viernes, 30 de noviembre de 2012

La momia, Anne Rice.

    Al cuarto día de viaje Elliott comprendió que Julie no volvería a salir a comer al gran salón; que haría todas sus comidas en su camarote y que probablemente Ramsey la acompañaba.
    Henry también había desaparecido casi por completo. Hundido, borracho, se pasaba el día entero metido en su camarote y no solía vestir más que los pantalones, una camisa y la chaqueta del esmoquin. Sin embargo esto no le impedía organizar partidas de cartas con miembros de la tripulación, a los que no les hacía mucha gracia la posibilidad de ser sorprendidos jugando con un pasajero de primera clase. Los rumores decían que Henry estaba ganando mucho, pero los rumores sobre él siempre habían sido los mismos. Tarde o temprano perdería todo lo que había ganado y aún más. Desde hacía mucho tiempo siempre le había ocurrido lo mismo.
   Elliot también se daba cuenta de que Julie hacía todo lo posible por no herir a Alex. Los dos daban su paseo vespertino por cubierta lloviera o hiciera sol, y de vez en cuando bailaban un rato después de la cena.
Ramsey siempre estaba allí, contemplándolos con sorprendente ecuanimidad y dispuesto a saltar en cualquier momento a bailar con Julie. Pero era evidente que habían acordado que Julie no desentendería a Alex.


Anne Rice, La momia, capítulo 12, texto seleccionado por Laura Mahillo, segundo de Bachillerato, 2012-2013.

Julio César , "escena I", William Shakespeare.

     FLAVIO - ¡Afuera! ¡A vuestras casas, holgazanes, marchad a vuestras casas! ¿Acaso es hoy día de fiesta? ¡Qué! ¿Soy trabajadores y no sabéis que en día de trabajo no debéis andar sin la divisa de vuestra profesión? ¡Habla! ¿Cuál es tu oficio?

     CIUDADANO 1º - A la verdad, señor, soy carpintero.

     MARULO - ¿Dónde está tu delantal de cuero y tu escuadra? ¿Qué haces luciendo tu mejor vestido? Y tú, ¿de qué oficio eres?

     CIUDADANO 2º - En  verdad, señor, que comparado con un obrero de lo mejor, no soy más, como diríais, que un remendón.

     MARULO - Pero ¿cuál es tu oficio? Responde sin rodeos.

     CIUDADANO 2º - Un oficio, señor, que espero podré ejercer con toda conciencia, y es, en verdad, señor, el de remendar malas suelas.

     MARULO - ¿Qué oficio tienes, bellaco? Avieso bellaco, ¿qué oficio?

     CIUDADANO 2º - No os enojéis conmigo, señor, os lo suplico. Pero aun enojado, os puedo remendar.
     MARULO - ¿Qué significa esto? ¡Remendarme tú, mozo imprudente!

     CIUDADANO 2º - Es claro, señor, remendar vuestro coturno.

     FLAVIO - ¿Es decir que eres zapatero de viejo?

     CIUDADANO 2º - En verdad, señor, yo no vivo sino por lezna. Ni me entremeto en los asuntos de los negociantes, ni en los de las mujeres, sino con la lezna. Soy en todas veras un cirujano de los calzados viejos. Cuando están en gran peligro los restauro, y la obra de mis manos ha servido a hombres tan correctos como los que en cualquier tiempo caminaron en el cuero más lujoso.

     FLAVIO - ¿Pues por qué no estás hoy en tu taller?¿Por qué llevas a estos hombres a vagar por las calles?

     CIUDADANO 2º - A decir ver, señor,  para que gasten los zapatos y tener yo así más trabajo. Pero ciertamente, si holgamos hoy es por ver a César y alegrarnos de su triunfo.

