jueves, 20 de octubre de 2011

Vida de Esopo, Esopo

Su amo, que lo tenía siempre en silencio y sin hacer nada en su casa de la ciudad, lo mandó al campo...y uno de sus compañeros de esclavitud viendo al otro triste le dijo:
-Compañero, sé que estás pensando: quieres comer higos.
-Sí, por Zeus - respondió-. ¿cómo lo sabes?
-Por la manera de mirar conozco tu intención. Así que voy a darte una idea de cómo nos los comeremos los dos.
-Pues no has dado ninguna buena idea -dijo el otro-, porque cuando venga el amo a buscar higos y no podamos dárselos, ¿qué va a pasar?
-Díle que Esopo, al encontrar por casualidad abierto el almacén, irrumpió en él y se comió los higos. Así como Esopo no puede hablar, será castigado y tú satisfarás plenamente tu deseo.
Dicho esto se sentaron en torno a los higos y se los comieron, mientras decían:
-¡Ay de Esopo! Verdaderamente está echado a perder y nada le viene mejor que el que le peguen. Así, por una vez, nos vamos a poner todos de acuerdo, y lo que se pueda romper, estropear o caer al suelo, decimos que lo ha hecho Esopo y nos evitaremos problemas en adelante.
Y así se comieron los higos.
A la hora de costumbre, al amo, después de tomar el baño y desayunar, le entraron ganas de higos, se fue a buscar el fruto y dijo:
-Agatopo, dame los higos.
Al ver el amo que se lo tomaba a risa, se molestó y cuando supo que Esopo se había comido los higos, dijo:
-Que llame uno a Esopo.
Después que fue llamado se presentó.



Esopo, Vida de Esopo, Madrid, ed. Gredos, col. Biblioteca básica Gredos, vol.9, 2000, págs 139-140, seleccionado por Olga Domínguez Martín, curso 2011-2012, segundo de Bachillerato.

CANTO XXXII

No comerá bellotas, ciertamente,
la tierra, mientras no la obligue el hambre;
duro hierro no depondrá. A menudo
despreciará oro y plata, satisfecha
con pólizas de cambio. De la sangre
de los suyos, no se abstendrá la mano
de la pródiga estirpe, antes cubierta
de estragos será Europa y la otra orilla
del atlántico mar, fresca nodriza
de civilización, siempre que incite
a la lucha a las huestes fraternales
por pimienta, canela u otro aroma,
o azucaradas cañas, o un motivo,
el que sea, que en oro se convierta.
Amor a la justicia, verdadero
valor, modestia, fe y virtud
extraños serán en todo estado, en los comunes
negocios , y serán desventurados
siempre, y escarnecidos y vencidos,
que, por naturaleza, en todo tiempo con la mediocridad, reinarán siempre
y siempre flotarán. De imperios y fuerzas
abusará quien sea, bajo un nombre cualquiera. Que esta ley antes grabaron
Natura y el destino con el diamante;
y no la borrarán con sus centellas
Volta ni Davy, ni Inglaterra toda siquiera con sus máquinas, ni un Ganges
de escrituras políticas, el siglo
nuevo. El bueno en tristeza; el vil, el pícaro
en triunfo siempre; contra el alma excelsa
en armas conjurado el mundo entero;
del verdadero honor, secuaz el odio,
la envidia y la calumnia; de los fuertes
víctima el débil; de los ricos, siervo
y adulador el pobre;en toda forma
de público gobierno, de la eclíptica,
o de los polos cerca o cerca o lejos, siempre,
si al humano linaje el propio albergue
y los rayos de sol no faltan nunca.

CANTOS, páginas 126 y 127 del canto XXXII. EDITORES ORBIS S.A. Barcelona. aÑO 1988. Seleccionado por Javier Muñoz Castaño, curso 2011-2012, segundo de bachillerato.

