COMPRA NECESARIA
-¿Qué?¿Ya se ha acabado el verano?-preguntó Hans Castorp, ironicamente, a su primo el tercer día.
El tiempo había cambiado de un modo terrible.
El segundo día completo pasado por el visitante allá arriba fue de un esplendor verdaderamente estival. El azul profundo del cielo brillaba por encima de las copas puntiagudas de los abetos; la aldea, en el fondo del valle, resplandecía, bajo una claridad que se había hecho vibratil, por el calor, mientras el tintineo de las esquilas de las vacas que pacían en la hierba corta y tibia de las praderas animaba el aire con una alegría dulcemente contemplativa.
A la hora del desayuno las señoras habían aparecido ya con ligeras blusas de lino: algunas de ellas incluso con los brazos al aire, lo que no sentaba igualmente bien a todas. La señora Stoehr, por ejemplo, no resultaba muy favorecida; sus brazos eran demasiado esponjosos y la transparencia del vestido no le sentaba demasiado bien.
Los señores del sanatorio habían tenido tambien en cuenta el espléndido tiempo para elegir sus trajes. Las chaquetas de alpaca y de hilo habían hecho su aparición y Joachim se puso unos pantalones de franela de color marfil y una chaqueta azul,combinación que daba a su cuerpo un aire completamente militar. En lo que se refiere a Settembrini, había manifestado sin duda repetidas veces su intención de cambiar de traje.
- ¡Qué diablo!- exclamómientras se paseaba, después del lunch, en compañía de los primos, por una de las calles de la aldea-. ¡Cómoquema el sol; será necesario ponerse ropa ligera!
Pero, a pesar de que había dicho esto completamente convencido, continuó llevando su larga levita de anchas solapas y sus pantalones a cuadros. Sin duda no tenía más prendas que éstas.
Mas, al tercer día, se hubiera dicho que la Naturaleza había sido cambiada y que todo orden había sido transformado. Hans Castorp no podía creer aquello. Fue después de la comida; desde hacía veinte minutos estaba entregado a la cura de reposo, cuando el sol se ocultó rápidamente; feas y turbias nubes surgieron por encima de las cúspides y un viento extranjero, frío, que penetraba hasta la medula de los huesos como si llegase de regiones glaciales y desconocidas, comenzó a barrer de pronto el valle; la temperatura descendió y se inauguró un nuevo régimen.
-Nieve- dijo la voz de Joachim, detrás de la mampara de cristales.
-¿Qué quieres decir con eso de "nieve"?- preguntó Hans-. Supongo que no supondrás que ahora va a nevar.
-Seguramente- contestó Joachim-. Ya conocemos este viento. Cuando hace su aparición, podemos tener la seguridad de que nos pasearemos en trineo.
-Eso es idiota- manifestó Hans Castorp-. Si no me equivoco, nos hallamos a principios de agosto.
La montaña mágica, Thomas Mann. Capítulo IV; pags 98 y 99. Editorial: Plaza y Janes, Barcelona, 1987, tercera edición. Seleccionado por: Natalia Sánchez Martín. Curso: Segundo de bachillerato.
Mas, al tercer día, se hubiera dicho que la Naturaleza había sido cambiada y que todo orden había sido transformado. Hans Castorp no podía creer aquello. Fue después de la comida; desde hacía veinte minutos estaba entregado a la cura de reposo, cuando el sol se ocultó rápidamente; feas y turbias nubes surgieron por encima de las cúspides y un viento extranjero, frío, que penetraba hasta la medula de los huesos como si llegase de regiones glaciales y desconocidas, comenzó a barrer de pronto el valle; la temperatura descendió y se inauguró un nuevo régimen.
-Nieve- dijo la voz de Joachim, detrás de la mampara de cristales.
-¿Qué quieres decir con eso de "nieve"?- preguntó Hans-. Supongo que no supondrás que ahora va a nevar.
-Seguramente- contestó Joachim-. Ya conocemos este viento. Cuando hace su aparición, podemos tener la seguridad de que nos pasearemos en trineo.
-Eso es idiota- manifestó Hans Castorp-. Si no me equivoco, nos hallamos a principios de agosto.
La montaña mágica, Thomas Mann. Capítulo IV; pags 98 y 99. Editorial: Plaza y Janes, Barcelona, 1987, tercera edición. Seleccionado por: Natalia Sánchez Martín. Curso: Segundo de bachillerato.