lunes, 24 de noviembre de 2014

La vida de las abejas, Maurice Maeterlinck

La fundación de la colmena

     Veamos más bien lo que hace en la colmena ofrecida por el apicultor el enjambre recogido. Recordemos el sacrificio que han hecho las cincuenta mil vígenes que, según la frase de Ronsard, ''llevan un gentil corazón en un pequeño cuerpo'', y admiremos una vez más el valor que necesitan para volver a empezar la vida en el desierto donde han venido a parar. Han olvidado la colmena opulenta y magnífica en que nacieron, en que la existencia era tan segura y estaba tan admirablemente organizada, en que el jugo de todas las flores que se acuerdan del sol permitía sonreír a las amenazas del invierno. Han dejado allí, dormidas en el fondo de sus cunas, millares y millares de hijas a quienes no volverán a ver. Han abandonado allí, además del enorme tesoro de cera, de propóleos y de polen acumulado por ellas, más de ciento veinte libras de miel; es decir, doce veces el peso del pueblo entero, cerca de cien mil veces el peso de cada abeja, lo que representa para el hombre ochenta y dos mil toneladas de víveres, toda una flotilla de grandes buques cargados de alimentos más preciosos y más perfectos que ninguno de los que concíamos, pues la miel es para las avejas (sic.) una especie de vida líquida, una especie de quilo inmediatamente asimilable y casi sin desperdicio.

Maurice Maeterlinck, La vida de las abejas, Madrid, ed.Espasa-Calpe, col. Austral, 1980, página 73.
Seleccionado por Alain Presentación Muñoz. Segundo de Bachillerato. Curso 2014-2015.

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