viernes, 22 de enero de 2016

El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, Robert Louis Stevenson


CAPITULO 9

El relato del doctor Lanyon

El nueve de enero, hace cuatro días, recibí con la correspondencia de la tarde una carta certificada, enviada por mi colega y antiguo compañero de estudios Henry Jekyll. Fue algo que me sorprendió bastante, ya que
no teníamos la costumbre de escribirnos cartas. Por otra parte había visto a Jekyll la noche anterior, más aún, había estado cenando en su casa, y no veía qué motivo pudiese justificar entre nosotros la formalidad de un certificado. He aquí lo que decía:
9 de enero de 18…
Querido Lanyon:
Tú eres uno de mis más viejos amigos, y no recuerdo que nuestro afecto haya sufrido quiebra alguna, al menos por mi parte, aunque hayamos tenido divergencias en cuestiones científicas. No ha habido un día en el que si tú me hubieras dicho: "Jekyll, mi vida y mi honor, hasta mi razón dependen de ti", yo no habría dado mi mano derecha para ayudarte. Hoy, lanyon, mi vida, mi honor y mi razón están en tus manos; si esta noche no me ayudas tú, estoy perdido. Después de este preámbulo, sospecharás que quiero pedirte algo comprometedor. Juzga por ti mismo. Lo que te pido en primer lugar es que aplaces cualquier compromiso de esta noche, aunque te llamasen a la cabecera de un rey. Te pido luego que solicites un coche de caballos, a no ser que tengas el tuyo en la puerta, y que te desplaces sin tardar hasta mi casa. Poole, mi mayordomo, tiene ya instrucciones: lo encontraras esperándote con un herrero, que se encargará de forzar la cerradura de mi despacho encima del laboratorio. Tú entonces tendrás que entrar solo, abrir el primer armario con cristalera a la izquierda (letra E) y sacar, con todo el contenido como está, el cuarto cajón de arriba, o sea (que es lo mismo) el tercer cajón de abajo. En mi extrema agitación, tengo el terror de darte indicaciones equivocadas; pero aunque me equivocase, reconocerás sin duda el cajón por el contenido: unos polvos, una ampolla, un cuaderno. Te ruego que cojas este cajón y, siempre exactamente como está, me lo lleves a tu casa de Cavendish Square. Esta es la primera parte del encargo que te pido. Ahora viene la segunda. Si vas a mi casa nada más recibir esta carta, estarías de vuelta en tu casa mucho antes de medianoche. Pero te dejo este margen, tanto por el temor de un imprevisible contratiempo, como porque, en lo que queda por hacer, es preferible que el servicio ya se haya ido a la cama. A medianoche, por lo tanto, te pido que hagas entrar tú mismo y recibas en tu despacho a una persona que se presentará en mi nombre, y
a la que entregarás el cajón del que te he hablado. Con esto habrá terminado tu parte y tendrás toda mi gratitud. Pero cinco minutos mas tarde, si insistes en una explicación, entenderás también la vital importancia de cada una de mis instrucciones: simplemente olvidándose de una, por increíble que pueda parecer, habrías tenido sobre la conciencia mi muerte o la destrucción de mi razón. A Pesar de que sé que harás escrupulosamente lo que te pido, el corazón me falla y me tiembla la mano simplemente con pensar que no sea así. Piensa en mi, Lanyon, que en esta hora terrible espero en un lugar extraño, presa de una desesperación que no se podría imaginar mas negra, y, sin embargo, seguro de que se hará precisamente como te he dicho, todo se resolverá como al final de una pesadilla. Ayúdame, querido Lanyon, y salva a tu H.J.
PD. Iba a enviarlo, cuando me ha venido una nueva duda. Puede que el correo me traicione y la carta no te llegue untes de mañana. En este caso, querido Lanyon, ocúpate del cajón cuando te venga mejor en el trascurso del día, y de nuevo espera a mi enviado a medianoche. pero podría ser demasiado tarde entonces. En ese caso ya no vendrá nadie, y sabrás que nadie volverá a ver a Henry Jekyll.


R.L. Stevenson, El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, http://www.cva.itesm.mx/biblioteca/Files/Robert_Louis_Stevenson_-_El_extraño_caso_del_Dr.Jekyll_y_Mr_Hyde.pdf
Seleccionado por Clara Fuentes Gómez, Segundo de Bachillerato. Curso 2015-2016.


