundo de bachillerato, curso 2015-2016.

El hombre que fue Jueves, G. K. Chesterton

Y en el torrente de sus pensamientos, nunca se le ocurrieron dos cosas: primero, nunca puso en duda que el Presidente y su Consejo podrían aplastarlo si se mantenía solo contra ellos. En una plaza pública, parecía imposible que se atrevieran contra él. Pero el Domingo no era hombre para aventurarse así, sin tener preparada, quién sabe dónde, y cómo, su trampa. Por el anónimo veneno, por un accidente callejero, por hipnotismo o mediante el fuego del infierno, el Domingo podía sin duda aniquilarlo. Si desafiaba a aquel enemigo, era hombre muerto, ya por muerte súbita en el mismo sitio en que se encontraba, o ya algún tiempo después como por efecto de alguna inocente dolencia. Si llamaba a la policía, los hacía arrestar, lo decía todo y movía contra ellos toda la fuerza de Inglaterra, es posible que lograra escapar. De otro modo, imposible. De suerte que en aquel balcón donde había unos caballeros mirando una plaza llena de gente, no se sentía más seguro que si se encontrara en un bote de piratas ante un mar desierto. 
En segundo lugar, nunca se le ocurrió otra cosa: el ser ganado por el enemigo. Muchos hombres de ahora, habituados a admirar con toda su miseria la inteligencia y la fuerza, habrían vacilado en su lealtad, bajo el imperio de una personalidad tan poderosa. Habrían declarado que Domingo era el superhombre. Si tal criatura es concebible, nadie se le parecía más que el Domingo, en aquella su abstracción de terremoto, en aquel vago aire de estatua que se echa a andar. Merecía, en efecto, un nombre sobrehumano: los planos de su cuerpo eran vastos, demasiado obvios para ser perceptibles, y aquellas amplias facciones, demasiado francas para ser comprendidas. Pero Syme, ni en aquel extremo de abatimiento podía caer en esta debilidad moderna. Como cualquiera, podía tener miedo ante la fuerza, pero no tanto que la admirara. 


Gilbert Keith Chesterton, El hombre que fue Jueves, https://www13.shu.edu/catholic-mission/upload/El-Hombre-Que-Fue-Jueves.pdf. Seleccionado por Lidia Rodríguez Suárez. Segundo de bachillerato. Curso 2015-2016.

