jueves, 13 de octubre de 2011

Odisea "Canto XI", Homero

       Cuando hubimos llegado a la nave, alcanzada la orilla, en las ondas divinas botamos primero la nave y en el negro navío arbolamos el palo y las velas y embarcamos las reses y luego embarcamos nosotros, pero estábamos tristes, llorando muchísimas lágrimas. No tardó, tras la nave de proa azulada, en enviarnos un leal compañero en la brisa que henchía las velas, Circe, diosa dotada de voz y de crespos cabellos. Puesto ya el aparejo en su sitio en la nave, nosotros nos sentamos, y el viento y piloto llevaron la nave.

       Todo el día la nave viajera singló a toda vela, y se puso ya el sol y la sombra veló los caminos al llegar al confín del Océano de aguas profundas donde se halla la tierra y ciudad de los hombres cimerios, entre nieblas y nubes; son hombres a quienes los rayos explendentes del Sol no deslumbran jamás en la vida, ni siquiera al subir a los cielos poblados de estrellas ni tampoco al bajar de los dielos buscando la tierra: subre tales cuitados se extiende una noche de muerte. Arribamos allí, en tierra firme varamos, y luego nos llevamos las reses, siguiendo el perfil del Océano, hasta haber alcanzado aquel punto indicado por Circe.

       Perimedes y Euríloco asieron entonces las víctimas, saqué luego de junto a mi muslo la espada agudísima, abrí entonces un hoyo que un codo por lado tenía y vertí entorno de él tres ofrendas por todos los muertos: la primera con leche y con miel, la segunda con vino, la tercera con agua y vertí blanco polvo de harina,invoqué a los muertos al fin, a sus cabezas inanes, prometiendo matar, ya en Ítaca, una vaca infecunda, la mejor, y quemarla en la pira con ricas ofrendas; por Tiresias sacrificaría un carnero bien negro y sin mancha, el que más destacara entre todos mis hatos. Invocando ya el pueblo excelente de todos los muertos, tomé entonces las reses y las degollé sobre el hoyo, y la sangre corrió con oscuro vapor; del Erebo ascendieron, reunidas , las sombras de muchos difuntos: novias y jovenzuelos y ancianos que muchos sufrieron y muchachas con penas recientes en sus corazones y varones heridos por lanzas de punto de bronce, a los que Ares motó y cuyas armas aún sangre tenían; una turba agitábase en torno del hoyo, gritando de manera espantosa, y entonces sentí verde miedo.


Homero, Odisea, Barcelona, ed. Océano, 1995, págs 169 y 170.
Seleccionado por Luis Francisco Galindo Cano, Segundo de bachillerato, curso 2011-2012.

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