EL CONDE DE KENT.-Siempre creí al rey más inclinado al duque de Albany que al duque de Cornualles.
EL CONDE DE GLOUCESTER.-Lo mismo creíamos todos; pero hoy, en el reparto que acaba de hacer entre los de su reino, ya no es posible afirmar a cuál de los dos duques prefiere. Ambos lotes se equilibran tanto, que el más escrupuloso examen no alcanzaría a distinguir elección ni preferencia.
EL CONDE DE KENT.-¿No es ése vuestro hijo, señor?
EL CONDE DE GLOUCESTER.-Su educación ha corrido a mi cargo, y tantas veces me he avergonzado de reconocerlo, que al fin mi frente, trocada en bronce, no se tiñe ya de rubor.
EL CONDE DE KENT,-No os entiendo.
El CONDE DE GLOUCESTER.-Su madre me entendería mejor; por haberme entendido demasiado, vio un hijo en su cuna antes que un esposo en su lecho.
¿Comprendéis ahora su falta?
EL CONDE DE KENT.-No quisiera yo que esa falta hubiese dejado de cometerse, pues produjo tan bello fruto.
EL CONDE DE GLOUCESTER.-Tengo, además, un hijo legítimo, que lleva a éste algunos años de ventaja, pero no por ello lo quiero más. Verdad es que Edmundo nació a la vida antes que lo llamasen; pero su madre era una beldad, y no hay que ocultar el vergonzoso fruto que dio a luz. ¿Conoces a este gentilhombre, Edmundo?
El rey de Lear , William Shakespeare, acto primero, escena primera, Biblioteca Edaf, texto seleccionado por Laura Mahíllo. Segundo de Bachillerato, curso 2012-2013
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