Electra, Sófocles

Electra.- ¿De dónde sacarías tú alivio de mis penas, para las que no es posible ver remedio?
Crisótemis.- Está Orestes entre nosotros, sábelo oyéndolo de mí, tan verdad como que me ves.
Electra.- ¿Acaso estás loca, oh desgraciada, y de tus propios males y los míos te ríes?
Crisótemis.- ¡Por el hogar paterno, no digo esto por burla, sino porque cerca está de nosotras dos!
Electra.- ¡Ah desdichada! ¿Y de cuál de los mortales oíste esta noticia para creerla así tan firmemente?
Crisótemis.- Yo de mí misma y no de otra; después de ver claras pruebas, creo en esta noticia.
Electra.- ¿Y qué indicio has visto, desdichada? ¿Qué has mirado para que te me exaltes con esta fiebre incurable?
Crisótemis.- Por los dioses, escucha, para que, informada de mí, me llames luego sensata o necia.
Electra.- Habla tú entonces, si en tus palabras tienes algún placer.
Crisótemis.- Ya te digo todo cuanto vi. Cuando me acerqué a la antigua tumba de nuestro padre, veo que de lo alto de la cárcava corren hilos de leche recién vertida, y que la sepultura paterna entorno estaba coronada de todas cuantas flores hay. Al verlo me llené de asombro, y miro alrededor, no fuera que hubiera alguien muy cerca de mí. Pero cuando observé todo el lugar en calma, me acerqué al sepulcro y veo en la cima del túmulo un rizo cortado en joven cabello; así que lo vi, desdichada, se presenta en mi espíritu una imagen familiar, testimonio a mis ojos del más querido de todos los mortales, de Orestes. Tomándolo en las manos nada digo de mal agüero, pero con alegría lleno al momento mis ojos de lágrimas. Y ahora igual que entonces sé bien que esta ofrenda no puede venir sino de él. ¿Pues a quién otro corresponde si no es a ti o a mí? Yo no lo hice, de esto estoy segura, y menos tú; ¿cómo iba a ser? ¡Si ni para llegarte a los dioses puedes apartarte impune de este palacio! Tampoco ama el corazón de nuestra madre tales cosas, ni hubiera pasado inadvertida de hacerlas, sino que son de Orestes estas honras. Pero, ea, oh querida, anímate; con los mismos no está siempre la misma suerte; la de nosotras dos era antes odiosa, pero el día de hoy quizá nos traiga la confirmación de muchos bienes.


Sófocles, Electra, Madrid, ed. Ediciones Clásicas, año 1995, págs 58 y 59 Seleccionado por Luis Francisco Galindo Cano, curso 2011-2012, segundo de Bachillerato

Las troyanas, Eurípides

ATENEA.- ¿Me es lícito saludar al pariente más cercano de mi padre, al dios poderoso y honrado entre los dioses, ahora que he puesto fin a nuestra anterior enemistad?
POSIDÓN.- Sí puedes, soberana Atenea, que el trato entre parientes es un bálsamo no desdeñable para el corazón.
ATENEA.- Alabo tu carácter sensato. Traigo un mensaje que quiero poner a nuestra común consideración, soberano.
POSIDÓN.- ¿Acaso traes un nuevo mensaje divino de parte de Zeus o de alguno de los dioses?
ATENEA.-No, he venido para buscar tu fuerza y unirla a la mía en beneficio de Troya.
POSIDÓN.- ¡Vaya! ¿Es que has abandonado tu antiguo odio y ahora que arde entre llamas te ha dado lástima?
ATENEA.- Contesta primero a esto: ¿estás dispuesto a deliberar conmigo y a colaborar en lo que deseo llevar a cabo?
POSIDÓN.- Desde luego, pero primero deseo conocer tus propósitos. ¿Has venido a ayudar a los aqueos o a los frigios?
ATENEA.- Quiero que ahora se alegren los troyanos, mis antiguos enemigos, y hacer que el retorno del ejército aqueo sea amargo.
POSIDÓN.- ¿Y por qué saltas de un sentimiento a otro y odias en exceso o amas al azar?
ATENEA.-¿No sabes que hemos sido ultrajados yo y mi propio templo?
POSIDÓM.- Lo sé, cuando Áyax arrastró a Casandra por la fuerza.
ATENEA.- Y sin embargo nada le han hecho los aqueos, ni siquiera se lo han censurado.
POSIDÓN.- ¡Y pensar que destruyeron Ilión ayudados por ti!
ATENEA.- Por eso quiero dañarlos con tu ayuda.
POSIDÓN.- Estoy dispuesto, en lo que de mí depende, a lo que quieres. ¿Qué les harás?
ATENEA.- Quiero que tengan un retorno lamentable.



Eurípides, Tragedias, Las troyanas, Madrid, ed. Gredos. 2000, págs. 167-168, seleccionado por Olga Domínguez Martín, curso 2011-2012. Segundo de Bachillerato