jueves, 15 de diciembre de 2011

Las mil y una noches, Anónimo

        Llegada la noche, Dinasad pidió a su hermana Shahrasad que, si no tenía sueño, les siguiera contando la historia para pasar más agradablemente la velada. Y Shahrasad accedió encantada:
Cuentan, majestad, que el joyero siguió narrando lo que había ocurrido:
       Después de manifestar la voluntad de que fuera su madre quien lo enterrara, se desmayó, permaneciendo inconsciente un buen rato. Pero ya había recobrado el conocimiento cuando oímos que una doncella recitaba lo siguientes versos:

Después de gozar de amor y felicidad,
la separación dolor nos ha traído
Estar juntos, y separados luego,
no puede más que destrozar amantes.

Mejor es el breve momento de la muerte
que los largos días de distanciamiento.

Aunque Dios a todos los amantes reúne,
de mí se ha olvidado y en ansia vivo.

       Casi sin darme cuenta, la doncella acabó el poema el mismo momento que Nuraddín Alí ben Bakkar hacía un estertor y su alma abandonaba el cuerpo. Yo mismo amortajé el cadáver y dejé que nuestro anfitrión lo custodiara.
       Dos días después, emprendíel camino de regreso a Bagdag. Mi obligación era dirigirme , tan pronto como me fuera posible, a casa de Nuraddín Alí ben Bakkar. Y así lo hice. Los sirvientes me recibieron con gran para bien, pero yo tenía intención de hablar con la madre de Nuraddín Alí inmediatamente y pedí el permiso correspondiente. La mujer me recibió con cortesí y me invitó a sentarme.
     -Qué Dios Excelso os tenga de su mano -le dije, al poco rato-. Dios es quien dicta el destino de todos nosotros, y nadie puede eludir lo que Él dispone.
     -Me estáis diciendo que mi hijo ha muerto, ¿no es así? -me dijo mientras lloraba amargamente.



Divina Comedia, Dante Alighieri

      Llega el poeta a la puerta del Infierno, y lee una pavorosa inscripción que sobre ella había. Entra, precedido de su buen Maestro, y ve en el vestíbulo el castigo de los negligentes, que jamás vivieron para cosa del mundo. Acércase al Aqueronte, donde está el barquero infernal pasando las almas de los condenados; y deslumbrado allí por un rayo de vivísima luz, cae en profundo sueño.
Por mí se llega a la ciudad del llanto;
Por mí a los reinos de la eterna pena,
Y a los que sufren inmortal quebranto.
Dictó mi Autor su fallo justiciero
Y me creó con su poder divino,
Su supremo saber y amor primero,
Y como no hay en mí fin ni mudanza,
Nada fue antes que yo, sino lo eterno...
Renunciad para siempre a la esperanza.


       Estas palabras vi escritas con letras negras sobre una puerta,y exclamé:- Maestro, me espanta lo que dice ahí.- Y él,como quien sabía la causa de mi terror, respondió:- Aquí conviene no abrigar temor alguno; conviene que no desmaye el corazón. Hemos llegado al sitio que te había dicho, donde verás las almas acongojadas de los que han perdido el don de la inteligencia: Y después, asiéndome de la mano, con alegre semblante, que reanimó mi espíritu, me introdujo en aquella mansión recóndita.
     En medio de las tinieblas que allí reinaban, se oían ayes, lamentos y profundos aullidos, que desde luego me enternecieron. La diversidad de hablas y horribles imprecaciones, los gemidos de dolor, los gritos de rabia y voces desaforadas y roncas, a las que se unía el ruido de las manos, producían un estrépito, que es el que resuena siempre en aquella mansión perpetuamente agitada, como la arena revuelta a impulso de un torbellino.
       Yo, que me compadecía, sin saber qué fuese aquello, dije:
-Maestro, ¿qué es lo que oigo?, ¿qué gente es esa que tan poseída parece de dolor?- De esa miserable manera, me respondió, se quejan de las tristes almas de los que vivieron sin merecer alabanza ni vituperio. Confundidas están con el ominoso escuadrón de los ángeles que no se rebelaron contra Dios ni le fueron fieles, sino que permanecieron indecisos. Arrojáronlos del cielo para que no manchasen su esplendor, y no fueran admitidos en el profundo Infierno porque no pudieran gloriarse los culpables de tener la misma pena que ellas.
      Y yo repuse:- Maestro, ¿qué aflicción es la suya, que los obliga a lamentarse tanto?- Y él me contestó: -Te lo diré brevemente. Éstos no tienen ni aun la esperanza de morir: su oscura vida es tan abyecta, que cualquiera otra suerte miran con envidia. El mundo no quiere que se conserve memoria alguna de ellos. La Misericordia y la Justicia les dan al olvido. No hablemos más de esos cuidados. Míralos, y pasa adelante.
       Volví en efecto a mirar, y vi una bandera ondeando, la cual corría con tanta velocidad, que me pareció incapaz de todo reposo; y tras ella tal multitud de gente, que nunca hubiera yo creído ser tan grande el número de los que la muerte arrebatara.
       Reconocido que hube a alguno de los que allí iban, miré, y vi la sombra de aquel que por poquedad de ánimo hizo la gran renuncia. Comprendí al punto, y estaba en lo cierto, que aquella turba era la de los imbéciles que se habían hecho despreciables para Dios y para sus enemigos. Estos menguados, que jamás gozaron de la vida, iban desnudos, y se sentían aguijoneados por las moscas y avispas que allí había. De sus picaduras les saltaba al rostro la sangre, que, mezclada con sus lágrimas, era recogida a sus pies por repugnantes gusanos. Y como dirigiese mi vista más allá, descubrí otras almas a la orilla de un gran río; por lo que exclamé: -Maestro, permíteme que sepa quiénes son aquéllos , y qué motivo los obliga a parecer tan solícitos de pasar el río, según alcanzo a ver entre tan escasa claridad.- Eso, me contestó, te manifestaré cuando ataje nuestros pasos la triste orilla del Aqueronte.
      Bajando entonces los ojos, avergonzado, y temiendo que mis preguntas le fuesen enojosas, me abstuve de hablar hasta que llegamos al río. Pero de pronto vimos venir hacia nosotros en una barquilla un viejo de pelo blanco, que gritaba;¡Ay de vosotras, almas perversas! No esperéris jamás ver el cielo. Vengo para trasladaros a la otra orilla, a las tinieblas eternas de fuego y hielo. Y tú, ánima viva, que estás ahí, aléjate de entre esas, que están muertas;. Y como viese que no me movía, añadió; Por otro camino, por medio de otra barca llegarás a la playa, no por aquí. Para llevarte es menester barco más ligero.
       Y Virgilio le dijo: -Carón, no te irrites: así lo quieren allí donde pueden lo que quieren; y no preguntes más.
       Con esto dejaron de moverse las velludas mejillas de barquero de la lívida laguna, que alrededor de los ojos tenía unos círculos de fuego. Mas todas aquellas almas que estaban fatigadas y desnudas, cambiaron de color y empezaron a rechinar los dientes, así que oyeron tan, terribles palabras. Blasfemaban de Dios y de sus padres, de la especie humana, del sitio, el tiempo y el principio de su estirpe y de su nacimiento. Después, llorando a voz en grito, se retiraron todas juntas hacia la maldita orilla que está esperando a todo aquel que no teme a Dios. El demonio Carón, con los ojos como brasas, haciéndoles una señal, iba recogiéndolas a todas y azotando con su remo a las que se rezagaban.        Y a la manera que las hojas de otoño van cayendo una tras otra hasta que las ramas dejan en la tierra todos sus despojos, así la perversa prole de Adán se lanzaba sucesivamente desde la orilla, acudiendo a la seña, como los pájaros al reclamo. De esta suerte iban pasando por las negras aguas; y antes de que arribasen a la orilla opuesta, agolpábase en la parte de acá nueva muchedumbre-
       -Hijo mío, prosiguió entonces el afable Maestro, todos los que mueren bajo la indignación de Dios, concurren aquí de todos los países, y se dan priesa a cruzar el río; porque la Divina justicia, de tal modo los estimula, que su temor se trueca en anhelo. Por aquí no pasa jamás alma de justo, y si Carón se irrita contra ti, ya puedes saber lo que sus palabras significan.
       Esto diciendo, tembló tan fuertemente la sombría llanura, que todavía se me inunda en sudor la frente al recordar mi espanto. De aquella tierra de lágrimas se alzó un viento que despidió un rojizo relámpago; y trastornados por él todos mis sentidos, caí como un hombre aletargado de sueño.


Alighieri Dante, Divina Comedia "Canto III". Seleccionado por Olga Domínguez Martín, curso 2011-2012, segundo de Bachillerato.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Roman de la Rose, Guillaume de Lorris

