—Golondrina, Golondrina, mi pequeña Golondrina —dijo el Príncipe—,
quédate conmigo esta noche y sé mi mensajera. El niño tiene
mucha sed y la madre está muy triste.
—No me gustan mucho los niños —respondió la Golondrina—.
El verano pasado, cuando yo vivía cerca del río, dos muchachos muy
malos, que eran hijos del molinero, solían arrojarme piedras. Nunca
llegaron a alcanzarme, por supuesto, porque las golondrinas sabemos
volar muy bien, y además yo provengo de una familia célebre por
su agilidad. De cualquier modo, la actitud de ellos mostraba una falta
de respeto.
Pero el Príncipe Feliz se veía tan triste, que la pequeña Golondrina
sintió lástima.
—Mucho frío hace aquí —volvió a decir la Golondrina—, pero me
quedaré contigo esta noche y seré tu mensajera.
—Gracias, mi pequeña Golondrina —dijo el Príncipe.
Y la Golondrina arrancó el rubí de la espada del Príncipe y con la
piedra preciosa en el pico se fue volando sobre los tejados de la ciudad.
Voló sobre la cúpula de la Catedral, donde hay ángeles esculpidos
en mármol blanco. Pasó sobre el Palacio y oyó el rumor que venía del
salón de fiestas. Una hermosa doncella salió con su novio al balcón.
—¡Qué hermosas son las estrellas —dijo él— y qué asombroso el
poder del amor!
—Espero que mi vestido esté terminado para el baile de la Corte
—respondió ella—. He encargado que lleve bordadas unas pasionarias,
¡pero las costureras son tan perezosas!
Oscar Wilde, El príncipe feliz, http://www.curriculumenlineamineduc.cl/605/articles-23587_recurso_pdf.pdf.
Seleccionado por Julia Mateos Gutiérrez. Segunde de bachillerato, curso2015-2016.
Seleccionado por Julia Mateos Gutiérrez. Segunde de bachillerato, curso2015-2016.
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