El extranjero, Albert Camus


                                                                          I
   Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: "Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias." Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer.
   El asilo de ancianos está en Marengo, a ochenta kilómetros de Argel. Tomaré el autobús a las dos y llegaré por la tarde. De esa manera podré velarla, y regresaré mañana por la noche. Pedí dos días de licencia a mi patrón y no pudo negármelos ante una excusa semejante. Pero no parecía satisfecho. Llegué a decirle: "No es culpa mía." No me respondió. Pensé entonces que no debía haberle dicho esto. Al fin y al cabo, no tenía por qué excusarme. Más bien le correspondía a él presentarme las condolencias. Pero lo hará sin duda pasado mañana, cuando me vea de luto. Por ahora, es un poco como si mamá no estuviera muerta. Después del entierro, por el contrario, será un asunto archivado y todo habrá adquirido aspecto más oficial.
   Tomé el autobús a las dos. Hacía mucho calor.  Comí en el restaurante de Celeste como de costumbre. Todos se condolieron mucho de mí, y Celeste me dijo: "Madre hay una sola." Cuando partí, me acompañaron hasta la puerta. Me sentía un poco aturdido pues fue necesario que subiera hasta la habitación de Manuel para pedirle prestados una corbata negra y un brazal. El perdió a su tío hace unos meses.
   Corrí para alcanzar el autobús. Me sentí adormecido sin duda por la prisa y la carrera, añadidas a los barquinazos, al olor a gasolina y a la reverberación del camino y del cielo. Dormí casi todo el trayecto. Y cuando desperté, estaba apoyado contra un militar que me sonrió y me preguntó si venía de lejos. Dije "sí" para no tener que hablar más.
   El asilo está a dos kilómetros del pueblo. Hice el camino a pie. Quise ver a mamá enseguida. Pero el portero me dijo que era necesario ver antes al director. Como estaba ocupado, esperé un poco. Mientras tanto, el portero me estuvo hablando, y enseguida vi al director. Me recibió en su despacho. Era un viejecito condecorado con la Legión de Honor. Me miró con sus ojos claros. Después me estrechó la mano y la retuvo tanto tiempo que yo no sabía cómo retirarla. Consultó un legajo y me dijo: "La señora de Meursault entró aquí hace tres años. Usted era su único sostén." Creí que me reprochaba alguna cosa y empecé a darle explicaciones. Pero me interrumpió: "No tiene usted por qué justificarse, hijo mío. He leído el legajo de su madre. Usted no podía subvenir a sus necesidades. Ella necesitaba una enfermera. Su salario es modesto. Y, al fin de cuentas, era más feliz aquí." Dije: "Sí, señor director." El agregó: "Sabe usted, aquí tenía amigos, personas de su edad. Podía compartir recuerdos de otros tiempos. Usted es joven y ella debía de aburrirse con usted."
   Era verdad. Cuando mamá estaba en casa pasaba el tiempo en silencio, siguiéndome con la mirada. Durante los primeros días que estuvo en el asilo lloraba a menudo. Pero era por la fuerza de la costumbre. Al cabo de unos meses habría llorado si se la hubiera retirado del asilo. Siempre por la fuerza de la costumbre. Un poco por eso en el último año casi no fui a verla. Y también porque me quitaba el domingo, sin contar el esfuerzo de ir hasta el autobús, tomar los billetes y hacer dos horas de camino.
   El director me habló aún. Pero casi no le escuchaba. Luego me dijo: "Supongo que usted quiere ver a su madre." Me levanté sin decir nada, y salió delante de mí. En la escalera me explicó: "La hemos llevado a nuestro pequeño depósito. Para no impresionar a los otros. Cada vez que un pensionista muere, los otros se sienten nerviosos durante dos o tres días. Y dificulta el servicio." Atravesamos un patio en donde había muchos ancianos, charlando en pequeños grupos. Callaban cuando pasábamos. Y reanudaban las conversaciones detrás de nosotros. Hubiérase dicho un sordo parloteo de cotorras. En la puerta de un pequeño edificio el director me abandonó: "Le dejo a usted, señor Meursault. Estoy a su disposición en mi despacho. En principio, el entierro está fijado para las diez de la mañana. Hemos pensado que así podría usted velar a la difunta. Una última palabra: según parece, su madre expresó a menudo a sus compañeros el deseo de ser enterrada religiosamente. He tomado a mi cargo hacer lo necesario. Pero quería informar a usted." Le di las gracias. Mamá, sin ser atea, jamás había pensado en la religión mientras vivió.
   Entré. Era una sala muy clara, blanqueada a la cal, con techo de vidrio. Estaba amueblada con sillas y caballetes en forma de X. En el centro de la sala, dos caballetes sostenían un féretro cerrado con la tapa. Sólo se veían los tornillos relucientes, hundidos apenas, destacándose sobre las tapas pintadas de nogalina. Junto al féretro estaba una enfermera árabe, con blusa blanca y un pañuelo de color vivo en la cabeza.
   En ese momento el portero entró por detrás de mí. Debió de haber corrido. Tartamudeó un poco: "La hemos tapado, pero voy a destornillar el cajón para que usted pueda verla." Se aproximaba al féretro cuando lo paré. Me dijo: "¿No quiere usted?" Respondí: "No." Se detuvo, y yo estaba molesto porque sentía que no debí haber dicho esto. Al cabo de un instante me miró y me preguntó: "¿Por qué?", pero sin reproche, como si estuviera informándose. Dije: "No sé." Entonces, retorciendo el bigote blanco, declaró, sin mirarme: "Comprendo." Tenía ojos hermosos, azul claro, y la tez un poco roja. Me dio una silla y se sentó también, un poco a mis espaldas. La enfermera se levantó y se dirigió hacia la salida. El portero me dijo: "Tiene un chancro." Como no comprendía, miré a la enfermera y vi que llevaba, por debajo de los ojos, una venda que le rodeaba la cabeza. A la altura de la nariz la venda estaba chata. En su rostro sólo se
veía la blancura del vendaje.
   Cuando hubo salido, el portero habló: "Lo voy a dejar solo." No sé qué ademán hice, pero se quedó, de pie detrás de mí. Su presencia a mis espaldas me molestaba. Llenaba la habitación una hermosa luz de media tarde. Dos abejorros zumbaban contra el techo de vidrio. Y sentía que el sueño se apoderaba de mí. Sin volverme hacia él, dije al portero: "¿Hace mucho tiempo que está usted aquí?" Inmediatamente respondió: "Cinco años", como si hubiese estado esperando mi pregunta.
   Charló mucho enseguida. Se habría que dado muy asombrado si alguien le hubiera dicho que acabaría de portero en el asilo de Marengo. Tenía sesenta y cuatro años y era parisiense. Le interrumpí en ese momento: "¡Ah! ¿Usted no es de aquí?" Luego recordé que antes de llevarme a ver al director me había hablado de mamá. Me había dicho que era necesario enterrarla cuanto antes porque en la llanura hacía calor, sobre todo en esta región. Entonces me había informado que había vivido en París y que le costaba mucho olvidarlo. En París se retiene al muerto tres, a veces cuatro días. Aquí no hay tiempo; todavía no se ha hecho uno a la idea cuando hay que salir corriendo detrás del coche fúnebre. Su mujer le había dicho: "Cállate, no son cosas para contarle al señor." El viejo había enrojecido y había pedido disculpas. Yo intervine para decir: "Pero no, pero no..." Me pareció que lo que contaba era apropiado e interesante.
   En el pequeño depósito me informó que había ingresado en el asilo como indigente. Como se sentía válido, se había ofrecido para el puesto de portero. Le hice notar que en resumidas cuentas era pensionista. Me dijo que no. Ya me había llamado la atención la manera que tenía de decir: "ellos", "los otros" y, más raramente, "los viejos", al hablar de los pensionistas, algunos de los cuales no tenían más edad que él. Pero, naturalmente, no era la misma cosa. El era portero y, en cierta medida, tenía derechos sobre ellos.
   La enfermera entró en ese momento. La tarde había caído bruscamente. La noche se había espesado muy rápidamente sobre el vidrio del techo. El portero oprimió el conmutador y quedé cegado por el repentino resplandor de la luz. Me invitó a dirigirme al refectorio para cenar. Pero no tenía hambre. Me ofreció entonces traerme una taza de café con leche. Como me gusta mucho el café con leche, acepté, y un momento después regresó con una bandeja. Bebí. Tuve deseos de fumar. Pero dudé, porque no sabía si
podía hacerlo delante de mamá. Reflexioné. No tenía importancia alguna. Ofrecí un cigarrillo al portero y fumamos.

Albert Camus, El extranjero, biblio3.url.edu.gt/LIbros/camus/extranjero.pdf
Seleccionado por  Clara Fuentes Gómez. Segundo de bachillerato, curso 2015-2016.