La edad de Oro

Antes ocurría diferentemente,
pero hoy va todo de mal en peor.
Antes, en los tiempos de nuestros mayores,
en aquellos días que ya transcurrieron
(según el relato expuesto en el libro,
por el cual sabemos lo que sucedía)
los amores eran bellos y leales,
sin codicia alguna y sin interés,
y la vida así era placentera.
Cierto que no había tanta esquisitez
ni en cuanto al vestir ni en cuanto al comer:
solían comer algunas bellotas
en lugar de pan, de carne o pescado,
y también cogían por aquellos bosques,
por aquellos valles, montes y llanuras,
manzanas y peras, nueces y castañas,
moras y membrillos, y también ciruelas,
frambuesas y fresas y bayas de espino,
habas y guisantes y otras muchas clases
de frutas y tallos, raíces y hierbas.
Molían el trigo para hacer harina
y hacían también cosecha de uva,
pero sin pasarla por lagar ni cuba.
La miel discurría por el roble abajo,
que tomar podían en gran abundancia;
saciaban su sed con agua tan sólo,
sin echar en falta más exquisiteces,
ya que ni siquiera sabían del vino.
Entonces la tierra no estaba labrada,
sino que se hallaba cual Dios la creó,
la cual ofrecía sin labor alguna
comida bastante para todo el mundo.
Tampoco pescaban salmones ni lucios.
Cubrían sus cuerpos con cueros velludos,
y también hacían vestidos de lana,
la cual no teñían con hierbas ni granos,
tal como venía de los animales.
Con gran cantidad de diversas plantas,
con hojas y palos y con muchas ramas
solían cubrir chozas y cabañas,
en cuyo interior cavaban el suelo,
y en cuevas y en troncos sólidos y fuertes
y en huecos de robles buscaban refugio
al ver que venía algún vendaval
que les presagiaba una tempestad,
lugares en donde se hallaban seguros.
Llegada la noche, para descansar,
en lugar de camas solían poner
dentro de las chozas algunas gavillas
de hojas y yerbas y musgos suaves.
Y cuando llegaba un mejor oraje,
cuando ya era el tiempo bueno y apacible
y el aire venía suave y tranquilo,
tal como sucede cada primavera,
en cuyas mañanas esos pajarillos
saludan al alba del día que nace
y que les alegra mucho el corazón,
acudían Céfiro y Flora, su esposa,
que es diosa y señora de todas las flores.
Pues las flores nacen gracias a estos dos
y no reconocen como otro señorío,
dado que uno y otro, y conjuntamente,
son quienes se ocupan de echar la simiente
y darles las formas y colorearlas
con esos colores que en ellas se muestran
y que aprecian tanto los enamorados,
con las cuales hacen muy lindas coronas
para regalar a la enamorada
y de esta manera demostrar su amor.
Entonces la tierra se cubre de flores,
las cuales componen un manto muy bello,
que puede observarse por entre las hierbas,
por entre los prados, por entre los árboles.
Pudiera creerse que entonces la tierra
quisiera emprender un bello combate
contra el mismo cielo por más estrellada,
dada la abundancia de flores que muestra.
Y sobre este manto que estoy describiendo,
sin otro interés que el puro placer,
venían a unirse y a entrelazarse
aquellos a quienes urgía el amor,
mientras que los árboles, copudos y espesos,
a modo de velo y de pabellón
sobre ellos echaban sus tupidas ramas
y los protegían del rigor del sol.
Y allí se ponía a hacer la carola,
a jugar y a hacer otras diversiones
toda aquella gente tan afortunada,
que entonces vivía sin otro cuidado
que el de divertirse en todo momento
y el tratarse todos muy amablemente.
Por aquellos días,ningún gobernante
había iniciado sus robos aún.
Entonces la gente era toda igual
y no pretendían tener nada propio.
Muy bien conocían el refrán aquel
(el cual se revela en todo verídico,
puesto que el amor con el señorío
no puede jamás hace compañía,
ni nunca se pueden dar al mismo tiempo)
que dice: < el poder viene a separar>



Guillaume de Lorris, Roman de la Rose.  Jean de Meun, ed. Cátedra, Letras universales, año 1987, págs 267-269. Seleccionado por Olga Domínguez Martín, curso 2011-2012, segundo de Bachillerato.

Cantar de Roldán "CLXII-CLXVIII", Anónimo.

Se ha alejado Roldán., por el campo va solo,
por los valles, buscando por los montes,
Allí encuentra a Gerín, allí encuentra a Gerers,
y encuentra allí también a Gerard de Rosellón el Viejo.
Uno a uno los coge ese barón
y donde el arzobispo los ha traído a todos,
poniéndolos en fila delante de Turpín.
El arzobispo llora, no se puede mover:
levantando la mano, los está bendiciendo,
diciéndoles después: "¡Desgraciados señores!
¡Que todas vuestras almas tenga Dios Glorioso!
¡Las ponga entre las flores del santo paraíso!
Mi propia muerte a mí mucho me está angustiando,
pues no volveré a ver al rico emperador."

Roldán se vuelve a ir a buscar por el campo,
encontrando a Oliveros, su amigo y compañero:
en su pecho lo estrecha, lo abraza fuertemente
y con grandes esfuerzos lo trae al arzobispo.
Sobre el escudo lo echa, junto con los demás,
y el arzobispo allí lo absuelve y lo bendice,
volviendo las palabras de amor y de dolor.
Esto dice Roldán: "Oliveros, amigo,
erais buen hijo vos de ese buen duque Reiner,
que poseyó la marca del Valle de Runers.
En quebrantar las astas y romper los escudos,
así como en vencer y abatir orgullosos
y en servir a los nobles, o bien darles consejos,
en ridiculizar y burlar bravucones,
en la tierra no ha habidos caballero mejor."

Cuando el conde Roldán ve muertos a sus pares,
así como Oliveros, a quien tanto quería,
muy lleno de ternura se puso allí a llorar.
El color de su cara mucho se le demuda
y es tan grande el dolor, que no se tiene en pie:
que quiera o que no quiera, desmayado se cae.
El arzobispo dice: "¡Qué pena de barón!"

Cuando ve el arzobispo a Roldán desmayado
un gran dolor sintió, como nunca lo tuvo.
Ha tenido su mano y coge el olifante:
en Roncesvalles hay un agua que corría,
quiere ir a buscarla para darla a Roldán.
A pasos muy pequeños allí va vacilante,
pero estaba tan débil, que no puede avanzar:
las fuerzas le abandonan, pues perdió mucha sangre.
Antes de haber andado una sola yugada,
le fallaba el corazón y de bruces se cae.
Su muerte ya cercana le va angustiando mucho.

Cuando el conde Roldán recupera el sentido,
en pie se ha levantado, pero con gran dolor.
Observa hacia delante y después hacia atrás:
sobre la verde hierba, junto a sus compañeros,
allí ve cómo yace ese noble barón:
el arzobispo es, el ministro de Dios:
sus pecados confiesa mirando hacia lo alto,
con sus dos manos juntas, elevadas al cielo
está rezando a Dios que le dé el paraíso.
Allí muere Turpín, el guerrero de Carlos.
Por sus grandes batallas, por sus bellos sermones,
siempre contra paganos fuera su campeón.
¡Quiera Dios otorgarle su santa bendición!

El conde Roldán se ve por tierra al arzobispo,
afuera de su cuerpo ve salir sus entrañas,
debajo de la frente su cerebro gotea;
en medio de su pecho, entre las dos clavículas,
le ha cruzado las manos, tan blancas y tan bellas.
Allí un planto le hace, como se hace en su tierra:
"¡Ay, lozano señor, hombre de buen linaje!
Hoy te encomiendo yo al celestial Glorioso.
No habrá jamás un hombre de servicio más presto.
Después de los apóstoles no hubo mejor profeta
en mantener la fe y en atraer más hombres.
¡Que vuestra noble alma no sufra privaciones!
¡Y que del paraíso esté la puerta abierta!"

(Muerte de Roldán)
Va sintiendo Roldán que su muerte está cerca,
siente por sus oídos que le salen los sesos.
Está pidiendo a Dios que a los Pares acoja
y después por sí mismo el ángel San Gabriel.
El olifante coge para evitar reproches,
coge con la otra mano su espada Durandarte.
No puede avanzar más que un tiro de ballesta
y se va haciendo barbecho en dirección a España.
A un cerro se ha subido, entre dos bellos árboles,
en donde hay cuatro gradas, hechas están de mármol.
Sobre la verde hierba allí se cae de bruces:
ha perdido el sentido, pues su muerte está cerca.

     Anónimo, Cantar de Roldán, Madrid, ed. Cátedra, col. Letras Universales, año 1999, págs. 124-127.              Seleccionado por Luis Francisco Galindo Cano, Segundo de Bachillerato, Curso 2011/2012

jueves, 17 de noviembre de 2011

Ramayana, Valmiki

Hay una vasta comarca, fértil, sonriente, abundante en toda clase de riquezas, tanto en cereales como en ganado, asentada en la orilla del Sarayú, llamada Kauzala. En esta comarca, existía una ciudad, célebre en todo el mundo por haber sido fundada por Manú, cabeza del género humano.
En esta ciudad se llamaba Ayodhayá.
Feliz y bella ciudad, provista de puertas distribuidoras a distancias bien calculadas, estaba atravesada por grandes calles, ampliamente trazadas, entre las que desollaba la calle Real, en donde los surtidores de agua abatían el vuelo del polvo. Numerosos compradores frecuentaban sus bazares e innumerable joyas adornaban sus tiendas. Inexpugnable, su suelo estaba ocupado por grandes mansiones y embellecido por bosquecillos y jardines públicos. Profundos fosos, imposibles de franquear, la circundaban. Sus arsenales estaban repletos de variadas armas y sus puertas estaban cornamentadas por arcadas en donde los arqueros velaban constantemente.
Un magnánimo rey, llamado Dazaratha, cuyas victorias engrandecían periódicamente al Imperio, gobernaba por aquel entonces esta villa, como Indra gobierna su Amaravati, ciudad de los Inmortales.
Este príncipe, bien instruído en justicia y para quien ésta era el fin supremo, no tenía ningún hijo en quien continuar su estirpe y su corazón se consumía de melancolía.
Un día, meditando sobre su desdicha, le vino a la mente esta idea: ''¿Quién me impide celebrar un azwa-medha para conseguir un hijo?''
El monarca fue a encontrar a Vazisthe, le rindió el homenaje que el decoro exigía y le habló con este respetuoso lenguaje: ''Es preciso celebrar inmediatamente el sacrificio en la forma que ordena el Zasrta, y ordenarlo todo con tal esmero que ninguno de esos genios destructores de ceremonias sagradas pueda interponer algún impedimento. A ti te toca, pues, cargar sobre tus hombres el pesado fardo de un sacrificio tal''
-''¡Sí!- respondió al rey más virtuoso de los regentados-. Con toda seguridad, haré lo que Tu Majestad desea.''
Habiendo hecho llamar a Sumatra, el ministro ''Invita-le dijo Vazistha-; invita a cuantos reyes son devotos de la justicia de la tierra.''
Después de transcurridos unos cuantos días y unas cuantas noches, llegaron numerosos reyes a quienes Dazaratha había enviado pedrerías, como real obsequio. Entonces Vazistha, con el alma satisfecha, dirigió estas palabras al monarca: ''Todos los reyes han llegado¡o ¡oh, el más ilustre de los soberanos! tal como tú habías mandado. A todos les he tratado bien y les he honrado dignamente.''
Encantado por estas palabras de Vazisthe, dijo el rey: ''Que el sacrificio provisto en todas sus partes de cosas ofrecidas a todos deseo sea celebrado hoy mismo''
En seguida, los sacerdotes, consumados en la ciencia de la Sagrada Escritura, empezaron la primera de las ceremonias la ascensión del fuego, siguiendo los ritos enseñados por la tradición de Kalpa. Las reglas de las expiaciones fueron asimismo observadas enteramente e hicieron todas las libaciones que las circunstancias prescribían.
Entonces Kaauzalya describió un pradakshina , alrededor del caballo consagrado; le veneró con la debida piedad y le prodigó ornamentos, perfumes y guirnaldas de flores.



Valmiki, Ramayana, segunda edición, Barcelona, año 1982, págs 3-5, seleccionado por Olga Domínguez Martín, curso 2011-2012, segundo de Bachillerato.