A través del espejo, Lewis Carroll


El jardín de las flores vivas

    Veré mucho mejor cómo es el jardín —se dijo Alicia— si puedo subir a la cumbre de aquella colina; y aquí veo un sendero que conduce derecho allá arriba...; bueno, lo que es derecho, desde luego no va... —aseguró cuando al andar unos cuantos metros se encontró con que daba toda clase de vueltas y revueltas— ...pero supongo que llega-
rá allá arriba al final. Pero ¡qué de vueltas no dará este
camino! ¡Ni que fuera un sacacorchos! Bueno, al menos
por esta curva parece que se va en dirección a la colina.
Pero no, no es así. ¡Por aquí vuelvo derecho a la casa! Bue-
no, probaré entonces por el otro lado.
    Y así lo hizo, errando de un lado para otro, probando
por una curva y luego por otra; pero siempre acababa fren-
te a la casa, hiciera lo que hiciese. Incluso una vez, al do-
blar una esquina con mayor rapidez que las otras, se dio
contra la pared antes de que pudiera detenerse.
    —De nada le valdrá insistir —dijo Alicia, mirando a
la casa como si ésta estuviese discutiendo con ella—. Des-
de luego que no pienso volver allá dentro ahora, porque
sé que si lo hiciera tendría que cruzar el espejo... volver
de nuevo al cuarto y... ¡ahí se acabarían mis aventuras!
    De forma que con la mayor determinación volvió la
espalda a la casa e intentó nuevamente alejarse por el
sendero, decidida a continuar en esa dirección hasta lle-
gar a la colina. Durante algunos minutos todo parecía
estar saliéndole bien y estaba precisamente diciéndose
“esta vez sí que lo logro” cuando de pronto el camino tor-
ció repentinamente, con una sacudida, como lo describió
Alicia más tarde, y al momento se encontró otra vez an-
dando derecho hacia la puerta.

Lewis Carroll, A través del espejo, http://www.ucm.es/data/cont/docs/119-2014-02-19-Carroll.ATravesDelEspajo.pdf
Seleccionado por Laura Agustín Críspulo, Segundo de Bachillerato, curso 2015-2016.

El príncipe feliz, Óscar Wilde


—Golondrina, Golondrina, mi pequeña Golondrina —dijo el Príncipe—, quédate conmigo esta noche y sé mi mensajera. El niño tiene mucha sed y la madre está muy triste. —No me gustan mucho los niños —respondió la Golondrina—. El verano pasado, cuando yo vivía cerca del río, dos muchachos muy malos, que eran hijos del molinero, solían arrojarme piedras. Nunca llegaron a alcanzarme, por supuesto, porque las golondrinas sabemos volar muy bien, y además yo provengo de una familia célebre por su agilidad. De cualquier modo, la actitud de ellos mostraba una falta de respeto. Pero el Príncipe Feliz se veía tan triste, que la pequeña Golondrina sintió lástima. —Mucho frío hace aquí —volvió a decir la Golondrina—, pero me quedaré contigo esta noche y seré tu mensajera. —Gracias, mi pequeña Golondrina —dijo el Príncipe. Y la Golondrina arrancó el rubí de la espada del Príncipe y con la piedra preciosa en el pico se fue volando sobre los tejados de la ciudad. Voló sobre la cúpula de la Catedral, donde hay ángeles esculpidos en mármol blanco. Pasó sobre el Palacio y oyó el rumor que venía del salón de fiestas. Una hermosa doncella salió con su novio al balcón. —¡Qué hermosas son las estrellas —dijo él— y qué asombroso el poder del amor! —Espero que mi vestido esté terminado para el baile de la Corte —respondió ella—. He encargado que lleve bordadas unas pasionarias, ¡pero las costureras son tan perezosas! 
  Oscar Wilde, El príncipe feliz, http://www.curriculumenlineamineduc.cl/605/articles-23587_recurso_pdf.pdf.
       Seleccionado por Julia Mateos Gutiérrez. Segunde de bachillerato, curso2015-2016.

