Cuentan, majestad, que el joyero siguió narrando lo que había ocurrido:
Después de manifestar la voluntad de que fuera su madre quien lo enterrara, se desmayó, permaneciendo inconsciente un buen rato. Pero ya había recobrado el conocimiento cuando oímos que una doncella recitaba lo siguientes versos:
Después de gozar de amor y felicidad,
la separación dolor nos ha traído
Estar juntos, y separados luego,
no puede más que destrozar amantes.
Mejor es el breve momento de la muerte
que los largos días de distanciamiento.
Aunque Dios a todos los amantes reúne,
de mí se ha olvidado y en ansia vivo.
Casi sin darme cuenta, la doncella acabó el poema el mismo momento que Nuraddín Alí ben Bakkar hacía un estertor y su alma abandonaba el cuerpo. Yo mismo amortajé el cadáver y dejé que nuestro anfitrión lo custodiara.
Dos días después, emprendíel camino de regreso a Bagdag. Mi obligación era dirigirme , tan pronto como me fuera posible, a casa de Nuraddín Alí ben Bakkar. Y así lo hice. Los sirvientes me recibieron con gran para bien, pero yo tenía intención de hablar con la madre de Nuraddín Alí inmediatamente y pedí el permiso correspondiente. La mujer me recibió con cortesí y me invitó a sentarme.
-Qué Dios Excelso os tenga de su mano -le dije, al poco rato-. Dios es quien dicta el destino de todos nosotros, y nadie puede eludir lo que Él dispone.
-Me estáis diciendo que mi hijo ha muerto, ¿no es así? -me dijo mientras lloraba amargamente.
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