Cuentos de Canterbury, Geoffrey Chaucer

Había una vez en Siria una rica compañía de mercaderes, gente sobria y honrada, que exportaba sus esperencias, paño de oro y satenes de vivos colores, a lo largo y ancho del mundo. Tan original y barata era su mercancía, que todos estaban dispuestos a venderles género y hacer negocio con ellos. Sucedió un día que algunos de los mercaderes decidieron ir a Roma, alojándose en el barrio que les pareció más conveniente para sus menesteres.
Estos mercaderes pasaron una temporada a sus anchas en la ciudad, pero sucedió que llegó a oídos de cada uno de ellos noticia de la excelente fama de la hija del emperador , doña Constanza. La información que recibieron decía: "nuestro emperador en Roma, cuya vida guade Dios muchos años, tiene una hija; si sumas su bondad ala belleza, no ha habido otra igual desde que el mundo es mundo. Que Dios proteja su honor, vanidad, junventud sin desenfreno ni capricho; la virtud guia todas sus acciones; con su humildad pone freno a toda arrogancia; es el espejo de la cortesía; su corazón es un ejemplo de santidad y su mano es generosa reparitendo caridad."
Y toda esta información era tan veraz como Dios es verdadero. Pero volviendo a la historia que estaba relatando, cuando los mercaderes acabaron de cargar sus barcos y hubieron visto a esta bendita doncella, regresaron satisfechos a su hogar en Siria y prosiguieron con sus negocios com antes . No puedo deciros nada más, sino que vivieron prósperamente para siempre. Ahora bien, ocurría que estos mercaderes se hallaban en buenas relaciones con el sultán de Siria, por lo que siempre que regresaban de un país extraño, el los recibí con generosa hospitalidad y los interrogaba sobre los diversos países para estar bien informado de todas las maravillas y portentos que pudieran haber visto y oído. Y, entre otras cosas, los mercaderes le hablaron particularmente de dona Constanza y le felicitaron una explicación circunstanciada de su gran valía con tal seriedad, que su imagen se apoderó de la mente del sultán y le obsesionó totalmente hasta que su único deseo fue el de amarla hasta el fin de sus días.


Geoffrey Chaucer, Cuentos de Canterbury, Madrid, editorial Cátedra S. A., 1997, páginas 170 y 171. Seleccionado por Javier Muñoz Castaño, segundo de bachillerato, curso 2011-2012.

Las mil y una noches, "Noche 200"

Llegada la noche, Dinasard pidió a su hermana Shahrasad que, si no tenía sueño, les siguiera contando la historia para pasar más agradablemente la velada. Y Shahrasad accedió encantada:
Cuentan, majestad, que el joyero siguió narrando lo que había ocurrido:
Después de manifestar la voluntad de que fuera su madre quien lo enterrara, se desmayó, permaneciendo inconsciente un buen rato. Pero ya había recobrado el conocimiento cuando oímos que una doncella recitaba los siguientes versos:

Después de gozar de amor y felicidad,
la separación dolor nos ha traído.

Estar juntos, y separados luego,
no puede más que destrozar amantes.

Mejor es el breve momento de la muerte
que los largos días de distanciamiento.

Aunque Dios a todos los amantes reúne,
de mí se ha olvidado y en ansia vivo.

Casi sin darme cuenta, la doncella acabó el poema en el mismo momento que Nuraddín Alí ben Bakkar hacía un estertor y su alma abandonaba el cuerpo Yo mismo amortajé el cadáver y dejé que nuestro anfitrión lo custodiara.
Dos días después, emprendí el camino de regreso a Bagdag. Mi obligación era dirigirme, tan pronto como me fuera posible, a casa de Nuraddín Alí ben Bakkar. Y así lo hice. Los sirvientes me recibieron con gran parabién, pero yo tenía intención de hablar con la madre de Nuraddín Alí inmediatamente y pedí el permiso correspondiente. La mujer me recibió con cortesía y me invitó a sentarme.
-Que Dios Excelso os tenga de su mano -le dije, al poco rato-. Dios es quien dicta el destino de todos nosotros, y nadie puede eludir lo que Él dispone.
-Me estáis diciendo que mi hijo ha muerto, ¿no es así? -me dijo mientras lloraba amargamente.
La verdad es que no pude contestarle porque también a mí el llanto me impedía hablar. El cuerpo de la mujer se desplomó inconsciente, pero pronto acudieron un grupo de doncellas para reanimarla.
-¿Qué le ha ocurrido? -me preguntó, al volver en sí.
No tuve más remedio que explicarle la larga historia de sufrimiento y dolor de mi buen amigo Nuraddín Alí y le expresé mi más profundo pesar por haberle perdido.
-Nunca me había revelado su secreto -dijo la mujer-. ¿Cuál ha sido su última voluntad?
Le repetí las palabras que Nuraddín Alí me había dicho antes de morir y me fui, dejándola triste y desconsolada. Iba yo inmerso en mis pensamientos, triste y desconsolado por la pérdida de mi amigo, recordando los días en que tan a menudo lo visitaba, cuando de repente una mujer me agarró de la mano. Era de nuevo la sirvienta de Shamsannahar. Esta vez vestía de negro y tenía aspecto de estar profundamente afectada por alguna desgracia. No tardé en comprender que Shamsannahar también había muerto y no puede contener las lágrimas. Así pues, la sirvienta y yo intentamos consolarnos mutuamente para no derramar más llanto y sufrir más de lo necesario. Nos dirigimos a mi casa y allí le conté cómo había muerto Nuraddín Alí y me interesé por las circunstancias que habían rodeado la muerte de la joven Shamsannahar.
-Tal como os dije -me contó la sirvienta-, el califa la había encerrado en sus aposentos pero, por lo que parece, su majestad en ningún momento dio crédito a las acusaciones de que era víctima Shamsannahar. Además, el califa la quería tanto que no cesaba de elogiar sus virtudes, físicas e intelectuales y de insistir que, para él, era completamente inocente y que la quería como a ninguna otra persona. De modo que, al cabo de unos días, ordenó que fuera trasladada a una espléndida habitación con detalles de oro por todas partes. Esta decisión, sin embargo, no fue del agrado de Shamsannahar. Aquella misma tarde, el califa se dispuso, como de costumbre, a disfrutar de la compañía de sus concubinas e hizo que Shamsannahar se sentara en lugar preferente para que a nadie le quedara ninguna duda de que seguía ocupando un lugar preeminente en su corazón. Pero Shamsannahar estaba triste, no podía disimular el respeto y el miedo que le inspiraba el califa. Y una de las doncellas recitó:

El amor ha hecho una llamada a mis lágrimas,
y han contestado, esparciéndose por mis mejillas.

Mis párpados soportan el peso de la desgracia,
mostrando la pena y escondiendo el amor.

¿Cómo podré disimular mi profunda pasión
si este deplorable mío me delata?

Si la persona amada está lejos, prefiero la muerte,
y me gustaría saber si a ella lo mismo le ocurre.

Las mil y una noches, Barcelona, ed. Ediciones Destino, año 1998, págs. 420-422. Seleccionado por Luis Francisco Galindo Cano, segundo de bachillerato, curso 2011-2012.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Divina Comedia, Dante Alighieri

CANTO IV

"Cuando al águila puso Constantino
contra el curso del cielo, que ya anduvo
tras el que unió a Lavinia su destino,
ante Dios, de Europa en la frontera,
cerca del monte en el que en el nido tuvo;
bajo el sacro plumaje, hizo que fuera
el gobierno imperial de mano en mano
y que, al cambiar, la mía lo tuviera.
César he sido: yo soy Justiniano,
que, por querer del primo amor que siento,
quité a la ley las sobras y lo vano.
Y antes de estar a tal trabajo atento,
que hay en Cristo, no más, una natura
creía, y con tal fe estaba contento;
más el santo Agapito, por ventura,
que fue sumo pastor, a la correcta
fe me llevó con su palabra pura.
Yo le creí, y aquella fe perfecta
veo tan clara como ve tu mente
toda cotradicción errada y corecta.
Ya al paso con la Iglesia, prontamente
Dios me inspiró que fuera el operario
del gran trabajo, al que me di obediente;
las armas entreguéa mi Belisario
al que el brazo del cielo estuvo unido
mostrando mi descanso necesario."

Dante, Divina Comedia. Página 427. Barcelona; año 1995. Editorial Planeta, S.A. Seleccionado por Javier Muñoz Castaño. Curso 2011-2012, segundo de Bachillerato

Las mil y una noches, "Noches 86 y 87"

Así pues, llegada la noche y a instancias de su hermana. Shahrasad reanudó el relato:
Cuentan, majestad, que, de acuerdo con lo que Gafar siguió contando al califa Harún Arrashid, Shamsaddín ordenó al jorobado que abandonara el lugar.
-¿Creéis que estoy loco? -gritó-. Yo no me muevo de aquí hasta que haya salido el sol. Ayer, cuando vine a hacer mis necesidades, me salió un gato negro que, en un santiamén, adquirió el tamaño de un búfalo y me dio muy precisas instrucciones acerca de cómo me debía comportar. De modo que, dejadme solo, y que sea lo que Dios quiera. ¡Maldita novia!
Pero el anciano visir Shamsaddín sacó al palafrenero del retrete.
Y śte se dirigió directamente al palacio para contar a su majestad el sultán las peripecias que había vivido con el genio, Por su parte, Shamsaddín, enormemente desconcertado y sin entender la situación, regresó a la habitación donde había dejado a su hija y le pidió que le contara todo lo que había ocurrido.
-No hay nada que contar, padre. Sencillmente, ayer las sirvientas me presentaron a un apuesto joven que ha pasado la noche conmigo. Aquí en esta silla, dejó su turbante y sus enseres personales, y, debajo de la cama, está su ropa. Por cierto, en el turbante hay algo envuelto que no sé qué es.
El visir tomó cuidadosamente el turbante de Badraddín Hasan y, al observar que se trataba de una lujose prenda, exclamó: . Y lo examinó detenidamente, descubriendo, al darle la vuelta, que llevaba un lujoso forro en el que se había cosido un pliegue de papel sellado. Acto seguido, cogió los zaragüelles, donde encontró la bolsa con los mil dinares y la hoja que rezaba: < El infrascrito, Bradaddín Hasan de Basora, ha vendido al judío Isaac el cargamento del primer barco que llegue a puerto por mil dinares, cantidad que ha cobrado por adelantado>. A Shamsaddín no se le escapó el hecho de que el joven que había poseído a su hija aquella noche era su mismísimo sobrino, hijo de su hermano Nuraddín. Y, a causa de la emoción desmayó.
La luz del alba sorprendió a Shahrasad y ella dejó de hablar.
<¡Qué historia tan maravillosa!>, exclamó su hermana Dinarsad.
afirmó Shahrasad.
Así pues, llegada la noche y a instancias de su hermana, Shahrasad reanudó el relato:
Cuentan, majestad, que, de acuerdo con lo que Gafar siguió contando al califa Harún Arrashid, al recuperarse de su pérdida de conocimiento, Shamsaddín cogió el papel plegado y sellado que estaba cosido en el turbante y se dispuso a leerlo. Huelga decir que su sorpresa fue mayúscula al descubrir que el papel contenía un mensaje de su hermano Nuraddín, escrito de su propio puño y letra.
-Hija mía ¿ sabes quién es el joven que te ha poseído?- le preguntó con manifiesta alegría-. Pues es tu primo, el hijo de mi hermano Nuraddín, y estos mil dinares constituyen tu dote nupcial.
En verdad Dios-alabado sea- es Todopoderoso, gracias a su decreto, lo que fue motivo de disgusto entre tu tío y yo se ha hecho realidad. Ya me gustaría saber cómo ha podido ocurrir.
Y, con los ojos estupefactos, siguió contemplando el papel. Ahora descubrió la fecha exacta en que su hermano lo había redactado, lo besó reiteradamente y, con una profunda añoranza hacia su hermano, recitó:

Al ver vuestras huellas, os añoro,
y me deshago en lágrimas.