     MARULO - ¡Regocijarse! ¿De qué? ¿Qué conquista trae a la patria? ¿Qué tributarios le siguen a Roma, engalanando con los lazos de su cautiverio las ruedas de su carro? Vosotros, imbéciles, piedras, menos que cosas inertes, corazones endurecidos, crueles hombres de Roma, ¿no conocisteis a Pompeyo? ¡Cuántas y a cuántas veces habéis escalado muros y parapetos, torres y ventanas, y hasta el tope de las chimeneas, llevando en brazos a vuestros pequeñuelos, y os habéis sentado allí todo el largo día en paciente exceptación para ver al gran Pompeyo pasar por las calles de Roma! Y apenas veíais asomar su carro, ¿no lanzabais una aclamación universal que hacía temblar al Tíber en su lecho al oír en sus cóncavas márgenes el eco de vuestro clamoreo? ¿Y ahora os engalanáis  con vuestros mejores trajes? ¿Y ahora os regaláis con un día de fiesta? ¿ Y ahora os regáis de flores el camino de aquel que viene en su triunfo sobre la sangre de Pompeyo? ¡Marchaos, corred a vuestros hogares, caed de rodillas y rogad a los dioses que suspendan la calamidad que por fuerza ha de caer sobre esta ingratitud.

     FLAVIO - Id, id, buenas gentes, y por esta falta reunid a toso los infelices de vuestra clase, llevadlos a las orillas del Tíber y verted vuestras lágrimas en su cauce, hasta que su más humilde corriente llegue a besar la más encumbrada de sus márgenes. ( Salen los ciudadanos.) Mirad si no se conmueve su más vil instinto. Su culpa les ata la lengua y se ahuyentan. Bajad por aquella vía al Capitolio; yo iré por ésta. Desnudad las imágenes si las encontráis recargadas de ceremonias.

     MARULO - ¿Podemos hacerlo? Sabéis que es la fiesta lupercalia.

     FLAVIO - No importa. No dejéis que imagen alguna sea colgada en los trofeos César. Iré de aqui para allí y alejaré de las calles al vulgo. Haces los mismo dondequiera que los veáis aglomerarse. Estas plumas crecientes, arrancadas a las alas de César, no le dejarán alzar más que un vuelo ordinario. ¿Quién otro se podría cerner sobre la vista de los hombres, y tenernos a todos en servil recogimiento? (salen.)

William Shakespeare, Julio César , escena I, editorial Edaf. Seleccionado por Beatriz Iglesias , segundo de  Bachillerato, curso 2012-2013.

Otelo, "escena IV", William Shakespeare

Otra parte de la misma calle, delante de la casa de Bruto.
La misma.

     Porcia.-Corre, corre, muchacho, al palacio del senado.
No te detengas a responderme, ve al instante. ¿A qué te detienes?

     Lucio.- Para saber qué me encargáis, señora.

     Porcia.- Querría que pudieses ir y volver, aun antes de decirte lo que has de hacer allí. ¡Oh constancia! ¡Dame toda tu fuerza! Pon una montaña entera entre mi corazón y mi boca. Tengo la mente del hombre, pero la debilidad de la mujer. ¡Qué duro es para nosotras guardar secreto! ¿Todavía estás aquí?...

     Lucio.- Pero ¿qué haré señora? ¿Nada más que correr al Capitolio? ¿Y regresar lo mismo que he ido, y nada más?
     Porcia.- Sí, y avísame si tu amo parece bien, porque se fué un poco enfermo; y observa bien lo que hace César, y qué séquito le rodea. ¡Escucha! ¿Qué ruido es ése?

     Lucio.- No alcanzo a oír nada, señora. (Entra el adivino.)

     Porcia.- Acércate, mozo. ¿Por dónde has andado?

     Adivino.-En mi propia casa, señora.

     Porcia.-¿Qué hora es?

     Adivino.-Cerca de las nueves, señora.

     Porcia.-¿Ha ido ya Cérsar al Capitolio?

     Adivino.-Todavía no, señora. Voy a tomar un sitio para verle pasar al Capitolio.

     Porcia.- ¿Tienes algún lugar en el séquito de Cérsar?¿No es así?

Julio César

     Adivino.-Lo tengo, señora; y si César quiere ser tan bueno para César, que me preste oído, le suplicaré que vele por sí propio.

