-Compañero, sé que estás pensando: quieres comer higos.
-Sí, por Zeus - respondió-. ¿cómo lo sabes?
-Por la manera de mirar conozco tu intención. Así que voy a darte una idea de cómo nos los comeremos los dos.
-Pues no has dado ninguna buena idea -dijo el otro-, porque cuando venga el amo a buscar higos y no podamos dárselos, ¿qué va a pasar?
-Díle que Esopo, al encontrar por casualidad abierto el almacén, irrumpió en él y se comió los higos. Así como Esopo no puede hablar, será castigado y tú satisfarás plenamente tu deseo.
Dicho esto se sentaron en torno a los higos y se los comieron, mientras decían:
-¡Ay de Esopo! Verdaderamente está echado a perder y nada le viene mejor que el que le peguen. Así, por una vez, nos vamos a poner todos de acuerdo, y lo que se pueda romper, estropear o caer al suelo, decimos que lo ha hecho Esopo y nos evitaremos problemas en adelante.
Y así se comieron los higos.
A la hora de costumbre, al amo, después de tomar el baño y desayunar, le entraron ganas de higos, se fue a buscar el fruto y dijo:
-Agatopo, dame los higos.
Al ver el amo que se lo tomaba a risa, se molestó y cuando supo que Esopo se había comido los higos, dijo:
-Que llame uno a Esopo.
Después que fue llamado se presentó.
Esopo, Vida de Esopo, Madrid, ed. Gredos, col. Biblioteca básica Gredos, vol.9, 2000, págs 139-140, seleccionado por Olga Domínguez Martín, curso 2011-2012, segundo de Bachillerato.