Una temporada en el infierno,Arthur Rimbaud

Un príncipe estaba molesto por no haberse dedicado nunca más que a la perfección de las generosidades vulgares. Preveía sorprendentes revoluciones del amor, y a sus mujeres las sospechaba capaces de algo mejor que aquella complacencia adornada de cielo y de lujo. Quería ver la verdad, la hora del deseo y de la satisfacción esenciales. Fuera ello o no fuera una aberración de piedad, así lo quiso. Poseía al menos un poder humano bastante amplio. Todas las mujeres que lo habían conocido fueron asesinadas. ¡Qué saqueo del jardín de la belleza! Bajo el sable, lo bendijeron. Él no encargó otras nuevas. — Las mujeres desaparecieron. Mató a todos aquellos que lo seguían, después de la caza o de las libaciones. — Todos lo seguían. Se divirtió degollando animales de lujo. Hizo llamear los palacios. Se abalanzaba sobre las gentes y las cortaba en pedazos. — La multitud, los techos de oro, los bellos animales seguían existiendo. ¡Puede alguien extasiarse en la destrucción, rejuvenecerse por la crueldad! El pueblo no murmuró. Nadie ofreció la con- 58 tribución de sus opiniones. Una tarde galopaba orgullosamente. Un genio apareció, de belleza inefable, inconfesable incluso. ¡De su fisonomía y su porte se desprendía la promesa de un amor múltiple y complejo! ¡De una felicidad, indecible, insoportable incluso! El Príncipe y el Genio se aniquilaron probablemente en la salud esencial. ¿Cómo no iban a morir por ello? Juntos pues murieron. Pero el Príncipe falleció, en su palacio, a una edad corriente. El Príncipe era el Genio. El Genio era el Príncipe. La música sabia falta a nuestro deseo.

 Rimbaud,Arthur,Una temporada en el infierno,http://www.bsolot.info/wp-content/uploads/2011/02/Rimbaud_Arthur-Una_temporada_en_el_infierno-Iluminaciones-Las_cartas_del_vidente.pdf
seleccionado por Paola Moreno Díaz segundo de bachillerato,curso 2015-2016.

Opiniones de un payaso, Heinrich Boll

"Tengan en cuenta que el chico no tiene aún once años", y puesto que casi me tranquilizó, llegué a responder a su pregunta de dónde había aprendido la expresión infamante: "Lo leí en el paso a nivel de la Annabergerstrasse." "¿Nadie te lo ha dicho a ti?", preguntó, "quiero decir, ¿tú no lo has oído de nadie?" "No", dije yo. "Pero si el chico no sabe lo que se dice", dijo mi padre y puso su mano en mi hombro. Brühl lanzó a mi padre una mirada enojada, mirando luego angustiado a Herbert Kalick. Por lo visto el gesto de papá pasó por un grave signo de complicidad. Mi madre dijo llorando, con su voz suave y estúpida: "No sabe lo que se hace, no lo sabe: si no fuera así, yo debería desentenderme de él." "Pues desentiéndete", dije yo. Todo esto tuvo lugar en nuestra espaciosa sala, entre los regios muebles de roble barnizados en un tono oscuro, con los trofeos de caza del abuelo en lo alto de las amplias estanterías de roble, grandes jarras y las macizas librerías de vidrio emplomado. Oía el cañoneo allá lejos en el Eifel, escasamente a veinte kilómetros de distancia, e incluso el tableteo de las ametralladoras, alguna que otra vez. Herbert Kalick, pálido, rubio, con su rostro fanático, actuando como una especie de fiscal, no dejaba de golpear con los nudillos sobre la mesa, reclamando: "Rigor, rigor, inflexible rigor". Fui sentenciado a abrir en el jardín, bajo la vigilancia de Herbert, un foso para tanques, y era aún medianoche que cavaba yo, siguiendo la tradición de los Schnier, el suelo alemán, si bien — lo que contradecía la tradición de los Schnier — con mis propias manos. Cavé la zanja atravesando los rosales favoritos del abuelo, que se hallaban exactamente junto a la copia del Apolo del Belvedere, y me alegraba al pensar en el momento en que la estatua de mármol sucumbiría ante mi celo excavador; pero me alegré demasiado pronto; iba a ser destruida por un chiquillo pecoso que se llamaba Georg. Se hizo volar a sí mismo y al Apolo por los aires con un puño antitanque, el cual le estalló inoportunamente. El comentario de Herbert Kalick a esta desgracia fue lacónico. "Por fortuna Georg era huérfano."

Heinrich Böhl, Opiniones de un payaso, https://aullidosdelacalledotnet.files.wordpress.com/2014/08/heinrich-boll-opiniones-de-un-payaso.pdf.
Seleccionado por Lidia Rodríguez Suárez. Segundo de bachillerato. Curso 2015-2016.

