viernes, 18 de enero de 2013

La farsa de Maese Pathelin, escena III, Anónimo

PATHELÍN: Fue por el denario de Dios, y si hubiese dicho "trato hecho", sólo con esta frase me habría ahorrado el denario. Ha estado bien trabajando, Dios y él compartirán juntos ese denario, si le parece bien, pues es todo lo que obtendrán por más que exijan, griten o protesten.
GUILLEMETTE: ¿Cómo ha consentido que te lo traigas sin pagárselo, él, que es un hombre tacaño?
PATHELÍN: Por Santa María la Hermosa, tanto lo he adulado y alabado que casi me lo regala. Le dije que se difunto padre era tan competente. "¡Ah!", le dije "¡hermano, de qué cuna tan buena provenís!" "De toda la vecindad, vuestra familia es la más digna de elogios". Pero, pongo a Dios por testigo: es de un hijo pícaro, el villano más tacaño que haya habido en este reino. "¡ah!", dije, "amigo Guillame, ¡cómo os parecéis de cara y en todo a vuestro buen padre!" Bien sabe Dios cómo preparé el cebo a la vez que intercalaba palabras alusivas a su pañería. "y además", añadí, "Virgen Santa, con qué disposición y humildad fiaba a sus mercancías!, ¡era vuestro vivo retrato!! Sin embargo, tanto su difunto padre, como el babuino de su hijo se habrían dejado arrancar los dientes de fea marsopa, antes de fiar o decir una palabra amable. Pero, en resumen, tanto he batallado y hablado que me ha fiado seis alnas.
GUILLEMETE: ¿Incluso, para no devolverlas?
PATHELÍN: Así debes entenderlo. ¿Devolver? ¡Que se las devuelva el diablo!

Anónimo, La farsa de Maese Pathelin , octaedro. Seleccionado por Beatriz Iglesias , segundo de Bachillerato, curso 2012/2013

El castillo, Franz Kafka

Ahora veía el castillo que se destacaba limpiamente allá arriba en el aire luminoso; la nieve, que se extendía por todas partes en fina capa, revelaba claramente el contorno. Parecía además menos espesa en la montaña que en la aldea, donde K. marchaba tan penosamente como la víspera por la carretera. La nieve subía a las ventanas de las cabañas y pesaba enormente sobre las bajas techumbres, mientras que allá arriba, en la montaña, todo tenía un aspecto despejado, todo subía libremente en el aire, o al menos eso parecía desde aquí.
  En suma, tal como lo veía desde lejos, el castillo respondía al imaginado por K. No era ni un viejo castillo feudal ni un palacio de fecha reciente, sino una vasta construcción compuesta de algunos edificios de dos pisos y un gran número de casitas prensadas las unas contra las otras; si no se supiera que era un castillo, se habría podido creer que se trataba de una aldea. K. no vio más que una torre, y no pudo discernir si ésta formada parte de una vivienda o de una iglesia. Bandadas de cornejas describían sus círculos en torno a ella.


Franz Kafka, El castillo, Biblioteca Edaf, seleccionado por Laura Mahíllo Becerra, segundo de Bachillerato, curso 2012/2013