XCVII
DANZA MACABRA
Como un vivo orgullosa de su noble estatura,
con su gran ramillete, su pañuelo y sus guantes,
desenvuelta, indolente, tiene todo el aspecto
de una flaca coqueta que presume de excéntrica.
¿Es que ha habido en el baile tan esbelta cintura?
Su vestido excesivo, de amplitud soberana,
se derrama abundante sobre pies descarnados
con zapatos de gala, bellos como una flor.
Los encajes se frunces ocultando clavículas
como arroyo lascivo que se arrima al roquedo,
y así, púdicos, velan de ridículas chanzas
los encantos ya fúnebres que prefiere ocultar.
Son sus ojos hundidos de vacío y tinieblas,
y su cráneo, adornado con las más bellas flores,
blandamente se mece sobre frágiles vértebras,
¡oh, atracción de la nada con adornos grotescos!
Siempre habrá quien te llame adefesio, los ebrios
de gozar toda carne, y que nunca comprenden
la elegancia sin nombre del humano armazón.
¡Oh, esqueleto, me agradas más que nada en el mundo?
¿Has venido a turbar con tu mueca espantosa
nuestra fiesta de Vida? ¿O algún viejo deseo
puede aún espolear tu viviente osamenta,
para hacerte acudir a un placer de aquelarre?
Entre el son de violines y entre llamas de velas,
¿crees poder olvidar pesadillas burlonas?
¿O confías pedir a un torrente de orgías
que refresque el infierno que arde en tu corazón?
Eres pozo insondable de pecados y errores,
del antiguo dolor alambique sin fin.
Veo aún la serpiente insaciable que vaga
por la reja que forman tus curvadas costillas.
Aunque temo, coqueta, para serte sincero,
que no obtengas el fruto de tan grandes esfuerzos.
¿Hay acaso un mortal que aún entienda la burla?
El horror sólo atrae y arrebata a los fuertes.
Son tus ojos abismos que contienen horrores
y que exhalan el vértigo, y si es cauto el que baila
no querrá contemplar sin amargas arcadas
la sonrisa perenne de tus treinta y dos dientes.
Pero, ¿quién no abrazó algún día a esqueletos,
quién jamás no probó sepulcrales manjares?
¿Y qué importa el perfume, el tocado o la ropa?
Sólo por presumir alguien hace remilgos.
Bayadera muy roma, oh ramera triunfal,
grita a quienes desdeñan el bailar en tus brazos:
«Currutacos altivos, aunque uséis tanto afeite,
oléis todos a muerte. Esqueletos fragantes,
Antinoos marchitos, palidísimos dandys,
oh pulidos cadáveres, lovelaces canosos,
el vaivén general de la danza macabra
os arrastra a lugares ignorados por todos.
Desde el frígido Sena hasta el Ganges ardiente,
el rebaño mortal va brincando, sin ver
en un hueco del techo la trompeta del Ángel
que amenaza siniestra como un negro trabuco.
Bajo todos los cielos te contempla la Muerte
hacer mil contorsiones, hombre siempre risible,
y a menudo, imitándote, se perfume la mirra,
y así mezcla su burla con tu propia locura.»
Charles Baudelaire, Las flores del mal, Barcelona, Planeta, Clásicos Universales Planeta, 1984, pág. 137-139.
Seleccionado por Paula Ginarte Pérez, Primero de Bachillerato, curso 2015-2016.