Las flores del mal, C. Baudelaire


HIMNO A LA BELLEZA
¿Vienes del cielo profundo o surges del abismo,
Oh, Belleza? Tu mirada infernal y divina,
Vuelca confusamente el beneficio y el crimen,
Y se puede, por eso, compararte con el vino.
Tú contienes en tu mirada el ocaso y la aurora;
Tú esparces perfumes como una tarde tempestuosa;
Tus besos son un filtro y tu boca un ánfora
Que tornan al héroe flojo y al niño valiente.
¿Surges tú del abismo negro o desciendes de los astros?
El Destino encantado sigue tus faldas como un perro;
Tú siembras al azar la alegría y los desastres,
Y gobiernas todo y no respondes de nada,
Tú marchas sobre muertos, Belleza, de los que te burlas;
De tus joyas el Horror no es lo menos encantador,
Y la Muerte, entre tus más caros dijes,
Sobre tu vientre orgulloso danza amorosamente.
El efímero deslumbrado marcha hacia ti, candela,
Crepita, arde y dice: ¡Bendigamos esta antorcha!

El enamorado, jadeante, inclinado sobre su bella
Tiene el aspecto de un moribundo acariciando su tumba.
Que procedas del cielo o del infierno, qué importa,
¡Oh, Belleza! ¡monstruo enorme, horroroso, ingenuo!
Si tu mirada, tu sonrisa, tu pie me abren la puerta
De un infinito que amo y jamás he conocido?
De Satán o de Dios ¿qué importa? Ángel o Sirena,
¿Qué importa si, tornas —hada con ojos de terciopelo,
Ritmo, perfume, fulgor ¡oh, mi única reina!—
El universo menos horrible y los instantes menos pesados?


C. Baudelaire, Las flores del mal, https://letraconletra.files.wordpress.com/2012/03/textos-las-flores-del-mal.pdf
Seleccionado por Clara Fuentes Gómez, Segundo de Bachillerato. Curso 2015-2016.


La muerte en Venecia, Thomas Mann

       Todo el mundo necesita, pues, renovarse una y otra vez; todo el mundo necesita el contraste y el impacto, y, si por ventura uno asciende demasiado seguro, hasta el extremo de no tener que corregir la trayectoria o ha llegado ya a la meta, mejor sería que volviera sobre sus pasos o que cayera de nuevo antes que morir aplastado por el peso de la maestría y el clasicismo. En suma, un platonismo sin duda original que confiesa sus limitaciones. En cualquier caso, coherente o no, el personaje queda ahora perfectamente delineado y, una vez en Venecia, le recibe el dios Eros armado con flechas, le recibe la Belleza encarnada en el mundo sensible, le recibe Tadzio. Primero, el escritor pone el énfasis en todo lo que acentúa el contraste entre la belleza trabajada y la Belleza espontánea; cumple, en suma, castigar el orgullo del artista: “Mit Erstaunen bemerkte Aschenbach, dass der Knabe vollkommen schön war. Sein Antlitz, bleich und anmutig verschlossen, von honigfarbenem Haar umringelt, mit der gerade abfallenden Nase, dem lieblichen Munde, dem Ausdruck von holdem und göttlichem Ernst, erinnerte an griechische Bildwerke aus edelster Zeit, und bei reinster Vollendung der Form war es von so einmalig persönilchem Reiz, dass der Schauende weder in Natur noch bildender Kunst etwas ähnlich Geglücktes angetroffen zu haben glaubte”.
   “Con asombro observó Aschenbach que el muchacho era bellísimo. El rostro, pálido y graciosamente reservado, la rizosa cabellera, color miel que le enmarcaba, la nariz rectilínea, la boca adorable y una expresión de seriedad divina y deliciosa hacían pensar en la estatuaria griega de la época más noble; y además de esa purísima perfección en sus formas, poseía un encanto tan único y personal que su observador no creía haber visto nunca algo tan logrado en la naturaleza ni en las artes plásticas”


Mann, Thomas, la muerte en Venecia,http://diposit.ub.edu/dspace/bitstream/2445/12128/8/Mann%20Tod%20cast_12128.pdf
seleccionado Paola Moreno Díaz ,segundo de bachillerato, curso 2015-2016.

