Capitulo 2
En Bonn las cosas sucedían siempre de modo muy distinto; allí nunca he salido a escena. allí vivo, y el taxi que tomaba nunca me llevaba a un hotel, sino a mi propio piso. Debí decir nos llevaba, a Marie y a mi. Ningún conserje en la casa, a quien pudiese yo confundir con un empleado del tren y, sin embargo. este piso, en el cual paso de tres a cuatro semanas cada año, es para mí más extraño que cualquier hotel. Tuve que contenerme para no tomar un taxi en la estación de Bonn: este gesto lo tengo tan bien ensayado que casi
me pone en un apuro. Me quedaba un solo marco en el bolsillo.
Permanecí en la escalinata y comprobé mis llaves: para la puerta de
la casa, para la del piso, para mi escritorio; en el escritorio
encontraría las llaves de la bicicleta. Hace tiempo que pienso en una
pantomima con llaves: pienso en un manojo de llaves de hielo, que
se van derritiendo mientras transcurre el número.
Sin dinero para el taxi, y por primera vez en mi vida necesitaba uno urgentemente: mi rodilla estaba hinchada y a duras penas atravesé cojeando la plaza que hay delante de la estación, en
dirección a la Poststrasse; dos minutos tan sólo desde la estación a
nuestro piso, que me parecieron interminables. Me apoyé contra un
automático de cigarrillos y lancé una mirada a la casa, de la cual mi
abuelo me había regalado un piso; elegantes apartamentos
imbricados uno en otro, con balcones revestidos de tonos discretos;
cinco pisos, cinco tonalidades distintas para los balcones: en el quinto pisos, donde los balcones son de color orín, vivo yo.
Heinrich Böll, Opiniones de un payaso, https://aullidosdelacalledotnet.files.wordpress.com/2014/08/heinrich-boll-opiniones-de-un-payaso.pdf. Seleccionado por Julia Mateos Gutiérrez, curso 2015-2016
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