¿Conozco al menos la naturaleza? ¿Me conozco? Basta de palabras. Sepulto a los
muertos en mi vientre. ¡Gritos, tambor, danza, danza, danza, danza! Ni siquiera se me
ocurre que a la hora en que los blancos desembarquen, yo caeré en la nada.
¡Hambre, sed, gritos, danza, danza, danza, danza!
Los blancos desembarcan. ¡El cañón! Hay que someterse al bautismo, vestirse, trabajar.
He recibido en el corazón el rayo de la gracia. ¡Ah, no lo había previsto!
No he cometido mal alguno. Los días me van a ser ligeros, me será ahorrado el
arrepentimiento. No habré padecido los tormentos del alma casi muerta para el bien, en
la que vuelve a subir la luz, severa como los cirios funerarios. La suerte del hijo de
familia, féretro prematuro cubierto de límpidas lágrimas. No hay duda de que el
libertinaje es tonto, el vicio es tonto; hay que arrojar lejos la podredumbre. ¡Pero el reloj
no habrá llegado a sonar solamente la hora del puro dolor! ¿Voy a ser arrebatado como
un niño para jugar en el paraíso olvidado de toda la desgracia?
¡Pronto! ¿Hay otras vidas? El sueño en medio de la riqueza es imposible. La riqueza
siempre ha sido bien público. Sólo el amor divino otorga las llaves de la ciencia. Veo
que la naturaleza no es más que un espectáculo de bondad. Adiós quimeras, ideales,
errores.
Jean Arthur Rimbaud, Una temporada en el infierno, http://www.biblioteca.org.ar/libros/133650.pdf , seleccionado por Daniel Carrasco Carril, segundo de bachillerato,curso 2015-2016.
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