viernes, 5 de marzo de 2010

Rudyard Kipling, El libro de las tierras viergenes 1; Correteos primaverales

       Dos años después de la gran lucha contra los perros rojizos y de la muerte
de Akela, Mowgli andaba por los diecisiete años. Parecía mayor, pues el rudo
ejercicio, los buenos alimentos y los baños siempre que el calor o el polvo lo
molestaban, habían hecho que sus fuerzas y su desarrollo fueran superiores
a su edad. Podía balancearse de un modo continuo durante media hora soste-
niéndose de una rama con una sola mano, cuando quería curiosear entre los
árboles. Podía detener a un gamo en su carrera y tirarlo por tierra asiéndolo
de la cabeza. Podía incluso voltear hasta a los enormes y feroces jabalíes
azulados que viven en los pantanos del norte. El pueblo de la selva, que
antes lo temía por su ingenio, lo temía ahora por su fuerza, y cuando proce-
día él a sus correrías silenciosas, el mero rumor de que se acercaba hacía que
se despejaran todos los senderos del bosque. Sin embargo, su mirada siem-
pre era bondadosa. Inclusive cuando luchaba, sus ojos nunca llameaban como
los de Bagheera. Tan sólo se habían vuelto más atentos y mostraban mayor
excitación, y era esto una de las cosas que la misma Bagheera nunca llegó
a entender.
       Preguntóle a Mowgli acerca de ello, y el muchacho se rió y dijo:
       -Cuando yerro un golpe, me incomodo. Cuando tengo que estar dos días sin
comer, me esfuerzo. ¿No se nota entonces en mis ojos el mal humor?
       -Tu boca puede tener hambre -respondió Bagheera-, pero tus ojos no lo
demuestran. Cazando, comiendo o nadando, siempre permanecen igual. como
una piedra en tiempo húmedo o seco.


       Fragmento seleccionado del libro El libro de las tierras vírgenes 1style="font-style:italic;"> de Rudyard Kipling
       Seleccionado por Laura Agustín Críspulo, Segundo de Bachillerato, Curso 2015/2016.

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