jueves, 23 de febrero de 2017

Don Carlos, Friedrich von Schiller

SEGUNDO ACTO
ESCENA IX

 La princesa sola. Está todavía aturdida, fuera de sí; después de que Carlos ha salido, va rápidamente en pos suya y quiere volver a llamarle.

Princesa.   Príncipe,  una palabra. Príncipe, escuchad...¡Se marcha! ¡Ademas eso!Me desprecia... Aquí me quedo en terrible soledad... Arrojada de su lado... Rechazada... (Se deja caer en un sillón. Tras una pausa) ¡No! Suplantada sólo, suplantada por una rival. Ama. No hay duda. Él mismo ha confesado. Pero ¿ quién esa dichosa mujer?... Una cosa esta clara... Ama a quien no debería amar. Teme que se descubra. Su pasión se oculta a los ojos del rey... ¿Por qué ante éste, que la desearía?... ¿O es que lo que él teme en su padre no es al padre?  Cuando se ha enterado de la intención lasciva del rey... su gesto se ha encendido de alegría y se ha regocijado como un bienaventurado... ¿Cómo es que en su rigurosa virtud ha callado aquí? ¿Aquí? ¿Precisamente aquí?... Qué puede ganar él con el rey respecto a la reina la... (Se detiene de pronto, sorprendida por una idea... Al mismo tiempo se saca del pecho el lazo que Carlos le ha dado, lo contempla rápidamente y lo reconoce.) ¡ Oh, insensata de mí! Ahora por fin , ahora... ¿Dónde han estado mis sentidos? Ahora se me abren los ojos... Se habían amado mucho tiempo antes de que el monarca la eligiera. El príncipe no me ha visto nunca sin ella... ¿A ella entonces, a ella se refería, cuando yo me creía adorada tan ilimitada, tan cálida, tan verdaderamente? ¡Oh, un fraude que no tiene igual! Y yo le he descubierto mi debilidad... (Silencio)    ¿Qué el ama totalmente sin esperanza? No puedo creerlo... Un amor sin esperanza no subsiste en esta lucha.



Friedrich von Schiller, Don Carlos, RBA Coleccionables, S.A. Barcelona 1994, edición planeta S.A. Página 58/59
Seleccionado por Andrea Martín Bonifacio, primero de bachillerato, curso 2016/2017.

Andrómaca, Racine


ESCENA CUARTA: PIRRO, ANDRÓMACA, CEFISA

PIRRO
¿Me buscabais, señora?
¿Me será permitida esperanza tan dulce?

ANDRÓMACA
Iba sólo al lugar donde guardan a mi hijo.
Una vez cada día toleráis que contemple
lo que queda ante mí de su padre y de Troya,
señor, iba hacia allí, a llorar a su lado.
Desde ayer todavía no le he vuelto a besar.

PIRRO
¡Ah, señora! Los griegos, a juzgar por su miedo,
os darán más razones de verter vuestras lágrimas.

ANDRÓMACA
¿Y cuál es el temor que hace nido en su pecho,
oh, señor? ¿De sus manos escapó algún troyano?

PIRRO
Aquel odio por Héctor no está aún extinguido.
Ahora temen a su hijo.

ANDRÓMACA
¡Digno objeto de miedo!
Infeliz criatura que no sabe siquiera
que está en manos de Pirro y que es Héctor su padre.

PIRRO
Aún así toda Grecia pide a gritos su muerte.
La embajada de Orestes ha venido a exigirla.

ANDRÓMACA
¿Y vos vais a dictar una tan cruel sentencia?
Lo que le hace culpable, ¿no es sin duda mi afecto?
¡Ay! No temen que sea vengador de su padre;
tienen miedo que enjugue esas lágrimas mías.
Él ocupa el lugar de mi padre y mi esposo;
todo habré de perderlo, nada vais a dejarme.

