viernes, 25 de enero de 2013

Primeros relatos, Anton Chejov

   
     EL PENSADOR
 
     Tórrido mediodía. En el aire, ni sonidos ni movimientos... La naturaleza toda parece una finca muy grande olvidada de Dios y de los hombres. Bajo el follaje marchito de un viejo tilo que se levanta junto a la vivienda del celador de prisiones Yashkin, están sentados en torno a una pequeña mesa que tiene una pata rota, el propio Yashkin y su huésped, el inspector titular de la escuela del distrito, Pimfov. Van los dos sin levita; llevan los chalecos desabotonados; tienen las caras sudorosas, rojas, inmóviles; su capacidad para expresar alguna cosa está paralizada por el calor... A Pimfov, el rostro se le ha avinagrado por completo y se le ha cubierto de indolencia, los ojo se le han puesto turbios, el labio inferior le cuelga. En cambio, en los ojos y en la frente de Yashkin aún se percibe cierta actividad; por lo visto, Yashkin está pensando en alguna cosa... Los dos se miran uno a otro, callan y manifiestan sus tormentos resoplando y dando palmadas contra las moscas. Sobre la mesa, una botella de vodka, carne de vaca hervida, fibrosa, y una lata de sardinas con sal gris. Están bebidas ya la primera copita, la segunda, la tercera...


Anton Chèjov, 'El pensador'', Primeros relatos, Madrid, Clásicos universales Planeta. Texto seleccionado por Eduardo Montes Romero, segundo de Bachillerato, curso 2012/2013.

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