Daos, Siro, Mírrina, Fílina
(Entra Daos, seguido de Siro, ambos cargados con flores.)
DAOS. - Creo que nadie cultiva un campo más divino, pues produce mirto, hermosa hiedra, toda esta cantidad de flores y lo demás, si uno lo siembra, lo devuelve exacta y cumplidamente en la misma medida, ni más ni menos. (Reposa su carga. A Siro.) No obstante, Siro, llévate todo lo que traemos, todo esto sirve para la boda. (A Mírrina.) Muy buenos días, Mírrina.
MÍRRINA. - Buenos días.
DAOS. - No te había visto, noble y honrada mujer. ¿Qué tal te va? Quiero que tú seas las primera en gustar de buenas noticias -al habértelas contado yo el primero-, más aún, de hechos que, si los dioses quieren, van a producirse. Pues Cleeneto, con el que trabaja tu chico, hace unos días, mientras estaba cavando en la viña, se hizo un buen corte en una pierna.
MÍRR. - ¡Desdichada de mí!
DAOS. - Ten valor. Escúchame hasta el final. Pero cuando llegó el tercer día, le salió al viejo un tumor de la herida, le dio mucha fiebre y se encontraba muy mal.
FÍL. - ¡Vete a paseo! ¡Qué noticias tan buenas vienes a traer!
MÍRR. - ¡Cállate, vieja!
DAOS. - Necesitaba entonces que alguien lo cuidara, los esclavos y bárbaros con los que él vive, le echaron todos mil maldiciones, pero tú hijo, considerándolo como si fuera su propio padre, le procuró todo lo que hacía falta, le dio ungüentos, masajes, lo lavó, le traía de comer, le daba ánimos, volvió a ponerlo de pie con sus cuidados, aunque parecía que estaba muy mal.
MÍRR. - ¡Hijo querido!
DAOS. - Sí, por Zeus, de verdad que lo hizo bien. Porque, mientras el viejo se recuperaba en casa y recobraba la tranquilidad apartado del azadón y las fatigas -qué tozudo es el viejo por la vida que lleva-, preguntaba por todas las cosas del muchacho, quizá sin ignorar del todo quién es. El chico, en sus conversaciones, aludió a su hermana y a ti... sintió simpatía y pensó que tenía que corresponder, con toda razón, en agradecimiento de su desvelo. Se mostró sensato para ser un hombre solo y viejo, pues prometió casarse con tu hija. Éste es el resumen de toda la historia. Enseguida llegarán aquí y se volverán a la finca con ella. Dejad de luchar con la miseria, monstruo irreprimible e intratable, y sobre todo en la ciudad, porque o hay que ser rico o vivir de forma que no haya demasiados testigos que vean la desdicha. Por esto es preferible el campo y la soledad. Quería darte estas buenas noticias. !Mucha salud! (Vase.)
MÍRR. - A ti también.
Menandro, Comedias, El labrador, Escena V, Madrid, Editorial Gredos, Colección Biblioteca Básica Gredos, 1986, págs 121-122-123, Seleccionado por Rosa María Perianes Calle, Segundo de Bachillerato, Curso 2014-2015.