Y pido a Quien de vos me separó
que me permita el reencuentro.

Al leer el mensaje entero que contenía el papel pudo conocer la fecha exacta de la llegada de Nuraddín a Basora, la fecha de su boda con la hija del visir de aquella ciudad, la fecha del nacimiento de Badraddín y la fecha en que Nuraddín murió.
El anciano visir Shamsaddín comparó los acontecimientos que había vivido su hermano con los que había vivido él mismo: las fechas de sus respectivas bodas y el nacimiento de sus hijos coincidían sorprendentemente, y, además, su sobrino había ya poseído a su hija. Ante tantas casualidades, no pudo evitar coger el papel y la bolsa con los mil dinares y dirigirse al sultán para contarle lo sucedido.El soberano encontró tan extraordinarios aquellos acontecimientos que ordenó que fueran escritos en los anales del reino.
A partir de aquel momento, el anciano visir Shamsaddín sólo tuvo un ansia: conocer a su sobrino. Pero la espera se prolongó un día, y otro, y, transcurrida una semana sin saber nada de él, tomó la firme resolución de hacer algo que seguramente nadie había hecho jamás. Cogió tinta y papel y procedió a hacer el inventario de todos los enseres de la habitación nupcial, especificando su situación exacta, y guardó en lugar aparte los
zaragüelles, el turbante y la bolsa.
La luz del alba sorprendió a Shahrasad y ella dejó de hablar
, exclamó su hermana Dinarsad.




Las mil y una noches, Barcelona, año 1998, Ediciones Destino, col. Áncora y Delfín, vol. 826, págs. 224-226. Seleccionado por Olga Domínguez Martín, segundo de bachillerato, curso 2011-2012.

Las mil y una noches, "Noche 182".

Llegada la noche, Dinasard pidió a su hermana Shahrasad que, si no tenía sueño, les siguiera contando la historia para pasar más agradablemente la velada. Y Shahrasad accedió encantada: Cuentan, majestad, que Abulhasan y la sirvienta emprendieron camino en dirección a la casa de Nuraddín Alí ben Bakkar. La sirvienta permaneció de pie ante la puerta mientras él entraba para anunciar a su amigo la visita.
-¿Qué te trae por aquí? -preguntó Nuraddín Alí nada más ver entrar a su amigo Abulhasan.
-No te preocupes -respondió abulhasan, guiñándole un ojo-.
Un amigo tuyo ha enviado a su sirvienta con una carta en la que, según parece, expresa su añoranza y te explica los motivos de su tardanza en visitarte. ¿Puedes, pues, darle permiso para que pase?
-Por supuesto -asintió Nuraddín Alí ben Bakkar, dándo órdenes a uno de los sirvientes de que la hiciera pasar.
Nuraddín Alí se alegró enormemente de ver a la sirvienta de Shamsannahar y, guiñándole también un ojo para disimular ante los sirvientes, le preguntó:
-¿Cómo se encuentra vuestro amo, Dios le depare salud y bienestar?
La mujer le entregó la carta, que él cogió ilusionado, la besó y, alargándola a Abulhasan, le pidió que se la leyera. Decía así:

En el Nombre de Dios Excelso,

Pregunta al que mis noticias te trae,
y que en sus palabras puedas verme,

Al partir, me dejaste el corazón en ascuas
y los ojos en permanente vigilia.

Sólo me quedan paciencia y resignación,
y siempre reinarás en mis pensamientos.

Mirándote el cuerpo, consumido de deseo,
sabrás cómo el fuego del amor devora el mío.

Amor mío, si no hubiera sido por el irrefrenable deseo de comunicarte cómo me encuentro, qué sufrimiento me causa tu ausencia y el grado de mi añoranza, no me hubiera atrevido a pronunciar una palabra ni a escribir una sola línea. Pero quería abrirte completamente mi corazón, anunciarte mis penas físicas y sentimentales, pues si pudieras verme, ello te bastaría. En otras palabras, quiero decirte que mis ojos no encuentran descanso, que mis pensamientos únicamente tú existes, que tengo el corazón destrozado y que mi alma sufre amargamente. Tanto llego a sufrir que tengo la impresión de que no he vivido nunca un momento feliz, de que nunca he conocido la tranquilidad y de que he estado siempre abandonada. Ojalá pudiera llorar siempre ante quien comparte mis lamentos y mis lágrimas, y ante mis quejas comprende. Por eso te dedico estos versos:

De tu compañía no puedo disfrutar,
no conozco alegría, lejos de ti.

El destino nos ha separado,
y mis lágrimas por ti derramo.

Que Dios Excelso nos una de nuevo, como a todos los amantes. Pero mientras ese momento no llega, escríbeme unas palabras de consuelo. Y tú sé paciente, Hasta que Dios Todopoderoso tenga a bien facilitar nuestra tan deseada unión. Saludos a Abulhasan.

A Abulhasan la carta le carta le pareció escrita con tanto sentimiento que le conmovió profundamente y a punto estuvo de relevar en voz alta el contenido de la misma.
-Quien has escrito esta carta -dijo a su amigo Nuraddín Alí ben Bakkar- se ha excedido en delicadeza y afección. Se merece una pronta y adecuada respuesta.
-Pero ¿qué podré yo decirle? -replicó Nuraddín Alí ben Bakkar, intentando vencer su debilidad-. ¿Con qué voz puedo yo lamentarme y con qué mano puedo agarrar la pluma si cada momento que pasa mi sufrimiento se agrava?
No obstante, Nuraddín Alí ben Bakkar se incorporó y cogió una hoja de papel.
La luz del alba sorprendió a Shahrasad y ella dejó de hablar.
"¡Es un historia escelente!", exclamó su hermana Dinasard. "Pues lo que os contaré la próxima noche, si el rey me deja vivir, es mucho más extraordinario aún", dijo Shahrasad.

Las mil y una noches, Barcelona, ed. Ediciones Destino, año 1998, págs. 388-390. Seleccionado por Luis Francisco Galindo Cano, segundo de Bachillerato, curso 2011-2012.

jueves, 3 de noviembre de 2011

El Misántropo, "Acto I", Menandro

QUÉREAS.- ¿Qué dices, Sóstrato? ¿ Qué viste aquí a una muchacha libre depositando unas coronas a las Ninfas de al lado y te enamoraste de repente?
SÓSTRATO.- De repente.
QUÉR.- ¡Qué rápido! ¿Es que ya habías decidido enamorarte de alguien al salir de casa?
Sós.- Ríete, pero yo, Quéreas, lo paso mal.
QUÉR.- No lo dudo
Sós.- Por eso vengo y he pedido tu ayuda en este asunto, porque te considero un amigo y hábil para tratar asuntos así.
QUÉR.- En casos como éste, Sóstrato, hago lo siguiente: ¿necesita ayuda un amigo enamorado de una cortesana? inmediatamente la rapto y la traigo me emborracho, pego fuego a la puerta, en absoluto atiendo a razones pues ante de saber quién es, hay que conseguirla, ya que la tardanza hace crecer mucho la pasión, y la rapidez rápido la aquieta. ¿Me habla uno de casarse y de una muchacha libre? Entonces yo soy otro, Me entero de la familia, de su hacienda, de sus costumbres. Para todo el tiempo que le quede de vida le dejo yo recuerdo al amigo de cómo manejo estas cosas.
Sós.- Muy bien. Pero a mí no me gusta nada.
QUÉR.- Ahora por lo menos, hace falta que nos pongas al corriente de toda la historia.
Sós.- Con el alba despaché dede mi casa de Pirrias, mi compañero de caza...
QUÉR.- ¿Adónde?
Sós.- Para encontrar al padre de la chica o al dueño de la casa, cualquiera que él sea.
QUÉR.- ¡Por Heracles! ¡Qué dices!
Sós.- He hecho mal, porque quizá un asunto como éste no es adecuado para un esclavo.Pero no es fácil que un enamorado tenga conciencia de lo que conviene. Y me extraña todo el tiempo que tarda, pues le dije que volviera ensefuida a casa en cuanto supiera lo que me interesaba.



Menandro, El Misántropo, Madrid, ed. Gredos, col. Biblioteca básica de Gredos, vol. 99, año 1986, págs 156-157. Seleccionado por Olga Domínguez Martín, curso 2011-2012, segundo de Bachillerato.

El siglo de Augusto

El primer acto del nuevo cónsul fue hacer condenar por un tirbunal regular a los asesinos de su padre en virtud de una ley, la 'lex Pedia', propuesta por el otro cónsul; luego partió hacia el norte, pata una entrevista con Antonio. Y fue cerca de Bolonia donde se estableción entre Antonio, Lépido y él, el segundo Triunvirato. A diferencia del que antaño uniera secretamente a César, Pompeyo y Craso, este nuevo triunvirato constituía una magistratura oficial, aunque de carácter excepcional. Los tres asociados se atribuían a sí mismos la misión de restaurar el Estado asegurámdole una constitución viable.
Las intrigas de los meses precedentes habían dejado demasiado resentimiento en los tirunviros , demostrando alas claras el peligro que constituía la oposición republicana, pera que no ententaran hacer imposible su renacimiento en el futuro. Y empezaron las proscripciones. Cierto treinta senadores fueron inscritos en las listas fatales para ser condenados a muerte sin juicio. Un gran número de caballeros corrieron la misma suerte. No tdos pertenecieron, pero los sobrevivientes tuvieron que esconderse; pronto no subsistió en Roma ningún miembro importante de la facción republicana. El mismos Cicerón fue muerto cuando, demasiado tarde, trataba de huir.

