jueves, 4 de mayo de 2017

Jean Racine, Andrómaca


Acto segundo

Primera escena

HERMÍONE

    ¿Por qué quieres, cruel, enconar esta herida?
Tengo miedo a saber cómo soy en tan trance.
Te lo ruego, no creas lo que ves con tus ojos:
cree más bien que ya no amo, mi victoria celebra;
cree que a mi cvorazón lo endurece el despecho;
y si puedes consigue que también yo lo crea.
Que le deje me pides. ¡Pues bien!¿Qué me detiene?
Sí, partamos, dejémosle con su indiga conquista.
Que conquiste por fin su cvautiva al guerrero.
Hay que huir... ¡Mas si vuelve mi amor al ingrato!
¡Si volviera a ser fiel su traidor corazón
¡Si acudiese a mis pies a pedirme su gracia!
¡Ay, amor, si pudiera someterle a mis leyes!
¡Si quisiera...!Mas no, solo quiere afrentarme.
Nos salgamos de aquí y turbemos su dicha;
que nos sea un placer poder serle importunos;
u obligando a que rompa tan solemne promesa,
que se muestre perjuro ante todos los griegos.
Ya he logrado atraer sobre el hijo su cólera;
ahora quiero que exijan además a la madre.
Que conozca el dolor que ella me hace sufrir;
que por ella se pierde o que dé muerte a Andrómaca.

Jean Racine, Andrómaca, Acto segundo, Escena primera, Barcelona, RBA editores, Colección Historia de la Literatura, 1994, págs 28
Seleccionado por Andrea Martín Bonifacio, primero de bachillerato, curso 2016/2017.

La campesina, Moravia


CAPITULO II

       Desperté al cabo de una hora, tal vez, y el tren estaba parado, en un gran silencio. Dentro del vagón, ahora, no podía casi respirarse por el calor; Rosetta estaba de pie y asomada a la ventanilla, mirando no sé qué. Muchos más estaban asomados también en fila, a lo largo del vagón. Me levanté trabajosamente porque me sentía atontada y sudorosa y me asomé yo también. Hacía sol, el cielo era azul, el campo verdeaba, las colinas estaban cubiertas de viñedos, y, en lo alto de una de las colinas, justo frente al tren, había una casita blanca en llamas. De las ventanas salían rojas lenguas de fuego y nubes de humo negro, y aquellas llamas y aquel humo eran lo único que se movía alrededor, porque todo en el campo estaba inmóvil y tranquilo, un día verdaderamente perfecto, y no se veía a nadie.Luego, en el vagón, todos gritaron:
       -Ahí va, ahí va.
       Miré al cielo y vi un insecto negro a la altura del horizonte que casi en seguida tomó forma de avión y desapareció. Después, de repente, lo oí sobre la cabeza sobrevolar el tren, con un terrible estruendo de chatarra enloquecida, y en medio del estruendo se oía como un martilleo de máquina de coser. El estrépito duró un instante, luego se atenuó e inmediatamente después hubo una explosión muy fuerte y muy próxima y todo el mundo se tiró al suelo en el vagón, salvo yo, a quien no me dio tiempo y ni siquiera pensé en ello. Por lo que vi la casita incendiada desaparecer en una gran nube gris que en seguida empezó a extenderse sobre la colina, bajando a bufidos hacia el tren, ahora, había silencio de nuevo, la gente se ponía en pie casi incrédula de seguir con vida y, luego, todos volvieron a asomarse y a mirar. El aire, ahora, estaba lleno de un polvillo que hacía toser; después, la nube se desflecó lentamente y todos pudimos ver que la casita blanca ya no estaba. El tren, al cabo de unos minutos, reanudó la marcha.
       Aquello fue lo más importante que ocurrió durante el viaje. Hubo muchas paradas, siempre en pleno campo, a veces de media hora o una hora, por lo que el tren, para hacer un viaje que en tiempos normales habría durado más o menos dos horas, tardó casi seis. Rosetta, que tanto miedo había pasado en Roma durante el bombardeo, esta vez, después de la voladura de la casita blanca, cuando el tren arrancó, dijo:
      -En el campo me da menos miedo que en Roma. Aquí hace sol, se está al aire libre. En Roma tenía mucho miedo de que la casa se me cayese encima. Aquí, si muriese, al menos vería el sol.
       Entonces, uno de los que viajaban con nosotras en el pasillo, dijo:
      -Yo, de muertos, he visto al sol, en Nápoles. Había dos hileras en los andenes, después del bombardeo. Parecían montones de ropa sucia. El sol lo vieron perfectamente antes de morir.
       Y otro comentó burlonamente:
      -¿Cómo dicen en Nápoles, en la canción? O sole mio?
       Pero nadie tenía verdaderas ganas de hablar y mucho menos de bromear; así que estuvimos callados durante todo el viaje.

