viernes, 22 de enero de 2016

Opiniones de un payaso, Heinrich Boll

"Tengan en cuenta que el chico no tiene aún once años", y puesto que casi me tranquilizó, llegué a responder a su pregunta de dónde había aprendido la expresión infamante: "Lo leí en el paso a nivel de la Annabergerstrasse." "¿Nadie te lo ha dicho a ti?", preguntó, "quiero decir, ¿tú no lo has oído de nadie?" "No", dije yo. "Pero si el chico no sabe lo que se dice", dijo mi padre y puso su mano en mi hombro. Brühl lanzó a mi padre una mirada enojada, mirando luego angustiado a Herbert Kalick. Por lo visto el gesto de papá pasó por un grave signo de complicidad. Mi madre dijo llorando, con su voz suave y estúpida: "No sabe lo que se hace, no lo sabe: si no fuera así, yo debería desentenderme de él." "Pues desentiéndete", dije yo. Todo esto tuvo lugar en nuestra espaciosa sala, entre los regios muebles de roble barnizados en un tono oscuro, con los trofeos de caza del abuelo en lo alto de las amplias estanterías de roble, grandes jarras y las macizas librerías de vidrio emplomado. Oía el cañoneo allá lejos en el Eifel, escasamente a veinte kilómetros de distancia, e incluso el tableteo de las ametralladoras, alguna que otra vez. Herbert Kalick, pálido, rubio, con su rostro fanático, actuando como una especie de fiscal, no dejaba de golpear con los nudillos sobre la mesa, reclamando: "Rigor, rigor, inflexible rigor". Fui sentenciado a abrir en el jardín, bajo la vigilancia de Herbert, un foso para tanques, y era aún medianoche que cavaba yo, siguiendo la tradición de los Schnier, el suelo alemán, si bien — lo que contradecía la tradición de los Schnier — con mis propias manos. Cavé la zanja atravesando los rosales favoritos del abuelo, que se hallaban exactamente junto a la copia del Apolo del Belvedere, y me alegraba al pensar en el momento en que la estatua de mármol sucumbiría ante mi celo excavador; pero me alegré demasiado pronto; iba a ser destruida por un chiquillo pecoso que se llamaba Georg. Se hizo volar a sí mismo y al Apolo por los aires con un puño antitanque, el cual le estalló inoportunamente. El comentario de Herbert Kalick a esta desgracia fue lacónico. "Por fortuna Georg era huérfano."

Heinrich Böhl, Opiniones de un payaso, https://aullidosdelacalledotnet.files.wordpress.com/2014/08/heinrich-boll-opiniones-de-un-payaso.pdf.
Seleccionado por Lidia Rodríguez Suárez. Segundo de bachillerato. Curso 2015-2016.

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