El siglo de Augusto

Cartas de las heroínas, Ovidio.

[Yo, Hermíone, me dirigo a ti, que hasta hace poco eras mi hermano y mi marido, y ahora sólo mi hermano. Otro lleva el nombre del esposo mío.]
Pirro, el hijo de Aquiles, violento a imagen de su padre, me tiene encerrada contra las leyes humanas y divinas. Me resistí a que me poseyera (sino en contra de mi voluntad), lo único que podía hacer; para el resto no fue lo bastante fuerte mi mano de mujer. <¿ Qué haces, Eácida? No me falta un vengador>, le dije; . Él, más sordo que el mar, mientras yo llamaba a voces a Orestes, me arrastró bajo su techo con el pelo en desorden.
¿Qué humillación peor habría soportado si, vencida Lacedemonia, yo hubiera raptado para tener nueras griegas?
Menor fue el ultraje que la Acaya vencedora hizo a Andrómaca, cuando el fuego de los griegos quemó las riquezas frigias.
Pero tú, Orestes, si es verdadero tu amor por mí y te conmueve, lanza tus valientes manos a defender lo que es tuyo. ¿Es que cogerías las armas si alguien te abriera los establos y te robara los rebaños, y te quedarías indiferente si es tu esposa lo que te roban? Mira el ejemplo de tu suegro, que reivindicó a su esposa raptada, [ para quien una mujer fue justa causa de guerra; si mi padre, indolente, se hubiera puesto a llorar en el abandonado palacio] mi madre habría seguido siendo esposa de Paris, (como antes). Y no tienes que preparar mil barcos ni mil velas ondulantes, ni innumerables soldados dánaos: ven tú. Así también se me tenía que haber buscado, que no es vergonzoso para un marido librar fieros combates por el lecho amado. ¿Qué me dices de que tu abuelo y el mío sea el mismo Atreo, hijo de Pélope, y que si no fueras mi marido, serías de todos modos mi hermano? Socórreme, por favor, como marido a mujer, como hermano a hermana, porque esos dos nombres te obligan a cumplir tu deber. MI abuelo Tindáreo, autorizado por su vida y por sus años, tenía la tutela de su nieta y me entregó a ti. Mientras que mi padre, que lo ignoraba, me había comprometido con el Eácida; ojalá pudiera más mi abuelo, que fue primero de los dos. Cuando era tu prometida, mi antorcha nupcial no hacía daño a nadie; pero si me casan con Pirro, te haré daño a ti. Mi padre, Menelao, podrá perdonar nuestro amor porque él ha sido víctima de las flechas del dios alado. Consentirá a su yerno el amor que se permitió a si mismo, y mi madre, que él amó, servirá de ejemplo. Tú eres para mí lo que mi padre para mi madre: Pirro tiene el papel que tuvo en otros tiempos el extranjero dardanio. Aunque él pueda jactarse toda la vida de las proezas de su padre, tú también tienes hazañas de tu padre que contar. El Tantálida era soberano de todos, incluso del mismo Aquiles; Aquiles era parte del ejército, mientras él era rey de reyes. Tú desciendes de Pélope, tu bisabuelo, y del padre de Pélope; si cuentas bien, eres descendiente de Júpiter en quinto lugar. Y no te falta valor. Empuñaste unas armas odiosas, ¿pero qué podías hacer, si te las dio tu padre? Yo hubiera preferido que demostraras tu valor en mejor asunto; pero no elegiste tú la causa de tu acción, sino que te fue impuesta. Tuviste que llevarlo a cabo: Egisto con la garganta abierta manchó de sangre la misma mansión que antes había manchado tu padre.


Ovidio, Cartas de las heroínas, Hermíone a Orestes, Madrid, ed. Gredos, col. Biblioteca Básica de Gredos, vol.69, año 2001, págs. 62-64. Seleccionado por Olga Domínguez Martín, segundo de Bachillerato,curso 2011-2012 .

Las Traquinias, Sófocles

HILO. Pero ni tu madre está aquí, sino que en la costera Tirinto consiguió establecer su asentamiento, y de tus hijos a uno de ella se los llevó y ahora los cuida, otros tal vez sepas que habitan la ciudad de Tebas, pero todos nosotros cuantos estamos aquí, si es preciso, padre, hacer algo, te obedeceremos y estaremos por entero bajo tus ordenas.

HERACLES. Escucha tú, entonces, el asunto. Has llegado a un punto en que deberás mostrar qué clase de hombre eres, si has de seguir siendo llamado hijo mío. Tuve yo hace ya tiempo una predicción de boca de mi padre sobre que no caería muerto a manos de ninguno de los que aún respiran, sino que sería cualquier habitante ya desvanecido del Hades. Pues bien, éste fue, la fiera del centauro, según rezaba la predicción divina, el que de esta manera a mí aún vivo me mató él ya muerto. Y te diré que semejantes a éstos sobrevivieron unos nuevos oráculos, concordes con los de antaño, los cuales, al entrar yo en el bosque sagrado de los montaraces Selos que duermen en el suelo, me hice escribir de boca de la paterna encina de muchas lenguas, la cual me comunicó que en el tiempo en que ahora vive y está presente sería llevada a cumplimiento la liberación de las fatigas que me estaban impuestas. Y yo creía que en el futuro viviría feliz. Pero eso no era otra cosa que el que yo muriera, pues a los muertos no se le añade fatiga alguna. Pues bien, puesto que esto sobreviene de forma manifiesta, hijo, es preciso que una vez más te resuelvas en aliado de este hombre, y no esperes a que mi lengua exacerbe, sino que cedas y le ayudes, reconociendo que la mejor forma de vida es obedecer al padre.

HILO. Pero, padre, siento miedo al llegar a tal punto del relato.Sin embargo, obedeceré en lo que te parezca bien.

HERACLES. Dame tu mano derecha antes de nada.

HILO. ¿Por qué vuelves así sobre esta fidelidad?

HERACLES. ¿No la tomarás al punto? ¿Desconfiarás de mi?

HILO. Aquí la tiendo, y nada será objeto de disputa frente a ti.

HERACLES. Jura entonces, por la cabeza de Zeus que me engendró que...

HILO. Que... pero ¿qué he de hacer? ¿Y esto, me será dicho?

HERACLES. Que la empresa que te diga cumplirás.

HILO. Yo lo juro con Zeus por testigo de juramento.

HERACLES. Y si lo transgredieses, suplica obtener calamidades.

HILO. No hay que temer que las alcance, porque lo cumpliré. No obstante, elevo la súplica.

HERACLES. Pues bien, ¿conoces la elevada colina del Eta consagrada a Zeus?

HILO. La conozco, porque como sacrificador muchas veces en efecto estuve allí arriba.

HERACLES. Pues allí es preciso que lleves este cuerpo mío por tu propia mano y con aquellos que necesites de entre los amigos, y que, tras cortar abundante madera de encina de profunda raíz y arrancar también abundante olivo macho silvestre, arrojes mi cuerpo dentro y prendas fuego utilizando la llama de una antorcha de pino. Y no se derrame lágrima alguna de lamento, sino que sin sollozos ni lágrimas actúa, si realmente eres hijo de este hombre. Si no, de continuo seré para ti yo, incluso cuando esté allí abajo, una maldición por siempre pesada.

HILO. ¡Ay de mí, padre!, ¿qué has dicho? ¡Qué clase de empresa me acabas de encomendar!

HERACLES. Cual es la que debe ser hecha. Si no, hazte hijo de otro padre y no te llames ya mío.

HILO. ¡Ay de mí una vez más! ¡Aqué cosas me incitas, padre! ¡A convertirme en asesino e impuro matador tuyo!

HERACLES. De ningún modo por mi parte, sino en remediador de lo que tengo y único médico de mis males.

HILO. ¿Y cómo podría curar tu cuerpo prendiendo fuego a la pira de debajo?

HERACLES. Bien si sientes miedo ante esto, pon en práctica al menos lo demás.

HILO. Al traslado al menos, tenlo por cierto, no habrá negativa.

HERACLES. ¿Y el levantamiento de la pira mencionada?

HILO. En la medida en que yo pueda, con tal de no tocarla con mis manos. Pero lo demás lo haré y no tendrás queja por mi parte.

HERACLES. Bien, bastará eso incluso. Pero concédeme un pequeño favor más, añadiéndolo a los otros grandes.

HILO. Aunque se más grande, será cumplido.

Sófocles, Las Traquinias, Madrid, ed. Alianza, col. Clásicos de Grecia y Roma, año 2008, págs. 163-166 Seleccionado por Luis Francisco Galindo Cano, curso 2011-2012, segundo de Bachillerato

jueves, 27 de octubre de 2011

Arte de amar, Ovidio.

Si hay alguien entre el público que no conozca el arte de amar, que lea esta obra y, cuando se haya documentado leyéndola, que ame. Por medio del arte se mueven las rápidas barcas a vela y remo, por medio del arte también los ligeros carros, y por medio del arte ha de ser gobernado por el Amor. Automedonte tenía las cualidades idóneas para conducir carros y sujetar las flexibles riendas; Tifis era el timonel en la nave hemonia; pero a mí Venus me puso ante los ojos de todos como maestro en el arte del tierno Amor: dirán de mí que soy el Tifis y el Automedonte de Amor.
Él es, desde luego, arisco y de tal ánimo que muchas veces se resuelve contra mí, pero es un niño y su edad es dócil y propia para dejarse guiar. El hijo de de Fílira enseñó a tocar la cítara a Aquiles cuando era pequeño y con este pacífico arte dominó su carácter violento; el que tantas veces fue terror para sus compañeros y tantas veces para los enemigos, cuéntase que sentía un pánico grande ante aquel anciano cargado de años; y las manos de Héctor probaría más tarde, las ofrecía él sumisamente a los palmetazos, siempre que el maestro se lo pedía. Quirón fue el preceptor del Eácida, yo solo soy del Amor: coléricos son ambos niños y ambos hijos de una diosa. Pero, no obstante, también la cerviz del toro soporta el peso del arado y los dientes de un caballo desbocado acaban por morder el freno. De igual manera el Amor se inclinará ante mí, aunque hiera mi corazón con su arco y agite sus antorchas, blandiéndolas en contra mía. Cuanto más enconadamente el Amor me haya clavado sus flechas y me haya abrasado, tantos más motivos tendré para vengarme de la herida que me haya hecho.
No mentiré diciendo,Febo, Que tú me has dado estas artes, ni tampoco un ave celestial me adoctrina con su canto, ni se me han aparecido Clío y sus hermanas mientras apacentaba rebaños en tus valles, Ascra; es mi propia experiencia la que me inspira esta obra: haced caso, pues, a un poeta experto; cantaré la verdad: madre del Amor, favorece esta mi empresa. Lejos de aquí, delgadas cintas, emblema del pudor, y tú, larga banda que cubres las piernas hasta la mitad. Yo cantaré un amor que no tiene nada que temer y unos escarceos permitidos. No habrá ningún delito que reprochar a mis versos.
Lo primero de todo, tú que por primera vez vienes como soldado a revestirte con armas nuevas, procura descubrir lo que deseas amar. El paso siguiente es conquistar a la joven que te ha gustado; y en tercer lugar, conseguir que el amor dure por largo tiempo. Éste es mi plan: éste es el campo que mi carro dejará señalado a su paso, ésta es la meta que deben tocar mis ruedas en su loca carrera.

