FLAVIO - ¡Afuera! ¡A vuestras casas, holgazanes, marchad a vuestras casas! ¿Acaso es hoy día de fiesta? ¡Qué! ¿Soy trabajadores y no sabéis que en día de trabajo no debéis andar sin la divisa de vuestra profesión? ¡Habla! ¿Cuál es tu oficio?
CIUDADANO 1º - A la verdad, señor, soy carpintero.
MARULO - ¿Dónde está tu delantal de cuero y tu escuadra? ¿Qué haces luciendo tu mejor vestido? Y tú, ¿de qué oficio eres?
CIUDADANO 2º - En verdad, señor, que comparado con un obrero de lo mejor, no soy más, como diríais, que un remendón.
MARULO - Pero ¿cuál es tu oficio? Responde sin rodeos.
CIUDADANO 2º - Un oficio, señor, que espero podré ejercer con toda conciencia, y es, en verdad, señor, el de remendar malas suelas.
MARULO - ¿Qué oficio tienes, bellaco? Avieso bellaco, ¿qué oficio?
CIUDADANO 2º - No os enojéis conmigo, señor, os lo suplico. Pero aun enojado, os puedo remendar.
MARULO - ¿Qué significa esto? ¡Remendarme tú, mozo imprudente!
CIUDADANO 2º - Es claro, señor, remendar vuestro coturno.
FLAVIO - ¿Es decir que eres zapatero de viejo?
CIUDADANO 2º - En verdad, señor, yo no vivo sino por lezna. Ni me entremeto en los asuntos de los negociantes, ni en los de las mujeres, sino con la lezna. Soy en todas veras un cirujano de los calzados viejos. Cuando están en gran peligro los restauro, y la obra de mis manos ha servido a hombres tan correctos como los que en cualquier tiempo caminaron en el cuero más lujoso.
FLAVIO - ¿Pues por qué no estás hoy en tu taller?¿Por qué llevas a estos hombres a vagar por las calles?
CIUDADANO 2º - A decir ver, señor, para que gasten los zapatos y tener yo así más trabajo. Pero ciertamente, si holgamos hoy es por ver a César y alegrarnos de su triunfo.
MARULO - ¡Regocijarse! ¿De qué? ¿Qué conquista trae a la patria? ¿Qué tributarios le siguen a Roma, engalanando con los lazos de su cautiverio las ruedas de su carro? Vosotros, imbéciles, piedras, menos que cosas inertes, corazones endurecidos, crueles hombres de Roma, ¿no conocisteis a Pompeyo? ¡Cuántas y a cuántas veces habéis escalado muros y parapetos, torres y ventanas, y hasta el tope de las chimeneas, llevando en brazos a vuestros pequeñuelos, y os habéis sentado allí todo el largo día en paciente exceptación para ver al gran Pompeyo pasar por las calles de Roma! Y apenas veíais asomar su carro, ¿no lanzabais una aclamación universal que hacía temblar al Tíber en su lecho al oír en sus cóncavas márgenes el eco de vuestro clamoreo? ¿Y ahora os engalanáis con vuestros mejores trajes? ¿Y ahora os regaláis con un día de fiesta? ¿ Y ahora os regáis de flores el camino de aquel que viene en su triunfo sobre la sangre de Pompeyo? ¡Marchaos, corred a vuestros hogares, caed de rodillas y rogad a los dioses que suspendan la calamidad que por fuerza ha de caer sobre esta ingratitud.
FLAVIO - Id, id, buenas gentes, y por esta falta reunid a toso los infelices de vuestra clase, llevadlos a las orillas del Tíber y verted vuestras lágrimas en su cauce, hasta que su más humilde corriente llegue a besar la más encumbrada de sus márgenes. ( Salen los ciudadanos.) Mirad si no se conmueve su más vil instinto. Su culpa les ata la lengua y se ahuyentan. Bajad por aquella vía al Capitolio; yo iré por ésta. Desnudad las imágenes si las encontráis recargadas de ceremonias.
MARULO - ¿Podemos hacerlo? Sabéis que es la fiesta lupercalia.
FLAVIO - No importa. No dejéis que imagen alguna sea colgada en los trofeos César. Iré de aqui para allí y alejaré de las calles al vulgo. Haces los mismo dondequiera que los veáis aglomerarse. Estas plumas crecientes, arrancadas a las alas de César, no le dejarán alzar más que un vuelo ordinario. ¿Quién otro se podría cerner sobre la vista de los hombres, y tenernos a todos en servil recogimiento? (salen.)
William Shakespeare, Julio César , escena I, editorial Edaf. Seleccionado por Beatriz Iglesias , segundo de Bachillerato, curso 2012-2013.
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