Se abrió camino remontando el desgarrón del bosque; pasó la gran roca que Ralph
había escalado aquella primera mañana; después dobló a la derecha, entre los árboles.
Caminaba con paso familiar a través de la zona de frutales, donde el menos activo podía
encontrar un alimento accesible, si bien poco atractivo. Flores y frutas crecían juntas en el
mismo árbol y por todas partes se percibía el olor a madurez y el zumbido de un millón de
abejas libando. Allí le alcanzaron los chiquillos que habían corrido tras él. Hablaban,
chillaban ininteligiblemente y le fueron empujando hacia los árboles. Entre el zumbido de
las abejas al sol de la tarde, Simón les consiguió la fruta que no podían alcanzar; eligió lo
mejor de cada rama y lo fue entregando a las interminables manos tendidas hacia él.
Cuando les hubo saciado, descansó y miró en torno suyo. Los pequeños le observaban,
sin expresión definible, por encima de las manos llenas de fruta madura.
William Golding, El señor de las moscas, https://cidetac.files.wordpress.com/2015/08/golding-william-el-senor-de-las-moscas.pdf. Seleccionado por Lidia Rodríguez Suárez. Segundo de bachillerato. Curso 2015-2016.
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