 Moravia, La campesina. Editoral Coleccionables, S.A. Barcelona, 2000, página 32.
     Seleccionado por Andrea Sánchez Clemente. Primero de Bachillerato. Curso 2016/2017

Robinsón Crusoe, Daniel Defoe



Capítulo X
LOS CANÍBALES

    Pero sigamos adelante. Tras haber puesto a salvo de este modo una parte de mi rebaño, me puse a recorrer toda la isla buscando otro lugar retirado para hacer allí otro depósito semejante; cuando, vagando más hacia el extremo oeste  de la isla, hacia donde nunca había ido hasta entonces, y contemplando el mar, creí ver un bote en el mar, a gran distancia; yo había encontrado y uno o dos anteojos de larga vista en uno de los baúles de los marineros que había salvado del barco; pero no los llevaba conmigo, y aquello estaba tan lejos, que no hubiera sabido decir qué es lo que era, a pesar de que fijé la mirada hasta que mis ojos no pudieron ya resistir más; si era o no un bote, no lo sé; pero como al bajar de la colina ya no vi nada más, lo dejé correr; sólo que decidí no volver a salir sin llevar en ele bolsillo un anteojo.
 
     Cuando hube bajado de la colina y llegado al extremo de la isla, hacia donde la verdad es que era la primera vez que iba, estaba ya completamente convencido de que el haber visto la huella del pie humano no era una cosa tan extraña en aquella isla como yo había imaginado; y que de no haber tenido la excepcional suerte  de haber sido arrojado a la parte de la isla a donde nunca llegaban los salvajes, fácilmente hubiera sabido que nada les era más habitual a las canoas del continente, cuando les ocurría que se habían alejado demasiado en alta mar, que el ir a parar a aquella parte de la isla que utilizaban como puerto; e igualmente que, como a menudo se encontraban y luchan en sus canoas, los vencedores que hubieran hecho prisioneros, los llevaban a esta playa, en donde, siguiendo sus pavorosas costumbre, ya que eran todos caníbales, les daban muerte y se los comían; de lo cual se hablará en seguida.


Daniel Defoe, Robison Crusoe, editorial planeta, publicada en Barcelona en 1994,capítulo: X,página: 147.
Seleccionado por Lara Esteban González, primero bachillerato, curso 2016-2017.


El doctor Zhivago, Borís Pasternak

25
    Crujiendo por todas partes, los vagones ascendían la montaña, culebreando a lo largo del alto terraplén, a pie del cual crecía un joven bosque. Todavía más abajo extendíanse los prados, de los que se había retirado el agua hacía poco. La hierba, medio cubierta de arena, estaba sembrada de troncos diseminados desordenadamente. Procedentes de algún aserradero, la crecida, alejándolos del curso del río, los había llevado hasta allí.
    El joven bosquecillo estaba todavía casi desnudo, como en invierno. Sólo en los pálidos brotes que lo constelaban como gotas de cera, había algo de superfluo, de insólito, como una especie de borra o hinchazón. Esta superfluidad, esta novedad, esta borra eran la vida, que incendiaba ya algunos árboles con la llama verde del follaje.
    Aquí y allá erguíanse los abedules como mártires heridos por la punta de flecha de las agudas hojitas abiertas. Bastaba verlos para saber a qué olían: a la esencia de la madera de la cual se extrae la laca.
     El tren no tardó en llegar al lugar de donde probablemente procedían los troncos diseminados por el agua. A la vuelta de una curva, apareció en el bosque un claro lleno de serrín y viritas y en medio había un montón de gruesos troncos. En aquella zona destinada a aserrar madera, el tren se estremeció a a causa de un brusco frenazo y se detuvo encorvado sobre el ligero arco de la cuesta.
     La locomotora emitió algunos silbidos, y se oyeron unos gritos. Los pasajeros sabían de qué se trataba, aunque no se hubiesen hecho señales: el maquinista se había detenido para proveerse del material combustible.
     Se abrieron las puertas correderas de los vagones y la población de aquella pequeña ciudad que era el tren saltó a tierra, excepto los militares de los vagones que iban en cabeza, quienes estaban eximidos de trabajo colectivo y tampoco ahora tomaron parte en él.









Borís Pasternak, El doctor Zhivago, Barcelona, Edición Doctor Zhivago, Editorial Noguer, posteriormente ANAGRAMA, S.A, Colección Julio Vivas. 1ºEd 1991, 2º Ed 2002, 3º Ed 2005, página 280.
Seleccionado por Marta Talaván González, Primero de bachillerato, curso 2016/2017.