La señorita Julia, August Strindberg

   

   JUAN. También esta noche parece que la señorita Julia está medio loca, ¡loca de atar!
  CRISTINA. ¿Qué? ¿Ya estás ahí?  
   JUAN. Sí, vuelvo ahora de la estación, de acompañar al señor conde. Al pasar entré en la barraca del        baile y allí me encontré a la señorita Julia bailando con el guarda. En cuanto me vio, vino derecha a mí y me invitó a un vals de los que bailan los señores. Bailó de un modo, que no he visto cosa igual. Cuando te digo que está loca... 
  CRISTINA. Sí... Está violenta desde lo que le sucedió con su prometido.
 JUAN. Es posible. De todos modos, era un buen muchacho. ¿Tú sabes cómo ocurrió la cosa? Yo presencié la escena a escondidas.
 CRISTINA. ¿Cómo? ¿Que tú los viste?... 
 JUAN. Sí. Verás: estaban una noche en el patio de las caballerizas, y la señorita le «amaestraba», según decía. ¿Sabes cómo? Pues haciéndole saltar sobre la fusta, como a un perro, a la voz de «¡hop, hop!». Por dos veces saltó sobre ella y recibió otros tantos latigazos: pero, a la tercera, le arrancó la fusta de la mano, la hizo mil pedazos y se marchó.
 CRISTINA. ¡Qué me cuentas! Pero ¿pasó así? 
  JUAN. Como te lo digo. ¿No tienes algo bueno de comer, Cristina? 
CRISTINA. (Saca la tartera del fuego y le sirve en un plato a Juan). Aquí tienes. Un trozo de riñón del asado de ternera.
 JUAN. (Olfateando el guiso). Está muy bien. Es una verdadera delicia. (Tocando el plato). Pero has debido calentarme el plato. 
 CRISTINA. Cuando te pones tonto, eres más exigente que el señor conde. (Le da un cariñoso tirón del pelo).
 JUAN. (Con brusquedad). ¡Ay! No me tires de esa manera. . . Ya sabes que soy muy delicado.

 Strindberg August, La señorita Julia 
http://jbarret.5gbfree.com/juanbarret/LB/OB/Julia.pdf. Seleccionado por Julia Mateos Gutiérrez, segundo de bachillerato, curso 2015-2016.

Una temporada en el infierno, Jean Arthur Rimbaud


¿Conozco al menos la naturaleza? ¿Me conozco? Basta de palabras. Sepulto a los
muertos en mi vientre. ¡Gritos, tambor, danza, danza, danza, danza! Ni siquiera se me
ocurre que a la hora en que los blancos desembarquen, yo caeré en la nada.
¡Hambre, sed, gritos, danza, danza, danza, danza!
Los blancos desembarcan. ¡El cañón! Hay que someterse al bautismo, vestirse, trabajar.
He recibido en el corazón el rayo de la gracia. ¡Ah, no lo había previsto!
No he cometido mal alguno. Los días me van a ser ligeros, me será ahorrado el
arrepentimiento. No habré padecido los tormentos del alma casi muerta para el bien, en
la que vuelve a subir la luz, severa como los cirios funerarios. La suerte del hijo de
familia, féretro prematuro cubierto de límpidas lágrimas. No hay duda de que el
libertinaje es tonto, el vicio es tonto; hay que arrojar lejos la podredumbre. ¡Pero el reloj
no habrá llegado a sonar solamente la hora del puro dolor! ¿Voy a ser arrebatado como
un niño para jugar en el paraíso olvidado de toda la desgracia?
¡Pronto! ¿Hay otras vidas? El sueño en medio de la riqueza es imposible. La riqueza
siempre ha sido bien público. Sólo el amor divino otorga las llaves de la ciencia. Veo
que la naturaleza no es más que un espectáculo de bondad. Adiós quimeras, ideales,
errores.

Jean Arthur Rimbaud, Una temporada en el infiernohttp://www.biblioteca.org.ar/libros/133650.pdf , seleccionado por Daniel Carrasco Carril, segundo de bachillerato,curso 2015-2016.