Ovidio, Arte de amar, Madrid, ed. Gredos, col. Biblioteca Básica Gredos, vol. 66 , año 2001, págs. 143-145. Seleccionado por Luis Francisco Galindo Cano, segundo de Bachillerato, curso 2011-2012.

El militar fanfarrón, "Acto II, escena segunda", Plauto.

PAL.- Distinguido público, heme aquí dispuesto a contarles el argumento de esta comedia, si es que ustedes tienen la bondad de prestarme su atención. Si alguien no quiere escuchar, que se levante y se marche, para hacer sitio donde sentarse al que lo quiera. Ahora os diré el argumento y el título de la comedia que vamos a representar, que es para lo que estáis aquí reunidos en este lugar de fiesta: en griego se titula la pieza Alazón, lo que en latín se dice gloriosus, osea, fanfarrón. Esta ciudad es Éfeso; el militar este que acaba de irse ahora a la plaza es mi amo, un fanfarrón, un sinvergüenza, un tipo asqueroso, que no vive sino del perjurio y del adulterio. Se empeña en que le persiguen todas las mujeres, y, en realidad, no es sino el hazmerreír de ellas por donde quiera que va. Por eso tienen aquí por lo general las golfas el morro torcido, a fuerza de burlarse de él haciéndole muecas con los labios. En cuanto a un servidor, no hace mucho que me encuentro a las órdenes del susodicho militar: ahora mismo les digo cómo es que pasé a ser esclavo suyo en lugar del amo que tenía antes; prestad atención, que ahora empiezo a contar el argumento. Yo estaba en Atenas al servicio de un amo que era una bellísima persona y que estaba enamorado de una cortesana hija de madre de Atenas del Ática, y a ella le pasaba lo mismito con él, lo cual se puede decir que es la forma ideal de amar. Mi amo fue enviado a Naupacto con un asunto oficial de gran importancia. Entretanto, se presenta el militar este en Atenas y empieza a insinuarse con la amiga de mi amo; venga a camelar a la madre trayéndole vino, aderezos, buenas cosas de comer, hasta que consigue hacerse persona de confianza en casa de la señora. En cuanto que se le presentó la ocasión, va y engaña a la madre de la muchacha de la que estaba enamorado, y, sin que ella se dé cuenta, coge a la hija, la embarca y la trae a la fuerza aquí a Éfeso. Cuando yo me entero de que la miga de mi amo ha desaparecido de Atenas, cojo y, lo más rápidamente que puedo, me busco un pasaje y me embarco en dirección a Naupacto para informarle de lo sucedido. Hete ahí que no encontrábamos ya en alta mar, cuando aparecen por permisión divina unos piratas que capturan el barco en donde yo iba, osea que encuentro mi perdición antes de encontrarme con mi dueño como era mi propósito. El que me hizo cautivo me entregó como esclavo al militar este, que me lleva con él a su casa, donde al entrar me topo con la amiga ateniense de mi amo. Ella al reconocerme me hace señas con los ojos de que no le hable; luego, cuando tuvimos ocasión, se me queja de sus infortunios: me dice que está deseando salir huyendo de aquella casa y volver a Atenas, que ella sigue queriendo a mi amo el de Atenas y que no hay para ella otra persona más aborrecible que el militar. Yo, que me doy cuenta de la situación en que está la muchacha, cojo y escribo una carta y se la entrego en secreto a un comerciante para que se la lleve a mi amo el de Atenas, el que estaba enamorado de la chica, para que se persone aquí en Éfeso. No ha hecho él caso omiso de mi mensaje, porque ha venido y se aloja aquí junto a nosotros, en casa de un antiguo amigo de su padre, un viejo que es realmente un hombre encantador; que está nada más que servirle los pensamientos a su enamorado huésped y que nos ayuda con su colaboración y sus consejos. O sea que yo he podido organizar aquí un truco estupendo para que se pudieron reunirse los enamorados: en una habitación que el militar a reservado para su amiga, donde tiene prohibido que nadie ponga los pies aparte de ella, allí en esa habitación ha hecho un boquete en la pared por donde la muchacha pueda pasar en secreto a la casa del vecino de al lado- a sabiendas del viejo, por supuesto; él ha sido quien me ha dado la idea-; y es que el otro esclavo a quien el militar ha encargado la custodia de su amiga es un pobre diablo, o sea, que a fuerza de ingeniosos trucos y de bien tramados engaños le pondremos un velo delante de los ojos y conseguiremos que no haya visto lo que ha visto; y después, para que no os confundáis, la misma muchacha va a hacer el papel de dos,de la que vive aquí en esta casa y de otra que va a vivir en la de al lado.



Plauto, Comedias, El militar fanfarrón , ed. Gredos, col. Biblioteca básica Gredos, vol. 41, 2000, págs 282-284, seleccionado por Olga Domínguez Martín, curso 2011-2012, segundo de Bachillerato.




jueves, 20 de octubre de 2011

Vida de Esopo, Esopo

Su amo, que lo tenía siempre en silencio y sin hacer nada en su casa de la ciudad, lo mandó al campo...y uno de sus compañeros de esclavitud viendo al otro triste le dijo:
-Compañero, sé que estás pensando: quieres comer higos.
-Sí, por Zeus - respondió-. ¿cómo lo sabes?
-Por la manera de mirar conozco tu intención. Así que voy a darte una idea de cómo nos los comeremos los dos.
-Pues no has dado ninguna buena idea -dijo el otro-, porque cuando venga el amo a buscar higos y no podamos dárselos, ¿qué va a pasar?
-Díle que Esopo, al encontrar por casualidad abierto el almacén, irrumpió en él y se comió los higos. Así como Esopo no puede hablar, será castigado y tú satisfarás plenamente tu deseo.
Dicho esto se sentaron en torno a los higos y se los comieron, mientras decían:
-¡Ay de Esopo! Verdaderamente está echado a perder y nada le viene mejor que el que le peguen. Así, por una vez, nos vamos a poner todos de acuerdo, y lo que se pueda romper, estropear o caer al suelo, decimos que lo ha hecho Esopo y nos evitaremos problemas en adelante.
Y así se comieron los higos.
A la hora de costumbre, al amo, después de tomar el baño y desayunar, le entraron ganas de higos, se fue a buscar el fruto y dijo:
-Agatopo, dame los higos.
Al ver el amo que se lo tomaba a risa, se molestó y cuando supo que Esopo se había comido los higos, dijo:
-Que llame uno a Esopo.
Después que fue llamado se presentó.



Esopo, Vida de Esopo, Madrid, ed. Gredos, col. Biblioteca básica Gredos, vol.9, 2000, págs 139-140, seleccionado por Olga Domínguez Martín, curso 2011-2012, segundo de Bachillerato.

CANTO XXXII

No comerá bellotas, ciertamente,
la tierra, mientras no la obligue el hambre;
duro hierro no depondrá. A menudo
despreciará oro y plata, satisfecha
con pólizas de cambio. De la sangre
de los suyos, no se abstendrá la mano
de la pródiga estirpe, antes cubierta
de estragos será Europa y la otra orilla
del atlántico mar, fresca nodriza
de civilización, siempre que incite
a la lucha a las huestes fraternales
por pimienta, canela u otro aroma,
o azucaradas cañas, o un motivo,
el que sea, que en oro se convierta.
Amor a la justicia, verdadero
valor, modestia, fe y virtud
extraños serán en todo estado, en los comunes
negocios , y serán desventurados
siempre, y escarnecidos y vencidos,
que, por naturaleza, en todo tiempo con la mediocridad, reinarán siempre
y siempre flotarán. De imperios y fuerzas
abusará quien sea, bajo un nombre cualquiera. Que esta ley antes grabaron
Natura y el destino con el diamante;
y no la borrarán con sus centellas
Volta ni Davy, ni Inglaterra toda siquiera con sus máquinas, ni un Ganges
de escrituras políticas, el siglo
nuevo. El bueno en tristeza; el vil, el pícaro
en triunfo siempre; contra el alma excelsa
en armas conjurado el mundo entero;
del verdadero honor, secuaz el odio,
la envidia y la calumnia; de los fuertes
víctima el débil; de los ricos, siervo
y adulador el pobre;en toda forma
de público gobierno, de la eclíptica,
o de los polos cerca o cerca o lejos, siempre,
si al humano linaje el propio albergue
y los rayos de sol no faltan nunca.

CANTOS, páginas 126 y 127 del canto XXXII. EDITORES ORBIS S.A. Barcelona. aÑO 1988. Seleccionado por Javier Muñoz Castaño, curso 2011-2012, segundo de bachillerato.

