CAPITULO II
-Ahí va, ahí va.
Miré al cielo y vi un insecto negro a la altura del horizonte que casi en seguida tomó forma de avión y desapareció. Después, de repente, lo oí sobre la cabeza sobrevolar el tren, con un terrible estruendo de chatarra enloquecida, y en medio del estruendo se oía como un martilleo de máquina de coser. El estrépito duró un instante, luego se atenuó e inmediatamente después hubo una explosión muy fuerte y muy próxima y todo el mundo se tiró al suelo en el vagón, salvo yo, a quien no me dio tiempo y ni siquiera pensé en ello. Por lo que vi la casita incendiada desaparecer en una gran nube gris que en seguida empezó a extenderse sobre la colina, bajando a bufidos hacia el tren, ahora, había silencio de nuevo, la gente se ponía en pie casi incrédula de seguir con vida y, luego, todos volvieron a asomarse y a mirar. El aire, ahora, estaba lleno de un polvillo que hacía toser; después, la nube se desflecó lentamente y todos pudimos ver que la casita blanca ya no estaba. El tren, al cabo de unos minutos, reanudó la marcha.
Aquello fue lo más importante que ocurrió durante el viaje. Hubo muchas paradas, siempre en pleno campo, a veces de media hora o una hora, por lo que el tren, para hacer un viaje que en tiempos normales habría durado más o menos dos horas, tardó casi seis. Rosetta, que tanto miedo había pasado en Roma durante el bombardeo, esta vez, después de la voladura de la casita blanca, cuando el tren arrancó, dijo:
-En el campo me da menos miedo que en Roma. Aquí hace sol, se está al aire libre. En Roma tenía mucho miedo de que la casa se me cayese encima. Aquí, si muriese, al menos vería el sol.
Entonces, uno de los que viajaban con nosotras en el pasillo, dijo:
-Yo, de muertos, he visto al sol, en Nápoles. Había dos hileras en los andenes, después del bombardeo. Parecían montones de ropa sucia. El sol lo vieron perfectamente antes de morir.
Y otro comentó burlonamente:
-¿Cómo dicen en Nápoles, en la canción? O sole mio?
Pero nadie tenía verdaderas ganas de hablar y mucho menos de bromear; así que estuvimos callados durante todo el viaje.
Moravia, La campesina. Editoral Coleccionables, S.A. Barcelona, 2000, página 32.
Seleccionado por Andrea Sánchez Clemente. Primero de Bachillerato. Curso 2016/2017
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