     Porcia.-¡Qué! ¿Sabes acaso que se intente hacerle algún mal?

     Adivino.-Ninguno, que yo sepa; pero alguno muy grande que temo podría acontecerle. Aquí la calle es angosta y la muchedumbre de senadores, pretores y secuaces comunes que se agrupan tras de los pasos de César, oprimirán a un hombre débil, quiźa hasta ahogarlo. Me iré a un sitió más despejado, y desde allí hablaré al gran César cuando pase.

     Porcia.-Debo retirarme. ¡Ay de mí! ¡Qué débil cosa es el corazón de la mujer! ¡Oh Bruto! ¡Los cielos te amparen en tu empresa! Sin duda el muchacho oyó decir: "Bruto tiene un séquito que no puede agradar a César." ¡Oh, siento que me desmayo! Corre, Lucio, y hazme presente a mi señor; dile que estoy alegre, y vuelve pronto, y repíteme lo que te habrá dicho. (Salen.)

William Shakespeare, Otelo, acto segundo, escena IV, Biblioteca Eda. Seleccionado por Esther Hernández Calvo, segundo de Bachillerato, curso 2012-2013.

El rey Lear, William Shakespeare.

  EL CONDE DE KENT.-Siempre creí al rey más inclinado al duque de Albany que al duque de Cornualles.

  EL CONDE DE GLOUCESTER.-Lo mismo creíamos todos; pero hoy, en el reparto que acaba de hacer entre los de su reino, ya no es posible afirmar a cuál de los dos duques prefiere. Ambos lotes se equilibran tanto, que el más escrupuloso examen no alcanzaría a distinguir elección ni preferencia.

  EL CONDE DE KENT.-¿No es ése vuestro hijo, señor?

  EL CONDE DE GLOUCESTER.-Su educación ha corrido a mi cargo, y tantas veces me he avergonzado de reconocerlo, que al fin mi frente, trocada en bronce, no se tiñe ya de rubor.

  EL CONDE DE KENT,-No os entiendo.

  El CONDE DE GLOUCESTER.-Su madre me entendería mejor; por haberme entendido demasiado, vio un hijo en su cuna antes que un esposo en su lecho.
¿Comprendéis ahora su falta?

  EL CONDE DE KENT.-No quisiera yo que esa falta hubiese dejado de cometerse, pues produjo tan bello fruto.

  EL CONDE DE GLOUCESTER.-Tengo, además, un hijo legítimo, que lleva a éste algunos años de ventaja, pero no por ello lo quiero más. Verdad es que Edmundo nació a la vida antes que lo llamasen; pero su madre era una beldad, y no hay que ocultar el vergonzoso fruto que dio a luz. ¿Conoces a este gentilhombre, Edmundo?


El rey de Lear , William Shakespeare, acto primero, escena primera, Biblioteca Edaf, texto seleccionado por Laura Mahíllo. Segundo de Bachillerato, curso 2012-2013

El señor de las moscas, William Golding

I
El toque de caracola

El muchacho rubio descendió un último trecho de roca y comenzó a abrirse paso hacia la laguna. Se había quitado el suéter escolar y lo arrastraba en una mano, pero a pesar de ello sentía la camisa gris pegada a su piel y los cabellos aplastados contra la frente. En torno a él, la penetrante cicatriz que mostraba la selva estaba bañada en vapor. Avanzaba el muchacho con dificultad entre las trepadoras y los troncos partidos, cuando un pájaro, visión roja y amarilla, saltó en vuelo como un relámpago, con un antipático chillido, al que contestó un grito como si fuese su eco;
 -¡Eh-decía-, aguardo un segundo!
 La maleza al borde del desgarrón del terreno tembló y cayeron abundantes gotas de lluvia con un suave golpeteo.



William Golding, El señor de las moscas, editorial Edhasa, narrativas contemporáneas. Texto seleccionado por Eduardo Montes Romero, segundo de bachillerato curso 2012/2013.