jueves, 11 de mayo de 2017

Apolonio de Rodas, Argonáuticas

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      Dijo exhortándolos. Mas ellos se horrorizaron al escucharlo. Pues decían que no serían acogidos favorablemente por Eetes si deseaban llevarse el vellón del carnero.





Apolonio de Rodas, Argonáuticas, Madrid, 1995, Biblioteca básica Gredos. Páginas 110 y 111.
Seleccionado por Marta Talaván González, Primero de Bachillerato, Curso 2016/2017.

Dafnis y Cloe, Longo

       <<¡Los vaqueros!>>, exclamó el vaquero, mientras hacía virar la barca con la intención de navegar de vuelta.
       Al mismo tiempo se cubrió la tierra de gentes feroces y salvajes, de hombres todos de alta estatura y de tez negra (no de tanta pureza como la de los indios, sino como podría ser la de un mestizo etíope), con cabezas rapadas, pies menudos y gruesos cuerpos. Y todos hablaban una lengua extraña. Con un <<¡estamos perdidos!>> el piloto detuvo el barco, pues el río se estrechaba en aquel punto, y subiendo a bordo cuatro de los piratas se apoderan de cuanto había en la nave, se llevan nuestro oro y, atándonos y encerrándonos en un camarote, se marchan luego de dejarnos unos vigilantes con el propósito de conducirnos al día siguiente ante su rey, título con el que nombraban al bandido de más categoría. Se trataba de un camino de dos días, según escuchamos de boca de los que habían sido apresados con nosotros.
       A la llegada de la noche, echado allí, según estábamos cargados de cadenas, y dormidos los guardianes, entonces, cuando ya me fue posible, rompí a llorar por Luecipa. reflexionando en cuántos infortunios le había acarreado por mi culpa, gemía en lo profundo de mi alma, aunque soterraba en mi el sonido de mis sollozos.
       <<¡Dioses y espíritus divinos!, exclamaba, si es que existís y me prestáis oído, ¿qué falta tan grave hemos cometido para vernos sumergidos en pocos días en tan gran número de males? Y ahora, además, nos ponéis en manos de unos bandidos de Egipto, para que ni aun compasión hallemos. Pues a un bandido griego nuestra voz lo hubiera conmovido y el ruego ablandado, ya que con harta frecuencia la palabra es procuradora de la compasión: que la lengua, al prestar sus servicios a los dolores que el alma que así se vierten en una súplica, amansa la cólera del corazón de sus oyentes. 


       Longo, Dafnis y Cloe. Madrid, Editorial Gredos, 2002, página 183.
       Seleccionado por Gustavo Velasco Yavita. Primero de bachillerato, curso 2016-2017

Robinsón Crusoe, Daniel Defoe




Capítulo XI

VIERNES
    Ordené a Viernes que recogiese todos los cráneos, huesos, carne y todos los restos, y que los pusiese juntos en un montón y encendiera un gran fuego encima, hasta reducirlos a ceniza.Vi que Viernes tenía aún un estómago que apetecía aquella carne, y que por naturaleza es todavía un caníbal; pero mostré tanto horror ante la simple idea de ello y ante el temor de sus indicios, que no se atrevió a manifestarlo; pues, de diversas maneras, le había dado a entender que le mataría si lo intentaba.
    Una ves hubimos hecho esto volvimos a nuestro castillo y allí me puse a trabajar para mi criado Viernes; y lo primero de todo le di unos calzones de hilo , que había sacado del baúl del pobre artillero que ya mencioné, y que había encontrado en el barco hundido; y que con unos pequeños cambios le sentaron muy bien; luego le hice una pelliza de piel de cabra, tan bien como mi habilidad me permitió; y ahora me había ya convertido en un sastre aceptable; y le di un gorro, el cual había hecho de piel de liebre, muy cómodo y bastante bien confeccionado; y así quedó vestido por el momento, de un modo aceptable, y él estaba enormemente contento de verse casi tan vestido como su amo. Es cierto que al principio se sentía muy embarazado con estas cosas; llevar los calzones le resultaba muy embarazoso, y las mangas de la pelliza le molestaban en los hombros y en los sobacos; pero ensanchándoselos un poco cuando se quejaba de que le hacían daño y al irse acostumbrando, por fin se amoldó a ellos muy bien


Daniel Defoe, Robison Crusoe, editorial planeta, publicada en Barcelona 1994,capítulo: XI,página: 184.
Seleccionado por Lara Esteban González, primero bachillerato, curso 2016-2017.

Odas y fragmentos, Píndaro

OLÍMPICA VIII (460)

A ALCIMEDONTE DE EGINA,
VENCEDOR EN LA PALESTA INFANTIL

   ¡Oh Madre de los certámenes de áureas coronas, Olimpia,
reina de la verdad!, donde varones adivinos, 
atisbando en llameantes ofrendas, tantean el designo
    de Zeus señor de los rayos,
por si tiene oráculo alguno acerca de los hombres
que en su corazón se esfuerzan
por lograr recompensa de grandes virtudes
y respiro después de fatigas.

A las plegarias de los hombres, gracias a su piedad, de da cumplimiento
Mas,¡oh sacro recinto de Pisa de hermosa arboleda cabe el Afeo!,
acge aqueste cortejo y la ofrenda de coronas.
    Grande, sí, es la fama por siempre
para aquel a quien tu don luminoso acompaña.
Pero, de los bienes, unos llegan a uno,
otros a otro, y hay muchos caminos
de felicidad con cuya ayuda de los dioses.


Píndaro, Odas y fragmentos, editorial Gredos S.A. Publicada en Madrid 2002. Olímpica VIII, página 38/39.
Seleccionado por Andrea Martín Bonifacio, primero de bachillerato, curso 2016/2017.