viernes, 16 de octubre de 2015

Las uvas de la ira, John Steinbeck

Capítulo 25.


La primavera es hermosa en California. Valles en los que las frutas maduras son fragantes aguas rosas y blancas de un mar poco profundo. Luego los primeros zarcillos de las uvas, hinchándose desde las viejas vides nudosas, caen como una cascada y cubren los troncos. Las verdes colinas llenas son redondeadas y suaves como senos. Y a ras del suelo las tierras de verduras y hortalizas dan hileras de millas de longitud con lechugas verde claro y pequeñas coliflores esbeltas, plantas de alcachofa verde-grisáceas, que no parecen de esta tierra. Y entonces las hojas salen en los árboles y los pétalos caen de los frutales y alfombran la tierra de rosa y blanco. Los centros de las flores se hinchan, crecen y se colorean: cerezas y manzanas, melocotones y peras, higos cuya flor se cierra sobre la fruta. Toda California se acelera con productos de la tierra, y la fruta se hace pesada y las ramas se van inclinando poco a poco bajo su peso, de modo que deben ponerse bajo ellas pequeñas horquillas para soportarlo.

John Steinback, Las uvas de la ira, Alianza Editorial, 2007, pág 524.
Seleccionado por Laura Agustín Críspulo. Segundo de bachillerato. 2015-2016.

El guardián entre el centeno, J.D. Salinger

Capítulo 10

Era aún bastante temprano. No estoy seguro de qué hora sería, pero desde luego no  muy tarde. Me revienta irme a la cama cuando ni siquiera estoy cansado, así que abrí las maletas, saqué una camisa limpia, me fui al baño, me lavé y me cambié. Había decidido bajar a ver qué pasaba en el Salón Malva.
Mientras me cambiaba de camisa se me ocurrió llamar a mi hermana Phoebe. Tenía muchas ganas de hablar con ella por teléfono. Necesitaba hablar con alguien que tuviera un poco de sentido común. Pero no podía arriesgarme porque, como era muy pequeña, no podía estar levantada a esa hora y, menos aún, cerca del teléfono. Pensé que podía colgar en seguida si contestaban mis padres, pero no hubiera dado resultado. Se habrían dado cuenta de que era yo. A mi madre no se le escapa una. Es de las que te adivinan el pensamiento. Una pena, porque me habría gustado charlar un buen rato con mi hermana.
No se imaginan ustedes lo guapa y lo lista que es. Les juro que es listísima. Desde que empezó a ir al colegio no ha sacado mas que sobresalientes. La verdad es que el único torpe de la familia soy yo. MI hermano D.B. es escritor, ya saben, y mi hermano Allie, el que les he dicho que murió, era un genio. Yo soy el único tonto. Pero no saben cuánto me gustaría que conocieran a Phoebe. Es pelirroja, un poco como era Allie, y en el verano se corta el pelo muy cortito y se lo remete por detrás de las orejas. Tiene unas orejitas muy monas, muy pequeñitas. En el invierno lo lleva largo. Unas veces mi madre le hace trenzas y otras se lo deja suelto, pero siempre le queda muy bien. Tiene solo diez años. Es muy delgada, como yo, pero de esas delgadas graciosas, de las que parecen que han nacido para patinar. Una vez la vi desde la ventana cruzar la Quinta Avenida para ir al parque y pensé que tenía el tipo exacto de patinadora. Les gustaría mucho conocerla. En el momento en que uno habla, Phoebe entiende perfectamente lo que se l quiere decir. Y se la puede llevar a cualquier parte. Si se la lleva a ver una película mala, enseguida se da cuenta de que es mala. Si se la lleva a ver una película buena, enseguida se da cuenta de que es buena. D.B. y yo la llevamos una vez a ver una película francesa de Raimu que se llamaba La mujer del panadero. Le gustó muchísimo. Pero su preferida es Los treinta y nueve escalones, de Robert Donat. Se la sabe de memoria porque la ha visto como diez veces.

J.D. Salinger, El guardián entre el centeno, Madrid, Alianza Editorial, Libro de bolsillo, 1997, Pág. 76-77.
Seleccionado por Clara Fuentes Gómez. Segundo de bachillerato. Curso 2015-2016.


Capitulo 9


En las pequeñas casas los arrendatarios seleccionaron entre sus pertenencias, y entre las de sus padres y abuelos. Escogieron entre ellas para su viaje hacia el oeste. Los hombres eran implacables porque el pasado se había echado a perder, pero las mujeres sabían que el pasado las llamaría en días venideros. Los hombres se ocuparon de los graneros y cobertizos.
     El arado, la grada, ¿recuerdas cuando plantamos mostaza durante la guerra?¿Recuerdas aquel tipo que quería que plantásemos ese arbusto de goma que llaman guayule? Os haréis ricos, dijo. Saca esas herramientas nos darán por ellas unos cuantos dolares. Dieciocho dolares costo el arado, mas el flete... Sears Roebuck.
      Arreos, carros, sembradoras, esas azadas.Sácalas. Apílalos.Cárgalos en el carro. Llévelos a la ciudad. Véndelos por lo que te den. Vende también el carro y el tiro. Ya no nos van a servir.
      Cincuenta centavos no es suficiente por un buen arado.Esa sembradora me costó treinta y ocho dólares. Dos dólares no es bastante.No podemos volver a casa con todo... Bueno quédenselo  y quédense otro poco de amargura con ello. Quédense la bomba y el arnés. Quédese con los ronzales los collares, los arneses y los tiradores.Quedese también con los pequeños objetos de bisutería, rosas rojas bajo el cristal,




John Steinbeck, Las uvas de la ira, Alianza editorial, 1939,  pág 134
Seleccionado por María Alegre Trujillo, Segundo de bachillerato. 2015-2016

Al este del Edén, John Steinbeck.

Capítulo 46.

A finales de verano, Lee salió a la calle con su gran cesta de la compra . Desde que vivían en Salinas, Lee se había vuelto un norteamericano conservador a la hora de vestir. Por lo general, llevaba trajes de paño fino negro cuando salía de casa. Usaba camisas blancas, con altos cuellos duros, y lucía con afectación corbatas de lazo de estrechas cintas negras, semejantes a las que solían llevar antaño, como distintivo, los senadores del sur. Sus sombreros eran siempre negros, de copa redonda y de ala ancha, y abombados como si tuviera que ocultar aún su coleta recogida. Iba siempre inmaculadamente vestido.

John Steinbeck, Al Este Del Edén, Barcelona, Editorial Fabulas Tusquets Editores, Coleción Andanzas,2002, pág.586.
Seleccionado por Daniel Carrasco Carril, Segundo de Bachillerato. Curso 2015-2016.