"Tengan en cuenta que el chico no tiene aún once años", y puesto
que casi me tranquilizó, llegué a responder a su pregunta de dónde
había aprendido la expresión infamante: "Lo leí en el paso a nivel de
la Annabergerstrasse." "¿Nadie te lo ha dicho a ti?", preguntó,
"quiero decir, ¿tú no lo has oído de nadie?" "No", dije yo. "Pero si el
chico no sabe lo que se dice", dijo mi padre y puso su mano en mi
hombro. Brühl lanzó a mi padre una mirada enojada, mirando luego
angustiado a Herbert Kalick. Por lo visto el gesto de papá pasó por
un grave signo de complicidad. Mi madre dijo llorando, con su voz
suave y estúpida: "No sabe lo que se hace, no lo sabe: si no fuera así,
yo debería desentenderme de él." "Pues desentiéndete", dije yo.
Todo esto tuvo lugar en nuestra espaciosa sala, entre los regios
muebles de roble barnizados en un tono oscuro, con los trofeos de
caza del abuelo en lo alto de las amplias estanterías de roble,
grandes jarras y las macizas librerías de vidrio emplomado. Oía el
cañoneo allá lejos en el Eifel, escasamente a veinte kilómetros de
distancia, e incluso el tableteo de las ametralladoras, alguna que otra
vez. Herbert Kalick, pálido, rubio, con su rostro fanático, actuando
como una especie de fiscal, no dejaba de golpear con los nudillos
sobre la mesa, reclamando: "Rigor, rigor, inflexible rigor". Fui
sentenciado a abrir en el jardín, bajo la vigilancia de Herbert, un
foso para tanques, y era aún medianoche que cavaba yo, siguiendo la
tradición de los Schnier, el suelo alemán, si bien — lo que
contradecía la tradición de los Schnier — con mis propias manos.
Cavé la zanja atravesando los rosales favoritos del abuelo, que se
hallaban exactamente junto a la copia del Apolo del Belvedere, y me
alegraba al pensar en el momento en que la estatua de mármol
sucumbiría ante mi celo excavador; pero me alegré demasiado
pronto; iba a ser destruida por un chiquillo pecoso que se llamaba
Georg. Se hizo volar a sí mismo y al Apolo por los aires con un
puño antitanque, el cual le estalló inoportunamente. El comentario
de Herbert Kalick a esta desgracia fue lacónico. "Por fortuna Georg
era huérfano."
Heinrich Böhl, Opiniones de un payaso, https://aullidosdelacalledotnet.files.wordpress.com/2014/08/heinrich-boll-opiniones-de-un-payaso.pdf.
Seleccionado por Lidia Rodríguez Suárez. Segundo de bachillerato. Curso 2015-2016.
No hay comentarios:
Publicar un comentario