Electra, Sófocles

Electra.- ¿De dónde sacarías tú alivio de mis penas, para las que no es posible ver remedio?
Crisótemis.- Está Orestes entre nosotros, sábelo oyéndolo de mí, tan verdad como que me ves.
Electra.- ¿Acaso estás loca, oh desgraciada, y de tus propios males y los míos te ríes?
Crisótemis.- ¡Por el hogar paterno, no digo esto por burla, sino porque cerca está de nosotras dos!
Electra.- ¡Ah desdichada! ¿Y de cuál de los mortales oíste esta noticia para creerla así tan firmemente?
Crisótemis.- Yo de mí misma y no de otra; después de ver claras pruebas, creo en esta noticia.
Electra.- ¿Y qué indicio has visto, desdichada? ¿Qué has mirado para que te me exaltes con esta fiebre incurable?
Crisótemis.- Por los dioses, escucha, para que, informada de mí, me llames luego sensata o necia.
Electra.- Habla tú entonces, si en tus palabras tienes algún placer.
Crisótemis.- Ya te digo todo cuanto vi. Cuando me acerqué a la antigua tumba de nuestro padre, veo que de lo alto de la cárcava corren hilos de leche recién vertida, y que la sepultura paterna entorno estaba coronada de todas cuantas flores hay. Al verlo me llené de asombro, y miro alrededor, no fuera que hubiera alguien muy cerca de mí. Pero cuando observé todo el lugar en calma, me acerqué al sepulcro y veo en la cima del túmulo un rizo cortado en joven cabello; así que lo vi, desdichada, se presenta en mi espíritu una imagen familiar, testimonio a mis ojos del más querido de todos los mortales, de Orestes. Tomándolo en las manos nada digo de mal agüero, pero con alegría lleno al momento mis ojos de lágrimas. Y ahora igual que entonces sé bien que esta ofrenda no puede venir sino de él. ¿Pues a quién otro corresponde si no es a ti o a mí? Yo no lo hice, de esto estoy segura, y menos tú; ¿cómo iba a ser? ¡Si ni para llegarte a los dioses puedes apartarte impune de este palacio! Tampoco ama el corazón de nuestra madre tales cosas, ni hubiera pasado inadvertida de hacerlas, sino que son de Orestes estas honras. Pero, ea, oh querida, anímate; con los mismos no está siempre la misma suerte; la de nosotras dos era antes odiosa, pero el día de hoy quizá nos traiga la confirmación de muchos bienes.


Sófocles, Electra, Madrid, ed. Ediciones Clásicas, año 1995, págs 58 y 59 Seleccionado por Luis Francisco Galindo Cano, curso 2011-2012, segundo de Bachillerato

Las troyanas, Eurípides

ATENEA.- ¿Me es lícito saludar al pariente más cercano de mi padre, al dios poderoso y honrado entre los dioses, ahora que he puesto fin a nuestra anterior enemistad?
POSIDÓN.- Sí puedes, soberana Atenea, que el trato entre parientes es un bálsamo no desdeñable para el corazón.
ATENEA.- Alabo tu carácter sensato. Traigo un mensaje que quiero poner a nuestra común consideración, soberano.
POSIDÓN.- ¿Acaso traes un nuevo mensaje divino de parte de Zeus o de alguno de los dioses?
ATENEA.-No, he venido para buscar tu fuerza y unirla a la mía en beneficio de Troya.
POSIDÓN.- ¡Vaya! ¿Es que has abandonado tu antiguo odio y ahora que arde entre llamas te ha dado lástima?
ATENEA.- Contesta primero a esto: ¿estás dispuesto a deliberar conmigo y a colaborar en lo que deseo llevar a cabo?
POSIDÓN.- Desde luego, pero primero deseo conocer tus propósitos. ¿Has venido a ayudar a los aqueos o a los frigios?
ATENEA.- Quiero que ahora se alegren los troyanos, mis antiguos enemigos, y hacer que el retorno del ejército aqueo sea amargo.
POSIDÓN.- ¿Y por qué saltas de un sentimiento a otro y odias en exceso o amas al azar?
ATENEA.-¿No sabes que hemos sido ultrajados yo y mi propio templo?
POSIDÓM.- Lo sé, cuando Áyax arrastró a Casandra por la fuerza.
ATENEA.- Y sin embargo nada le han hecho los aqueos, ni siquiera se lo han censurado.
POSIDÓN.- ¡Y pensar que destruyeron Ilión ayudados por ti!
ATENEA.- Por eso quiero dañarlos con tu ayuda.
POSIDÓN.- Estoy dispuesto, en lo que de mí depende, a lo que quieres. ¿Qué les harás?
ATENEA.- Quiero que tengan un retorno lamentable.



Eurípides, Tragedias, Las troyanas, Madrid, ed. Gredos. 2000, págs. 167-168, seleccionado por Olga Domínguez Martín, curso 2011-2012. Segundo de Bachillerato

jueves, 13 de octubre de 2011

Poéticas, Horacio.

Si un pintor quisiera añadir a una cabeza humana un cuello equino e introdujera plumas variopintas en miembros reunidos alocadamente de tal modo que termine espantosamente en negro pez lo que en su parte superior es una hermosa mujer, ¿podríais, permitida su contemplación, contener la risa, amigos? Creedme, Pisones, que a ese cuadro será muy semejante un libro cuyas imágenes se representen vanas, como sueños de enfermo, de manera que pie y cabeza no se correspondan con una forma única. Pintores y poetas siempre tuvieron el justo poder de atreverse a cualquier cosa. Lo sé, y tal licencia reclamo y concedo alternativamente, pero no para que vayan combinadas ferocidades y dulzuras, ni se aparecen serpientes con aves, corderos con tigres.
Frecuentemente, a principios solemnes y que prometían grandes cosas se le cosen uno o dos remiendos de púrpura para que reluzcan a lo lejos; se describe el bosque sagrado y el altar de Diana, el recorrido de presusora agua por alegres campiñas, o el Rin, o el arco-iris; pero de momento no era ése su lugar. Quizá sepas representar un ciprés, mas ¿ de qué vale ello al hombre que ha pagado para que se le le pinte nadando hacia su salvación, rota su nave y desesperanzando? Comenzóse a modelar un ánfora; ¿por qué del correr del torno sale un cántaro? En una palabra, que sea ello lo que se quiera, pero que al menos sea simple y uno.
La mayoria de los poetas, padre y jóvenes dignos de tal padre, somos engañados por la apariencia del bien. Me afano en ser breve, me hago oscuro; nervio y aliento faltan al que persigue la ligereza; otro, buscando lo sublime, cae en la ampulosidad; se arrastra en la tierra el prudente en exceso y el temeroso de la tempestad; el que desea trocar un tema sencillo con prodigios, pinta un delfín en los bosques, un jabalí en las olas. El evitar un fallo lleva, si se carece de arte, a un vicio. En el derredor de la escuela de Emilio, un escultor, en su taller de la planta baja, esculpirá las uñas e imitará la sedosidad de los cabellos en bronce, estéril artesano, en suma, ya que no sabrá componer, no querría ser ese hombre más que vivir con nariz deforme lllamando la atención con mis ojos y con mis cabellos negros.
Emprended los que escribís un tema adecuado a vuestras fuerzas y reflexionad largo tiempo acerca de qué rechazan o qué aceptan llevar vuestros hombros.


Horacio, Poéticas, Madrid, Editora Nacional, col. Biblioteca de la literatura y el pensamiento universales, 1984, págs. 123-124. Seleccionado por Olga Domínguez Martín, segundo de Bachillerato, curso 2011-2012.

Odisea "Canto XI", Homero

       Cuando hubimos llegado a la nave, alcanzada la orilla, en las ondas divinas botamos primero la nave y en el negro navío arbolamos el palo y las velas y embarcamos las reses y luego embarcamos nosotros, pero estábamos tristes, llorando muchísimas lágrimas. No tardó, tras la nave de proa azulada, en enviarnos un leal compañero en la brisa que henchía las velas, Circe, diosa dotada de voz y de crespos cabellos. Puesto ya el aparejo en su sitio en la nave, nosotros nos sentamos, y el viento y piloto llevaron la nave.

       Todo el día la nave viajera singló a toda vela, y se puso ya el sol y la sombra veló los caminos al llegar al confín del Océano de aguas profundas donde se halla la tierra y ciudad de los hombres cimerios, entre nieblas y nubes; son hombres a quienes los rayos explendentes del Sol no deslumbran jamás en la vida, ni siquiera al subir a los cielos poblados de estrellas ni tampoco al bajar de los dielos buscando la tierra: subre tales cuitados se extiende una noche de muerte. Arribamos allí, en tierra firme varamos, y luego nos llevamos las reses, siguiendo el perfil del Océano, hasta haber alcanzado aquel punto indicado por Circe.

       Perimedes y Euríloco asieron entonces las víctimas, saqué luego de junto a mi muslo la espada agudísima, abrí entonces un hoyo que un codo por lado tenía y vertí entorno de él tres ofrendas por todos los muertos: la primera con leche y con miel, la segunda con vino, la tercera con agua y vertí blanco polvo de harina,invoqué a los muertos al fin, a sus cabezas inanes, prometiendo matar, ya en Ítaca, una vaca infecunda, la mejor, y quemarla en la pira con ricas ofrendas; por Tiresias sacrificaría un carnero bien negro y sin mancha, el que más destacara entre todos mis hatos. Invocando ya el pueblo excelente de todos los muertos, tomé entonces las reses y las degollé sobre el hoyo, y la sangre corrió con oscuro vapor; del Erebo ascendieron, reunidas , las sombras de muchos difuntos: novias y jovenzuelos y ancianos que muchos sufrieron y muchachas con penas recientes en sus corazones y varones heridos por lanzas de punto de bronce, a los que Ares motó y cuyas armas aún sangre tenían; una turba agitábase en torno del hoyo, gritando de manera espantosa, y entonces sentí verde miedo.


Homero, Odisea, Barcelona, ed. Océano, 1995, págs 169 y 170.
Seleccionado por Luis Francisco Galindo Cano, Segundo de bachillerato, curso 2011-2012.

jueves, 6 de octubre de 2011

Ilíada "Engaño de Júpiter", Homero

      Néstor, aunque estaba bebiendo, no dejó de advertir la gritería; y hablando al Asclepíada, pronunció estas aladas plabras: "¿Cómo crees, divino Macaón, que acabaran estas cosas? Junto a las naves es cada vez mayor el vocerío de los robustos jóvenes. Tú, sentado aquí bebe el negro vino, mientras Hecamede, la de hermosas trenzas, pone a calentar el agua del baño y te lava después la sangrienta herida; y yo subiré prestamente a un altozano para ver lo que ocurre".
       Dijo; y después de embrazar el labrado escudo de reluciente bronce, que su hijo Trasimedes, domador de caballos, había dejado allí por llevarse el del anciano, asió la fuerte lanza de broncínea punta y salió de la tienda. Pronto se detuvo ante el vergonzoso espectáculo que se ofreció a sus ojos: los aqueos eran derrotados por los feroces troyanos y la gran muralla aquea estaba destruida. Como el piélago inmenso empieza a rizarse con sordo ruido y purpurea, presagiando la rápida venida de los sonoros vientos, pero no mueve las olas hasta que Júpiter envía un viento determinad, así el anciano se hallaba perplejo entre encaminarse a la turba de los dánaos, de ágiles corceles, o enderezar sus pasos hacia el Atrida Agamenón, pastor de hombres. Parecióle que sería lo mejor ir en buca del Atrida, y así lo hizo; mientras los demás, combatiendo se mataban unos a otros, y el duro bronce resonaba alrededor de sus cuerpos a los golpes de las lanzas de doble filo.