El teatro y su doble, Anonin Artaud

Cualesquiera que sean los conflictos que obsesionen la mentalidad de una época, desafío al espectador que haya conocido la sangre de esas escenas violentas, que haya sentido íntimamente el tránsito de una acción superior, que haya visto a la luz de esos hechos extraordinarios los movimientos extraordinarios y esenciales de su propio pensamiento –la violencia y la sangre puestas al servicio de la violencia de pensamiento-, desafío a esos espectadores a entregarse fuera del teatro a ideas de guerra, de motines y de asesinatos casuales… En el período angustioso y catastrófico en que vivimos necesitamos urgentemente un teatro que no sea superado por los acontecimientos, que tenga en nosotros un eco profundo y que domine la inestabilidad de la época. Está claro el espíritu reivindicativo que propone, un Teatro de la Crueldad que agite a las masas, dramas, crímenes y espectáculo al servicio de la gente, sin necesidad de recurrir a las imágenes muertas de los mitos. El accionismo vienés en mi opinión, propone mucho de estas ideas, y quizás es su gran crueldad, violencia y fuerza de sus acciones las que nos hacen despertar. Una acción de Rudolf Schwarzkogler o de Günter Brus quizás nos afecte mucho más que la escena de un crimen real. De esta forma las acciones se convierten en escenas de de teatro reales capaz de afectar al espectador, y de expandirse por todos los rincones de la sala. Hay en las palabras de Artaud clara influencia de Freud y el Psicoanálisis, los elementos que se manifiestan en los sueños son sustitutivos de otros contenidos del inconsciente, nuestros sueños son deseos que desterramos al inconsciente por resultarnos incómodos, en nuestros sueños emergen pero al mismo tiempo los censuramos. Por ello Artaud dice : El público creerá en los sueños del teatro, si los acepta realmente como sueños y no como copia servil de la realidad, si le permiten liberar en él mismo la libertad mágica del sueño, que sólo puede reconocer impregnada de crueldad y terror. Determinadas situaciones nos aterran al verlas tan reales como nuestro sueños, sobre todo si son de tipo sexual, como las acciones de los vieneses con claros matices sexuales. Hay que retomar el camino verdadero del teatro y devolverle su lenguaje específico, de la misma manera que se intenta revindicar el verdadero camino del arte, devolverle su propio lenguaje capaz de emocionar, aunque en ocasiones se está llevando al límite y por ello algunos anuncian “la muerte del arte”, aunque para mí no es la muerte del arte, sino la muerte del concepto de arte que se ha quedado pequeño y no sabemos como denominar lo que es arte y lo que no lo es, porque nadie puede poner esos límites.


      Artaud, Anonin, El teatro y su doble,
      http://www.revistalavoragine.com.ar/revista2/ARTICULOS/Artaud%20-    %20El%20teatro%20y%20su%20doble.pdf
     Seleccionado por Paola Moreno Díaz , segundo de bahillerato curso 2015-2016


El retrato de Dorian Gray, Oscar Wilde



–Mi querido Dorian –respondió lord Henry, sacando un cigarrillo de la pitillera y luego un estuche para cerillas con baño de oro–, la única manera de que una mujer reforme a un hombre es aburriéndolo tan completamente que pierda todo interés por la vida. Si te hubieras casado con esa chica, habrías sido muy desgraciado. Por supuesto la hubieras tratado amablemente. Siempre se puede ser amable con las personas que no nos importan nada. Pero habría descubierto enseguida que sólo sentías indiferencia por ella. Y cuando una mujer descubre eso de su marido, o empieza a vestirse muy mal o lleva sombreros muy elegantes que tiene que pagar el marido de otra mujer. Y no hablo del faux pas social, que habría sido lamentable, y que, por supuesto, yo no hubiera permitido, pero te aseguro que, de todos modos, el asunto habría sido un fracaso de principio a fin.

–Imagino que sí –murmuró el muchacho, paseando por la habitación, horriblemente pálido–. Pero pensaba que era mi deber. No es culpa mía que esta espantosa tragedia me impida actuar correctamente. Recuerdo
que en una ocasión dijiste que existe una fatalidad ligada a las buenas resoluciones, y es que siempre se hacen demasiado tarde. Las mías desde luego.

–Las buenas resoluciones son intentos inútiles de modificar leyes científicas. No tienen otro origen que la vanidad. Y el resultado es absolutamente nulo. De cuando en cuando nos proporcionan algunas de esas
suntuosas emociones estériles que tienen cierto encanto para los débiles. Eso es lo mejor que se puede decir de ellas. Son cheques que hay que cobrar en una cuenta sin fondos.

–Harry –exclamó Dorian Gray, acercándose y sentándose a su lado–, ¿por qué no siento esta tragedia con la intensidad que quisiera? No creo que me falte corazón. ¿Qué opinas tú?

–Has hecho demasiadas tonterías durante los últimos quince días para que se te pueda acusar de eso, Dorian –respondió lord Henry, con su dulce sonrisa melancólica.

Oscar Wilde, El retrato de Dorian Gray, www.cva.itesm.mx/biblioteca/Files/Wilde_Oscar_-_El_retrato_de_Dorian_Gray1.pdf
Seleccionado por Clara Fuentes Gómez, Segundo de Bachillerato. Curso 2015-2016.