Los conquistadores, Malraux


     Ling ha sido detenido ayer; recibiremos sin duda esta tarde las informaciones que esperamos de él. En la inquietud causada por el avance de las tropas enemigas, los despachos de Propaganda trabajan con febril actividad. Se ha instruido con precisión a los agentes que preceden al ejército: Garín ha dado personalmente las indicaciones a sus jefes. Los he visto pasar por el pasillo, uno tras otros, sonrientes... Hemos renunciado al empleo de octavillas; el gran número de agentes de que disponemos nos permite sustituir todos los tipos de propaganda por el oral, el más peligroso, el que cuesta más hombres, pero el más seguro. Liao-chung Hoi, el comisario de Hacienda del Gobierno (al que los terroristas quieren asesinar), ha logrado, gracias aun nuevo sistema de percepción de impuestos, establecido por técnicos de la Internacional, recuperar cantidades importantes, y los fondos de Propaganda son de nuevo suficientes. En unas semanas, los servicios de abastecimiento del enemigo y toda su administración estaran desorganizados; y es difícil obligar a los mercenarios a combatir sin sueldo. Además, un centenar de hombres, de los que responden sus jefes, se harán a listar por Cheng-tiung Ming, a sabiendas  de que se arriesgan aser fusilados no sólo por él, como traidores, sino también por los nuestros, como enemigos. Anteayer, tres de nuestro agentes, descubiertos, han muerto estrangulados tras haber sido torturados durante más de una hora.
     Los jefes de las secciones de Propaganda en el ejército de Cheng han salido entre dos hileras de puertas entreabiertas.



Los conquistadores, Malraux. Editorial Bernard Grasset. Edición cedida por Editorial Argos Vengara. Móstoles- Madrid, 2000, pág 160.
Seleccionado por: David Francisco Blanco, Primero de bachillerato, Curso 2016-2017.

Jean Racine, Andrómaca

Acto primero
Escena primera

PIRRO
               No,no. Les espero gozoso:
¿Quieren que Epiro sea un Ilión rediviva? 
Que confundan sus odios y así traten igual a vencidos y a aquel que les hizo vencer. No sería tampoco la primera injusticia con que pagan los griegos los servicios prestados. De Héctor fue el beneficio; y quizás algún día pueda su hijo a su vez obtenerlo también.

ORESTES

¿Como un hijo rebelde respondéis a los griegos?
PIRRO

¿Es que acaso vencí para ser su vasallo?
ORESTES

Mas, señor, ¿es que Hermíone no podrá conteneros? ¿Cómo no interponerse entre vos y su padre?

PIRRO
Aunque Hermíone sea cara a mi corazón,
puedo amarla sin ser de su padre un esclavo;
tal vez sepa algún día conciliar los afanes
de servir mi grandeza y servir a mi amor. 
Entretanto podéis ver a  la hija de Helena;
sé los lazos estrechos de la sangre que os une.
Y tras eso, señor, volved junto a los griegos
y decidles que Pirro se ha negado a ceder.


Jean Racine, Andrómaca, Acto primero, Escena primera, Barcelona, RBA editores, Colección Historia de la Literatura, 1994, págs 18/19.
Seleccionado por Andrea Martín Bonifacio, primero de bachillerato, curso 2016/2017.

La madre, Máximo Gorki


SEGUNDA PARTE

4

       Cuatro días más tarde, la madre y Sofía se presentaron ante Nicolás pobremente ataviadas con vestidos de indiana raída, bastón en mano y zurrón al hombro. Con aquel traje aparecía Sofía más baja, y su rostro adquiría expresión severa. 
       - ¡Parece que te has pasado la vida de monasterio en monasterio! - Le dijo Nicolás. 
       Al despedirse de su hermano le estrechó la mano con energía. Una vez más observó la madre aquella sencillez, aquella calma. Era gente que no prodigaba besos ni demostraciones afectuosas, y, sin embargo, eran sinceros entre sí, estaban llenos de solicitud para con los demás. Allí donde vivía Pelagia se besaba mucho la gente y se solía decir palabras de ternura, lo cual no impedía que se mordiesen como canes hambrientos.
       Atravesaron la ciudad las viajeras, salieron al campo y tomaron la ancha carretera trillada, entre dos filas de abedules viejos.
       - ¿No se cansará? - le preguntó la madre a Sofía.
       - ¿Cree que no tengo costumbre de andar? Se equivoca.. 

       Máximo Gorki, La madre. Madrid, Edaf. Biblioteca Edaf, primera edición, 1982. Página 223.
       Seleccionado por Andrea Alejo Sánchez. Primero de bachillerato, curso 2016-2017.