Homero, Ilíada, Barcelona, ed. Océano, 2000, pág. 219.
Seleccionado por Luis Francisco Galindo Cano. Segundo de bachillerato. Curso 2011-2012.

jueves, 29 de septiembre de 2011

Antígona, Sófocles

ANTÍGONA. Ni exhortaría ni tal vez, aunque estuvieses dispuesta en algún momento a intervenir, me ayudarías con agrado por mi parte. Sin embargo, resuelve como te parezca, que a aquél yo le enterraré. Es hermoso para mí morir haciendo esto. Con él iré a yacer querida, con un ser querido, tras llevar a cumplimiento un sagrado delito, porque mayor es el tiempo durante el que es preciso que dé satisfaccion a los de abajo más que a los de aquí, ya que allí estaré para siempre. Respecto a ti, si te parece, desprecia lo que es objeto de aprecio entre los dioses.
ISMENA. Yo no lo desprecio,pero de obrar contra los ciudadanos soy incapaz.
ANTÍGONA. Tú pon delante este pretexto, pero yo encaminaré mis pasos a disponer un enterramiento para mi hermano muy querido.
ISMENA. Bien,pero al menos a nadie des a conocer con antelación esta empresa,sino que trata de ocultarla, y yo tambien así.
ANTÍGONA. ¡Ay de mí! Decláralo. Mucho más odiosa me serás si te callas, si no lo proclamas a todos.
ISMENA. Caliente tienes el corazón en cosas que hielan.


Sófocles, Antígona, Madrid, ed. Alianza, año 2005, pág 174. Seleccionado por Olga Domínguez Martín, curso 2011/2012, segundo de Bachillerato

Cándido, Voltaire.

Cándido habíase traído de Cádiz un ayuda de cámara , de los que son tan comunes en las casas de España y en las colonias. Era un cuarentón español, hijo de un mestizo de Tucumán, y había sido niño de coro, sacristán, marinero, monje, comisionista, soldado y lacayo. Se llamaba Cacambo y quería mucho a su amo porque éste era un buen hombre. Ensilló a toda prisa dos caballos andaluces.
-Vamos, mi amo, sigamos el consejo de la veja: partamos y corramos sin mirar atrás.
Cándido derramó lágrimas.
-¡Oh, mi amada Cunegunda! -exclamó-; tener que abandonaros cuando el gobernador iba a disponer nuestra boda... ¿Qué va a ser de ella, aquí, en donde no conoce a nadie?
-Que se arregle como pueda -dijo Camacho-;las mujeres siempre tienen algún recurso; Dios proveerá...; corramos.
-¿Adónde me llevas? ¿Adónde vamos? ¿Qué haremos sin Cunegunda? -preguntó Cándido.
-¡Por Santiago de Compostela! -juró Camacho-, veníais a hacerle la guerra a los jesuitas, pues pasémonos al enemigo. Yo conozco bien los caminos, os guiaré a su reino y se alegrarán mucho de poder contar entre ellos con un capitán que sabe hacer el ejercicio a la búlgara. Haréis una fortuna prodigiosa; además, cuando un mundo nos niega lo que buscamos, hay que tratar de encontrarlo en otro. Y hacer cosas nuevas es siempre muy agradable.
-¿Con que ya has estado en Paraguay? -preguntóle Cándido.
-¡Ya lo creo! -contestó Cacombo-; fui fámulo en el colegio de la Asunción y conozco el gobierno de los padres como las calles de Cádiz. El gobierno de estas gentes es algo admirable. El reino tiene más de trescientas leguas de diámetro y está dividido en treinta provincias. Los curas lo poseen todo; los pueblos, nada; ésta es la obra maestra de la razón y de la justicia. En mi opinión, no hay cosa más divina que los padres; aquí hacen la guerra a los reyes de España y Portugal y en Europa lo confiesan. Aquí matan a los españoles y en Madrid los envían al cielo. Esto es sunblime...; caminemos. Seréis el más dichoso entre los hombres. ¡Qué placer tendrán los padres cuando sepan que les ha llegado un capitán que sabe hacer el ejército a la búlgara!

Voltaire, Cándido, páginas 38 y 39. UNIDAD EDITORIAL, S.A. Madrid. Año 1999. Seleccionado por Javier Muñoz Castaño, segundo de Bachillerato, curso 2011-2012.

Nana, Émile Zola.

Vandeuvres habá mirado a Faucherry. Ambos se hallaban detrás del marqués y lo olfateaban. Cuando Vandeuvres pudo cogerlo a parte, para hablarle de aquellaa agraciada persona a la que llevaba al campo, manifestó una gran sorpresa. Acaso lo habían vist con la baronesa Decker , en cuya casa pasaba a veces algunos días, en Virofly. Como única venganza preguntóle Vendeuvres bruscamente:
-Oiga, ¿por dónde ha pasado? Lleva el codo cubierto de telarañas y yeso.
-El codo -murmuró el marqués, algo turbado-. ¡Pues es verdad!... Un poco de suciedad... Se me habrá
pegado bajando de mi cuarto.
Íbanse algunas personas. Eran casi las doce . Sin hacer ruido dos criados recogían las tazas vacías y los platos de pastelillos. Las señoras habían vuelto ha formar su corrillo, más estrecho ahora, frente a la chimenea, y hablaban con más abandono que languidez de aquel final de velada. Adormilábase el mismo salón, unas sombras lentas caían de las paredes. Entoces habló Faucherry de marcharse. Sin embargo, se volvía a distraer mirando a la condesa Sabine . Descansaba ésta de sis cuidados de ama de casa, en su sitio acostumbrado, silenciosa, puestos los ojos en un tizón que se iba consumiendo en brasa, tan blanco y tan hermético el semblante, que le volvía las dudas al periodista. Con el resplandor del fuego, tomaba un matiz rubio del vello negro del lunar que tenía junto a la comisura de los labios. Era absolutamente el lunar de Nana, hasta en el color. No pudo por menos de comentárselo, al oido, a Vandeuvres. Sí que era verdad; nunca había reparado en ello. Y prosiguieron el paralelo entre Nana y la condesa. Ambos les encontraban un vago parecido en el mentón y en la boca; pero los ojos eran del todo distintos. Además Nana parecía buena chica, mientras que la condesa, cualquiera sabía, diríase una gata dormida. con las garras escondidas y las patas ligeramente agitadas por un temblor nervioso.

        Émilie Zola, Nana, Barcelona, ed. Planeta, año 1985, pág 68.
        Seleccionado por Luis Francisco Galindo Cano, curso 2011-2012, Segundo de Bachillerato.

Nadja, André Breton

Muchas veces he vuelto a ver a Nadja, su pensamiento se me ha hecho aún más inteligible, y su expresión ganó en agilidad, en originalidad, en profundidad. Es muy posible que al mismo tiempo el desastre irreparable que arrastraba consigo una parte de ella misma, la más humanamente precisa, ese desastre que advertí aquel día, me haya alejado paulatinamente de ella. Maravillado como yo continuaba estando por esta manera suya de conducirse sin más apoyos que la más pura intuición y que siempre resultaba prodigiosa, también me sentía cada vez más alarmado notando que, cuando la dejaba, volvía a ser presa del torbellino de aquella vida que continuaba en su exterior, y que se ensañaba con ella para conseguir, entre otras concesiones, que comiera o durmiera. Durante algún tiempo intenté procurarle los medios para ello, puesto que además ella tan sólo podía esperarlos de mí. Pero como algunos días parecía que vivía con mi sola presencia, sin hacer el menor caso de lo que le decía, ni tampoco darse cuenta en absoluto, cuando ella me contaba cosas intrascendentes o se callaba, de mi aburrimiento, dudo mucho de la influencia que he podido ejercer sobre ella para ayudarla a resolver normalmente esta clase de dificultades.
En vano multiplicaría yo ahora todos los ejemplos de hechos insólitos que, aparentemente, tan sólo podían concernirnos a nosotros, y que me predisponen en favor de cierta clase de finalismo que permitiría explicar la particularidad de cada acontecimiento del mismo modo que algunos han pretendido, irrisoriamente, explicar la particularidad de cada cosa, de hechos, insisto, de los que Nadja y yo hayamos sido testigos simultáneamente o de los que uno solo de los dos haya sido testigo. Solo quiero recordar, al hilo de los días, algunas frases pronunciadas ante mí o escritas de un tirón ante mis ojos por ella, frases en las que mejor vuelvo a encontrar el tono de su voz y cuya resonancia se mantiene tan fuerte en mi interior.



André Breton, Nadja, Madrid, ed. Catedra, año 1997, pág. 196
Seleccionado por Olga Domínguez Martín, curso 2011-2012. segundo de Bachillerato.

jueves, 22 de septiembre de 2011

El abanico de Lady Windermere, Oscar Wilde.

DUQUESA DE BERWICK: Mi querido lord Darlington , ¡qué concienzudamente de pravado es usted!
LADY WINDERMERE: Lord Darlington es frívolo.
LORD DARLNGTON: ¡Ah! No diga usted eso, lady Windermere.
LADY WINDERMERE: ¿Por qué habla usted tan frivolamente de la vida entonces?
LORD DARLINGTON: Porque creo que la vida es demasiado importante siempre para hablar seriamente de ella. (Se adelanta hacia el centro)
DUQUESA DE BERWICK: ¿Qué ha querido usted decir? Explíquelo en atención a mi pobre juicio, lord Darlington; explíqueme simplemente lo que ha querido decir en realidad.
LORD DARLINGTON: (Colocándose detrás de la mesa) Creo que será preferible no hacerlo, duquesa. Hoy día ser inteligible es dejarse atrapar. ¡ Adiós! (Estrecha la mano a la duquesa) Y ahora (adelantándose) , adiós, lady Windermere. ¿Puedo venir esta noche? Déjeme usted venir.


         (Oscar Wilde, El abanico de Windermere, Barcelona, ed. Andrés Bello Española, año 1998, pág. 24
          Seleccionado por Javier Muñoz Castaño, curso 2011-2012. Segundo de Bachillerato.