LA RELACIÓN DE J. HABAKUK JEPHSON
Octubre 20 y 21
Sigue haciendo frío, llovizna constantemente y no me ha sido posible salir del camarote. Estar así encerrado me debilita y me deprime. Entró Goring a visitarme, pero su compañía no contribuyó a alegrar mi ánimo, porque apenas habló, limitándose a mirarme fijamente, de un modo raro e irritante. Luego se levantó y salió del camarote sin decir palabra. Empiezo a sospechar que es un lunático. Creo haber dicho ya que su camarote es antiguo al mío. Ambos están separados por un delgado tabique de madera agrietado en muchos sitios, siendo algunas de las grietas lo bastante anchas como para que, cuando estoy tendido en la litera, le vea ir y venir por su camarote. Sin el menor propósito de espiarle, observo que está continuamente inclinado sobre algo que da la impresión de una carta de navegación, haciendo cálculos con el lápiz y los compases. Me ha llamado la atención el interés que demuestra por los temas relacionados con la navegación, pero me sorprende que se tome el trabajo de hacer el cálculo de la derrota de nuestra embarcación. Sin embargo, me parece una diversión bastante inocente, y estoy seguro de que compara los resultados que obtiene con los del capitán.
No querría pensar tanto en ese hombre. La noche del 20 tuve una pesadilla, y en ella creí que mi litera se había convertido en un féretro, que me habían metido en él y que Goring trataba de clavar la tapa del mismo, en tanto que yo forcejeaba por levantarla. Ni siquiera cuando me desperté acabé de convencerme de que no estaba metido en un féretro. Yo, como médico que soy, sé que toda pesadilla no es otra cosa que un desarreglo vascular de los hemisferios del cerebro; pero dado el estado de debilidad en que me encuentro no consigo sacudir la mórbida impresión que me producen.
Arthur Conan Doyle, El capitán del Polestar, Madrid, colección Valdemar, 1998, páginas 99 y 100. Seleccionado por Andrea González García. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.
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