PIRRO
Aun sin ver vuestras lágrimas me he negado a sus ruegos.
Toda Grecia, señora, me amenaza con armas;
más sabed que aunque vengan otra vez por los mares
a exigir a vuestro hijo con navíos sin número;
aun vertiendo la sangre que una Helena costó;
aunque tras de diez años sea polvo mi alcázar,
no lo dudo un instante, volaré en su socorro:
lucharé por su vida exponiendo la mía.
Mas corriendo esos riesgos por pensar sólo en vos,
vuestros ojos hostiles, ¿se harán menos severos?
Frente al odio de Grecia, combatiendo por todos,
¿tendré aún que luchar contra vuestras crueldades?
Yo os ofrezco mi brazo. ¿Vais también a aceptar
ese fiel corazón que por siempre os adora?
Combatiendo por vos, ¿me será permitido
no contarme entre aquellos que os inspiran horror?



Racine, Andrómaca, Barcelona, 1994, Editorial Planeta, páginas 20, 21 y 22.
 Seleccionado por Andrea Sánchez Clemente. Primero de Bachillerato. Curso 2016/2017

Ética Nicomáquea, Aristóteles


Libro IX
Capítulo 8: El amor a sí mismo

   Se suscita también la dificultad de si uno debe amarse a sí mismo más que a cualquier otro. En Efecto, se censura a los que se aman sobre todo a sí mismo, y se les llama egoísta, como si se tratara de algo vergonzoso. Parece que el hombre vil lo hace todo por amor a sí mismo, y tanto más cuanto peor es (y, así, se le reprocha que no hace nada sino lo suyo), mientras que el hombre bueno obra por lo noble, y tanto más cuanto mejor es, y por causa de su amigo, dejando de lado su propio bien.
   Pero los hechos no están en armonía con estos razonamientos, y no si razón. pues se dice que se debe querer más que a nadie al mejor amigo, y que el mejor amigo es el que desea el bien de aquel a quien quiere por causa de éste, aunque nadie llegue a saberlo. Pero ero estos atributos pertenecen principalmente al hombre con relación a sí mismo, y todos los restantes por los cuales se define el amigo; hemos dicho, en efecto, que todos los sentimientos amorosos proceden de uno mismo y se extienden después a los otros. Y todos los proverbios están de acuerdo con esto, por ejemplo,"una sola alama","las cosas de los amigos son comunes","las cosas de los amigos son comunes", "amistad es igualdad" y " la rodilla es muy cercana la pierna" . Todas estas cosas puede aplicárselas cada cual, principalmente, a sí mismo, por que cada uno es el mejor amigo de sí  mismo , y debemos amarnos, sobre todo, a nosotros mismos. Es razonable suscitar la cuestión de cuál de las dos opiniones debe seguirse, porque ambas son convincentes.


Aristóteles, Ética Nicomáquea,editorial gredos, publicada en Madrid en 2000, libro: IX,capítulo 8, página: 258-259.
Seleccionado por Lara Esteban González, primero bachillerato, curso 2016-2017.

La Cartuja de Parma , Stendhal

Capítulo 1
Milán en 1796


       El 15 de mayo de 1796 entró en Milán el general Bonaparte al frente de aquel ejército joven que acababa de pasar el puente de Lodi y de enterar al mundo de que, al cabo de tantos siglos, César y Alejandro tenían un sucesor.
       Los milagros de intrepidez y genio de que fue testigo Italia en unos meses despertaron a un pueblo dormido: todavía ocho días antes de la llegada de los franceses, los milaneses solo veían en ellos una turba de bandoleros, acostumbrados a huir siempre ante las tropas de Su Majestad Imperial y Real: esto era al menos lo que les repetía tres veces por semana un periodiquillo del tamaño de la mano, impreso en un papel muy malo.
       En la Edad Media, los lombardos republicanos dieron pruebas de ser tan valientes como los franceses y merecieron ver su ciudad enteramente arrasada por los emperadores de Alemania. Desde que se convirtieron en súbditos fieles, su gran ocupación consistía en imprimir en unos pañuelitos de tafetán rosa cada vez que se celebraba la boda de alguna joven perteneciente a una familia noble o rica. A los dos o tres años de este gran momento de su vida, esta joven tomaba un "caballero sirviente": a veces, el nombre del acompañante elegido por la familia del marido ocupaba un lugar honorable en el contrato matrimonial.


       Stendhal, La Cartuja de Parma. Madrid, Alianza Editorial. Área de conocimiento: Literatura, segunda edición, 2006. Página 33.
       Seleccionado por Andrea Alejo Sánchez. Primero de bachillerato, curso 2016-2017.