Dos años después de la gran lucha contra los perros rojizos y de la muerte
de Akela, Mowgli andaba por los diecisiete años. Parecía mayor, pues el rudo
ejercicio, los buenos alimentos y los baños siempre que el calor o el polvo lo
molestaban, habían hecho que sus fuerzas y su desarrollo fueran superiores
a su edad. Podía balancearse de un modo continuo durante media hora soste-
niéndose de una rama con una sola mano, cuando quería curiosear entre los
árboles. Podía detener a un gamo en su carrera y tirarlo por tierra asiéndolo
de la cabeza. Podía incluso voltear hasta a los enormes y feroces jabalíes
azulados que viven en los pantanos del norte. El pueblo de la selva, que
antes lo temía por su ingenio, lo temía ahora por su fuerza, y cuando proce-
día él a sus correrías silenciosas, el mero rumor de que se acercaba hacía que
se despejaran todos los senderos del bosque. Sin embargo, su mirada siem-
pre era bondadosa. Inclusive cuando luchaba, sus ojos nunca llameaban como
los de Bagheera. Tan sólo se habían vuelto más atentos y mostraban mayor
excitación, y era esto una de las cosas que la misma Bagheera nunca llegó
a entender.
Preguntóle a Mowgli acerca de ello, y el muchacho se rió y dijo:
-Cuando yerro un golpe, me incomodo. Cuando tengo que estar dos días sin
comer, me esfuerzo. ¿No se nota entonces en mis ojos el mal humor?
-Tu boca puede tener hambre -respondió Bagheera-, pero tus ojos no lo
demuestran. Cazando, comiendo o nadando, siempre permanecen igual. como
una piedra en tiempo húmedo o seco.
Fragmento seleccionado del libro El libro de las tierras vírgenes 1style="font-style:italic;"> de Rudyard Kipling
Seleccionado por Laura Agustín Críspulo, Segundo de Bachillerato, Curso 2015/2016.
Un lugar común de los estudiantes de Literatura Universal donde publicamos una antología de textos seleccionados por nosotros mismos con el fin de aprender a conocernos mejor a través de los más variados personajes que pueblan el universo literario.
viernes, 5 de marzo de 2010
Alicia en el país de las maravillas, Lewis Carroll
" --¡Qué sensación más extraña! --dijo Alicia--. Me debo estar encogiendo como un telescopio.
Y así era, en efecto: ahora medía sólo veinticinco centímetros, y su cara se iluminó de alegría al pensar que tenía la talla adecuada para pasar por la puertecita y meterse en el maravilloso jardín. Primero, no obstante, esperó unos minutos para ver si seguía todavía disminuyendo de tamaño, y esta posibilidad la puso un poco nerviosa. «No vaya consumirme del todo, como una vela», se dijo para sus adentros. «¿Qué sería de mí entonces?» E intentó imaginar qué ocurría con la llama de una vela, cuando la vela estaba apagada, pues no podía recordar haber visto nunca una cosa así.
(...)
Mientras decía estas palabras, le resbaló un pie, y un segundo más tarde, ¡chap!, estaba hundida hasta el cuello en agua salada. Lo primero que se le ocurrió fue que se había caído de alguna manera en el mar. «Y en este caso podré volver a casa en tren», se dijo para sí. (Alicia había ido a la playa una sola vez en su vida, y había llegado a la conclusión general de que, fuera uno a donde fuera, la costa inglesa estaba siempre llena de casetas de baño, niños jugando con palas en la arena, después una hilera de casas y detrás una estación de ferrocarril.) Sin embargo, pronto comprendió que estaba en el charco de lágrimas que había derramado cuando medía casi tres metros de estatura.
Lewis Carroll, Alicia en el país de las maravillas, , http://www.epdlp.com/texto.php?id2=298
Seleccionado por Susana Sánchez Custodio, curso 2009-2010, segundo de Bachillerato.
Y así era, en efecto: ahora medía sólo veinticinco centímetros, y su cara se iluminó de alegría al pensar que tenía la talla adecuada para pasar por la puertecita y meterse en el maravilloso jardín. Primero, no obstante, esperó unos minutos para ver si seguía todavía disminuyendo de tamaño, y esta posibilidad la puso un poco nerviosa. «No vaya consumirme del todo, como una vela», se dijo para sus adentros. «¿Qué sería de mí entonces?» E intentó imaginar qué ocurría con la llama de una vela, cuando la vela estaba apagada, pues no podía recordar haber visto nunca una cosa así.
(...)
Mientras decía estas palabras, le resbaló un pie, y un segundo más tarde, ¡chap!, estaba hundida hasta el cuello en agua salada. Lo primero que se le ocurrió fue que se había caído de alguna manera en el mar. «Y en este caso podré volver a casa en tren», se dijo para sí. (Alicia había ido a la playa una sola vez en su vida, y había llegado a la conclusión general de que, fuera uno a donde fuera, la costa inglesa estaba siempre llena de casetas de baño, niños jugando con palas en la arena, después una hilera de casas y detrás una estación de ferrocarril.) Sin embargo, pronto comprendió que estaba en el charco de lágrimas que había derramado cuando medía casi tres metros de estatura.
Lewis Carroll, Alicia en el país de las maravillas, , http://www.epdlp.com/texto.php?id2=298
Seleccionado por Susana Sánchez Custodio, curso 2009-2010, segundo de Bachillerato.
La primavera, William Blake
¡Que resuene el flautín
que ahora está callado!
Delicia de las aves
de día y de noche;
el ruiseñor
en la quebrada,
la alondra en el cielo,
festivamente,
festivamente, festivamente,
para darle la bienvenida al año.
El muchachito,
repleto de gozo;
la muchachita,
dulce y diminuta;
el gallo canta
como tú lo haces;
voz alborozada,
barullo infantil,
jubilosamente,
jubilosamente,
para darle la bienvenida al año.-
Corderito,
aquí estoy;
acércate y lame
mi blanco cuello;
deja que tironee
tu lanilla suave;
déjame besar
tu suave rostro:
jubilosamente,
jubilosamente,
para darle la bienvenida al año.
William Blake, La primavera, http://amediavoz.com/blake.htm .
Seleccionado por Susana Sánchez Custodio, segundo de bachillerato, curso 2009 - 2010.
que ahora está callado!
Delicia de las aves
de día y de noche;
el ruiseñor
en la quebrada,
la alondra en el cielo,
festivamente,
festivamente, festivamente,
para darle la bienvenida al año.
El muchachito,
repleto de gozo;
la muchachita,
dulce y diminuta;
el gallo canta
como tú lo haces;
voz alborozada,
barullo infantil,
jubilosamente,
jubilosamente,
para darle la bienvenida al año.-
Corderito,
aquí estoy;
acércate y lame
mi blanco cuello;
deja que tironee
tu lanilla suave;
déjame besar
tu suave rostro:
jubilosamente,
jubilosamente,
para darle la bienvenida al año.
William Blake, La primavera, http://amediavoz.com/blake.htm .
Seleccionado por Susana Sánchez Custodio, segundo de bachillerato, curso 2009 - 2010.
Etiquetas:
Blake_William (1757-1827),
La primavera
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