viernes, 16 de noviembre de 2012

El amante , Marguerite Duras

Cuando muere es un día triste. De primavera, creo de abril. Me telefonean. Nada, no me dicen nada más. Lo han encontrado muerto, en el suelo, en su habitación. La muerte llevaba ventaja sobre el final de su historia. En vida ya estaba acabado, era un hecho desde la muerte del hermano pequeño. Las palabras subyugantes: todo está consumado.
Ella pidió que los enterraran juntos. Ya no sé dónde, en qué cementerio, sé que en el Loira. Están los dos en la tumba, sólo los dos. Es justo. La imagen es de un esplendor intolerable.
El crepúsculo caía a la misma hora duran
te todo el año. Era muy corto, casi brutal. Durante la estación de las lluvias, durante semanas, el cielo no se veía, estaba cubierto por una niebla uniforme que ni siquiera la luz de la luna atravesaba. Durante las estaciones secas por el contrario el cielo estaba desnudo, despejado en su totalidad, crudo. Incluso las noches sin luna eran luminosas. Y las sombras se dibujaban por igual en los suelos, en las aguas, en los caminos, en los muros.

Marguerite Duras, El amante, Texto seleccionado por Laura Mahíllo, segundo de Bachillerato, 2012/13

El mago de Oz, L.Frank Baum.

    Dorothy vivía en medio de las grandes praderas de Kansas, con el tío Henry, que era granjero, y la tía Em, que era la mujer del granjero. Su casa era pequeña, ya que la madera para construirla había tenido que ser transportada en una carreta a lo largo de muchos kilómetros. Había cuatro paredes un suelo y un techo, lo que hacía una habitación, y esta habitación contenía una herrumbrosa cocina de carbón, un armario para los platos, una mesa, tres o cuatro sillas, y las camas. El tío Henry y la tía Em tenían una cama grande en una esquina y Dorothy una cama pequeña en otra esquina. No había desván, ni tampoco sótano, salvo un pequeño agujero, cavado en el suelo, llamado sótano de los ciclones, donde podía protegerse la familia en caso de que se levantara uno de aquellos vendavales, lo bastante intensos como para aplastar cualquier edificio que se pusiera en su camino. A este sótano se llegaba por una trampilla que había en mitad de la habitación, de la que salía una escalerilla que conducía al pequeño y oscuro agujero.
  Cuando Dorothy se paraba en el umbral de la casa y miraba a su alrededor, no veía otra cosa salvo la gran pradera gris que la rodeaba por todos lados. Ni un árbol, ni una casa interrumpían la ancha extensión de llanura que llegaba hasta el borde del cielo en todas direcciones. El sol había cocido la tierra labrada hasta convertirla en una masa gris, sobre la que se abrían pequeñas grietas. Ni siquiera la hierba era verde, ya que el sol había quemado las puntas de las largas briznas hasta dejarlas del mismo color gris que se veía por todas partes. La casa había sido pintada una vez, pero el sol había ampollado la pintura y las lluvias la habían ido borrando y ahora la casa estaba tan opaca y gris como todo lo demás.





L. Frank Baum, El mago de Oz, Alianza Editorial. Seleccionado por Laura Mahillo, segundo de Bachillerato, curso 2012/2013.

ESCENA IV, Romeo y Julieta, William Shakespeare

[Entran la Sra. CAPULETO y la NODRIZA.]
SRA. CAPULETO. Toma esta llave y trae las especias.
NODRIZA. Abajo piden más membrillo y dátiles.

[Entra el viejo
CAPULETO. ¡Vamos, moveos! Ha cantado el segundo gallo y las campanas han dado las tres.
Cuida las empanadas, buena Angélica:
no repares en gastos.
NODRIZA. ¡Ea, mandón, ya basta!
¡A la cama! Mañana estaréis malo de no dormir.
CAPULETO. Qué va. He pasado noches sin dormir aun sin tanto motivo y no he enfermado.
SRA. CAPULETO. Ya sabemos que has sido un calavera; ahora vigilo yo bien tus vigilias.

[Salen la SRA. CAPULETO y la NODRIZA.]

CAPULETO. ¡Cuántos celos! ¡Cuántos celos!

[Entran tres o cuatro CRIADOS con asadores, leños y cestas.]

¿Qué traes, chico?
CRIADO. No lo sé; cosas para el cocinero.
CAPULETO. Vamos, aprisa.

[Sale el CRIADO PRIMERO.]

Tú, trae leños secos.
Ve, y que Pedro te diga dónde están.
CRIADO SEGUNDO. Mi cabeza sabrá encontrarlos sola, no me hace falta Pedro para un leño.
CAPULETO. ¡A fe que dices bien, hijo de puta!
tienes un buen tarugo por cabeza.

[Salen el CRIADO SEGUNDO y todos los demás.]

Ya es de día.
Pronto llegará el conde con la música;
así dijo que haría

[Suena la música dentro.]

Ya está aquí.
¡Nodriza! ¡Esposa! ¿No me oís? ¡Nodriza!

[Entra la NODRIZA.]

Ve, despierta a Julieta y engalánala.
Yo iré a charlar con Paris. ¡Ea, de prisa, más de prisa, que el novio ya está aquí!
¡De prisa, he dicho!


William Shakespeare, Romeo y Julieta "escena IV". Seleccionado por Esther Hernández Calvo, segundo de Bachillerato, curso 2012/2013.