jueves, 20 de octubre de 2011

Electra, Sófocles

Electra.- ¿De dónde sacarías tú alivio de mis penas, para las que no es posible ver remedio?
Crisótemis.- Está Orestes entre nosotros, sábelo oyéndolo de mí, tan verdad como que me ves.
Electra.- ¿Acaso estás loca, oh desgraciada, y de tus propios males y los míos te ríes?
Crisótemis.- ¡Por el hogar paterno, no digo esto por burla, sino porque cerca está de nosotras dos!
Electra.- ¡Ah desdichada! ¿Y de cuál de los mortales oíste esta noticia para creerla así tan firmemente?
Crisótemis.- Yo de mí misma y no de otra; después de ver claras pruebas, creo en esta noticia.
Electra.- ¿Y qué indicio has visto, desdichada? ¿Qué has mirado para que te me exaltes con esta fiebre incurable?
Crisótemis.- Por los dioses, escucha, para que, informada de mí, me llames luego sensata o necia.
Electra.- Habla tú entonces, si en tus palabras tienes algún placer.
Crisótemis.- Ya te digo todo cuanto vi. Cuando me acerqué a la antigua tumba de nuestro padre, veo que de lo alto de la cárcava corren hilos de leche recién vertida, y que la sepultura paterna entorno estaba coronada de todas cuantas flores hay. Al verlo me llené de asombro, y miro alrededor, no fuera que hubiera alguien muy cerca de mí. Pero cuando observé todo el lugar en calma, me acerqué al sepulcro y veo en la cima del túmulo un rizo cortado en joven cabello; así que lo vi, desdichada, se presenta en mi espíritu una imagen familiar, testimonio a mis ojos del más querido de todos los mortales, de Orestes. Tomándolo en las manos nada digo de mal agüero, pero con alegría lleno al momento mis ojos de lágrimas. Y ahora igual que entonces sé bien que esta ofrenda no puede venir sino de él. ¿Pues a quién otro corresponde si no es a ti o a mí? Yo no lo hice, de esto estoy segura, y menos tú; ¿cómo iba a ser? ¡Si ni para llegarte a los dioses puedes apartarte impune de este palacio! Tampoco ama el corazón de nuestra madre tales cosas, ni hubiera pasado inadvertida de hacerlas, sino que son de Orestes estas honras. Pero, ea, oh querida, anímate; con los mismos no está siempre la misma suerte; la de nosotras dos era antes odiosa, pero el día de hoy quizá nos traiga la confirmación de muchos bienes.


Sófocles, Electra, Madrid, ed. Ediciones Clásicas, año 1995, págs 58 y 59 Seleccionado por Luis Francisco Galindo Cano, curso 2011-2012, segundo de Bachillerato

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